Soberanía Política

Las utopías populares se fortalecen en la lucha política, por ideales de Patria

Por Jorge Rachid, agrupación Primero La Patria



La primera rebelión popular emancipadora de América fue la esclavista de Haití, que llevó al general Petión al poder. Ese pueblo nunca fue perdonado en su insubordinación por los imperios dominantes, menos aún al haber ayudado con pertrechos y soldados a Bolívar y Miranda cuando el fracaso de la Revolución Boba, que fracasó como consecuencia del terremoto de Caracas, que al tañer de las campanas de las iglesias anunciaban la ira de Dios ante la rebelión contra la Corona Española, lo cual hizo dar vuelta los precarios ejércitos del inicio de la revolución Emancipadora. Bolívar huyó a Jamaica, donde escribió su famosa Carta de Jamaica pensando en la Revolución de la Patria Grande, a la que llamó la Gran Colombia, y que fue el grito de guerra de un revolucionario vencido, pero no derrotado. Esa acción de los ex esclavos haitianos en el poder ayudando a la Emancipación Americana fue el sello que el imperio anglosajón puso sobre ese país hermano, condenándolo, como lo fueron y lo están otros movimientos populares de América latina.

El último país en romper la colonización española y la intromisión norteamericana fue Cuba, en 1902, que pretendió construir su propia isla de la fantasía con la llamada Enmienda Platt, por la cual hasta 1934 Estados Unidos dirigió su economía y sus primeros tres presidentes fueron norteamericanos, entronizando luego al dictador Batista, como había hecho con Somoza en Nicaragua, hasta que la revolución popular de Fidel en Cuba, y el sandinismo en Nicaragua, comenzaron a construir su camino definitivo de liberación nacional. Este hecho tampoco fue perdonado a ninguno de los dos países a lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXl.

Siempre los pueblos lucharon por sus ideales de Patria frente a la opresión, el colonialismo, el despotismo y la represión. Gaitán lo hizo en Colombia, asesinado el mismo día en que el peronismo, en su estrategia continental, abría su Congreso de Centros de Estudiantes Universitarios de América Latina, convocado por Perón y su ministro Bramuglia, en el cual Fidel Castro participaba por Cuba como presidente del Centro de Estudiantes de la Universidad de La Habana, por lo que desde entonces se lo conoce en el FBI como “terrorista peronista”. Siguieron Jacobo Arbenz en Guatemala, Getulio Vargas en Brasil, Sandino en Nicaragua, Farabundo en El Salvador, en las experiencias de rebelión armada que permanecieron en el tiempo con las FARC colombianas del Comandante Marulanda.

Otras experiencias continentales en términos institucionales como las de Haya de la Torre en Perú, Paz Estensoro en Bolivia, Irigoyen y Perón en nuestro país, constituyeron íconos populares, con diferentes suertes, de lucha por los derechos sociales y la soberanía política. Todas tuvieron finales abruptos: en Perú y Bolivia esos movimientos reformistas fueron finamente cooptados por las fuerzas del coloniaje, sucumbiendo a sus planteos iniciales. En el caso argentino ambos gobiernos fueron reelectos por voto popular pero igualmente desplazados por la acción combinada de las oligarquías locales cipayas y las embajadas de EEUU y el Reino Unido. Esos golpes cívicos militares se dieron con derramamiento de sangre y acompañados por el grito eufórico de Winston Churchill en el Parlamento inglés, la Cámara de los Lores, expresado en septiembre de 1955: “hoy es el día más glorioso del Reino Unido después de la Segunda Guerra Mundial, hemos derrocado al tirano Perón, lo perseguiremos mientras viva y después de muerto también, para que no quede memoria viva de él”.

Esas luchas correspondían a la historia viva de los pueblos, consagrando líderes que, en muchos casos, siguieron el rumbo de quienes los habían erigido como tales; otros, en cambio, claudicaron al amparo de las canonjías y especulaciones políticas frente al Imperio. A lo largo de la historia de la colonización, se arrasó con los pueblos y las culturas originarias en un genocidio y saqueo patrimonial desde los primeros conquistadores, ladrones conspicuos y asesinos, pasando por los gobernadores y los virreyes después, hasta llegar luego a la colonización económico cultural anglosajona, proceso nunca saldado por los dueños del poder que provocó un daño de tal magnitud que postergó el desarrollo integral de una Latinoamérica que tenía destino de patria Grande, ahogado en múltiples países de fácil dominación y sometimiento por el imperio inglés en los siglos XVlll y XlX, que se prolongó en el norteamericano durante el siglo XX a través de las dictaduras cívico militares, con la Escuela de las Américas y la formación de cuadros golpistas en Panamá.

Hoy el Imperio forja en esa misma dirección, antes militar, mediante jueces destituyentes en el Departamento de Justicia de EEUU, o bien monitorea la economía a través de su herramienta extorsiva, el FMI, imponiendo políticas sociales con el Banco Mundial, que es el ministerio de “desarrollo social” del gobierno global del G-7 que nadie votó. En esa dirección EEUU recreó y puso en marcha nuevamente, después de 45 años de amenazar con hacerlo, a la lV flota, que ha recobrado una presencia intimidatoria desde hace pocos años al derrumbarse el Consenso de Washington, que les garantizaba democracia sujeta al Mercado y que sucumbió al emerger gobiernos populares que ejecutaron políticas que defendían el interés de sus pueblos y constituyeron el germen de una nueva unidad latinoamericana en la UNASUR y la CELAC.

En esas instancias, la aparición de líderes de la talla de Lula, Chávez y Néstor Kirchner —a los que se agregaron Zelaya, Lugo, Correa y Evo, sumados a las experiencias cubana y nicaragüense— modificó el escenario geopolítico de nuestra región en un proceso que fue inmediatamente atacado por EEUU y disuelto en menos de 16 años, en una contraofensiva de reposicionamiento exitosa del Imperio, que a través de maniobras mediáticas, operaciones de prensa, persecuciones judiciales y golpes parlamentarios, logró desarmar el articulado mecanismo de colaboración plena y de unidad de los pueblos, que nunca debieron ser países y lo fueron por la acción balcanizadora de las fuerzas imperiales y sus lacayos locales, verdaderos vendepatrias surgidos de las entrañas de las oligarquías, cuyo único poder reside en ser súbditos del Imperio.

Las luchas sectoriales reivindicativas son diferentes a las luchas que tienen por objetivo la Liberación Nacional, ya que poseen una raíz más focalizada en reclamos o derechos, pero al mismo tiempo comprometen al sistema de dominación y coloniaje, por lo cual, en muchas oportunidades, se han convertido en punta de lanza de protestas populares, movilizaciones que terminan por conmover al régimen y aun derrotándolo circunstancialmente, porque son igualmente trágicas.

Vivimos estas experiencias en nuestro país, como la de los obreros rurales de la Patagonia que pedían un catre y una vela, siendo masacrados, en un número de 1500 fusilados, por el ejército nacional de un gobierno llamado popular, bajo presión del coloniaje inglés que dominaba la Patagonia argentina y se impuso a un gobierno como fue el de Hipólito Irigoyen, primer gobierno surgido bajo el amparo de la Ley Sáenz Peña, la del voto obligatorio y secreto para varones. Los trabajadores de los quebrachales ingleses de Villa Guillermina y Villa Ocampo en Chaco y Santa Fe, reprimidos como en las estancias sureñas por la explotación indiscriminada del Tanino, en su lucha por el salario a cambio de vales por comida, también asesinados, como así también los obreros industriales de los Talleres Vasena que exigían 8 horas de trabajo, de los cuales fueron masacrados casi 700. Podríamos seguir en etapas posteriores con las luchas contra las sucesivas dictaduras militares, con levantamientos que condicionaron la prolongación de los regímenes de facto, como el Cordobazo, el Rosariazo y otras luchas populares que quedaron en la memoria colectiva del pueblo como emblemáticas, verdaderos íconos de enfrentamiento a la opresión.

Como observamos, son luchas diferentes, pero siempre contra el mismo poder hegemónico que se alza por la explotación, la dominación, el disciplinamiento social o por el control político.

Sin embargo, desde el retorno a la democracia en nuestro país se instaló una lógica basada en la racionalidad macro económica, en el Dios Mercado, de la mano de los Chicago Boys, seguidos por las huestes de los Cavallo, los Machinea, Sturzenegger, Prat Gay, todos ellos lacayos colonizados del Imperio y empleados de los grandes fondos de inversión internacionales, que impusieron las ecuaciones financieras como cultura frente a las emociones, defendieron los números macro antes que los intereses del pueblo, y que llevaron al país a la falsa disyuntiva: caramelos o acero; que entregaron soberanía, endeudaron y provocaron dolor social inmenso a lo largo de los años, instalando la cultura dominante neoliberal del individualismo egoísta y meritocrático, frente a la solidad social compartida, que había sido el signo cultural de nuestro pueblo.

Ningún pueblo lucha por el déficit fiscal, ni por el equilibrio de la balanza de pagos, ni por el control del mercado de divisas; para dominar esas variables luchan los imperios, en este caso EEUU. Los pueblos reconstruyen valores en sus luchas que son intangibles, son valores que significan identidad y conciencia nacional, reivindicando su cultura y sus costumbres frente al avasallamiento que significa el coloniaje cultural, aun en los detalles más íntimos de los seres humanos, como las comidas o la música. El consumismo como cultura del objeto, que personifica un proyecto de vida en una carrera que nunca tiene fin, nos aleja del otro, nos dispersa y lleva a la comunidad a una diáspora social que la hace manejable por los poderes económicos que direccionan las industrias culturales.

Es entonces cuando emergen con fuerza los desafíos estratégicos que se plantean los pueblos como valores a alcanzar. Esos objetivos, que transforman a las Comunidades en pueblos con un destino común, constituyen la base de la construcción de la Patria. Los pueblos anteceden a las Naciones: los santiagueños eran tales desde el 1500, los cordobeses, tucumanos, riojanos, salteños y aún los porteños ya existían como comunidades con identidad. Ese perfil que dan las culturas y las transmisiones orales familiares y sociales, las costumbres, van arraigando un concepto claro de pueblo como identidad y conciencia común de destino.

Cuando esos objetivos estratégicos comienzan a perfilarse en un gobierno nacional y popular, las utopías y esperanzas del pueblo encuentran su mejor caudal de fortaleza política para construir soberanía, es decir, capacidad de tomar decisiones propias sin depender de terceros. Esta es la gran diferencia con el neoliberalismo, que pretende diluir al pueblo en gentes y a estos en individuos, llevando a la sociedad a la diáspora social. Nosotros construimos Comunidad Organizada, organizaciones libres del pueblo que van pavimentando un camino de objetivos estratégicos con los cuales soñar, al construir cada día un peldaño. Ese trajinar diario de militancia social o política, de organización y consolidación de voluntades comunes, es la herramienta necesaria de los pueblos para evitar que prevalezca el discurso del enemigo, funcional a los planes del coloniaje, que plantea el desánimo y la derrota como proyecto de país.

No hay Patria sin Pueblo y no hay Pueblo sin destino común de construcción política, social y económica solidaria, que preserve la naturaleza, jerarquizando a los seres humanos, como protagonistas de la historia y no como testigos de la misma ejecutada por terceros imperiales. La Soberanía Nacional se construye sobre la base de la Conciencia Nacional en una Patria Grande, Justa y Libre, reconstituyendo lo que nunca debió dejar de ser, como dice nuestra Acta de la Independencia Nacional, las Provincias Unidas de Sudamérica.