Independencia Económica

¿Nuevo o viejo orden mundial?

Por Matías Slodky


El gran tractor que representaba el fenómeno del modelo neoliberal parece haber encontrado vastas contradicciones en al actual contexto internacional, acelerado, entre otras cosas, por la pandemia del COVID-19. Este modelo económico y político ha sido esparcido desde la década del ‘70, y consolidado globalmente en la década de los 90, casi como principio ordenador, a través del consenso de Washington en 1992, que se presentó como una teoría y un modelo práctico que pretendía, al principio, ordenar tras de sí al mundo. Pero la forma en que este modelo sacrificó el desarrollo, aniquilando y sometiendo a los países que lo aplicaron —incluido el nuestro—, prodigando crisis e inestabilidad sistémica, permite reabrir las posibilidades de pensar nuevos escenarios y órdenes mundiales.

Sólo para dar un ejemplo sobre la crisis del Covid-19 en el modelo neoliberal y en su hija predilecta, la globalización económica, podemos denotar la falta dramática de máscaras protectoras en todo el mundo (estaban producidas en China), como tantos otros productos sumamente necesarios que han sufrido un proceso de deslocalización en busca de mano de obra barata hacia áreas con salarios bajos en dólares o zonas con baja presión impositiva. En esta situación, los países y las grandes corporaciones que han impulsado esta deslocalización han demostrado que incluso producir máscaras y otros equipos de protección del personal era algo que ya no eran capaces hacer en sus propias fronteras. Al mismo tiempo, la interrupción de la cadena de suministro agrícola mundial amenaza con una hambruna generalizada.

A su vez, la confrontación entre Estados Unidos y China, en todos los terrenos y niveles —comercial, tecnológico, diplomático, financiero, comunicacional, de política interna y de “zonas de influencia” geopolíticas—, estimula una aceleración en la crisis del modelo neoliberal impuesto, que se podrá erosionar más aún en caso de una reelección del mandatario norteamericano Donald Trump, quien hasta le fecha se encuentra en desventaja según las últimas encuestas.

La política de Trump se ha impuesto en un contexto donde el Estado chino posee más influencia a nivel global, como también en su participación en el PBI global, igualando casi al norteamericano. Si durante la década del ‘90 la participación global de China en la economía representaba apenas el 2%, en la actualidad pasó a casi un 20%, con crecimiento a tasas sorprendentes; mientras que Estados Unidos se ha mantenido estancado y ha teniendo que enfrentar crisis sistémicas en su modelo, como la del 2000 y la más aguda y pronunciada del 2008, cuando la explosión de la burbuja inmobiliaria hizo temblar al sistema financiero. Es por esta razón que la política de Trump se propone utilizar todos los recursos que tienen a su disposición a lo largo y ancho del planeta, que son múltiples y diversos, para doblegar a su rival y revertir esta situación, ahora agravada por el colapso económico que causó la pandemia.

Esta política confrontativa hacia China pareció funcionar en los resultados observados hasta la incursión del Covid-19, pero tal como se observa en este escenario China parece haber tenido un “golpe de suerte”, ya que la crisis económica que presenta Estados Unidos y gran parte del mundo a raíz del coronavirus y el mantenimiento de un modelo neoliberal hace ver a la crisis del 2008 como una simple recesión, mientras que la economía China se encabeza como ya recuperada y la única que mostrará un crecimiento este año.

La contrapropuesta de Trump ya se está observando: en su intento de popularizar sus mega-campañas, donde todo argumento será válido para incitar contra la potencia asiática. El nombre China debe ser demonizado, asociado a “lo peor”, siendo “lo peor”. Mientras funcionarios norteamericanos recorren nuestra región agitando los peligros de acordar con la potencia asiática, la prensa local satelital a Estados Unidos ya produce sistemáticamente noticias sobre la malicia china.

Ahora bien, con respecto al caso latinoamericano —o a la relación norteamericana con su patio trasero, según la vieja doctrina Monroe— queda claro que Estados Unidos no es capaz de formular una propuesta atractiva, hegemónica, hacia nuestra región. A pesar de que las élites regionales en el gobierno —como el caso de Bolsonaro, sellando alianzas militares con Trump— están completamente entregadas a los norteamericanos desde el punto de vista ideológico, cultural y diplomático. Circunstancia que no impide, sin embargo, que estas élites posean negocios muy grandes con China. En el caso brasileño, por ejemplo, China es su principal socio comercial, por lo que también representa su principal fuente de divisas.

En este sentido, el escenario se vuelve aún más complicado, por lo que pensar criterios inteligentes frente a los dilemas que encuentran a América Latina en una clara situación de vulnerabilidad se vuelve realmente necesario. El escenario y orden mundial conocido hasta la fecha ha comenzado a transfigurarse con tendencias ya observadas en los últimos años a raíz de todo lo ocurrido; un futuro con un fuerte desorden y conflicto internacional, donde la globalización y el modelo neoliberal demuestran una gran contradicción que se combina con el ascenso de potencias como China y Rusia incurriendo en una política de geo globalización con zonas de influencia ya observadas en la renovación de la vieja ruta de la seda.

La reelección o no de Trump será una de las variables para tener en cuenta para premeditar una profundización de esta crisis, como también la longitud de la pandemia y la perdurabilidad de sus consecuencias catastróficas en la economía global. Por esta razón, a nivel local, debemos interpretar el escenario y consolidar con inteligencia una política exterior soberana que logre dar respuestas a las demandas que exige esta realidad global.