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A 60 años del Boom latinoamericano

Juan y María como utópicas miopías en la tierra que nada

(1° parte)

Por Cecilia Moncalvo


“María: Juana me lo ha contado todo. Está muy disgustada por que usted nunca le ocultó lo que pensaba. (Pausa) Bueno, entonces dígame pronto ¿qué pensaba? /Juan: Mire María, yo no pensaba nada. /María: ¡Ah! No se lo creo./Juan: Se lo contaré y me creerá. Lo que más nos encanta de las cosas, es lo que ignoramos de ellas conociendo algo. Igual que las personas: lo que más nos ilusiona de ellas es lo que nos hacen sugerir. El colorido espiritual que nos dejan, es a base de un poco que nos dicen y otro poco que no nos dicen. Ese misterio que creamos adentro de ellas lo apreciamos mucho porque lo creamos nosotros”,

Felisberto Hernández, 1929.



En un contexto histórico inicial del boom, 1960, donde comienza el exilio de intelectuales que ven en el viaje el contacto con otros centros culturales y una suerte de rito iniciático, como parte de la trayectoria del devenir escritor/a - una década más tarde, ejercido como auto.descentramiento respecto del territorio de producción, su país y el pensamiento vigente para realizar una crítica de la propia perspectiva-, Juan Carlos Onnetti publica “El astillero”.

El astillero forma parte del ciclo narrativo de Santa María, espacio mítico desde donde compone una alegoría de la precariedad de la condición humana, pero también de un territorio y un tiempo en el que converge y convive lo real y lo imaginario, la indiferencia y lo posible.

La historia comienza con el regreso a Santa María de Larsen, apodado el Junta o Juntacadáveres, tras 5 años de destierro, para enfrentar una quimera: su empoderamiento material y simbólico. Decidido a gerenciarse en un astillero y casarse con la hija del dueño para heredar la fortuna, avanza hacia el cumplimiento de las rutinas diarias en la que están inmersos maquinalmente sus habitantes. Entre mentiras y engaños cumple con las acciones repetidas, se instala, adapta y afronta viscitudes hasta lograr casi inesperadamente su final. Final que es también el de ideas preconcebidas y planes trazados que se revelan rengos, truncos, adelgazados o imposibles de respirar una vida otra.

Larsen acomete un viaje a las ruinas, a los restos de un sueño gastado y gestado a través de especulación, trampas y fraude. Sueño que, en su mismo andar, no producirá devenir ni extrañamiento, sino desentrañamiento de juegos, falsarios, falacias, desengaño, fracaso, corrupción. En ese contexto, contradicciones e indiferencias destilan entre dobles de palabra y de acción para mostrar un tiempo a la deriva, donde la máxima conquista del hombre, el lenguaje, parece caer al inútil sinsentido como ese modo de estar y decir.

Es una novela sobre el pesimismo y la infructuosa esperanza, pero también una irónica representación de aquel que, aún con un propósito utópico, intenciones mal calculadas en un mundo opaco y pacato, signado por vestiduras tajeadas de un capitalismo cayendo al fondo de la nada, vuelve. Así y todo, vuelve.


Juan Carlos Onetti (Uruguay, 1 de julio de 1909 – 30 de mayo de 1994) fue reconocido como uno de los escritores que ha renovado la literatura latinoamericana. Su producción incursionó en cambios a nivel estructural, estilístico y temático. La publicación de El astillero (1961) coincidió con los primeros años de emergencia del boom.


Tres cosas. Además de lo señalado, es posible sumar 3 puntos específicos a una (re)lectura de esta obra de Onetti, a 60 años del boom: 1. El contexto de producción y una visión del protagonista, que puede llevar a reenfocar históricamente las cuestiones de territorio, unidad y heterogeneidad; 2. La crítica del autor al lenguaje, como parte de su narrativa, y la forma en que representa posibilidades de pensar un tiempo desde la conciencia de acción de sus personajes; y 3. Un enfoque, quizás precursor (o resultante de la mirada histórica), alrededor de lo que hoy se conoce como pobreza urbana, esa cosa moderna.


1)Movimiento de la mirada. Onetti presenta El Astillero cuando el exilio era parte de la realidad para intelectuales y artistas. En ese tiempo, emerge un tal Larsen, desterrado, volviendo a Santa María, espacio mítico. Si imagináramos en la acción de Larsen un movimiento de lector, una acción de la mirada en la lectura, podría pensarse en el efecto o lugar de un punto de vista lector, una miopía.

La miopía es una deficiencia en el alcance de la vista a la distancia, de ahí que provoque el gesto de acercar la cabeza, el ojo a la hoja. La cercanía permite ver cantidades más acotadas de información o del trazo de la letra, pero con sensación de mayor claridad. José Donoso, en el prólogo a la edición publicada por Biblioteca Salvat, en 1971, plantea el uso de “un punto de vista entrecortado, partido y repartido” que habilitan a efectos espectaculares en la novela, con movimientos en la fluctuación de la voz narrativa (de omnisciente a personaje, doctor Diaz Grey, protagonista en otras novelas) en un Río de la Plata imaginario que podría ser cualquier río. Señala que el doctor es un espejo que refleja parcialmente algo, Larsen es otro punto de vista parcial, Petrus y Galvez también comprenden refracciones, “aunque aspiren a apoderarse de la verdad total del acontecer” (1971:14). Mirada y tiempo en meneo inestable o constante.


“Desde estas distintas miras, el relato se fragmenta; jamás se está seguro de si el que habla está colocado en la realidad y en el presente, o es reflejo de otro personaje o de la omniscencia que lo está pasando. El presente mismo de El Astillero permanece dudoso. El tiempo narrativo de la novela, en sus inmumerables retornos sobre sí mismo, en las múltiples partidas falsas, paréntesis, regresos al punto de partido para partir hacia otro lado y en otra época, es otra manera de fragmentación lo unívoco” (1971:15).


Estas irradiaciones que señala Donoso como juego de caleidoscopio y miradas fragmentarias rotando y entremezclándose de alguna idea lineal del sentido de lectura o relato, permitiría ser leído como un movimiento miope del lector. Ya sea a la máquina ilusoria de colores al que el niño acerca el ojo para ver la calesita circular mostrar nada, o a la hoja, donde blancos de hojas y negros de letra se funden o confunden con los blancoscuro del ojo. Un miope tiende a bajar la cabeza para ir a la hoja a leer, escrudiñar, porciones y parcelas, oraciones, palabras, letras, vacíos, llenos. Vuelvo. ¿Qué mira Larsen cuando vuelve a Santa María? ¿Un punto, una línea, una sucesión de palabras, el contorno de la hoja, la frontera entre un renglón y otro, entre una oración y la siguiente, el espacio en blanco, un lugar del medio? Las preguntas llevan a un aspecto relacionado con la palabra y a otro con el territorio.


Larsen. Larsen no es la banda musical de punk, ni el ajedrecista danés, ni el educador francés que intervino en Argentina en el siglo 19. La novela no da pistas para pensar en estas opciones. ¿O sí? Avanzo a la etimología: origen escandivano, designa a la descendencia de los Lars; como los Nielsen, a los Niels. Lars deriva de Laurentius “coronado con laurel”. Lo mismo pasa con Lawrence, Laureano. Entiendo por corona de laurel al círculo formado por tales hojas, recuerdo que el trofeo era entregado a poetas, guerreros y deportistas en Roma y Grecia como recompensa por su desempeño. Busco en el diccionario de mitología y doy con Dafne y Eros en el lanzado de flechas.

Según la leyenda, fue el arma de Eros en venganza contra Apolo, harto de su arrogancia. Le tiró una flecha de oro para producirle amor inmediato al herirlo. A Dafne le tocó la fecha de plomo y experimentó el rechazo al amor. Eso engendró la persección del multifuncionario Apolo, representante de verdad y muerte súbita, razón, plagas, enfermedades, belleza y perfección. Protegía a marineros, arqueros y pastores, de lo cual es posible inferir que tenía vasto dominio atmosférico: terrestre, áreo y marino. Además, manejaba el oráculo y regenteaba a las musas; presidía las leyes mundanas y divinas: constituciones y religiones; hacía consciente a los hombres de sus pecados y tenía a cargo la purificación. Obtuvo elenco en la Ilíada.

En electroacústica, larsen es un fenómeno de reacción, conocido como “efecto Larsen”, entre un dispositivo microfónico y el reproductor de audio al que se aplica. Su funcionamiento se comprueba cuando las ondas sonoras emergen del reproductor y son recaptadas por el alta voz dando lugar a las distorsiones. Es conocido como “acople” o retorno acústico. El efecto lo investigó Larsen, danés 49 años antes de la publicación de la novela.

Por lo tanto, hay al menos tres alcances que irradia la palabra del protagonista: arte o conocimiento o poder (los laureles), amor-desamor/venganza (Eros y Dafne), tecnología/acustica-acople (retorno acústico). ¿Qué mira, siente y escucha Larsen?


Santa María. En la novela, Larsen vuelve para realizar su quimera en un territorio donde los habitantes viven rutinas productivas, son conscientes, intentan engañarse, pero no lo logran. El no-héroe Larsen, ese posible lector miope, esa corona de hojas, flecha del amor y desamor, llega a un lugar donde ocurren dos cosas más: quienes viven allí niegan lo que sucede y aquello que es testimoniado también resulta borrado o rechazado, negado. Una especie de umbral lingüístico entre la verdad la mentira. Un lugar no-neutral entre realidad y ficción.

María es una palabra de origen hebreo con raíz egipcia en común con ‘mry’: amor. Corresponde al nombre bíblico de la madre y exegeta del profeta revolucionario Jesús. La María que lo nace y la María que lo lee, quien sabe interpretar y difundir el mensaje del jóven utópico, sobre cuya historia pesan varias versiones desde las ‘Escrituras’. A María la cita Plinio en el siglo I d.C., para referir el topónimo de ‘villa’, La Villa de la Parthia. La Partia es una antiguo región histórica al noreste de Irán, que, como Troya, fue saqueada o conquistada por diferentes imperios (medo, aqueménida, seléucida, sasánida). Funcionó de base cultural y política de los parnos, y resultó nombrada por primera vez como Partía desde una mención indígena irania registrada en la Inscripción de Behitsu (inscripción de piedra), por parte de Darío I, alrededor del año 520 a.C, en una región cercana a Drangiana (zona de marismas) y Hecatompilos (ciudad de cien puertas) aparentemente, centro de administración de Partia. Los partos figuran en la lista de Heródoto, entre los pueblos sometidos a tributos altísimos. En cambio, la canonización del nombre, en Santa María, en América es recordada como nombre de barco fabricado en Cantabria, cuyo dueño era Juan de la Cosa.

Si uno sentidos de lenguaje y lugar, pensaría en hijos, poesía, premios y hojas como parte de paisaje de María, antiguo lugar de cosa mítica donde fabricación o arreglo de vehículos; y habitantes sin memoria ni narradores ni biscochos o sueños; pues, nada pasaba, no sentido ni escritura, no utopías, ¿amor?. Pero Larsen vuelve en busca de astillero, mujer y herencia de otro. Larsen obtiene el puesto gerencial con dos empleados y promesa de riqueza próspera. Así lo expresa su suegro, quien veía en la sala de reparaciones de naves una posibilidad de futuro.

¿Y Larsen, qué mira?


Territorios de la lengua. En “Itinerarios en la crítica hispanoamericana”, específicamente en el punto dedicado a “¿Fragmentación o totalidad?, Rosalba Campra lanza la pregunta: “¿Puede considerarse la geografía política como un criterio válido de organización de materiales literario hispanoamericano?”. Se refiere al Caribe y a Brasil, al cuestionamiento por la diferenciación lingüística y los debates por las posturas ante una definición territorial, en relación con diferentes proyectos alrededor de una nación latinoamericana. Campra desarrolla el problema de profundo aliento crítico, cuyo resumen no es el objetivo de este artículo, a partir de una expresión de J. Martí: “esa América que es una ‘en el origen, en la esperanza y en el peligro’” .

Campra señala el paisaje anterior a la conquista, heterogéneo, fragmentario, con saberes y

rituales e idiomas varios; compuesto por un “mosaico de comunidades con lenguas, costumbres y religiones diferentes y que en muchos casos ignoraban la existencia las unas de las otras”, para referir el equívoco desde el cual se constituyó una primera idea de unidad, al llamar indistintamente a sus habitantes (mayas o vilelas, sanavirones u otomíes, matacos o ranqueles, onas o tlaxcaltecas) ‘indios’.


“Una masa amorfa cuya identidad es irrelevante para el conquistador – y para la mirada colonialista, que, aún en nuestros días, coloca a los países latinoamericanos bajo el rótulo, geográficamente inexacto, pero expresivamente despectivo, de “Sudamérica” (2014:36).


El sueño de Bolívar o el Che, ante las luchas independentistas donde persiste la idea de una revolución continental contra el imperialismo, debe enfrentar tensiones internas fomentadas por intervenciones extranjeristas que, una y otra vez, desembocaron en la fragmentación; sueños truncos por la emancipación.