Sesión 4

Correctores de estilo en el Museo del Prado 

Esta última sesión tiene como objetivo evaluar si los estudiantes han interiorizado algunos de los problemas que la cohesión textual acarrea, y si son capaces de detectarlos y corregirlos. Para ello se les propone, de manera análoga a lo realizado en la primera sesión, un texto para la corrección de estilo. En esta ocasión la actividad se realizará de manera individual, sea en papel, sea en formato electrónico. Este documento permitirá al docente la evaluación — y calificación— personalizada de cada estudiante. 

Cada estudiante hará una primera lectura del texto del tirón, aunque quizá sea inevitable que algunos aspectos de la redacción llamen ya su atención. En sucesivas relecturas habrá de tomar nota de aquellos aspectos mejorables del texto, explicar con el metalenguaje adecuado la naturaleza del problema, y proponer una redacción alternativa. Lo ideal sería hacerlo como se hace habitualmente en la corrección de textos, esto es, con una herramienta como la que ofrece el control de cambios para los documentos compartidos en la red. De no ser posible, puede hacerse en papel marcando los errores en el propio texto, ofreciendo una alternativa en el margen derecho y anotando al pie del documento la justificación de cada cambio propuesto.

Al tratarse de errores vinculados a los mecanismos de referencia interna y, por tanto, no exclusivamente normativos, las propuestas de mejora no serán siempre coincidentes. De ahí que lo interesante sea la posterior discusión en parejas sobre las decisiones tomadas individualmente y finalizar la secuencia con la puesta en común, guiada por el docente, en el gran grupo.

Correctores de estilo en el Museo del Prado

Se celebraban las bodas de Tetis y Peleo. A ellas habían sido invitados muchísimos dioses y mortales pero, quizá por olvido, quizá deliberadamente, entre ellos no figuraba Éride, la diosa de la Discordia. Muy ofendida, irrumpió en mitad del banquete y arrojó sobre la mesa una manzana de oro que llevaba la siguiente inscripción: “Para la más hermosa”. Tres de las diosas asistentes reclamaron inmediatamente para sí la manzana. Se trataba de Hera, la esposa de Zeus; Atenea, diosa de la guerra y diosa de la sabiduría, y Afrodita, diosa del amor.

Naturalmente, Zeus no quería asumir la responsabilidad de dar la manzana a una de ellas y negársela a las otras, pues Zeus temía su venganza. Decidió por ello enviar a su hijo Hermes al monte Ida en busca del joven Paris, hijo del rey Príamo de Troya, que cuidaba allí sus rebaños. Sería él quien decidiera cuál de ellas era la más hermosa.

Acudió Hermes al monte Ida con las tres diosas, y cada una de ellas trató de convencer al joven Paris de ser la merecedora de la manzana. Hera, la esposa de Zeus, acompañada por su fiel pavo real, le prometió un gran poder; Atenea, diosa de la sabiduría y de la guerra, le prometió convertirlo en el más sabio de los hombres; y Afrodita, diosa de la belleza y madre de Eros, le prometió el amor de la mujer más bella. Apenas hubo oído Paris las promesas de las diosas no tuvo dudas acerca de a quién entregar la manzana. La elegida fue aquella.

Quedaba en el aire la promesa que la diosa le había hecho a Paris. Por eso, cuando al cabo de un tiempo Paris viajó en embajada amistosa a la corte de Menelao, rey de Esparta, y se enamoró perdidamente de Helena, la esposa de este, Afrodita no pudo por menos de favorecer este amor.

Raptó así Paris a la hermosa Helena — o quizá se fugaron juntos; quién sabe—  y se llevó a Helena a Troya. Quedaron espantados los troyanos al conocer lo que había hecho Paris: la guerra con los griegos estaba asegurada. Y en efecto, así fue: no tardaron mucho los reyes de Micenas y Esparta, Agamenón y Menelao, en reunir más de diez mil naves y arribar a las costas de Troya en lo que no sería sino el preludio de una guerra la cual habría de durar diez largos años y la que habían de combatir los más grandes héroes que recordarse pueda: Héctor, Áyax, Aquiles, Ulises.

El cuadro que podemos contemplar en el Prado, que su autor fue Rubens, recrea el preciso momento donde Paris observa aún dubitativo a las tres diosas. Podemos distinguirlas porque las tres van acompañadas de sus respectivos atributos. ¿Los adivináis?

¿Dónde está el problema? Relectura, diagnóstico y solución

2. Volved a leer la explicación del mito y anotad en el propio texto (con un rotulador fluorescente, por ejemplo), aquella palabra o expresión que no funciona, que nos hace perder el hilo o que nos parece mejorable. Proponed una alternativa en el margen derecho. Al pie del documento, y por orden, explicad la naturaleza del problema utilizando el metalenguaje aprendido. Para facilitaros la tarea, indicamos el número de errores o problemas que presenta cada uno de los párrafos. Recordad que todos ellos tienen que ver con los mecanismos de referencia interna del texto, es decir, con lo estudiado en las dos sesiones anteriores.

Se celebraban las bodas de Tetis y Peleo. A ellas habían sido invitados muchísimos dioses y mortales pero, quizá por olvido, quizá deliberadamente, entre ellos no figuraba Éride, la diosa de la Discordia. Muy ofendida, irrumpió en mitad del banquete y arrojó sobre la mesa una manzana de oro que llevaba la siguiente inscripción: “Para la más hermosa”. Tres de las diosas asistentes reclamaron inmediatamente para sí la manzana. Se trataba de Hera, la esposa de Zeus; Atenea, diosa de la guerra y diosa de la sabiduría, y Afrodita, diosa del amor.


Una corrección


Naturalmente, Zeus no quería asumir la responsabilidad de dar la manzana a una de ellas y negársela a las otras, pues Zeus temía su venganza. Decidió por ello enviar a su hijo Hermes al monte Ida en busca del joven Paris, hijo del rey Príamo de Troya, que cuidaba allí sus rebaños. Sería él quien decidiera cuál de ellas era la más hermosa.

Una corrección


Acudió Hermes al monte Ida con las tres diosas, y cada una de ellas trató de convencer al joven Paris de ser la merecedora de la manzana. Hera, la esposa de Zeus, acompañada por su fiel pavo real, le prometió un gran poder; Atenea, diosa de la sabiduría y de la guerra, le prometió convertirlo en el más sabio de los hombres; y Afrodita, diosa de la belleza y madre de Eros, le prometió el amor de la mujer más bella. Apenas hubo oído Paris las promesas de las diosas no tuvo dudas acerca de a quién entregar la manzana. La elegida fue aquella.

Una corrección

Quedaba en el aire la promesa que la diosa le había hecho a Paris. Por eso, cuando al cabo de un tiempo Paris viajó en embajada amistosa a la corte de Menelao, rey de Esparta, y se enamoró perdidamente de Helena, la esposa de este, Afrodita no pudo por menos de favorecer este amor.

Una corrección


Raptó así Paris a la hermosa Helena o quizá se fugaron juntos; quién sabe y se llevó a Helena a Troya. Quedaron espantados los troyanos al conocer lo que había hecho Paris: la guerra con los griegos estaba asegurada. Y en efecto, así fue: no tardaron mucho los reyes de Micenas y Esparta, Agamenón y Menelao, en reunir más de diez mil naves y arribar a las costas de Troya en lo que no sería sino el preludio de una guerra la cual habría de durar diez largos años y la que habían de combatir los más grandes héroes que recordarse pueda: Héctor, Áyax, Aquiles, Ulises.

Dos correcciones


El cuadro que podemos contemplar en el Prado, que su autor fue Rubens, recrea el preciso momento donde Paris observa aún dubitativo a las tres diosas. Podemos distinguirlas porque las tres van acompañadas de sus respectivos atributos. ¿Los adivináis?

Dos correcciones