Miguel Hernández
7. Nuestra juventud no muere

Caídos sí, no muertos, ya postrados titanes,

están los hombres de resuelto pecho

sobre las más gloriosas sepulturas:

las eras de las hierbas y los panes,

el frondoso barbecho,

las trincheras oscuras.


Siempre serán famosas

estas sangres cubiertas de abriles y de mayos,

que hacen vibrar las dilatadas fosas

con su vigor que se decide en rayos.


Han muerto como mueren los leones:

peleando y rugiendo,

espumosa la boca de canciones,

de ímpetu las cabezas y las venas de estruendo.


Héroes a borbotones,

no han conocido el rostro a la derrota,

y victoriosamente sonriendo

se han desplomado en la besana umbría,

sobre el cimiento errante de la bota

y el firmamento de la gallardía.


Una gota de pura valentía

vale más que un océano cobarde.


Bajo el gran resplandor de un mediodía

sin mañana y sin tarde,

unos caballos que parecen claros,

aunque son tenebrosos y funestos,

se llevan a estos hombres vestidos de disparos

a sus inacabables y entretejidos puestos.


No hay nada negro en estas muertes claras.

Pasiones y tambores detengan los sollozos.

Mirad, madres y novias, sus transparentes caras:

la juventud verdea para siempre en sus bozos.