Pequeña historia de un emigrante bearnés

Mi abuelo, Pierre Casaux Lacrouts, nació en Ogeu el día 6 de noviembre de 1865, segundo hijo de Jean Charles Casaux Carrere y de Marie Marguerite Lacrouts Puyau.

Pierre emigró a España hacia el año 1884, según su testamento, formalizado en La Hiniesta, pueblo cercano a Zamora. Al parecer, allí residía su tío Jacques, hermano de su padre que había emigrado a España años antes.

Pierre llegó a la comarca de Talavera de la Reina hacia el año 1885. Ese año se había declarado en España una epidemia de cólera y las gentes temían viajar por miedo al contagio. Teniendo en cuenta estas circunstancias, el joven Pierre pensó que en alguna comarca podía encontrar espacio libre para ejercer su oficio de castrador. Desde La Hiniesta cabalgó hacia el sur por tierras de Zamora, Salamanca y Ávila, pasó la sierra de Gredos y llegó hasta Talavera, en la provincia de Toledo. Recorrió a caballo la comarca talaverana y la colindante, denominada La Jara. Comprobó que en toda aquella zona abundaba el ganado y existía poca competencia para ejercer libremente su profesión. La comarca talaverana, regada por el río Tajo, era un centro ganadero importante y a sus ferias y mercados acudían los ganaderos de las comarcas de La Jara y de los Montes de Toledo. Era un lugar idóneo para darse a conocer y contactar con los ganaderos, por lo que Pierre consideró que Talavera era un buen centro de operaciones. Su área de trabajo podía abarcar las tres comarcas: Talavera, La Jara y los Montes de Toledo.

Desde muy antiguo, Talavera tenía algunos privilegios realengos que facilitaban la compra y venta de ganado. El rey Sancho IV, en 1294, concedió a Talavera un “Privilegio de feria anual”, a la que podía acudir ganado de todas clases sin pagar tributos. Posteriormente se concedió al Concejo talaverano una segunda feria, de modo que se celebraban anualmente dos ferias, una en el mes de mayo y otra en el mes de septiembre. Además, desde 1834 se autorizó también la celebración en Talavera de dos mercados de ganado mensuales, los días 1 y 15. Los beneficios de estas ferias y mercados se extendían no sólo a los ganados, sino también a otras mercancías necesarias para los trabajos agropecuarios y para cubrir las necesidades de vida en el campo (aperos, herramientas, ropas, etc.) El ferial de Talavera recibía ganado caballar y vacuno, así como cerdos, ovejas y cabras. El contacto con ganaderos y labradores de toda clase y condición permitía a los castradores acordar compromisos de trabajo para realizar en los lugares donde residían aquellos. Los labradores también criaban ganado, aunque en menor escala. De acuerdo con los compromisos adquiridos, había que programar los itinerarios para acudir a los lugares en que estaba el ganado: pueblos, alquerías, dehesas, labranzas, e incluso a las parideras donde a veces estabulaba el ganado.

La zona elegida por Pierre abarcaba partes de las provincias de Toledo y Ciudad Real y algunos términos municipales de Cáceres y Badajoz. Como ya hemos apuntado, incluía tres comarcas: la de Talavera, la de La Jara y la de los Montes de Toledo. La de Talavera se extiende al norte y al sur del río Tajo. La comarca de La Jara está situada entre la de Talavera y la de los Montes de Toledo. Es una zona agreste de cerros y pequeños valles. Los Montes de Toledo forman una cordillera de varias sierras que ocupa la zona occidental de las provincias de Toledo y Ciudad Real, atraviesa Extremadura y se adentra en Portugal con la sierra de Sao Mamede. Estas sierras tienen una altura media de 1400 metros y su vegetación es la propia del bosque mediterráneo: encinas, alcornoques, pinos, sauces, álamos, castaños. La comarca de los Montes de Toledo propiamente dicha incluye solamente la zona occidental de las provincias de Toledo y Ciudad Real y, por lo agreste de su geografía, sus poblaciones están bastante diseminadas.

Syrinx : sifflets en buis de Pierre et de son frère Jean-Pierre © Photo Esteban Casaux-Rodriguez

Las tres comarcas abarcaban unos 67 pueblos, desde Navalcán y Montesclaros, al norte, hasta Casas de D. Pedro, Fuenlabrada de los Montes, Puebla de D. Rodrigo y Piedrabuena, al sur; y desde Montearagón, Cuerva, Los Yébenes, Fernán Caballero y Porzuna, al este, hasta Calzada de Oropesa, Valdeverdeja, Valdelacasa y Alía, al oeste. La máxima distancia de norte a sur y de este a oeste del territorio es de 120 Km.

En la época en que Pierre comenzó su trabajo, no era nada fácil desplazarse por aquellas comarcas, ni siquiera a caballo. A lo abrupto del terreno se unían las soledades del camino en muchas de las zonas. Para andar continuamente por aquellos vericuetos era imprescindible utilizar caballos duros y resistentes. Pierre elegía caballos de gran alzada, de remos fuertes, cascos duros y bien conformados y de buena pisada, cualidades imprescindibles para cabalgar por malos caminos, e incluso para andar campo a través, como era necesario en algunos casos. Le gustaba domar los potros él mismo para acostumbrarles a un paso rápido, seguro y sostenible. Pierre cuidaba mucho a su caballo, tanto en lo que se refiere a la alimentación como a la higiene y a la salud. El caballo no sólo era el vehículo que le transportaba, sino también el compañero de viaje, el camarada del camino que sufría las mismas penalidades naturales que el jinete: calor, frío, lluvia o nieve, sed, hambre, cansancio. Jinete y caballo formaban un equipo, y el responsable de mantener la eficacia de ese equipo era el jinete. Si al caballo se le exigía un gran esfuerzo era lógico procurarle todos los cuidados necesarios para mantenerlo en forma. También era muy cuidadoso con los arreos del caballo, debían estar siempre en buenas condiciones, limpios y engrasados, para evitar rozaduras perjudiciales al animal. Igualmente era muy escrupuloso con su propio equipo, tanto de viaje como personal: alforjas, manta, saca de dormir, mudas de ropa, calzado, etc. Cuidaba mucho su aspecto y su comportamiento, tanto en lo personal como en lo profesional.

Pierre tomó algunas medidas profilácticas para moverse por aquellas tierras y evitar en lo posible el contagio del cólera, medidas que mantuvo una vez desaparecida la epidemia. Sobre todo, era muy cuidadoso con las aguas que bebía, procurando que fueran aguas reconocidas como potables, y siempre llevaba en las alforjas algunos limones y dos vasos metálicos que encajaban uno en el otro formando un espacio cerrado. Para beber sólo utilizaba sus vasos, añadiendo al agua zumo de limón. Igual de exigente era al abrevar al caballo hasta el punto que, para evitar las sanguijuelas, sólo le dejaba beber en abrevaderos conocidos.

A la dureza de los caminos se sumaba el desamparo en las soledades de los Montes de Toledo. A los peligros propios de los fenómenos naturales se añadía el de algunos salteadores que aún subsistían en los primeros años en que Pierre comenzó a cabalgar por aquellos lugares. Sin embargo, no tuvo contratiempos de importancia aparte de las dificultades y penalidades propias de esa forma de vida. Una de las situaciones más peligrosas que vivió le ocurrió en una ocasión en que se desorientó en una zona escabrosa del sur de los Montes; al anochecer se encontraba perdido y al ver una lumbre en una ladera peñascosa se dirigió hacia ella pensando que sería una hoguera de las que los pastores suelen hacer en las majadas, pero se topó con unos bandoleros que tenían su refugio en una oquedad de aquella ladera. Como ya no había marcha atrás se dejó acoger por ellos. Se identificó y les dijo que estaba perdido y le recibieron con deferencia y le dieron de cenar; Pierre les invitó a vino –siempre llevaba una botella en las alforjas- y a tabaco; la botella y la gran petaca de cuero fueron pasando de mano en mano creando un ambiente de camaradería. Allí pasó la noche, y al amanecer le indicaron el camino a seguir, despidiéndole con cortesía. Le dejaron marchar indemne.

En otra ocasión, cabalgando de Retuerta a Horcajo bajo una nevada, le salieron unos lobos al camino y durante un rato intentaron atacarle lanzándose a las patas del caballo, él les amenazaba con la garrota y el caballo se defendía a coces cuando los lobos se arrimaban demasiado; uno ellos llegó a morderle en la pata derecha por debajo del corvejón pero recibió una tremenda coz que le hizo huir aullando, afortunadamente la dentellada no afectó ningún tendón y el caballo se repuso sin daño alguno. Finalmente, los lobos desistieron de perseguirle.

Pierre con sus hijos y nietos. Francisca y César habían muerto.

Pierre obtuvo la Licencia de castrador expedida por la Escuela Especial de Veterinaria de León, que le facultaba para ejercer libremente el oficio de castrador. Los métodos de castración que había aprendido en Francia aventajaban a los que se utilizaban en aquella época en España, no sólo por la técnica en sí de la castración, que era menos agresiva, sino también por la profilaxis para evitar hemorragias e infecciones. Además, Pierre era muy exigente con los cuidados que debían dispensarse al ganado e intentaba convencer a ganaderos y labradores de que la salubridad de cuadras y pocilgas y la higiene del ganado evitaban enfermedades y mejoraban la producción. Por su práctica profesional y su comportamiento personal, Pierre alcanzó una buena reputación consiguiendo una amplia clientela y muchos amigos.

A pesar de la gran distancia entre La Hiniesta (Zamora) y la comarca elegida para su trabajo, Pierre mantuvo su residencia en La Hiniesta, donde contrajo matrimonio con Francisca Casaux Carreras, hija de Jacques y Antonia, sus tíos; y allí nacieron sus cuatro hijos: Margarita, Esteban (mi padre), Aurita y César. Como Francisca se negó a trasladar la residencia familiar a Talavera, para comenzar la temporada de castración, Pierre cabalgaba desde La Hiniesta a Talavera a primeros de febrero. Y, al finalizar la campaña a últimos de septiembre, hacía el camino inverso. Estos desplazamientos a caballo los mantuvo durante mucho tiempo, incluso en los años en que ya le acompañaba mi padre como aprendiz. No había forma de convencerle para que dejara los caballos en Talavera al cuidado de los posaderos. Él quería cuidar personalmente su caballo incluso en la época de inactividad, en la que también son necesarios cuidados específicos para que el animal se mantenga en forma. Finalmente aceptó dejar los caballos en la posada de Talavera y hacer el viaje en tren. En esta decisión influyó tanto el hartazgo de cabalgar, como los lazos de amistad que mantenía con la familia que regentaba la posada, confiaba en que cuidarían a los caballos según sus instrucciones para mantenerlos en forma.

La primavera era la época adecuada para castrar potros y novillos, Pierre iniciaba esta campaña por los Montes de Toledo, para después desplazarse hacia La Jara y la comarca talaverana. A partir de junio comenzaba la castración del ganado de cerda, y en este caso, la mayor carga de trabajo se acumulaba en la comarca talaverana y en La Jara, aunque también trabajaba en algunos pueblos de los Montes.

Una vez pasada la epidemia de cólera, aumentó el desarrollo de la agricultura y la ganadería, lo que incrementó también el trabajo de castración, puesto que esta profesión es una actividad de apoyo a la economía agropecuaria. Con las nuevas circunstancias, el distrito de Pierre resultaba ya demasiado extenso y comenzó a tener dificultades para atender debidamente todos los compromisos. Era imposible acudir con la frecuencia necesaria a todos los pueblos en que había trabajado hasta entonces. Tuvo que acomodar su capacidad de trabajo a las limitaciones que imponían los desplazamientos a caballo, de modo que de febrero a mayo se dedicaba a la castración de potros y novillos en toda la zona, pero durante el verano sólo podía atender a la castración del ganado de cerda en la comarca de Talavera y en la de La Jara. No obstante, continuó castrando ganado de cerda en algunas dehesas de los Montes en las que criaban grandes piaras, ya que algunos ganaderos no querían poner sus animales en otras manos. A pesar de haber reducido la extensión de la zona, abandonando muchos pueblos, tenía que moverse con rapidez y sin descanso, por lo que la temporada de trabajo, de febrero a septiembre, resultaba muy dura. Los continuos desplazamientos y el calor del estío afectaban mucho a los caballos, al final de la temporada estaban agotados y a veces aspeados. A pesar de los muchos cuidados y buenos piensos, los caballos adelgazaban mucho, “quedaban como sables”, decía.

En la temporada del año 1916, Pierre comenzó a enseñarle el oficio a su hijo Esteban (mi padre), que contaba 15 años de edad. Como todas las temporadas, cabalgaron hasta Talavera para comenzar desde allí el recorrido por los Montes de Toledo. Contaba mi padre que cabalgar por aquellos lugares durante los meses de febrero, marzo y abril resultaba a veces muy duro. La lluvia, el frío, y en algunas ocasiones la nieve, entorpecían la marcha y hacían desagradables los caminos. Cuando el frío era intenso había que descabalgar de vez en cuando y caminar un rato para desentumecer las piernas, pues a caballo se quedaban heladas a pesar del equipo contra el frío: calzón de felpa hasta los tobillos, calcetines de lana gruesa, botas, pantalón de pana y leguis de cuero; de poco servía también que el faldón de su grueso capote marrón cubriera las piernas. El abuelo utilizaba siempre una capa marrón con esclavina que compraba en las pañerías de Béjar (Salamanca). El tiempo más desagradable era la cellisca, porque al frío se sumaba el aguanieve que azotaba la cara y afectaba a los ojos de los caballos.

Terminada la temporada de trabajo, después de la feria de San Mateo a finales de septiembre, Pierre regresaba a La Hiniesta. Aún llegaba a tiempo para la vendimia de sus viñas, hacer cuentas con los que las labraban, comprobar las cargas de uva y verificar si todo estaba listo para la elaboración del vino. Este era su mayor entretenimiento en otoño e invierno. En el término municipal de La Hiniesta y en el de Roales, un pueblecito colindante, poseía varios viñedos que sumaban unas 4500 cepas.

Pierre murió en La Hiniesta el día 12 de julio de 1931, a los 66 años de edad.