El simbolismo de
las fuentes
El simbolismo de
las fuentes
Desde el comienzo de la historia, en todas las culturas hallamos parecidas mitologías sobre el origen del mundo, de la vida y del hombre. En la antigüedad los pueblos crearon fábulas mitológicas, absurdas en ocasiones, donde la imaginación superaba la razón.
En esos pueblos aparecen dioses, elevando a esa categoría los elementos naturales, los astros, los ríos, la tierra, los animales, los enviados celestes, etc. Y en todas aparece el agua como fundamento de la vida.
Los elementos con más carga simbólica son siempre los elementos necesarios para la vida humana, así no es raro que el agua, el elemento por excelencia, aparezca en su aspecto más humanizado en forma de fuente Se habla de aguas primigenias donde reside el espíritu de la vida y donde esta se origina. Esta idea de las aguas primigenias aparece en la Biblia, y en el libro del Génesis se lee: “el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas” Uno de los siete sabios de Grecia, Tales de Mileto, considerado como el filósofo de la naturaleza, en el s. VII a. C. al preguntarse sobre el principio por el que se puede explicar todas las cosas, consideró el agua como la materia de la que está hecho todo. Estas ideas de la procedencia de la vida en diferente mitologías sigue estando presente en las corriente científicas actuales, la panspermia, el origen celeste de la vida o la teoría de la fecundación del agua por la energía nos lleva a pensar si estas corrientes científicas no son sólo mitologías del mundo moderno, donde la razón y la ciencia han sustituido ese asombro e inquietud innatos del hombre primitivo.
En la práctica todas las religiones tienen un uso ritualistico del agua. Desde las grandes religiones orientales, que ven en el agua el origen de todo lo que existe, pasando por las religiones naturales y animistas, donde el agua es el transmisor y la expresión de la vida, o el Islam que considera el agua que cae del cielo como signo divino y el mismo hombre ha sido creado del agua, hasta la tradición bíblica donde es criatura y don de Dios y, al mismo tiempo, está presente en toda la creación como elemento constituyente de la vida. En la Biblia, el agua es el elemento original de toda la creación, de forma que en el principio “el espíritu aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1/2) de donde surgió de forma ordenada la vida en todas sus formas. El agua es indisociable del bautismo de los cristianos, y el primer sacramento de admisión en la Iglesia. A la persona bautizada se le sumerge completa o parcialmente en el agua, o simplemente se le rocía la cabeza con algo de agua.
“Plantó Dios un jardín en Edén, al Oriente, y allí puso al hombre a quien formara. Hizo brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar, y en el medio del jardín el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Salía del Edén un río que regaba el jardín y de allí se partía en cuatro brazos. El primero se llamaba Pisón… el segundo se llamaba Guijón… el tercero Tigris… el cuarto Éufrates.” Génesis (2/ 8 a 14) Para los judíos, la limpieza ritual con el agua permite restaurar o conservar un estado de pureza. En el judaísmo es obligatorio lavarse las manos, también después de las comidas. El baño ritual o Mikveh, es sumamente importante para las comunidades judías. Hoy día su práctica no es tan habitual, aunque sigue siendo obligatorio para los convertidos. En el budismo, aunque prácticamente no hay ritos, el agua es utilizada en los funerales. Sus seguidores buscan el despertar espiritual a través de la meditación y de la sabiduría, pero en los funerales, el agua se vierte hasta desbordar un recipiente que se coloca ante los monjes y el cuerpo del difunto. Cuando el recipiente se llena y se desborda, los monjes recitan “Como las lluvias llenan los ríos y fluyen hacia el océano, de la misma manera alcance lo entregado al difunto”. Para el hinduismo, el agua posee poderes de purificación espiritual. Lavarse con agua al comenzar el día es una obligación. Antes de entrar a un templo, los seguidores deben bañarse en una fuente de agua que siempre estará en la entrada del mismo. Los lugares de peregrinación suelen estar en la orilla de los ríos, sobre todo se veneran los sitios donde confluyen dos o tres ríos pues en general también en estos puntos confluyen las líneas energéticas de la Tierra. En el Islam, el agua tiene una función purificadora. Hay tres clases de abluciones.
La más importante del cuerpo entero, es obligatoria después del acto sexual y se recomienda también previo a la oración del viernes y antes de tocar el Corán. Antes de las cinco oraciones diarias, el musulmán debe mojarse la cabeza, lavarse las manos, los antebrazos y los pies. En las mezquitas siempre hay zonas con agua, a menudo fuentes, para estas abluciones. Se habla también de otras fuentes que son de vino y nacen debajo del árbol Tūbà dando origen a ríos que corren por todos los lugares. En la mentalidad de nuestros antepasados, la fuente tenía un carácter divino, sagrado y mágico. Por eso en general las fuentes se sitúan en el centro del espacio donde se ubiquen. En el centro de la Plaza Real de Barcelona hay una fuente, que suele pasar desapercibida entre el bullicio de los visitantes, dedicada a las tres diosas del encanto, la creatividad y la fertilidad, donde se puede ver que entre otras tantas esculturas hay una cabeza de león. Eso me hizo recordar que alguna vez había leído algo sobre el simbolismo del león en relación con las fuentes de agua Resulta que el león es uno de los animales que simbolizan el culto solar. Como signo del zodíaco, representa al sol en la fase más calurosa (julio y agosto). Justamente la época del año donde (en Egipto) el cauce del río Nilo crecía para inundar las tierras y hacerlas fértiles. Por eso es fácil entender la asociación que hay entre el león y el agua. Así, los egipcios empezaron a instalar fuentes con cabeza de león en los palacios y los edificios públicos, tradición que todavía se mantiene en la jardinería actual.
Otra fuente que merecería por sí misma un trabajo que excede con mucho el ámbito de esta plancha es la fuente de los cuatro ríos de Lorenzo Bernini, que simboliza los cuatro ríos más importantes de los cuatro continentes en aquel tiempo conocidos, Danubio (Europa), Ganges (Asia), Nilo (África) y Río de la Plata (América) En el ciclo inmutable y perpetuo del agua simboliza perfectamente el de los renacimientos del hombre en la Tierra. Es fácil establecer una analogía entre la lluvia y la fecundación, siendo el Cielo una representación del padre, o el gran principio masculino, y la Tierra la de la madre o gran principio femenino, los dos presentes en el origen de la vida aquí abajo. La lluvia es la semilla del Cielo que fecunda la Tierra fértil. En sus entrañas, es decir, en las capas freáticas, se forma la fuente. Está en gestación. Entonces, es como si la Tierra estuviera embarazada de una fuente. Finalmente, la fuente brota, generalmente en una ladera o al pie de una montaña. Se trata pues de un nacimiento. La fuente es una representación del nacimiento.
Toda una vida ya parece trazada y podemos seguirla, comprenderla, observar el recorrido de una fuente hasta que llega al mar y comenzar de nuevo el interminable ciclo Este recorrido es el destino del hombre. Pero como sabemos, el afluente, y más tarde el río, no va en línea recta hacia el mar (sino que parece más bien desplazarse como una serpiente), pues los accidentes del terreno le van desviando de su destino. Vemos un símil en la vida del hombre. Así pues, y siguiendo con esta analogía, el agua del río solamente puede dirigirse hacia el mar, como si él mismo estuviera destinado a morir, a volver al principio original de donde viene. Es al mar adonde van a parar todas las fuentes convertidas en ríos. De tal forma, el alma única y encarnada, representada por la fuente, que brota aisladamente, se reúne tarde o temprano con las almas que todas juntas, constituyen el océano de la vida. Así es como, desde antaño, nuestros antepasados hicieron de la fuente un símbolo del nacimiento del hombre, del flujo original, la esencia de toda vida, y del océano, la representación del Caos inicial en el que las almas desencarnadas van a parar después de su paso por la Tierra, a la espera de una nueva vida.
Vemos, que la fuente es el origen de todo lo que empieza, nace y se manifiesta. Por ello, también simbólicamente, volver a la fuente equivale a una búsqueda espiritual y mística que consiste en recobrar el estado original. Esto unido a un desprendimiento. Se trata de deshacerse de los propios deseos, impresiones, sentimientos contradictorios que nos acosan en todo momento y nos frustran de una experiencia directa con la realidad del mundo en el que vivimos. Por lo que el hecho de volver a la fuente según una búsqueda mística universal, puesto que está presente en todas las religiones y creencias del mundo, requiere un despojo. El retorno a las fuentes es una iniciación, lo que hoy llamamos toma de conciencia. Esto significa que debemos tomar o dominar nuestra conciencia, cuando, normalmente, estamos bajo su influencia y, por consiguiente, al contrario de lo que creemos, somos víctimas de nuestros pensamientos y nuestros actos.
Ahora bien, si seguimos el camino de la fuente hasta el océano que ilustra el destino del hombre, vemos fácilmente que, volviendo a la fuente, desafiamos a la muerte y al ciclo del renacimiento. Si la reencarnación es un concepto consolador, en el sentido de que deja entrever otra vida después de la muerte y un probable renacimiento en la Tierra, no implica menos un ciclo inexorable, fatal y sin final, del que tenemos derecho a preguntarnos sobre su finalidad y su justificación. En esto, el concepto de la reencarnación y del ciclo de los renacimientos es parecido al del mito del laberinto, es decir, un lugar de donde solamente podemos salir si poseemos un hilo guía. La única salida posible para abandonar este ciclo aparentemente eterno de la reencarnación es, pues, volver a la fuente, es decir, al estado original.
De ahí que todo lleve a suponer que ese estado original que encontramos al desafiar a la muerte, al volver a la fuente, no es otro que el famoso órgano sensorial del alma al que hacen alusión todos los sabios y maestros, especialmente, los hinduistas, los budistas y Jesús más sus apóstoles del cristianismo. Según Mircea Eliade: “Podríamos decir en síntesis que las aguas simbolizan la totalidad de las virtualidades; son fons et origo, matriz de todas las posibilidades de existencia” o como dice el Rig Veda, “Agua, tú eres la fuente de todas las cosas y de toda existencia” exalta las aguas que aportan vida, fuerza y pureza, al espíritu y al cuerpo Vosotras, las Aguas, que reconfortáis ¡Traednos la fuerza, la grandeza, la alegría, la visión! …Soberanas de las maravillas, regentes de los pueblos, ¡las Aguas!, yo les pido remedio”. Las aguas son el fundamento del mundo entero; son la esencia de la vegetación, el elixir de la inmortalidad que confiere vida y fuerza creadora, son el principio de toda curación. (M. Eliade, 1981).
Las aguas desempeñan siempre la misma función, preceden y se adaptan a todas las formas y son el soporte de todo lo creado. El agua confiere un nuevo nacimiento por un ritual iniciático y por un ritual mágico, cura. Jean Hani, cuando habla de la inmersión, nos recuerda que, la inmersión corresponde a una “inhumación”, a la muerte del “hombre viejo”; el agua recuerda las Aguas primordiales del Génesis, es decir, la Matriz Universal. El individuo “pecador” es simbólicamente destruido, restituido al estado informe, el estado del “caos”. La emersión, o salida del agua, es el renacimiento, la resurrección, la creación del “hombre nuevo”; ella corresponde al fíat lux.
M.·. M.·. L. Carlos Morales
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BIBLIOGRAFIA
El simbolismo del templo cristiano - Jean Hani
El simbolismo de las aguas - Mircea Eliade
Arte y Masonería - Mateo Tesija
https://www.webislam.com/