LA PROFUNDIDAD DE ÁNGEL JIMÉNEZ Y EL MOMENTO DE BORJA

Lo de rozar el final de una temporada nunca lo llevaré bien. No se acostumbra uno a despedir un mundo en el que se vive tanto de las sensaciones, que te agarra a modo de compañero en el tránsito diario. Seguro que me entienden. Hoy ese mundo, el toreo, nos ha catapultado hacia Écija, una recuperada pieza de la historia taurina que durante mucho tiempo sucumbió ante el sectarismo vigente en esta sociedad de cristal que pide libertad al antojo. En fin. Un cartel de atractivo manifiesto: los temporadones de Escribano y Borja Jiménez y el gusto de un torero de la tierra conocido por la afición sevillana como es Ángel Jiménez.

El compromiso de Escribano va más allá de lo que es ser torero. Y digo que va más allá por el simple pero duro hecho de tener que bregar con la dificultad en un alto porcentaje de sus comparecencias. Tampoco la suerte le sonrió con el serio primero, que con un poco más de cuajo sería toro más que pasable para la capital sevillana. Todas las teclas que tiene el teclado del que les escribe, pues más tuvo que tocar Manuel para intentar -pues se quedó en eso- ordenar la áspera, irregular y deslucida embestida del castaño. Con inicios pero sin finales, no pudo más el de Gerena que prolongar hasta la cadera. El tremendo puñetazo en el encuentro final ya valía de por sí el trofeo que le fue concedido.

En un mundo en el que se intentan desmontar tantos tópicos, de vez en cuando hay que abrazar más de uno. Con Borja Jiménez se aprecia lo que es el momento de un torero. Aquello de hacer embestir a los toros en caso de que estos no lo hagan con el de Espartinas se materializa, toma forma de arrebatadora manera. A base de una colocación exquisita, siempre al pitón contrario y agarrándose a la verdad, la corta aunque profunda embestida del hechurado segundo acabó sucumbiendo. Implacable la fuerza del asentamiento, con los riñones rotos de tanto encajarse en unos naturales que acabaron siendo como latigazos para que el público se levantara de sus asientos. Se pasó un punto de faena y acabó pinchándolo, recayendo en esa asignatura pendiente y de vital importancia para ascender como es la espada. Pudieron ser dos de peso y se quedó en una.

El milagro de la tarde apareció cuando al entrar a matar Ángel Jiménez al tercero, el animal le cogió de feísima manera. La suerte se metió en el cuerpo del ecijano, que se levantó estoico al instante mientras el público miraba perplejo la escena. Se le reconoció con una oreja si bien el trasteo, culpa del toro, no tuvo historia alguna. Echó el freno demasiado pronto.

En otra ocasiones he utilizado la expresión “casta mentirosa”. Esa que, en un animal, une virtudes como la prontitud y la clase con defectos como las miradas, los tornillazos y las coladas aunque todos estos sean muy intermitentes. Este tercero fue esto. La dolieron las cortas distancias que Escribano le dio cuando este quiso relajarse, estando muy sólido y profundo con la mano derecha. Tres cambios de manos elevaron el tono de la faena a algo serio. Un descuido pudo acabar en tragedia contra las tablas pero el estado de forma de Manuel lo evitó. El presidente, en un espejismo momentáneo, se teletransportó a la Maestranza aferrándose a un rigor que no tuvo ningún sentido. La racanería le birló a Escribano un trofeo.

El trasteo de Borja Jiménez al quinto fue a caballo entre el poder del toreo fundamental y la sinceridad en el arrimón final previo al estoconazo. Le fueron concedidas dos orejas tras una faena medida aunque poderosa. Lo más destacable brotó por el pitón derecho en series de mano muy baja, con momentos en los que pausó el frenesí con una espera entre muletazos que ayudó bastante a un animal rajado en un embite de la faena. Sensacional tarde del sevillano, que sigue agrandando su lista de triunfos.

Para acabar la tarde, “El Astigitano” se quitó la espinita vigente desde el año pasado hasta el momento. Las rachas con la espada son como fantasmas que siguen a los toreros hasta que un día, a una hora y con un toro, desaparecen. Se encajó el torero en todo momento y se gustó con la franca y noble embestida del buen sexto de Julio de la Puerta. A la postre este sería el mejor del envío. Si hubiera que definir la faena con un concepto, una definición o una simple palabra esa sería profundidad. Tocó poco la mano izquierda, casi nada, pero cuando le puso la muleta en los hocicos al animal tiró de él con mucha categoría y llevándolo hasta detrás de la cadera. Esto último es marca de la casa. Cuando todo finalizó y agarró la espada, el maleducado de turno levantó la voz por la vida del animal y tuvo que ser expulsado por la policía. Se le concedieron las dos orejas.

Plaza de toros de Écija.

1/2 plaza.

Toros de Julio de la Puerta: Bien presentados aunque sin finales, con cierto peligro y muchas complicaciones. El mejor el 6°, con profundidad.

Manuel Escribano: Oreja y vuelta al ruedo tras petición.

Borja Jiménez: Oreja tras aviso y dos orejas.

Ángel Jiménez “El Astigitano”: Oreja y dos orejas.