LA FIESTA SIN MEDIDA

Los olores de sus calles y la solera de sus edificios y casas administraban a este 22 de mayo la calidez y el misterio necesarios de una tierra única, aquella donde el oro líquido es medicina que se exporta al mundo. Sanlúcar de Barrameda y su forma de sentir el toreo para darle continuidad a un año que sin pausa alguna, sigue deshojando el calendario de una temporada importante. Se entiende que por calor, no iba a ser y tampoco por ilusión, aunque de lo primero ojalá nos hubiéramos librado. Morante de la Puebla, Roca Rey y Pablo Aguado con una de Santiago Domecq. Casi ná.

Al primero del encierro, muy lavado de cara pero bien proporcionado, Morante le cascó dos series de naturales para contarlas con gestos al aire, plenas en suavidad y en un gusto inigualable. Eso fue lo que más sobresalió de un trasteo en el que el de La Puebla se relajó de verdad, asentándose en los talones. Todo pasó por la armonía, por la categoría y el peso de cada uno de los muletazos que ejecutó. Las trincherillas y los pases por alto aderezaron una faena torerísima. Se ausentó la velocidad y desaparecieron los metros por segundo en todo lo que hizo que además fue rematado con un espadazo en la cruz. Dos orejas a un faenón y a un gran toro de Santiago Domecq.

Con el colorado cuarto reverdecieron los recuerdos sevillanos de un Morante metido en los pitones de un colaborador poco colaborador, con el compromiso candente de quien se sigue viendo con el cetro del toreo en sus manos. Le raspó naturales de un calado sensacional y aquello tomó la importancia de quien quiere y también puede. Todo quedó en nada tras emborronarse con la espada.

Tras la tremenda lidia de Javier Ambel y los grandes pares de Antonio Chacón, debemos explicar que el toreo lineal de Roca Rey se debió a la descomposición de la embestida del segundo cuando llegaba al embroque. Con un comienzo tremendo por estaruarios, Andrés fue sometiéndolo a base de bajarle la mano, pero el animal nunca dio la sensación de ir metido en la zocata. Le echó mano en el arrimón final antes de que le metiera la espada hasta los gavilanes. Aclarando que predominaba más público que aficionado puro, estaba cristalina la distancia sideral entre la faena de Morante en el primer capítulo y esta del peruano (sin quitar ni ápice de mérito a ninguna de las dos). Un rabo le acabó cortando entre una euforia desatada.

El quinto, muy abrochado de pitones, fue un bravo poderoso, de esos de los que o les puedes o te come sin demora alguna. El Roca Rey poderoso y sin contemplaciones no se vio. Para ser sinceros, sobresalió su lado más valeroso y faltó toreo fundamental, pero el valor que posee y que expuso está al alcance de muy pocos. La plaza la tenía en su mano y aquello fue pura efervescencia cuando por bernardinas se lo pasó lo más cerca posible. Otro rabo falto de contundencia tras otro puñetazo en la cruz del animal.

Aguado se reencontró con su torero en el sexto, con el “yo” que lo distingue de los demás y para mayor alegría del que lo apreció, se mostró en una versión de belleza pero sin esa naturalidad tan pasmosa. Con esto, declarar a su favor la capacidad de romperse sin traicionar su concepto. Corrió la mano con gusto, con el poder necesario para que no se desvirtuara la elegancia, la belleza. Los naturales a pies juntos fueron maravillosos pero la pena corrió de parte de la tizona, con la que se volvió a enredar.

Plaza de toros de Sanlúcar de Barrameda.

Lleno de 'No hay Billetes’.

Se lidiaron toros de Santiago Domecq, correctos de presentación y de variado juego, premiado el 2º con la vuelta al ruedo.

Morante de la Puebla: dos orejas y ovación con saludos.

Roca Rey: dos orejas y rabo y dos orejas y rabo.

Pablo Aguado: saludos tras aviso y ovación tras aviso.

Saludaron Antonio Chacón y Paquito Algaba en el 2° e Iván García en el 6°.