LA EMOCIÓN PREMIADA DE EL MELLI

Crearle al que paga la sensación de gusto y de familiaridad al sentarse en una plaza de toros bien podría antojarse como vital, y es que un servidor cuando se sienta en la Maestranza encuentra la liberación de las cargas rutinarias y disfruta observando. Antonio, que guarda en el callejón la puerta por donde se despide a los bravos, comprueba que el albero le deja maniobrar para dejar salir al pica mientras los areneros ríen y hablan de sus cosas en ambiente jocoso y alegre. El disparo de la manguera para dejar el tono dorado en el ruedo. Mario vigila con seguridad el buen discurrir de los clientes aficionados mientras buscan su ubicación en la plaza y Juanmi agarra la puerta de metal tintado de rojo sangre de toro de la antigua enfermería. Todo sigue igual. Igual de familiar y de confortable.

En el cuarto cambió la película que veníamos viendo en los novillos anteriores (y novilleros). Germán Vidal salió como un ciclón y aquello se puso como una caldera. Desde las largas cambiadas en el tercio pasando por verónicas templadas y un galleo por chicuelinas para llevar al precioso colorao al caballo. Todo tuvo el gancho de la atracción, la cíclica y repetitiva condición inalterable de apretar para ser alguien. Tuvo carbón pero con nobleza el utrero y en series vibrantes fue poco a poco hilvanando la faena. Faltó ajuste y limpieza (no siempre) pero la emoción es emoción aquí y en cualquier plaza. Una estocada en toda la yema remató el hacer y ello se transformó en una oreja.

La seriedad iba a ser la tónica en todo el sexteto enviado por Torrehandilla y el primero ya nos lo marcó. Con dos velas que cortaban el viento y un cuajo considerable, le costó lo indecible entrar al segundo encuentro con el piquero. Lalo de María sufrió una espeluznante voltereta que quedó en nada afortunadamente en la salida del quite. Topando y arrollando, la lidia sucumbió en ciertos momentos. El Melli sorteó un manso de ley que huía de la pelea cada vez que podía y por muy dispuesto que estuviera con él acababa por andar a la greña.

Aquella sentencia de El Espartero que decía lo de “más cornadas da el hambre” quedó enterrada por el polvo que desprende el toreo moderno. Tal vez falte esa pura necesidad de supervivencia para que la figura del novillero frote y saque brillo a lo que es: ser novillero y estar en ello. Lalo de María planteó una faena que no pasó de firme ante un novillo que aunque no pasase de dos muletazos, llevó a lo mencionado antes, cierta frialdad.

También cambió el chip cuando un precioso albahío de nombre Lebrijano saltó y deslumbró a la Maestranza. La clase no la escondió nunca el novillo, siempre se deslizaba con temple. El francés tiró de él con un trazo elegante y muy fino en el embroque. Los naturales brotaron a cuentagotas, pero cuando surgieron hubo despaciosidad. Faltó algo de chispa en ambos, pero el público estuvo metido siempre en la faena. Una buena estocada finalizó el trasteo y los dos fueron ovacionados en el tercio.

Joselito Sánchez no congenió con el alto colorado que hizo tercero. Correoso, pasaba pero sin ir metido nunca en los chismes, pero faltó esa confianza que le pedía el maestro Domingo Valderrama desde el callejón. La historia navegó por aguas de poco calado en el público quedando la sensación de que se pudo hacer más. El novillo que hizo sexto quedó inédito. Joselito Sánchez no supo por donde meterle mano y se palpó la sensación de dudas en el tendido y en él.

Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla.

19ª abono / 1/3 de plaza.

Novillos de Torrehandilla, de maravillosa y seria estampa pero sin llegar a funcionar en conjunto. El mejor, el 5º.

El Melli: silencio tras aviso y oreja.

Lalo de María: silencio y ovación con saludos.

Joselito Sánchez: silencio en su lote.