Plaza 1 y el Centro de Asuntos Taurinos de Madrid que comanda el tan nombrado Miguel Abellán están metiendo a la tauromaquia madrileña en el mismo saco en el que patalean todos los desfases habidos y por haber que se ponen en pantalla telediario sí y telediario también. Y agarrándola por el pescuezo, sin que tenga opción de soltarse.
Habiendo reventado Sevilla hace unos meses, las ferias salen a la luz y su nombre no se ubica en los carteles. Un olvido cruel e injusto para quien no falla con lo "duro" del campo bravo.
Las ferias caen como fogonazos bajo el aura de presentaciones pomposas y plenas en lujo y boato mediático y siempre se caen en los corrillos los nombres que faltan y dejan de faltar y los que merecen y no merecen estar hasta llegar a quien centra una controversia cíclica y sin previsión de un final aparente: Juan Ortega.
Porque esa es la palabra correcta: trabajo. Podríamos tirar de una menos sedosa e hiriente pero no menos real: ruina. Ambas son concebibles e inevitables cuando hablamos de la situación que atraviesa Bilbao.
En el toreo existen numerosas afirmaciones que a lo largo del tiempo se han reformulado en normas, leyes o incluso sentencias que han de cumplirse si queremos que este arte siga vivo. Una de ellas es la que menciona que “el toreo tiene que abrirle el camino a los jóvenes”.
No sé cómo tengo el valor para escribir esto Iván, pero mi corazón aún te sigue dando las gracias. Aquí donde los mortales no tenemos más que la gloria que tú nos dejaste en pleno decadentismo taurómaco, ya han pasado tres años y tu recuerdo sigue vagabundeando en las mentes de los aficionados cuál espectro que nos arrojó en Aire-sur-l'Adour, la luz de la verdad que a veces, nos muestra la tauromaquia.
Los humanos, ajenos totalmente a todo esto, labramos una vida común, falta de vivencias que nos alimenten el alma y sin saborear el gusto que tiene la vida soñada por cualquier aficionado al toro bravo. Se para el mundo, ese que pesadamente frecuentas día a día.