REFLEXIONES ORTEGUISTAS

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Fotografía: Maestranza Pagés

Para llevar razón no hace falta ser más papista que el papa o levantar más la voz para dar un punto de vista. Siempre conviene revisar la historia para no caer en lo dicho y después y sobretodo, levantar la cabeza y hacer valer la altura de miras para percatarse de lo que nos rodea y ver la realidad que queremos tratar. Las ferias caen como fogonazos bajo el aura de presentaciones pomposas y plenas en lujo y boato mediático y siempre se caen en los corrillos los nombres que faltan y dejan de faltar y los que merecen y no merecen estar hasta llegar a quien centra una controversia cíclica y sin previsión de un final aparente: Juan Ortega. El trianero aparece en las miras de todos los francotiradores de la opinión, sobre todo de los que vierten las suyas en corrillos digitales de Twitter, Whatssap y lo que cada vez va perdiendo más fuelle como es la vida y el contacto real entre aficionados con una copa de rioja o de manzanilla de por medio. Estar en las ferias o no. Con qué compañeros. Qué número de tardes.

El fenómeno hay que describirlo y desmenuzarlo para poder extraer el jugo que nos interesa. Ortega está entre los tres que mejor torean de todo el escalafón. Así, sin anestesia. Muchos se estarán rascando la oreja e incluso frotándose los ojos después de tan seca y potente afirmación pero es una verdad apabullante. La forma de perfilarse y colocarse, la sensibilidad para agarrar el palillo y hacer de él una prolongación de su brazo, la suerte cargada y la suavidad afilada. Eso y mucho más hace de su toreo algo diferente y diferencial. Partiendo de esa base hay algo deducible y sobradamente conocido por todos los aficionados: no le valen todos los toros. Esto es una de las circunstancias que hacen germinar el debate. En ausencia de un triunfo rotundo, ¿qué queda en los ojos del público y el empresariado para repetir en las ferias? Para un servidor, el compromiso. Y para hacer ver eso, por mucho que el animal más idóneo para un toreo tan sensible y bello no aparezca solo hace falta cruzar la línea de la espera. Pablo Aguado, otro de los azotados por la prisa del “aquí y ahora”, se desmarcó de esta circunstancia durante el verano y en San Miguel en Sevilla pudimos palpar esa sensación de estar y querer pese a no poder. Solo le falta eso a un extraordinario torero como Juan Ortega y repito: no es traicionarse a uno mismo. La realidad es que aún así y confiando en el don del temple, del compromiso no se vive. Aquí viene la bifurcación que es consecuencia como es el corte de orejas. Parece que mencionar esa frase es caer en una monotonía de faenas sin calado ni novedad y es algo que se traduce en muchos casos como error garrafal. ¿Acaso Ángel Téllez y Francisco de Manuel (por ejemplo) no dieron una dimensión mayúscula en sus respectivos zambombazos? Pues sí, la dieron. Y esto es aval sobradamente reconocible para estar por delante de Ortega en la escalada para entrar en las ferias. ¿Quiero dejar a Juan Ortega fuera de los seriales? No. Simplemente hay gente que lo merece más por tener avales innegables. A partir de ahí, calibrar el no privarnos de verle con el lógico reparto de puestos respecto al merecimiento. Ojalá podamos borrar pronto este debate de la faz de la tierra.

Por otra parte, la segunda circunstancia que sacude la posición del torero es el nuevo acuerdo con José María Garzón, el empresario que mejor venía haciendo las cosas de unas temporadas hacia acá. Fuera de la "chupipandi" que manda sobre el toreo, Garzón va a tener que lidiar con las malas caras de las mentes reinantes de este mundo para darle el sitio que merece a su torero. A saber si la primera batalla perdida ha sido Valencia, plaza gestionada por el anterior apoderado de Juan Ortega. Sin duda, un binomio que se enriquecerá mutuamente y una apuesta muy fuerte de ambos.