LA FIESTA DE LA VIDA COMO COSTUMBRE Y UN INMENSO MORANTE

Foto: Salva López Medina.

Si cerrabas los ojos, la brisilla que correteaba por cada esquina ya gritaba el lugar donde estabas. También te lo cantaban las banderas y su vuelo rebelde pero claro, hablamos de daños colaterales de venir a la tierra del arte. Sanlúcar siempre sanará el frenesí acumulado por tierras madrileñas. Mientras el libro de la temporada rellenaba páginas y el verano taurino comenzaba a abrirse paso, la Feria de la Manzanilla volvía a reclamar la atención con este cartelazo. Como curiosidad, ninguno de los matadores vistió el oro.

En el quinto ya le advertí a mi compañero de localidad que tocaba el numerito: “Nerva”, un toro embistiendo, un torero entregado y un público sin el más mínimo sentido de la medida. Todo traducido en un indulto que se olía a leguas. La faena de Emilio de Justo al gran “Esturión” estuvo aderezada por la profundidad pero con el toque amargo de la poca limpieza que había en algún momento de cada tanda. Hubo muletazos muy buenos, templados y relajados y cuando ya veía aquello finiquitado surgió el grito de guerra: “¡No lo mates!”. Total, que entre pitos y flautas, el presidente sacó el pañuelo naranja a la vez que le decía a De Justo que siguiera toreando. Un despropósito tras otro. Para colmo, la eternidad para que el toro entrase en chiqueros. ¿La conclusión? El automatizado mensaje de vida que año tras año se ve en Sanlúcar.

Para cuando salió el terciadito cuarto, la tarde venía cuesta abajo y sin freno... hasta que le dio la gana al de siempre, a Morante, que hizo un esfuerzo tremendo para conseguir someter con limpieza a su oponente. Como preámbulo, el personal ni se enteró de la media que le zampó en el saludo. Como suelen decir los buenos aficionados, hay toreros a los que se les grita el olé antes de acabar el muletazo y lógicamente, José Antonio es uno. Esa es la circunstancia que hizo que estuviéramos siempre en vilo por lo que podía venir y entre enganchón y enganchón siempre hubo sabor. El detonante de todo fue el remate a una tanda en la que un molinete, un garboso pase por la espalda y una trincherilla desataron la locura en los tendidos. Lo mejor llegó en una reunidísima tanda a pies juntos, evocando aquella tremenda que le dio al de Matilla en Sevilla. Dos orejas a la gracia y la torería.

Me acordé del tan nombrado Domingo Delgado de la Cámara cuando saltó el primero del torero al pequeñito ruedo de Sanlúcar y del célebre “es astigordo”. Quien entiende, entiende. El caso es que entre que venía en línea recta y que Morante no lo terminaba de ver -la espada de la verdad montada desde el principio-, el primer capítulo acabó en blanco.

Emilio de Justo, tras el sonado y cuestionado triunfo en San Isidro, se propuso comenzar a despejar dudas en este rincón del Sur poniéndose de rodillas y dándole una larga cambiada al corpulento segundo. Sucedió algo ciertamente extraño en el trasteo del extremeño y es que se puede decir que hubo dos faenas en una. Se cayó en demasía el animal en la zocata de un Emilio que tuvo que sobarlo mucho, con la media altura y un trato de enfermero. A punto estuvo de echarle mano en un momento y tras irse el torero a tablas en busca de un respiro comenzó la segunda parte de la faena, ya sin música. De uno en uno, arrebujándose en tres tandas de diferente compás. Le cortó una oreja tras ver como el animal moría en el centro del platillo vendiendo cara su vida.

Juan Ortega soltó muñecas por abajito, reuniendo la embestida del musculado tercero genuflexo y templando al máximo. Le zurró en el caballo de lo lindo y aguantó una colada tremenda entre idas y venidas. El de Triana esperó y también atacó, dejando detalles sueltos al natural ante un animal sin ritmo, sin clase y sin mucho que ofrecer en general. Saludó una ovación.

En el sexto, cuando ya el ambiente había roto totalmente, Juan Ortega sólo dio pinceladas y nunca mostró la rotundidad de su toreo.

Plaza de toros de Sanlúcar de Barrameda. 

2a de la Feria de la Manzanilla. 3/4 de entrada. 

Toros de El Torero: Bien presentados pero deslucidos y faltos de entrega salvo el gran 5°, de nombre “Esturión”, que fue indultado.

Morante de la Puebla: Silencio y dos orejas.

Emilio de Justo: Oreja y dos orejas y rabo simbólicos.

Juan Ortega: Ovación con saludos y palmas.

Saludaron Manuel A. Gómez y Pérez Valcarce.