LUQUE REINA EN LA DESPEDIDA DE EL JULI

Mirabas al cielo y hasta el sol abrazaba a la Maestranza en la tarde de hoy. Mirabas a tu alrededor y había rostros con rictus de todas las expresiones posibles: unos con la media sonrisa que proporciona el adiós con la satisfacción de haber podido verlo y otros ciertamente cabizbajos. Y es que todo su caminar ha ido enfrascado entre el éxito y la crítica, polos opuestos pero inseparables en esto de ser figura máxima del toreo. Cual militar que viene a recoger su última condecoración con hizado de bandera y honores al aire incluidos, El Juli ha escogido a la capilla sixtina del toreo, a la Maestranza, para levantar la mano y moverla en señas de adiós. Por muchas faenas, momentos y recuerdos que puedan brincar ahora de mi memoria hacia este escrito, jamás olvidaré una anécdota que dibuja lo que es el de Velilla de San Antonio con total claridad y es que, con él, se revaloriza una frase que me dijo un maestro hace tiempo: “el toreo es una droga, Ignacio”. Cómo será eso de sentir la vida en la cintura cuando un toro te la regala mientras acaricias con el trapo su hocico a la velocidad que tú quieres, que Julián nos lo ha explicado durante veinticinco años y de la forma que él lo ha sentido sin tregua de compromiso alguna. Hasta el último paseíllo ha estado al servicio de la emoción poniendo su conocimiento y su técnica también al servicio del triunfo. Como si la cuenta del banco no tuviera cero alguno y todas fueran esa tarde de Chinchón en la que vestido de corto, buscó y consiguió maravillar al mundo. Este torero me ha enseñado a asimilar que no tengo ni puñetera idea de toros, me ha enseñado que la contradicción siempre está debajo de la panza de su muleta: en ella entraban embistiendo de una forma los animales y salían y acababan haciéndolo de otra. Si bien el que escribe nunca ha sido predilecto -hasta estos últimos cuatro años- de su manera de sentirse artista, lamento de forma enérgica una época en mi humilde y corto camino en la que negué muchas evidencias alrededor de su nombre y sus hazañas. Apartando -que no justificando- lo que haya hecho mal y lo que haya disgustado al aficionado, ahí está su hoja de servicio para que cualquier jovenzuelo que lo desee mire con admiración lo que es capaz de hacer un hombre con una muleta y una espada. Gracias, torero.

Tras la ovación atronadora y posterior saludo, el primero le duró a Julián un suspiro. Entre su manifiesta mansedumbre y la poca clase, no tuvo otra el que se despedía que coger la espada. La adrenalina que supuró Julián cuando recibió en chiqueros al cuarto correteó por el tendido y se transformó en emoción sin paliativos. Fue paciente, dio tiempos justos -marca de la casa- y llevó una embestida media, sin más que destacar que su bonanza. Oreja y gritos de ‘torero, torero’ en el graderío. Se acabó. Sorprendido por la poca sensibilidad de una plaza que normalmente anda bien nutrida de esta: nadie corrió -en el momento que se debía- a coger a Julián para ponerlo de cara al Guadalquivir por octava vez.

Si en el día de ayer se desmonteraron, hoy no hicieron nada diferente. Viotti, tras un arriesgado y ajustado par de banderillas y Chacón, tras torear como si estuviera a la vera del río en su querida Coria, saludaron montera en mano. Cantó la gallina -de nuevo- cuando Sebastián más le estaba apretando al toro, cuando más lo estaba crujiendo con unos naturales hilados sobre la regularidad de una misma altura. Dos de dos en mansos. Para el quinto, la nula emoción del animal y la insistencia ante lo inexistente.

En una tarde anclada a lo emocional, se veía a leguas que la raza interior de Luque no iba a quedarse en anécdota menor. Nadie en el escalafón que no sea él o el que hoy se marchaba tiene la capacidad para meter en el canasto al castaño que saltó en tercer lugar. De medida humillación y viaje justo, a Luque no le quedaba otra que tranquear una embestida desagradable, que se quedaba en la faja a mitad de muletazo, justo en el embroque. La técnica le fluyó como le lleva fluyendo todos estos años al de Gerena. Aquello tomó vuelo cuando al dejársela puesta y tras embeberlo, utilizó un toque fuerte. Lo hizo a la perfección. Sin dejarlo pensar. Sin hacer que ni una fracción de segundo la utilizara el animal para venirse abajo. Dejó de humillar definitivamente y disminuyó la intensidad del hacer. Cayeron las dos orejas no sin cierto debate. En mi humilde opinión, una era el premio con el peso suficiente. En el sexto se pidió la tercera oreja del conjunto a faena media, sin mucho contenido y con un bajonazo. Fernando Fernández Figueroa cerró la puerta del príncipe correctamente.

Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla.

3ª de San Miguel. Lleno de “No hay billetes”.

Toros de Garcigrande y Domingo Hernández: Correctos de presentación y escaso juego, con tendencia a mansear.

El Juli: Silencio y oreja.

Sebastián Castella: Ovación con saludos y silencio.

Daniel Luque: Dos orejas y ovación tras enorme petición. Saludaron en banderillas Viotti y Chacón en el 2°.