EN EL TOREO DE PABLO AGUADO CABE EL MUNDO

Es cuestión de sensibilidad. Si en el ejercicio periodístico que pretendo realizar no destaco su belleza, pierdo de un concepto del que he bebido constantemente en cada etapa de mi vida. La Maestranza es el paradigma de la elegancia y en San Miguel, cuando el veranillo que lleva su nombre renace para nuestra desgracia, toros. El caso es que vuelve Morante. Con ello podría acabar la entradilla de mi humilde escrito pero la realidad es que hay más. Hay de necesidad, de búsqueda sin fecha de finalización y por qué no, de nutrimiento del alma de estos tres hombres. Como telón de fondo, el primero de los tres llenazos sin papel disponible. Qué bueno que volvimos.

En el toreo de Pablo Aguado cabe el mundo. Cabe la pena, la alegría, el sobresalto, el sufrimiento, etc. Cabe el abrazo a Pascual Mellinas tras ver en su mano el trofeo que tanto aire le daba. Cabe toda la paciencia que se tuvo, se tiene y se tendrá con él. Y cabe porque mientras veía el inicio de faena se removía en mis entrañas la felicidad más sincera que es capaz de sentir cualquier aficionado a los toros. Parafraseando al maestro Barquerito, aquí en Sevilla latimos con el toreo “cuando más música parece”, y Pablo Aguado nos regaló las mejores notas de su toreo. Un ramillete de trincherazos con el viaje en la cintura acabaron siendo chispazos en el público. Las series de derechazos, pequeños manuales gráficos y vivientes del arte de torear. Después está la apreciable cualidad de expresar con un marmolillo. ¿Exagerado relato? Puede que andará huérfano de esto. Discúlpenme por escribir lo que siento. En el toreo de Aguado cabe el mundo. Y cabe también porque me acordé de mi padre. En el sexto vimos un toro en puntas. Quien quiera entender que entienda. Vimos eso y poco más. Le dolió al animal la voltereta tras el saludo de Aguado.

En las dos medias con las que remató Morante el saludo al altón primero acabó el festejo y volvió a empezar. Imagínenselas. Pero es que antes le zampó dos verónicas de manos bajas y el pecho por delante con las que se sacudió ese tiempo que el aficionado tanto ha lamentado en el que el de La Puebla estuvo convaleciente. Y ahí se acabó el lío. No tuvo más el escurrido primero que una embestida cansada sin transmisión alguna. Ni al topicazo de toro tonto llegó. Morante de la Puebla con un cuarto desentendido, desordenado en sus impulsos -que no embestidas- y sin un ápice de entrega. Desde el tendido se le vio cogido en alguna ocasión. Silencio.

En el segundo capítulo se vio por dos veces al mejor Manzanares. Al de los cambios de mano eternos y los pases de pechos a la hombrera contraria. Qué plasticidad en ese poder sujetado por la elegancia del alicantino. Hasta ahí. Por el izquierdo se relajó pensando que venía con el mismo aire el toro y fueron seis soberanos trallazos sin orden ni concierto. Cuando creíamos que estábamos viendo algo grande todo se esfumó. Volvió a írsele a Manzanares otro toro en Sevilla. Por otra parte, entre las razones de mi preferencia por la feria de San Miguel antes que por la Feria de Abril está la del rigor. Y es que en el serial septembrino advierte este que les escribe un mayor porcentaje de aficionados en la plaza. ¿Porqué les menciono esta afirmación? Porque la actitud de la plaza tras el pinchazo de Manzanares al segundo fue lo más parecido a eso que se perdió hace tiempo. Lo que en abril es una oreja en San Miguel es un silencio. Con el quinto no quiso de verdad en ningún momento. Los olés y ciertas voces del torero taparon un alivio constante.

Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla

1a de San Miguel. Lleno de “No hay billetes”.

Toros de García Jiménez (1°, 2° y 3°) y Olga Jiménez (4°, 5° y 6°): Correctos de Presentación y de variado juego, todos con apuntes de mansedumbre. El mejor, el enclasado 2°.

Morante de La Puebla: Silencio en su lote.

José María Manzanares: Ovación con saludos y silencio.

Pablo Aguado: Oreja y silencio.