EL TEMPLE DE UN TITÁN

Con la brisa de la despedida y la pena de un adiós sufrido y desamparado, volvemos a recrearnos en una verdad implacable: Sevilla y su Feria de Abril vuelven a escribir renglones de la historia del toreo. Las paredes encaladas de la Maestranza podrán presumir por siempre de la ascensión de un semidiós y de muchos más sucesos que atravesaron la áspera piel de una actualidad que nos rechaza sistemáticamente. El pulso de la tauromaquia, con sus idas y venidas constantes, siguen vivo. Es Lunes de Resaca. Día V después de Morante. Día de Miuras.   

En los prolegómenos del festejo corrió como la pólvora un rumor que instantes después se confirmaría: El Fandi se caía de la terna dispuesta y aquello se quedaba en un mano a mano entre Ferrera y Escribano.   

¿Cómo debe de sentirse un mortal cuando once mil personas se levantan para reconocerte la torería que llevas dentro? De nuevo, Escribano y Sevilla. De nuevo, Escribano y Miura. Aquello comenzó con el puyazo de la feria. Tuvimos que esperar al antepenúltimo toro del serial para ver como Manuel Sánchez le enjaretaba castigo de forma magistral al cuarto de la tarde. Choricero fue el toro más estrechito de sienes del envío, con los kilos bien recogidos. El animal fue excepcional. Desarrolló un recorrido y un tranco mayúsculo una vez que Manuel lo empujó y lo enganchó, que fue siempre. Expuso el torero en banderillas de nuevo y comenzó a elevar los  decibelios de la plaza en cuanto le adivinó las bonanzas a este gran toro de Miura. Las series fueron rotundas, con la muleta arrastrando y el temple brotando sin concesiones. Por ambas manos el trazo fue largo. La categoría de la faena se elevaba conforme pasaban los minutos y el ambiente a triunfo grande se palpaba. La estocada cayó demasiado baja, perdiendo así un triunfo rotundo. Figueroa, el presidente, hizo lo correcto aguantando el pañuelo para sólo conceder un trofeo, pero los tiros no van por ahí. De nuevo y por segundo año consecutivo, queda la sensación de que pagan siempre los mismos. Aquellos que tienen un nombre que no lo recubre el relumbrón. Una oreja y bronca mayúscula al palco.   

El primer Miura que abría la tarde se presentó en la Maestranza con aires propios de quien sale de Zahariche. Largo como un tren y de lustroso pelo. Ferrera, con su capote azul, bregó con una embestida a media alturita, que arrollaba cuando pasaba por el embroque. Fue generoso en varas con el toro y le dio distancia antes de que Ángel Otero y Alberto Carrero caldearan el ambiente y saludaran en banderillas. Para la zocata quedó un toro poco humillador y topón, sin un punto de entrega. Antonio Ferrera se puso y lo intentó, extrayendo una serie templada pero falta de limpieza en el epílogo de la faena. Silencio.   

Más vareado de carnes y con un pelaje también muy de la casa, el primero de Escribano y segundo de la tarde cazó moscas desde que asomó por la puerta de los miedos. Midiendo mucho al torero, pegando un tornillazo seco en el embroque y siempre atento a lo que dejaba tras pasar la figura del diestro de Gerena. No dejó nunca de cruzarse Manuel, fiel al instinto de la verdad de un matador que no rehuye al esfuerzo ni con prendas como este. La espada cayó baja y tragó el torero con un silencio.   

Ferrera, con el precioso tercero, dejó la sensación de estar… pero a medias. Faltó dar el pecho, cruzarse más con el toro y poderle más. El animal nos enseñó en las postrimerías del tema que llevándolo tapadito y embebido en la muleta, hacía las cosas mejor, alargaba una embestida que tampoco se entregó. “Los silencios de la Maestranza no son más que la prolongación de los silencios de estos rincones…”, que escribiera Zabala padre describiendo este entorno único que es Sevilla y lo que se respira en la decepción de su plaza. De esos ya llevábamos tres. El quinto fue un zambombo de seiscientos veinticinco kilos al que le costó moverse. Ferrera, de nuevo, pasó inédito pese al esfuerzo.

En el sexto y último animal de esta gran feria de abril, Manuel Escribano levantó de nuevo a los tendidos en dos ocasiones. Una por recibir en los bajos del doce y de hinojos al toro y otra por un tercer tercio de banderillas redondo. La faena de muleta transcurrió en una labor clínica, que era la de alargar un recorrido que tenía medido y que era complicado de mantener por las pocas fuerzas del fino toro. Lo consiguió por momentos un torero que ha echado una feria mayúscula.   

Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla.  

15ª de abono. 1/2 plaza larga.  

Toros de Miura: Excelentemente presentados. Extraordinario el 4°. Nulos y ásperos los demás.   

Antonio Ferrera: Silencio en los tres.   

Manuel Escribano: Silencio, oreja con fortísima petición de la segunda y ovación de despedida.   

Saludaron Ángel Otero y Alberto Carrero en el 1°.