MOBILIARIO VIRREINAL PERUANO



Los muebles de la época colonial

en las Tradiciones de Ricardo Palma

HISTORIAS

DE

MOBILIARIO

Por: César Coloma Porcari

Presidente del Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo

Imagen: recreación de un estrado, en el Museo Casa de Cervantes, Valladolid (España)



Nuestro gran tradicionista nos ofrece valiosa información sobre los distintos tipos de muebles y ambientes de las casas de la época colonial, los cuales eran muy distintos a los de los tiempos actuales.

Hemos presentado una ponencia sobre este tema en el XV Encuentro Internacional Re-visión de las Tradiciones de Ricardo Palma. Aquí ofrecemos a los lectores un breve resumen de la misma, mencionando solamente algunas de las tradiciones en donde figuran piezas de mobiliario.

Al referirse a las alacenas, en su tradición “Una aventura del virrey-poeta”, cuenta que el virrey príncipe de Esquilache dijo: “Mira, tunante llégate a palacio, pregunta por mi paje Jeromillo, dale esta llavecita y dile que me traiga las dos botellas de pajarete que encontrará en la alacena de mi dormitorio”. “La alacena del dormitorio no encerraba más que dos pistoletes con incrustaciones de oro” (“Tradiciones Peruanas Completas”, 6ª. ed., Madrid, Aguilar S. A. de Ediciones, Selecciones Gráficas, 1968, p. 307).

Menciona las alfombras en “Una astucia de Abascal”, contándonos que la hija de éste, “Ramona […], hacía con mucha gracia los honores del salón, salvo cuando veía correr por la alfombra un ratoncillo”. Y en “La investidura del hábito de Santiago” cuenta que “El aspirante, con la cabeza descubierta, sentábase en el suelo o sobre una alfombra” (pp. 846, 848). Y los armarios, en “La protectora y la libertadora”. Allí recuerda que en una de sus estadías en el puerto de Paita lo invitaron a conocer a Manuela Sáenz, la amiga del caribeño Bolívar. En la casa había un “tosco armario con platos y útiles de comedor” y otros muebles (p. 1132).

Las bancas las menciona en “El rey de los camanejos”, indicando que en la sacristía de la iglesia de la Merced, en Arequipa, “Los muebles apenas si son dignos de atención; pues se limitan a una rústica banca de madera y a dos confesonarios de la misma estirpe” (p. 981). Y los baúles, en “La historia del Perú por el padre Urías”, afirmando que en su “espaciosa celda” había “un gran baúl”, en el que guardaba una colección del diario “El Comercio” (p. 1141).

Los canapés, en “Predestinación”, mencionando a una dama que estaba “recostada en un canapé de terciopelo”. Y en “La historia del Perú por el padre Urías”, recuerda que el fraile tenía “dos canapés de cuero de Córdoba y una docena de sillones del mismo pelaje y claveteados”. Asimismo, en “El divorcio de la condesita”, cuenta que “El salón de más lujo ostentaba entonces larguísimos canapés forrados en vaqueta” (pp. 598, 818, 1141).

Los catres o camas figuran en “Entrada de virrey”. Allí cuenta que antes de ingresar éste a Lima, se alojaba en alguna casa hacienda ubicada en el camino. Allí se había preparado un “dormitorio con catre dorado y pabellón de raso”, y otros muebles, en las distintas habitaciones. También, en “Un obispo de contrabando”, al referirse a un estafador que fingió ser el nuevo obispo de Caracas, “un fraile rumboso”, para el delincuente “alistó las mejores celdas del convento”, con “cama de nogal con mullido colchón de plumas” (pp. 321, 537).

Las cómodas aparecen en “Contra pereza, diligencia”. Cuenta que “Sobre una cómoda de cedro charolado y bajo urna de cristal veíase el pesebre de Belén con su San José, el de las azucenas, la Virgen y el Niño, el buey, la estrella y demás accesorios” (pp. 1090, 1091). Y las cortinas, en “Un obispo de contrabando”, contándonos que “para el presunto obispo de Caracas y sus dos familiares”, se preparó “las mejores celdas del convento”, engalanándolas “con cortinas de seda, aguamanil y otros utensilios de plata” (p. 321).

Imagen: petaca




Los doseles aparecen en “El corregidor de Tinta”, al referirse a la muerte del virrey don Agustín de Jáuregui, en 1784. “Treinta horas después [de su fallecimiento] se abría en palacio la gran puerta del salón de recepciones; y en un sillón, bajo el dosel, se veía a Jáuregui vestido de gran uniforme […]; el escribano de cámara, seguido de la Real Audiencia, avanzó hasta pocos pasos del dosel, y dijo en voz alta por tres veces: ‘¡Excelentísimo señor D. Agustín de Jáuregui!’. Y luego, volviéndose al concurso, pronunció esta frase obligada: ‘Señores, no responde. ¡Falleció! ¡Falleció! ¡Falleció!’. En seguida sacó un protocolo, y los oidores estamparon en él sus firmas” (p. 687).

Los escaños los recuerda en “La casa de Pilatos”, al referirse a una reunión secreta presidida por un judío portugués, en la cual habían “hasta cien compatriotas de éste en escaños”. Además, en “Los caballeros de la Capa”, menciona una casa, que tenía “un escaño de roble” y otras piezas, que “formaban el mueblaje de la sala”. Y en “La protectora y la libertadora”, dice que Manuela Sáenz tenía “un escaño de roble con cojines forrados en lienzo”(pp. 54, 362, 1132).

Palma menciona también los estrados, los cuales tenían evidentes raíces moriscas. Estaban ubicados en una sala de la casa y consistían en una tarima sobre la cual se colocaba alfombras o tapetes, y sobre éstos, cojines y pequeños muebles. El estrado era usado exclusivamente por las damas de la casa y sus invitadas, y recordaba el ambiente del harén o serrallo de los palacios de la España musulmana. Los españoles trajeron el estrado a América y fue muy apreciado en las grandes casas de las ciudades y pueblos, incluida Lima, tal como lo recuerda don Ricardo Palma. En España, al iniciarse la dinastía Borbónica, se produjo una serie de cambios en las costumbres tradicionales, y el morisco estrado quedó en desuso. Pero en América subsistió, tal vez, hasta las primeras décadas del siglo XIX.

Lamentablemente, en el Perú no se conserva ningún estrado en las casonas coloniales que han sido restauradas. En España existen algunos, como el del museo “Casa de Cervantes”, en la ciudad de Valladolid, en el cual se ha recreado el ambiente que tuvo el inmueble en el siglo XVII, cuando lo habitó el genial autor el Quijote.

En “Dos palomitas sin hiel”, el tradicionista, al referirse a la rivalidad entre dos damas, nos cuenta que los “constantes chismecillos de villorrio llegaron a producir completa ruptura de hostilidades. En el estrado de doña Francisca se desollaba viva a la Catuja, y en el salón de doña Catalina trataban a la Pancha como a parche de tambor”. Y en “Monja y cartujo”, Palma cuenta que un marido celoso, en Potosí, tenía encerrada a su esposa, en la casa. Inclusive “prohibióla hasta la salida al templo en los días de precepto y forzóla a que estuviese en el estrado mano sobre mano como mujer de escribano” (pp. 290, 383).

Don Sebastián de Covarruvias Orozco, en su “Tesoro de la Lengua Castellana o Española” (Madrid, por Luis Sánchez, Impressor del Rey N. S., pp. 3, 39, 246, 386), lo definió de esta manera: “ESTRADO […], el lugar donde las señoras se asientan sobre cogines, y reciben las visitas”. Este autor agrega que “llaman estrado en el que se asientan las damas, cubierto de tapetes y cogines o almohadas”; y, al referirse a las borlas, señala que se colocan éstas “en los quatro ángulos de los cogines y almohadas de estrado” (sic), y al referirse a los cojines, dice que sobre éstos “se hincan las rodillas, o se sientan las mujeres en el estrado”.

Y la Real Academia Española, en 1780, definió este término así: “ESTRADO. s. m. El conjunto de alhajas que sirve para cubrir y adornar el lugar, ó pieza en que se sientan las señoras para recibir las visitas, que se compone de alfombra, ó tapete, almohadas, taburetes o sillas baxas”. Y “Estrado. El lugar ó sala cubierta con la alfombra y demás alhajas del estrado, donde se sientan las mujeres y reciben las visitas” (sic) (“Diccionario de la Lengua Castellana compuesto por la Real Academia Española, reducido á un tomo para más fácil uso”. Madrid, por D. Joaquín Ibarra, Impresor de S. M. y de la Real Academia, p. 447).

Imagen: frailero o silla de vaqueta



menciona los faroles en “El divorcio de la condesita”, en donde cuenta que en “El salón de más lujo” había, “pendiente del techo, un farol de cinco luces con los vidrios empañados y las candilejas cubiertas de sebo” (“Tradiciones…”, p. 598). Y las hamacas figuran en “La protectora y la libertadora”, contándonos que Manuela Sáenz, en Paita, tenía “una cómoda hamaca de Guayaquil”; y en “El alma del tuturuto”, afirma que la guayaquileña “Pasa las horas muertas reclinada con molicie en la hamaca, con un libro y un abanico en las manos y dejando adivinar voluptuosas y esculturales formas por entre los pliegues de la ligera gasa de su traje” (pp. 159, 1132).

Encontramos las mesas en “La historia del Perú por el padre Urías”. Allí describe “la espaciosa celda”, compuesta por “Una sala de ocho varas castellanas en cuadro con dos puertecitas que conducían a dos alcobas; gran mesa con tapete de paño azul”, y otros muebles. Y en “El castigo de un traidor”, al referirse a un velorio, en 1749, afirma que se apreciaba “una mortecina lámpara de aceite, puesta sobre una mesa con tapete de paño negro” (pp. 583, 1141).

Las petacas aparecen en su tradición “Mogollón”. Ese personaje fue sorprendido por la policía y al buscar en su domicilio encontraron “una gran petaca que en su vientre guardaba una vajilla de plata labrada y un par de talegos preñados de reales de a ocho”. Además, en “Un cuociente inverosímil”, menciona unos “ocho mil duros en onzas de oro”, que estaban “encerradas en el fondo de la petaca” (pp. 577, 578, 1085).

Las sillas o sillones de vaqueta, que eran, tal vez, los muebles más utilizados en los tiempos virreinales, aparecen, entre otras tradiciones, en "El alacrán de fray Gómez". Al referirse a la habitación de ese sacerdote, dice que “Todo el mobiliario de la celda se componía de cuatro sillones de vaqueta, una mesa mugrienta, y una tarima sin colchón”. Y en “El rey de los camanejos”, cuenta que su personaje, “sentado en un sillón de vaqueta de Cochabamba, recibía a sus arrendatarios” (pp. 211, 984). Y sobre las silletas de estera, en “La protectora y la libertadora”, cuenta que Manuela Sáenz, en Paita, tenía “una docena de silletas de estera, de las que algunas pedían inmediato reemplazo” (p. 1132). La Real Academia Española, en 1780, definió este diminutivo de “silla”, así: “SILLETA. s. f. d. de silla”. Y “ESTERA. s. f. La pieza cosida de pleytas (sic) de esparto, ó la hecha de juncos, ó de palma” (RAE 1780, pp. 444, 841).

Los sillones son mencionados en “La historia del Perú por el padre Urías”. Allí describe la amplia celda de ese sacerdote, indicando que habían allí “dos canapés de cuero de Córdoba y una docena de sillones del mismo pelaje y claveteados”. Además, al referirse a un episodio de las guerras civiles de los conquistadores, cuenta, en “Los caballeros de la Capa”, que “La casa que los albergaba se componía de una sala y cinco cuartos”, donde había “Seis sillones de cuero” (“Tradiciones…”, pp. 54, 1141).

Las tinas las menciona en “¡Ijurra! ¡No hay que apurar la burra!”, contándonos que “En esos tiempos en que no estaban en boga las tinas de mármol ni el sistema de cañerías para conducir el agua a las habitaciones, acostumbraba la gente acomodada humedecer la piel en tinas de madera”. “Los vecinos, para impedir que las tablas se resecasen y desprendieran de su armazón, hacían poner las tinas en la acequia durante un par de horas. Pues el señor Ijurra tenía la vanidosa extravagancia de hacer remojar en la acequia una tina de plata maciza” (p. 738).



(Publicado en "VOCES" "Revista Cultural de Lima, año 16, N° 61, Lima, 2015, pp. 30-32).