ANTIGUOS PREGONES DE LIMA



CELEBRANDO

LA CANCIÓN

CRIOLLA


Por: César Coloma Porcari

Presidente del Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo

En recuerdo del Día de la Canción Criolla, establecido por el Presidente don Manuel Prado en 1944, a celebrarse cada 31 de octubre (“El Pueblo”, Arequipa, lunes 31 de octubre de 2016, p. 6), nos referiremos a los “pregones” de la vieja Lima, que eran una manera muy llamativa de ofrecer los productos que comerciaban los vendedores ambulantes, quienes para ello canturreaban algunas coplas o frases llamativas.

La Real Academia Española, en 1817, definió “pregón” como “la alabanza que se hace en público de alguna persona o cosa”; y “pregonar”, como “Decir y publicar a voces la mercancía o género comestible que alguno lleva para vender, para que la tomen y compren los que la necesitaren” (“Diccionario de la Lengua Castellana”, 5ª ed., Madrid, Imprenta Real, 1817, p. 697).

Algunos compositores nacionales han creado varias obras inspirados en los antiguos “pregones” de los vendedores de la vieja Lima. Doña Rosa Mercedes Ayarza de Morales es una de las más importantes maestras en este género. Ella pertenecía a una distinguida familia ayacuchana establecida en Lima, y tuvo mucho éxito y fue muy apreciada como autora de conocidas piezas de la música criolla.

Es curioso que en el Perú, al parecer, solamente existieron vendedores “pregoneros” en la antigua Lima. No se conoce de su existencia en Arequipa ni en otras ciudades del país. Estos pregoneros limeños eran, en su mayor parte, de origen africano o indígena.

Estos “pregones” limeños llamaron la atención de los viajeros, quienes contemplaban con curiosidad cómo, a lo largo del día, pasaban los vendedores ambulantes provistos de determinada mercancía. Además, don Ricardo Palma dice que no era necesario, en ese entonces, consultar el reloj, ya que por el canturreo de los vendedores se podía determinar qué hora era.

En su tradición “Con días y ollas venceremos” (“Tradiciones Peruanas Completas”, Madrid, Aguilar S. A. de Ediciones, Selecciones Gráficas, 1968, p. 960), nos cuenta que a fines del siglo diecinueve, parecía que “en Lima, la ocupación de los vecinos hubiera sido tener en continuo ejercicio los molinos de masticación llamados dientes y muelas”.

Como ya lo indicamos, Palma afirma que “casas había en que para saber la hora no se consultaba reloj, sino el pregón de los vendedores ambulantes”. Y “la lechera indicaba las seis de la mañana. La tisanera y la chichera de Terranova daban su pregón a las siete en punto. El bizcochero y la vendedora de leche-vinagre, que gritaba ¡a la cuajadita! designaba las ocho, ni un minuto más ni un minuto menos”.

Asimismo, don Manuel-Atanasio Fuentes, en 1860, en su “Guía del Viajero en Lima” (César Coloma Porcari: “La Ciudad de los Reyes y la Guía del Viajero en Lima de Manuel-Atanasio Fuentes”, Lima, Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo, 1998, pp. 280-283), se ocupó de los pregones limeños, registrando cada uno de ellos y reproduciendo la pronunciación de las clases populares de entonces. Refiere allí que “los primeros vendedores que aparecen en las mañanas son los heladeros, las tisaneras y los bizcocheros”. Los primeros anunciaban sus productos así:

“¡Eh riqui piñi! [helados ricos de piña] y de leeist [y de leche]” (sic).

Las tisaneras, “negras y sambas”, cantaban esto:

“¡Se va la tisaneee… cebaaa con piña! ¡Vaya con la chicha piñi; muchacha! ¡terranoviiii!” (sic).

El Dr. Fuentes afirma además que “la entonación y palabras de los bizcocheros son muy variadas; algunos solo exclaman ¡se va el viscochee! Otros: ¡Buen pan de Guatemala!”.

Asimismo, durante la Semana Santa, los bizcocheros vendían el recordado pan de dulce. Este destacado autor dice que “es imposible concebir la variedad de voces y de tonos con que se repiten los gritos de:

¡Pan de ulce… pan de ulce… buen pan de regalo!

¡Pan de ulce, pan de ulce y de regaalo pan de ulce!

¡De la concición cosa güena” (sic).

El Dr. Fuentes recordaba que “a las nueve o diez de la mañana, se anuncia la almuercera que en una enorme canasta que carga sobre la cabeza lleva varias ollas con frijoles, chanfaina, arroz y sango de yuyo y que convida a los gritos de:

¡Amozáa pué! ¡se va la amuesee!

¡sanguito con yuyo!...

¡frijolito con aróoo!” (sic).

Cuenta también que “a la misma hora, y con mayor abundancia en los días de fiesta, aparecen los tamaleros y tamaleras que sentados en el lomo de un burro, llevan a los costados de éste un par de enormes canastas de tamales. Casi todas las tamaleras son negras africanas bastante viejas, y sus pregones no pueden ser inteligibles para todo forastero. Los gritos de la tamalera son:

¡Tamaleeee! tamaaa

¡Quién llama la tamaleee!

¡ya meee ya yaaa tamaa suaa!

¡ya se va la tamalee!

¡tamalito serranoooo! ¡calentito taa!

¡Asegurarse con tiempo… que me voooó!” (sic).

Don Ricardo Palma registra únicamente que “la vendedora de zanguito de ñajú [antiguo guiso limeño] y choncholíes marcaba las nueve, hora de canónigos. La tamalera era anuncio de las diez”.

Por su parte, don Carlos Prince, en su “Lima Antigua” (César Coloma Porcari, ed., Lima, Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo, 1992, p. 10), contaba, en 1890, que “en aquellos tiempos los picantes se vendían en Lima por negras que recorrían las calles llevando sus ollas en una gran canasta, proporcionada al objeto, la que cargaban en la cabeza, entonando su pregón de esta manera:

¡La picantera………!

¡Ajiaco, charque y seviche!

¡Motesito peladito!”(sic).

Palma indica también que “a las once pasaba la melonera y la mulata de convento vendiendo ranfañote, cocada, bocado de rey, chancaquitas de cancha y de maní y frejoles colados. A las doce aparecían el frutero de canasta llena y el proveedor de empanaditas de picadillo. La una era indefectiblemente señalada por el vendedor de ante con ante, la arrocera y el alfajorero”.

Asimismo, “a las dos de la tarde la picaronera, el humitero y el de la rica causa de Trujillo atronaban con sus pregones. A las tres el melcochero, la turronera y el anticuchero o vendedor de bisteque en palito clamoreaban con más puntualidad que la Mari Angola de la Catedral. A las cuatro gritaban la picantera y el de la piñita de nuez”.

Y a las cinco, aparecía el jazminero, el vendedor caramanducas [antiguo dulce limeño] y el que vendía flores de trapo, “que gritaba ¡Jardín, jardín! ¿Muchacha, no hueles?”. A las seis el galletero. A las siete, “pregonaban el caramelero, la mazamorrera y la champucera”. Y, por último, a las ocho de la noche, el heladero y el barquillero.

Cuenta el Dr. Fuentes que también había vendedores ambulantes que ofrecían telas, pasamanería, etc. Cantaban: “¡agujas, ovillos, dedales, botoncitos, de concheperlas finas, a medio la docena! ¡Tocuyos, olanes, cambrayes!... ¡olanes a real la vara!” (sic).

Después de las nueve de la noche, según Palma, “el sereno del barrio” cantaba, “entre piteo y piteo:

¡Ave María Purísima!

¡Las diez han dado!

¡Viva el Perú, y sereno!”.

Llama la atención la abundancia de apetitosos potajes que se vendían en las calles de la vieja Lima. Y desde el “seviche” hasta los tamales, los frejoles con arroz y las empanadas de picadillo, entre otras delicias criollas, dulces y saladas, había potajes para todos los gustos y bolsillos, y por lo visto, los limeños comían todo el día.

Por supuesto, en esos tiempos nadie pensaba en dietas de bajas calorías. A pesar de ello no se conoce que la población de siglos anteriores haya sido obesa. Lo que sí es cierto es que no se vivía muchos años, pero ello no se debía a la alimentación, por cierto, sino a las enfermedades que antaño no tenían cura.


* Conferencia ofrecida en Radio Filarmonía, Lima, 19 de octubre de 2017.

(Publicado en el diario “El Pueblo”, Arequipa, domingo 29 de octubre de 2017, p. 13).