CENTRO HISTÓRICO

DE MOQUEGUA



Al rescate

el centro histórico

de Moquegua




URGEN MEDIDAS PARA SALVAGUARDAR

VALIOSO LEGADO ARQUITECTÓNICO

Por: César Coloma Porcari

Presidente del Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo

El centro histórico de la ciudad de Santa Catalina de Guadalcázar de Moquegua

conserva escasos recuerdos de su acervo arquitectónico,

debido a los destructores sismos y a los más destructores gobernantes,

que derribaron lo que los sismos respetaron,

y también arrasaron lo que pudo haber sido restaurado o reconstruido.


Lamentablemente, Moquegua no tuvo la suerte del Cuzco, que fuera severamente afectado por un terremoto, en 1950. En ese entonces el mismo Presidente de la República, don Manuel A. Odría, tomó todas las medidas necesarias para evitar la demolición masiva y ordenó la restauración integral de la Ciudad Imperial. El resultado lo apreciamos hoy, y por ello el Cuzco es un importante destino del turismo internacional.

La ciudad de Moquegua vivió un periodo de gran desarrollo económico en la época colonial. Pero, tal como lo informa el ilustre historiador don Rubén Vargas Ugarte, “Desde las luchas de la Emancipación, que hicieron gran daño al valle e interrumpieron el comercio que mantenía con el Alto Perú, a lo cual se añadieron los terremotos, comenzó a descaecer y durante los primeros años de vida republicana, en lugar de prosperar y ganar lo perdido, su decadencia vino a acentuarse” (“Itinerario por las iglesias del Perú”, Lima, Editorial Milla Batres, Gráfica Morsom S.A., 1972, p. 187-191).

Algo de ello lo podemos apreciar en las tres antiguas fotografías de Moquegua, de principios del siglo XX, que hemos encontrado. Fueron publicadas en la famosa revista “Variedades” (N° 275, Lima, 7 de junio de 1913, p. 2242), y tituladas “Plaza e iglesia ‘Santo Domingo’” y “Alameda”; y N° 277 (Lima, 21 de junio de 1913, p. 2309), titulada “Vista panorámica”.

El último sismo que afectó Moquegua se produjo el sábado 23 de junio del 2001 y provocó muchos daños, los que fueron acentuados por la casi nula participación del Estado para salvar el centro histórico. Y lo poco que se ha salvado demuestra que fue una población con características muy propias. Inclusive, pensamos que se podría hablar de una arquitectura típicamente moqueguana, que se extendió por todo el territorio circundante. Sus límites pueden ser, por el Noroeste, Camaná y pueblos aledaños, y el valle de Tambo; y por el Sur, Tarapacá.

Allí el uso del “mojinete” es una característica típica regional. El padre Vargas Ugarte afirma que “Los techos de las casas [de Moquegua] se parecen a los de Tacna; son de paja muchos de ellos y terminan en forma de artesa”. Además, las “casonas con frontis de piedra labrada y doble escudo nobiliario, zaguanes amplios y floridos […] nos hablan de un pasado esplendor”.

Debemos recordar que Moquegua fue cuna de notables personajes de la historia del Perú. La Universidad José Carlos Mariátegui, de esa ciudad, lleva el nombre de un notable pensador peruano, nacido allí.

Moquegua tuvo cuatro iglesias: la Matriz, La Compañía (o San Francisco), Santo Domingo y Belén, las cuales han sido casi totalmente destruidas por los terremotos y los malos gobernantes.

La iglesia Matriz ocupaba todo un frente de la plaza mayor, con sus gruesos y elevados muros de piedra labrada. Fue muy afectada por el terremoto de 1868. Las autoridades contribuyeron a su destrucción, retirando las piedras labradas caídas, como si hubiesen estado limpiando un muladar. Debe ser restaurada en su integridad. Para ello se tiene que completar el muro de la parte posterior; además, hay que levantar nuevamente las columnas de piedra, que sostenían las bóvedas.

Una pequeña parte del canon que recibe la región Moquegua puede ser invertida en la restauración y restitución de este símbolo de la ciudad. Cabe destacar que, al restaurarse ese monumento histórico, podría tener diversos usos, además del religioso. Puede convertirse en el lugar más adecuado para todo tipo de reuniones de alto nivel (sobre asuntos económicos, simposios, congresos, etc.).

Qué atractivo sería reunir a personajes notables de la minería, las finanzas, el comercio, de todo el planeta, en un bello y amplio templo de piedra labrada, la joya de la ciudad colonial.

El antiguo convento de los jesuitas y más tarde de los franciscanos, se mantiene en ruinas, desde el terremoto de 1868. Don Juan Antonio Montenegro y Ubalde, en su “Noticia de la ciudad de Santa Catalina de Guadalcázar” (“Revista Histórica”, Órgano del Instituto Histórico del Perú, tomo I, Lima, Oficina tipográfica de “La Opinión Nacional”, 1906, pp. 84-86), afirma que fue fundado en 1709.

El padre Vargas Ugarte señala que “como el terreno en este sector está en declive, los jesuitas aprovecharon del mismo para construir un sótano, bastante capaz y con patio adjunto, que parece haberles servido de bodega y depósito de los granos recogidos en sus haciendas”. Y afirma que “El templo [de la Compañía], del cual subsisten los muros, los cuales por su espesor nos revelan que se había construido con solidez, ha sido utilizado, en la entrada, debajo del arco del coro, que resistió las sacudidas del terremoto, como sala de cine. De la fachada queda solo la puerta principal la cual da a una plazuela”.

Tanto el convento como la iglesia de los jesuitas, deberían ser restaurados íntegramente, incluyendo su magnífico claustro de piedra tallada y sus amplias habitaciones abovedadas.

Debemos recordar que, luego de la expulsión de los jesuitas por orden del rey Don Carlos III, el edificio fue ocupado por los franciscanos. Y luego de la Independencia, fue sede del Colegio Nacional.

Se debe tener presente que el Dr. Vargas Ugarte afirma que los franciscanos del colegio de Moquegua (ocupantes del convento jesuítico luego de la expulsión de hijos de Loyola), exhibían “el cuerpo de la mártir Santa Fortunata”. Éste fue “traído de Roma” por esos frailes, “que se establecieron en la villa en los últimos años del siglo XVIII”. Luego de la destrucción del templo jesuítico-franciscano, este cuerpo preservado debe haber sido trasladado a la iglesia dominica, en donde “se venera en una rica urna”.

Por esta razón es que se hace indispensable la reconstrucción minuciosa y fidedigna de ese templo jesuita-franciscano, que fuera destruido hace unos lustros. Allí deben volver a descansar los restos de esta Santa y mártir, porque así fue decidido por los frailes franciscanos, tal como lo afirmara el célebre historiador Dr. Vargas Ugarte.

La iglesia del hospital se ha librado, parcialmente, de la furia iconoclasta; no así el hospital mismo, que fuera una joya de la arquitectura virreinal, demolido innecesariamente por la simple ignorancia.

El historiador Montenegro afirma que la iglesia y hospital de los betlemitas fueron fundados en 1726, y recuerda que “En marzo 19 de 1819 se estrenó la famosa enfermería de crucero de piedra y cal”. Por su parte, Vargas Ugarte describe este hospital, indicando que “es todo de cantería y tiene, como era corriente en aquel entonces, la forma de cruz latina. Las camas están situadas a los lados, en las llamadas covachas, aunque cuando lo visitamos, éstas habían desaparecido, ignoramos el porqué”.

Actualmente la iglesia de Belén luce pintada de colorines, y ofende la vista. Esta afrenta a Moquegua es inaceptable. Han enlucido la fachada de piedra, que debería lucirse desnuda.

Y por último, la iglesia de Santo Domingo fue reconstruida con proporciones y estilos que no guardan relación con el barroco moqueguano. Pero, por lo menos, no fue destruida. En su interior se aprecian riquísimos retablos de madera tallada, que prueban que Moquegua fue un gran centro artístico y cultural.

Montenegro registra que el templo y convento de Santo Domingo fueron fundados en 1652. Además, Vargas Ugarte afirma que el convento dominico fue convertido en mercado, y que “La iglesia es sólida y espaciosa y la bóveda es de cantería y tiene regular elevación”. Asimismo, “La planta es de cruz latina, con una sola nave y un crucero de poca extensión. Los muros son de piedra y de bastante espesor, de modo que en la base tendrán hasta dos metros de ancho”.

Este historiador añade que “La fachada del templo, flanqueada por dos torres, relativamente pequeñas, es de estilo renacentista. Por su elevación y por el lugar en que se encuentra, domina toda la ciudad y se descubre desde lejos”.

En cuanto a los mencionados altares barrocos, Vargas Ugarte cree que “es posible que procedan de la Matriz o de la iglesia de la Compañía”, indicando, además, que en uno de ellos se luce el escudo de la Compañía de Jesús.

Es necesario que el estado promulgue un dispositivo especial para el rescate del centro histórico de Moquegua. No se puede permitir más demoliciones de casonas, y asimismo, se debe reconstruir todas las fachadas de las casas infamemente demolidas. También debe tenerse presente el tipo de cubierta, con el fin de que el conjunto luzca armónico.

Asimismo, es indispensable tener la convicción de que la piedra no se pinta, y que ésta siempre debe lucir desnuda, sin ningún tipo de revoque ni cobertura.

Los charlatanes que han empezado a pintar los muros de piedra sillar de Arequipa han hecho un gran daño, también, a Moquegua, ya que, por cursilería o ingenuidad, allí han copiado sus inaceptables caprichos.

Los muros de adobe sí deben haber sido enlucidos y pintados. El problema es que no se sabe de qué color o colores tenían, ya que falta hacer un estudio científico en los pocos restos que quedan. Lo más probable es que hayan sido únicamente encalados, blancos, ya que era una tradición española y morisca.

No nos parece creíble que la señorial Moquegua haya sido pintada de colorines como un vulgar muladar. Esos colorines fueron inventados en la abominable “revolución” velasquista, que tan gravemente afectó nuestro país. Y hasta ahora esos gustos extraños continúan dañando los centros históricos de algunas ciudades del Perú, deformando el ambiente de una manera radical e inaceptable.

Ojalá que los moqueguanos puedan salvar su maravilloso legado arquitectónico de los embates de los ignorantes, que no quieren sino destrucción, ensanches de calles y construcciones repulsivas. El orden y la cultura deben primar.

(*) Extracto del discurso pronunciado en la Universidad José Carlos Mariátegui al otorgársele el grado de Doctor Honoris causa.


(Publicado en “VOCES”, Revista Cultural de Lima, año 16, N° 46, Lima, 2015, páginas 44-46).



Pueden encontrar el ensayo titulado

"La arquitectura de Moquegua",

del Dr. César Coloma Porcari,

en:

https://sites.google.com/site/elperuysuhistoria/el-centro-historico-de-moquegua