Por: César Coloma Porcari
Presidente del Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo
Han pasado cuatrocientos setenta y siete años desde que Francisco Pizarro fundara la ciudad de Lima, hoy una inmensa y caótica metrópoli, plagada de construcciones del peor gusto, sin áreas verdes ni árboles en sus calles y con el peligro latente de quedarse sin agua.
El valle de Lima era un pequeño reino dependiente de los emperadores Incas. El Cacique Principal del valle, es decir, el rey, a la llegada de los españoles, era Taulichusco.
Don Raúl Porras Barrenechea recuerda que “Al fundarse la ciudad española, el cacique de Lima era Taulichusco, ‘señor principal del valle en tiempo de Guayna Cápac y cuando entraron los españoles’” (“Pequeña antología de Lima”, Lima, Instituto Raúl Porras Barrenechea, 1965, páginas 362-364).
El rey Taulichusco ya no gobernaba en ese entonces, por su avanzada edad, y en su nombre lo hacía su hijo el príncipe Guachinamo. Dominando los españoles fue sucedido por su hermano el príncipe Don Gonzalo.
Porras menciona un documento referente al diálogo que sostuvo Taulichusco con el marqués don Francisco Pizarro. El cacique le reclamó al conquistador por el despojo de sus tierras (para levantar la nueva ciudad de los Reyes), diciéndole que “si se le tomava las tierras se le irían los yndios y el marqués le respondía que no avía donde poblar la ciudad’” (sic).
Hace muchas décadas fueron transcritos algunos documentos del siglo XVI referentes a los primeros años de la ciudad española de Lima (“Revista del Archivo Nacional del Perú”, tomo VI, Lima, 1928, páginas 13-14). Lamentablemente la transcripción está plagada de errores y llena de modificaciones inaceptables que cambian el propio sentido del texto.
Por ejemplo, allí figura impreso que Don Gonzalo era in ínfimo “Cacique de la Magdalena”, en lugar de respetar lo que los documentos indican, “Caçique Prinçipal deste Valle de Lima” (sic).
Es inconcebible que este error (voluntario o no, no lo sabemos), haya hecho que algunas personas construyan historias fantásticas y absolutamente falsas sobre el poder político en el valle limeño antes de la conquista española.
Es penoso que quienes lanzan teorías novedosas no se tomen el trabajo de verificar sus fuentes, seguramente porque no conocen nada de archivística y menos de paleografía.
Nosotros nos dimos el trabajo de buscar el original del famoso documento mal transcrito, de la donación de las tierras de la Magdalena que hiciera el Cacique Principal Don Gonzalo, a favor de la orden franciscana, con el fin de verificar su contenido.
Fue una sorpresa no encontrarlo en el Archivo General de la Nación. Pero tuvimos una suerte inmensa al hallarlo en el archivo del Convento de San Francisco (Registro 14; Sección 3; fojas 95-96 vta.). Mayor sorpresa fue descubrir que la transcripción publicada era absolutamente errónea, y por ello lo publicamos en facsímil y correctamente transcrito, en “Historia y Cultura”, Revista del Museo Nacional de Historia (N° 18, Lima, 1989, páginas 8, 15, 16).
Es indispensable tener presente que el príncipe Don Gonzalo, el 14 de agosto de 1557, con el título de “Caçique Prinçipal deste Valle de Lima”, había donado a los frailes franciscanos el “sitio y guerta que la cassa de la Magdalena […] tiene hecha en aquel repartimiento” (sic).
Aún en ese momento se le reconocían a Don Gonzalo los derechos hereditarios del antiguo reino de Lima, cuyos monarcas habían sido antepasados suyos. Por ello los demás caciques del valle dependían directamente de él, como subalternos.
Se debe tener presente que aún en el siglo XVII, los indígenas hablaban quechua (o “lengua general”, como se le llamaba entonces). Nosotros descubrimos y publicamos (en la revista mencionada, página 18), un documento suscrito en el pueblo de la Magdalena (jurisdicción de la ciudad de Lima), el 26 de mayo de 1647. Allí se señala que el Cura predicaba a sus feligreses “en la lengua general”.
Con el correr del tiempo la lengua quechua desapareció de la ciudad, ya que los indígenas y mestizos hablaron únicamente castellano, como los españoles pobladores de la misma.
Lima, como cabeza del reino del Perú, era sede del gobierno virreinal. El representante del monarca español era virrey de estos reinos “del Perú, Tierra Firme y Chile”. Debido a ello el poder político y económico se concentró en la capital, lo que dio lugar, ya en tiempos más recientes, a un poderoso centralismo que afectó y afecta hasta la actualidad, el desarrollo de las demás regiones del país.
A fines del siglo XVIII, al crearse los nuevos virreinatos de Nueva Granada y de Buenos Aires, desmembrados del antiguo virreinato del Perú, la ciudad de Lima perdió algo del poder que tuvo más de dos siglos.
Un hecho importante en la historia de la ciudad es el haber sido afectada por fuertes sismos. Pero, a pesar de ello, Lima pudo ser reconstruida luego de cada devastador terremoto, manteniéndose siempre los elementos que no habían colapsado (por razones prácticas o de economía).
Debido a ello es que en la ciudad se conservan, afortunadamente, hasta la fecha, construcciones de principios del siglo XVII incorporadas en otras de siglos posteriores, como las capillas laterales de la Catedral.
El Dr. Porras, en su obra mencionada (páginas 9-10), con motivo del cuarto centenario de la fundación de la urbe (1935), decía que Lima era “la ciudad del chupe y de la mazamorra, de las tapadas y de las calesas, del puente, del río y de la alameda”.
Este autor afirmaba además que “Las ciudades existen, no solo en la geografía, sino en el espíritu. Para conocer Lima no basta visitar la Catedral o el Country Club, ver las momias del Museo Arqueológico o la momia de Pizarro”.
Agregaba que “Precísase también de un itinerario espiritual que lleve al viajero a darse con el alma misma de la ciudad, sin ubicación material. Hay que encontrarse con la huachafa en la Procesión del Señor de los Milagros, asistir a una jarana con guitarra y cajón abajo del Puente, saborear los dulces de las monjas de la Encarnación, las nueces de nogal del monasterio del Prado y el turrón de doña Pepa […]. En otro orden de cosas, hay que haber presenciado bailar una marinera, haber recorrido con la vista las estampas de la Lima de [Manuel Atanasio] Fuentes o haber leído alguna de las Tradiciones Peruanas”.
Lima tuvo una importancia enorme por su ubicación geográfica, en la costa occidental de América del Sur, con un puerto propio y colindante a ella, el Callao. Por esta razón recibió muchos viajeros e inmigrantes.
Tal vez el vecino extranjero más ilustre de Lima fue Giuseppe Garibaldi, gran héroe de la unificación de Italia, la cual fuera lograda por la Casa Real de Saboya, a quien recordaremos especialmente ahora que se celebra el ciento cincuenta aniversario de la Unidad de Italia (que tuvo lugar el 17 de marzo de 1861).
Se debe tener presente que don Ricardo Palma, en su tradición “Entre Garibaldi y yo”, recuerda que este personaje, residente en nuestra ciudad en 1851, por “el renombre de que vino rodeado, hizo que en Lima se le contemplase con admiración y se le saludase con respetuosa simpatía al encontrarlo por las calles centrales de la ciudad” (“Tradiciones peruanas completas”, Madrid, Aguilar, 1968, páginas 1121-1124).
Inclusive Giuseppe Garibaldi, en sus memorias (traducción nuestra), registra: “Yo habitaba desde el principio de mi estadía en Lima, en la casa de Malagrida” (“Memorie. Edizione diplomatica dall’autografo definitivo a cura di Ernesto Nathan”, Turín, Società Tipografico-Editrice Nazionale, 1907, páginas 244-245). Este documento lo publicamos en “El Comercio”, suplemento “El Dominical”, de Lima, 15 de enero de 2012, página 15.
Nuestro tradicionista agrega que “La casa de Malagrida fue la que forma el ángulo de las calles de Palacio y Polvos Azules, con grandes almacenes en la parte baja”. Esta casa es la que está ubicada en el Jr. de la Unión (calle Palacio) N° 200-206, esquina calle Polvos Azules N° 101-113, y fue declarada Monumento Nacional el 12 de enero de 1989 (“Relación de Monumentos Históricos del Perú”, Lima, Centro Nacional de Información Cultural, 1999, página 73).
Por su parte, el Dr. Porras agrega que “Los solares en que vivió Garibaldi en Lima, en la esquina de Palacio y Polvos Azules, y en el Callao, en el ‘Jardín Schiantarelli’, jalonan el recuerdo peruano del héroe y prestigian nuestra tradición civil” (“Los viajeros italianos en el Perú” (Lima, Editorial Ecos S. A., 1957, páginas 80-84).
Es muy grato recordar que Garibaldi, el tiempo en que residió en Lima, recorrió sus calles, la Plaza Mayor, las plazuelas y otros ambientes de la ciudad. Siendo marino mercante en ese entonces, cada vez que arribaba al puerto del Callao se dirigía a Lima por medio del ferrocarril, llegando a la estación de Desamparados, ubicada en donde se encuentra el actual edificio de la estación ferroviaria, el cual se encontraba a solamente una cuadra de su casa.
En su tradición mencionada, don Ricardo Palma, recuerda que siendo muy joven fue cronista del diario “Correo de Lima”, cuya sede se encontraba en una casa de la calle de Aumente (Jr. Conde de Superunda cuadra 4), y el 6 de diciembre de 1851, “se presentó un caballero que, sin avanzar del dintel de la puerta, con voz un tanto sobreexitada”. Este personaje era Giuseppe Garibaldi.
El héroe había ido a buscar a don Carlos Ledos, ciudadano francés, que escribía en ese periódico, informándole Palma que éste se encontraba “En la calle de las Mantas, en su escritorio” (Jr. Callao, cuadra 1).
Agrega don Ricardo Palma que “No trascurrió un cuarto de hora sin que llegase a la imprenta la noticia de que, a inmediaciones de la Plaza Mayor, ocurría algo muy grave, y el cronista, cumpliendo con su obligación, corrió desaladado (sic) a la calle de las Mantas”, al establecimiento comercial de monsieur Ledos, en donde se había reunido una gran cantidad de curiosos.
“– ¿Es usted – le dijo Garibaldi en correcto francés – el canalla que ha escrito estas infamias contra Carlos Alberto y contra Italia?
– El canalla, no; el que ha escrito, sí – contestó con arrogancia don Carlos”.
Entonces Garibaldi “descargó dos bastonazos sobre el polemista francés”. Agrega Palma que luego “Llegó don Antonio Malagrida, acaudalado comerciante italiano de esa época y en cuya casa, de reciente construcción, tenía por huésped a Garibaldi los días en que éste venía al Callao, y se llevó del brazo a su exaltado compatriota”.
Ledos publicó ese artículo en “Correo de Lima”, del 4 de diciembre de 1851, con el título de “Héroes de pacotilla”. Está reproducido facsimilarmente, en parte, en la obra de don Emilio Sequi, titulada “La vita italiana nella Repubblica del Perú”, (Lima, Tipografía de “La Voce d’Italia”, 1911, página 146).
Garibaldi no podía tolerar el ofensivo comentario escrito por Ledos Esta nota era inaceptable para él, ya que en realidad en ella se hacía mofa de su rey Carlos Alberto (que ya había fallecido) y de la valiente lucha por la Unidad de Italia.
El héroe buen tiempo después regresó a su patria, para continuar su lucha por la unificación, la cual demandó largos años de enormes sacrificios.
Si bien el reino de Italia fue establecido el 17 de marzo de 1861, ascendiendo al trono su primer rey, Su Majestad Víctor Manuel II, la lucha por la Unidad continuó, incorporándose al reino uno a uno los antiguos estados de la península itálica.
La Unidad fue lograda final y definitivamente el glorioso 20 de setiembre de 1870, al incorporarse Roma al reino y constituirse en la capital del país.
La casa de Garibaldi, en Lima, afortunadamente, se mantiene en pie hasta la actualidad. Lamentablemente su segunda planta se encuentra algo afectada ya que allí está establecida una fonda.
Esta casa, que trae tantos recuerdos de este héroe de la Unidad de Italia, debería ser restaurada, con el fin de establecer allí un centro cultural en donde se perpetúe su memoria.
(Publicado en "VOCES", Revista Cultural de Lima, año 13, N° 47, Lima, 2012, pp. 38-41)