Por: César Coloma Porcari
Presidente del Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo
El carnaval se celebra en casi todos los países de Occidente, como un remoto recuerdo de las Saturnales romanas y de las fiestas de la antigua Grecia. La Real Academia Española define al carnaval como “Los tres días que preceden al miércoles de ceniza” y “Fiesta popular que se celebra en tales días, y consiste en mascaradas, comparsas, bailes y otros regocijos bulliciosos” (“Diccionario de la lengua española”, 16ª edición, Madrid, Talleres Espasa-Calpe S.A., “Año de la Victoria”, 1939, página 257).
En Grecia y Roma, en el año nuevo o a inicios de la primavera, se realizaban procesiones en las que se llevaba un barco sobre ruedas, sobre el cual danzaban personajes enmascarados. Estas procesiones tenían un carácter religioso, ya que en ellas se rendía culto a diversos dioses. En Grecia, al dios Dionisio y en Roma al dios Baco (César Coloma Porcari: “El Carnaval, antigua fiesta tradicional del Perú”, en: “Voces”, Revista Cultural de Lima, año 11, N° 40, Lima, 2010, páginas 100-101).
Ya no se emplean los barcos con ruedas, sino carruajes o vehículos motorizados, con los danzantes disfrazados de distintas maneras, transportados en esos vehículos, y con otros participantes que se movilizan a pie, en las calles. Estas procesiones son conocidas en el Perú como “corsos de carnaval”.
El carnaval degeneró en algunos lugares, convirtiéndose en una fiesta orgiástica en la que todo estaba permitido. Y el desenfreno terminaba el Miércoles de Ceniza, día que empezaba la Cuaresma.
Los Padres de la Reforma combatieron la celebración del carnaval, por tratarse de una fiesta eminentemente pagana y contraria a las nuevas creencias Protestantes. Debido a ello desapareció, o su festejo fue mucho más moderado. Pero, a fines del siglo XIX, se buscó hacer renacer el carnaval, aunque, obviamente, suprimiendo todo exceso.
En la actualidad, el carnaval más notorio y apreciado es el de Venecia, en donde destaca la gran calidad de sus máscaras y vestuario. Y el más exagerado y licencioso, por el innecesario derroche de dinero, es el de Río de Janeiro. Este último, antes de adquirir las características que ahora tiene, fue favorecido por la Familia Imperial brasileña. Otro carnaval famoso es el de Nueva Orleáns, en los Estados Unidos, de origen netamente europeo.
Debemos tener presente que en el Perú, en la actualidad, el carnaval más famoso es el de Cajamarca. El de Lima ya no se celebra como un carnaval propiamente dicho, debido a que no se organiza ningún “corso” o fiesta de disfraces, por la supresión de los feriados del lunes y martes de carnaval, ocurrida hace unos lustros. Lo único que ocurre, en algunos barrios populares del país, es el juego con agua, que produce molestias inaceptables en la población y que la policía combate severamente.
Paul Marcoy: grabado “Le Mardi Gras à Arequipa”, en: “Voyage à travers de l’Amérique du Sud. De l’océan Pacifique à l’océan Atlantique” (París, Librairie de L. Hachette et Cie., 1869, vol. I, p. 67). Reproducido como “Martes de Carnaval en Arequipa” en: “Viaje a través de América del Sur. Del océano Pacífico al océano Atlántico” (Lima, 2001, vol. I, p. 117).
En cuanto al carnaval de Arequipa, nos vamos a referir a una curiosa e inverosímil descripción que hace un escritor francés, oculto bajo el pseudónimo de “Paul Marcoy”. Su nombre verdadero era Laurent Saint Cricq, y publicó “Voyage à travers de l’Amérique du Sud. De l’océan Pacifique à l’océan Atlantique” (París, Librairie de L. Hachette et Cie., 1869, 2 vols.).
La obra, en lo referente al Perú, ha sido traducida al español, con el título de “Viaje a través de América del Sur. Del océano Pacífico al océano Atlántico” (Lima, 2001). Pero no se ha tenido el cuidado de indicar, en ésta, los errores inaceptables en algunos topónimos, ni aclarar algunas narraciones totalmente absurdas y producto de la fantasía del autor.
La descripción que el escritor francés hace de Arequipa (que figura en el primer volumen de la obra en español), en donde se supone que estuvo por los años de 1840, hace pensar que tal vez jamás pisó el suelo de la Blanca Ciudad y que lo que escribió fue por referencia de otros viajeros. Y además, sus ilustraciones no corresponden a la realidad geográfica ni urbana de Arequipa.
Como lo hemos indicado, en su obra, el francés nos ofrece una curiosa descripción del carnaval de Arequipa (pp. 116-121), indicando que “para borrar la desagradable impresión que nuestras revelaciones respecto a la situación comercial, industrial y financiera de esta ciudad (…), vamos a describir una de las fiestas anuales en que Arequipa, rompiendo con sus hábitos de cálculo y economía, retoma por algunas horas su antigua máscara de locura, y, como en tiempos de su esplendor, arroja el oro a puñados, sin lamentarlo el día siguiente”.
Cuenta, además, que durante todo el año, “las congregaciones de religiosas y la mayoría de amas de casa”, rompen “ligeramente por un extremo”, los huevos que se emplearán en la cocina. Una vez vaciados, los guardan para utilizarlos en el carnaval. En la semana anterior a estas fiestas, rellenan los cascarones con un líquido compuesto por agua en la que han incorporado añil o carmín. Una vez llenos los cascarones, se cierran las aberturas con “cuadraditos de lienzo embadurnados de una cera derretida, que al punto se solidifica”.
Estos cascarones llenos eran vendidos “en la esquina de cada calle”, para usarlos como proyectiles, especialmente el martes de carnaval. Ese día, según el francés, todos en Arequipa se vestían de blanco y los que se levantaban primero de la cama le aplastaban los cascarones con agua coloreada a los dormilones, echándoles también harina. Además, más tarde, “Los señores en el salón y los criados en la cocina se bombardean y enharinan lo más que pueden”.
El francés cuenta que ese día “es casi el único del año en que se abren los balcones de las casas”. Y lo hacen para instalar “toda una batería de jeringas” para mojar a los transeúntes y echarles harina o almidón en polvo, quienes se defienden lanzando los huevos con líquido a diestra y siniestra.
Además, los participantes en este desenfreno “recorren la ciudad al son de guitarras y, muy excitados por copiosas libaciones, acompañan sus gritos y estribillos con las muecas y contorsiones más extravagantes”. Y “Una multitud, que uno creería víctima de la epilepsia, aúlla y se agita como un solo hombre”. Por último, “Hacia las tres de la tarde, Arequipa no es más que una boca inmensa de la que escapa un rugido continuo”.
Cuenta también que se organizaban “destacamentos” de una suerte de caballería de carnaval. Los jinetes cargaban canastas de huevos rellenos con líquido, los cuales lanzaban a las personas que, desde los balcones, les echaban agua y harina. A veces ocurrían accidentes, ya que algún huevo podía caer en el ojo de una dama, produciendo consecuencias lamentables.
El francés dice que “la primera campanada del Angelus del anochecer pone fin a la bacanal de las calles”, y los celebrantes de la fiesta “se refugian entonces en el interior de las casas”, en donde continúa el desenfreno, “bebiendo, gritando, batallando hasta el amanecer del miércoles expiatorio”, que es el Miércoles de Ceniza. Ese día termina la orgía del carnaval.
Si fuera cierta esta descripción del carnaval de Arequipa, pensamos que cada año, en esas fiestas, los dueños de casa, con el apoyo de sus invitados, todos exaltados por el excesivo consumo de alcohol, habrían destruido todo el mobiliario de sus casas. En las escaramuzas por mojarse y embadurnarse no habría quedado un mueble entero, ni una alfombra utilizable y menos un espejo incólume. Los prístinos muros de sillar habrían quedado pintarrajeados de colores, al caer sobre ellos los huevos con agua pigmentada.
* Conferencia sustentada en radio Filarmonía, de Lima, el jueves 23 de febrero de 2017.
(Publicado en el diario “El Pueblo”, Arequipa, martes 28 de febrero de 2017, p. 8).