Arquitectura en sillar

san miguel de caima

Iglesia San Miguel de Caima

(foto: Arequipa artística y monumental. Luis Enrique Tord. Lima : Banco del Sur del Perú, 1987)


[1]


Fuente:
Obras literarias completas
José Sabogal
Lima : CONCYTEC, 1989

sabogal

Arequipa (pp. 273-277)

He visitado Arequipa innumerables veces, la he pintado también en algunos de sus aspectos y también he publicado un artículo sobre la ventana arequipeña, que es a mi juicio una ventana de encuentro admirable en lo ornamental arquitectónico y en la sobriedad de su herrería. He dirigido además una película que lamentablemente no se ha dado a publicidad sobre el aspecto arquitectónico de la ciudad y de sus hermosos pueblos aledaños.

La fisonomía de la ciudad la da en primer término su propio material de construcción: la lava, llamada sillar por su endurecimiento pétreo.

Los constructores españoles sacaron de este noble sillar el rendimiento más admirable que fuera posible. La carencia de abundante madera a causa de las enormes distancias para proveerse de ellas y conducirlas al oasis arequipeño, obligaron a los españoles a ingeniarse, a resolver este problema de coberturas, de balcones y de galerías en los amplios patios. Pero esta admirable gente hispana que destruyera la efigie india de las antiguas ciudades americanas, traía en su alma el fuego plástico de la etapa renacentista, traía la fiebre constructiva con el impulso de la gloria barroca (vehículo poderoso para la cruzada católica) y como en estos reinos encontrara una realidad arquitectónica extraña y potente sintió el estímulo de superarse a la obra de gentiles; destruirlos y superarlos fueron los acicates al servicio de una mente llena de movimiento plástico del mediterráneo. Por ello yo creo que la obra de la conquista de América la realizaron plena y concretamente, los alarifes, los maestros de obra, los arquitectos, los pintores y los admirables artesanos de arte y suntuaria.

Este ejército constructivo y plástico que logró cambiar la fisonomía india del Nuevo Mundo, en las faldas del Misti, no se arredró ante la carencia de madera; estas inmensas faldas del Misti, le ofrecían profundas capas de lava petrificada, resistentes, leves y de conducción relativamente fácil a los lugares de las fábricas. Estos hombres del arco y de la bóveda, hombres poseídos del genio del Renacimiento mediterráneo, resolvieron el gran problema: la bóveda de cañón apoyada en gruesos muros, aligerada por escalones de desagüe conducidos hacia hermosas gárgolas ornamentadas, fueron los elementos esenciales de la arquitectura arequipeña. Por razón de esta estructura, es que la ciudad del Misti tiene ese aspecto mediterráneo latinizado en la ornamentación con ricos pórticos y airosas volutas, puras de dibujo tanto como las de Roma o de Florencia. Pero además de esta cadencia renacentista, en los pormenores decorativos aparece el espíritu del artista indio. La mano de obra indígena dice del ritmo y de su cadencia a través de la decoración de acantos y jarrones, a través de los leones de los patrones hispanos. Los acantos se convierten en flores del campo arequipeño y las vueltas y revueltas del dibujo propuesto se simplifican en la talla del nativo a los sobrios "kenkos", robustos, con sabor a campo nativo; así como los melenudos leones íberos en el cincel del artista indio, son vertidos a la figura del buen puma nuestro, de ojos astutos y fauces ansiosas. La fusión plástica de hispanos renacentistas y de artistas indios se resuelve en la obra arquitectónica arequipeña llana y simplemente, tal como se ha realizado la fusión de sangre; por estas especiales circunstancias de entendimiento artístico desde la fundación de la ciudad, subsisten hasta hoy los gremios de maestros de sillar. Por eso vemos obras del siglo XIX tan buenas como las obras coloniales, realizadas por estos maestros de obra y los hábiles picapedreros del Misti.

El patio de la casona arequipeña clásica, no tiene corredores cubiertos, las puertas primorosamente talladas son de baja altura -la madera es escasa- y se necesita amplia luz sin interferencias para la iluminación de las estancias.

Los balcones se equilibran en el ancho muro, medio piso hacia adentro y lo que vuela es sostenido por una apretada fila de ménsulas ricamente ornamentadas; los balaustres son de hierro en varas rectas muy sobrias, armonizando íntimamente con la plasticidad de la masa arquitectónica.

En la ventana, que se abre en el recio muro, el arquitecto de la colonia realiza una obra de escultura; hay ventanas que parecen elegantes cálices de flor, nacen en la superficie con salientes apreciables y sobre el muro se elevan airosas para rematar cerca de las gárgolas en cornisas de robusta y bella talla.

El color del sillar se matiza en la ventana sobre el amplio paño del muro rosa, la ventana se destaca en sillar blanco o a la in versa. Después en nuestro siglo vino el mal gusto, se ocultó bajo grises sordos esta franqueza, este canto del material, esta franqueza de muros de sillar desnudos que diera su adjetivo a la ciudad. La famosa ciudad blanca, construida en bloques de sillar, hoy en su mayor parte se encuentra escondida bajo espesas costras de pintura.

Esos magníficos muros de Santa Catalina, garantizados por vigorosos machones de remate indio escalonado, en los que se advierte claramente el primer entendimiento entre nativos e hispanos, pues se llegan a juntar pero sin lograr fusionarse, constituye uno de los mejores ejemplares de arquitectura arequipeña de los primeros tiempos de la ciudad. Librados estos majestuosos muros de las sucesivas costras de pintura volverán a cantar la franqueza de su material, así como la masa catedralicia ostenta la blanca-gris epidermis de la lava arequipeña en tan noble y grandioso paño que solo hace falta quitarle esas elipses de barato aluminio que son completamente extrañas a su estructura.

Cuidad arequipeños de vuestras casonas coloniales, que no sean adulteradas con banalidades de nuestros días, conservad esa pureza arquitectónica como preciados emblemas de los tiempos en que se sentía virilmente el arte de construir. Sabed que Arequipa irradió un estilo arquitectónico por el alto collavino. Los ejemplares de esta mata se ven evidentes en: Juliaca -la iglesia antigua-, Juli, Pomata, Zepita, La Paz, Potosi y al otro lado de la gran meseta los recuerdos de esta irradiación arquitectónica se advierten en los andes norteños argentinos.

Nuestros arquitectos contemporáneos ensayan de la apariencia arquitectónica colonial con malas imitaciones.

No debemos olvidar que toda buena [empresa] constructiva expresa lo suyo. No radica en las apariencias ornamentales el buen sentido de la edificación y menos en las imitaciones decorativas de la Colonia.

Todo lo hace la estructura, la función de vida y el material. Si dentro de las necesidades modernas bien consultadas se emplea como material el noble sillar mistiano, tendremos en nuestros días buena arquitectura, edificación de la psicología de una ciudad que sus masas arquitectónicas.

Tratemos de establecer estas relaciones y esta vuelta a la verdad con el terruño para que vuelva ese sano y fuerte pueblo que otrora, cuando el sillar no se pintaba, esta alma popular se manifestaba franca y abierta a las vibraciones de la vida con tal resolución que aquí en Arequipa es en donde se salvó la vida republicana en sus peores momentos, y en tiempos en que el sillar cantaba su canción constructiva. Los templos de Arequipa que son bellos por dentro y por fuera, en el Perú son no solo templos, sino que también son museos de arte colonial y de suntuaria religiosa. Y este ritmo de la colonia lo continuamos sin que las ciudades capitanas despierten en este piano a las necesidades de la vida moderna, hacia la formación de sus respectivos museos.

En Arequipa hay suficiente material arqueológico y artístico como para que la ciudad ostente su respectivo museo. En pintura durante la Colonia ha sido atendida por los talleres del Cuzco, pero en algunos lugares laicos y templos de los alrededores, existen notables pinturas de criollismo arequipeño que reclaman salas de Museo más que de iglesia. En Caima, la del aire delgado y placidez latina, en su primorosa iglesia existen interesantísimas pinturas de la vena criolla, son cuadros de "Milagros" y otros en que el diablo circula tranquilo entre los fieles haciendo sus fechorías.

Fresca está mi visita a esta iglesia y sus candorosas pinturas y fresca esta la impresión que he recibido de su inteligente párroco, mi amigo el presbítero Erasmo Hinojosa, quien acogiendo esta sugestión sobre el mejor empleo de fondos se ha resuelto edificar junto al templo, una sala para museo religioso de Caima. Así, pues, esta simpática Villa tendrá otro aliciente más, y seguro estoy que ese museo se enriquecerá pronto con valiosas donaciones de arte que seguramente se guardan en las viejas casonas de Arequipa.

Y esto es todo lo que puedo decir en esta fugaz visita a Arequipa. Les pido dispensa por las incoherencias y que no vean en lo dicho sino mi deseo de ver realizado en nuestro país un avance espiritual cada vez más recio que nos permita construirnos más sólidamente, como lo están aquí las viejas casonas.

Arequipa, 15 de marzo de 1944.

La casona arequipeña (pp. 278-282)

La ciudad de Arequipa surge de las entrañas de su volcán tutelar, el Misti; es la lava de las inmemoriales erupciones, solidificada, la que da forma a la interesante arquitectura arequipeña.

Los fuertes fundadores hispanos que la plasmaron resolvieron en ese paraje de belleza solemne, pero sin floresta, sin madera de construcción, el problema más original que existe en la arquitectura hispano-criolla del Perú. La bóveda y el mortero mediterráneo traídos por España, son los valiosos elementos que hacen posible la edificación a base de su único material: el sillar, inagotable en las extensas faldas del Misti. Templos y monasterios y las holgadas casonas de la fundación se levantan cubiertas de cúpulas y bóvedas del tipo original, de formas robustas, amplias y claras.

En la edificación colonial costeña es la madera el material insustituible; el clima benigno, sin lluvias, solo exige coberturas planas, de madera o cana de Guayaquil, con una leve torta de barro batido, protectora. El material obligado en la edificación costeña lo proveen los valles cercanos a las fundaciones y por la ruta marítima fueron conducidos cedros, caobas, robles, cocobolos y tantas otras maderas ricas, en galeones hispanos desde las selvas Centroamericanas. La casona limeña, tipo de la cual se desprenden las de la costa peruana, con leves modificaciones, absorbe en su construcción y decorado tal cantidad de madera que puede decirse que sus muros de ladrillo o adobón son forrados en este material. El artesonado de suntuosa talla o las gruesas vigas y mensulones labrados en macizo cedro o caoba, los altos zócalos, las puertas altas y sus solidas jambas, las ventanas y celosías con hojas de trabazón mudéjar o paneles renacentistas; y los grandes patios de balaustres torneados y panzudas columnas de duras maderas sosteniendo airosas arquerías de estuco o capiteles de elegante talla recibiendo cornisones, también de madera; las amplias escaleras con robustas balaustradas y anchos pasamanos, las innumerables ventanas teatinas que llenan de claridad el laberinto de habitaciones interiores entarimadas con recios tablones, culminan en la fachada con el fuerte y ancho portón ornamentado de bronce, y el clásico balcón mudéjar-criollo, cuajado de torneados, pilastrillas, persianas y mensulones esculturales de quimeras labradas, rubrican el canto a la madera en la pintoresca casona limeña.

La casona cuzqueña, tipo de la casa peruana andina de raíz extremeño-castellana, se levanta sobre los magníficos paramentos de primorosa piedra labrada del antiguo imperio incaico. Los "canchones" indios se transforman en patios moriscos de arcadas con aljibe al centro; sobre la construcción india modificada con el zaguán y el pórtico esculpido y blasonado en piedra se asienta el cuerpo alto hecho de adobón o de ladrillo, con hermosa escalera de piedra y corredor enclaustrado sobre columnas también de piedra labrada.

Las lluvias torrenciales del Cuzco, obligan a la construcción de una sólida cobertura de tejas sobre armadura de madera y de "magueyes" abundantes en los contornos de la ciudad. Los pisos de ladrillo, los muros revocados y enjalbegados, ventanas con herrería de sobrio estilo castellano y también con balcones cerrados de rica madera labrada; la puerta enclavada bajo el dintel granítico es de gruesa madera con pesados "llamadores" y robustos clavos de bronce. Una maciza casona de honda sugerencia, de fuerte base india sosteniendo a todo el cuerpo alto de tipo hispano-extremeño.

Los materiales básicos en la casona costeña-colonial son ladrillos o adobón y enorme cantidad de madera. En la casona cuzqueña son el granito, adobe, ladrillo y cobertura de tejas.

En la original edificación colonial arequipeña, el bien sillar compacto, resistente, plástico y de poco peso rinde cuanto es posible hacer rendir al material, reemplazando a la madera no solamente en las coberturas de bóveda sino también en los dinteles de puertas y ventanas y en los volados cornizones y ménsulas que sostienen los balcones. Es la lava el material básico en la ciudad del volcán; el hierro y la madera son empleados con gran parquedad y con selecto criterio, pues es difícil y costoso el transporte de los lejanos lugares de producción del interior del país y de los puertos marítimos. El sillar, leve pero resistente, y el mortero de cal y canto, solucionan con la bóveda de cañón la extrema carencia de madera, dando por resultado un tipo original de casona que se destaca entre las del Cuzco y las de Lima, con sus propias cualidades, provenientes del buen empleo de su único material constructivo.

Es pues la bóveda la obligada solución constructiva, el motivo esencial que caracteriza a la arquitectura arequipeña. Los anchos muros resistentes al empuje de la bóveda, son auxiliados en los altos edificios por vigorosos machones que invaden las veredas, y en los templos y conventos, los estribos de contención adquieren volúmenes enormes que van muriendo en suaves curvas o en escalonado indio en la línea final del paramento. La bóveda desagua las lluvias por canalones conducidos a las gárgolas o "chorros" criollos hechos con mucha gracia, también en sillar, sostenidos por torrecillas como cánones de fortaleza sobre los muros, o apareciendo por debajo de las robustas cornisas, con labrados ornamentales. En los templos y monasterios, en los grandes paños de sillar entre estos fuertes estribos, abrense los ventanales y los pórticos, de relieve labrado como si fuera lujoso estopado de casulla. En estas grandes edificaciones arequipeñas se siente fuertemente al Mediterráneo y al Tahuantinsuyu en íntimo consorcio constructivo; es el nacimiento de la arquitectura criolla, la del nuevo hombre peruano que en la casona tiene su genuina expresión.

La traza de la casona arequipeña, difiere de la otra casona peruana en que el zaguán no se abre en el eje sino que se carga a un lado permitiendo así el desarrollo de un amplio patio de tres fuentes de habitaciones comunicadas entre sí, y los patios sucesivos hasta llegar a la clásica huerta, continuando con esta planta. Los patios carecen de corredores cubiertos, pues es necesario dar luz a las habitaciones por las puertas y ventanas de reducida altura; estas son muy ornamentadas de anchas jambas que trepan en espeso relieve por el sobrio muro duplicando las cornisas de elaborados labrados. Las puertas son de tableros renacentistas tallados y los vanos de las ventanas protegidos con herrería de fierros "pasados" con un sencillo dibujo central de tipo castellano. Y las ventanas de la fachada — ¡que opulentas son! — en grueso relieve contorneando el alféizar ascienden las anchas jambas de lava para morir en hermosa pestana sobre el mismo muro o llegando hasta la cornisa del edificio involucrándose a ella con airoso movimiento; las ventanas de las casonas arequipeñas son obras maestras de armonía, equilibradas con los paños enormes de los paramentos.

En los pórticos de las casonas se concentra la ornamentación de sillar labrado a base del motivo del jarrón renacentista, vertido en criollo a la robusta "maceta" de flores o también en el escudo de armas de la casa el motivo ornamental, contorneando los follajes de sillar al portón de gruesas maderas con bronces ornamentales. En las casas de una sola planta el cuerpo del pórtico rebasa la línea de coronamiento en una cornisa curvada o en graciosas volutas y pináculos primorosamente labrados sobre el plástico sillar.

En los pocos ejemplares de casonas de planta alta, un hermoso balcón central se relieva vigorosamente asentado sobre voladas molduras o sobre ménsulas de elaborado tallado de sillar. El ancho espacio del balcón se adentra entre los muros de la plomada calculando así la carga sobre el mismo muro; la baranda de barras de fierro rígidas acaban la severa elegancia del total. Cuando las casonas hacen ángulo con dos calles, en la esquina se yergue un grueso machón rematado en bravo pináculo, o también en un gracioso mirador rompiendo los ángulos y con ornamentaciones asentadas sobre el estribo y rematadas en la cornisa final del edificio.

El exterior de la bóveda es un panorama de sólidas ondulaciones cubiertas de ladrillo de cal y canto; son extensas terrazas traficables, muy gratas a la contemplación del sereno paisaje selenita con las enormes montañas tutelares de cúspides nevadas.

La característica edificación de la ciudad se extiende hacia la campiña, llena de hermosas "quintas" de romántica prestancia y a los pueblos cercanos donde en torno a su primorosa iglesia de sillar labrado, se esparcen las casas campesinas también de sillar, cubiertas de alto sombrero chacarero de cal y canto, comunicando al ambiente un robusto acorde plástico en armonía con las altas cumbres.

La arquitectura arequipeña ha marcado honda influencia religiosa en el Lago Titicaca, ha entrado en el Alto Perú y llegan sus recuerdos o ritmos inconfundibles a los pueblos coloniales del norte argentino.

Durante el siglo XIX continúa en Arequipa la buena tradición edificadora, a pesar del neo-clásico en boga y del aporte de nuevos materiales de construcción. En nuestro siglo y en nuestros días en que se advierten las feas "latas" de calamina en las casas de los pueblos, y en la ciudad que marca un estilo, se ven fachadas "coloniales" de otros lugares, sin advertir el ridículo que hacen junto a las nobles edificaciones coloniales arequipeñas, imitando sus labrados ornamentales en el fácil moldeo de cemento, en la ciudad en la que ha quedado viva la mano de obra del artesano, cantero que levantara la plástica ciudad de fuerte abolengo arquitectónico.

El Comercio. Lima, 13 de mayo de 1940

-------------------------



[2]

Fuente:
Inka Trail [novela]. En: Obra reunida. Poesía y prosa
Oswaldo Chanove
Arequipa : Cuzzi y Cía., 2012, pp. 310-311

Consagración de la primavera

Cuando los pasajeros se detienen en lo alto de la escalerilla del avión, el resplandor poderoso sobre las pálidas edificaciones los obliga a utilizar como visera el último número de la revista de a bordo. Señoras y señores, bienvenidos a la República Independiente de Arequipa. Esta es una broma que los arequipeños no se cansan de festejar. Esta ciudad, con sus blancos muros de piedra volcánica, ciertamente confirma una vez más la desconcertante variedad de rostros que presenta el Perú. Cuando uno camina por sus calles siente que ha llegado a una ciudad sólida, que sólo pretende parecerse a sí misma. Hay un sosegado encanto en esas casonas del siglo XVIII, una atmósfera rigurosa en las soleadas callejuelas del barrio de Yanahuara, un altanero concepto de la belleza en la gran Catedral, que trastorna esa imagen fácil de un Perú simplemente incaico y populoso. El sillar, ese material poroso que en otros tiempos fue magma ardiente, se impone sobre todo el paisaje y Arequipa ostenta una tajante limpieza de líneas, una gracia y contundencia de planos y volúmenes, mucho menos fríos y gravitantes que los de piedra, y mucho más definitivos y concluyentes que los de ladrillo o adobe. Desde el atrio de la Catedral se contempla la gran plaza. Es un lugar amplio, limpio y simétrico, ideal para fusilamientos.

[3]

Arequipa, la Ciudad Blanca, e Iglesias de Puno

Conferencia dada por Rafael Ramos, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla (2016)

[min. 50: La cantuta ha sido y es, Flor Nacional del Perú / min. 56: comentario de las tesis sobre la notoria presencia de sirenas en la arquitectura arequipeña y alto-peruana]


[4]


Parque temático del Sillar [proyecto]
Video producido por
Willax