Jueves de compadres y comadres

Fuente:

Texao. Arequipa y Mostajo. Tomo II, fasc. II,
Juan Guillermo Carpio Muñoz
Arequipa, 1983, 2° ed., p. 37


"Chacarera del Valle de Arequipa" - "Chacarero del Valle de Arequipa"En: Viaje a través de América del Sur: Del Océano Pacífico al Océano Atlántico. Paul Marcoy, Jean-Pierre Chaumeil (int.). Lima : PUCP, 2001, vol. I



Que se callen los pianos, que perdone el Carnaval y usted comadrita linda al próximo año vendrá

Como tenemos ya dicho, en la vida y en la muerte de los antepasados de nuestros antepasados, la religión ocupaba -y por varias letanías- el centro indiscutible de su interés. Si las fiestas son a la vida como la cecina al chupe (la presencia o ausencia de aquella determina que éste resulte sazonado o desabrido), pues, ¿¡quién les dice!? que las fiestas más sonadas eran, precisamente, las religiosas, que como toros de una misma yunta combinaban los devotos ritos y las fritangas civiles; sin embargo, en aquellos tiempos había una fiesta en la que un solo toro hacía todo el trabajo: las fiestas del carnaval. Tan celebrados eran los días de Ño Carnavalón, que los arequipeños decimonónicos no se contentaban con los días señalados por el almanaque y como preámbulo de las festividades, instauraron la costumbre de los Jueves de compadres desde tiempo tan remoto que ni el Tuturutu puede precisar (a los que duden hagan la prueba de preguntarle).

Diez días antes del Domingo de Carnaval, se verificaba el Jueves de Comadres cuando las matronas de la localidad enviaban a alguno de sus compadres (el de mayor aprecio o el mas rompón) un obsequio que podía consistir en una colcha tejida, una canasta de frutas, una chombita de chicha u otro objeto de significación y valor. El agraciado recibía el obsequio y la primorosa esquela de su comadrita; quedando con ello sellado un compromiso ¡tan serio! que ni los contratos elevados a escritura pública de ahora generan mayor obligación. El jueves siguiente, que resultaba el previo al carnaval, en cabalgaduras, en el urbano o a pie, partía una numerosa comitiva invitada por el compadre obsequiado y en la que, obviamente, iba la comadrita del obsequio y los familiares y amistades más íntimos de los protagonistas. Se encaminaban a una picantería de Yanahuara, Sachaca, del callejón Loreto o el Palomar, que con días de anticipación había sido contratada por el compadre. Llegados a destino y, luego de apagar la sed del caminante con unos espumosos cogollos, abrían el apetito con unas zarzas picantes o un batido de rocotos que ponían en ristre no solo las glándulas salivales sino hasta las lacrimales de los convidados. A poco, comenzaban a desfilar los más exquisitos potajes cholos: picantes, cuyes chactados, estofado de gallina, choclos con queso, habas puspas y el infaltable chancho al homo que era al Jueves de Compadres tan necesario como el compadre mismo. Después de tan opípara merienda, surgía el bajamar de rigor y el "obligo a mi compadrito”, “le pago a mi comadrita", "mi amor con usté se va", "correspondido será"; por ahí el bordoneo en mozamala de una vihuela y rompían el baile la pareja de compadres, jaleados por los demás, que entonaban la glosa: “Ya salieron a bailar /la rosa con el clavel,/ la rosa derrama flores/ y el clavel los va a coger”. Entrada ya la noche volvían a la ciudad con el estomago hinchado y la cabeza caliente, terminando todos en casa de la comadre para el "Remate" de rigor en que las frases pasaban de cumplidas a atrevidas, y el paso de los danzarines de ceremonioso a un trote de nunca acabar. Cuando el lucero de la mañana anunciaba el nuevo día –que era de ayuno por ser viernes-, se retiraban los circunstantes, quedando todos invitados a pasar el carnaval en casa de la comadre, como establecía la costumbre.

//J.G.C.M.