Bajada de Reyes en Tiabaya

Los Tres Reyes en los Perales

Parte 1

Carlos Muñiz Alcalá

Diario el Deber, 4 de enero de 1952, pág. 4


A 10 kilómetros de la ciudad de Arequipa, en el hermoso pueblo de Tiabaya, en las faldas de una cadena de cerros se hallan ubicados los viejos perales cuyas edades fluctúan entre siglo y medio y los dos siglos de existencia. Aquel lugar de gratos y agradables recuerdos, de ambiente vivificador y exuberante vegetación, es un bosque abigarrado de árboles, cuya extensión [sic: altura] podría ser de tres metros de longitud.

El camino principal se abre por el centro del tupido boscaje, serpenteando y formando encrucijadas entre entre peñascos, callejones sin salida, y casitas de adobe con techos de "tijera", torteados con barro; esporádicamente hay algunas de sillar con techos abovedados. Aquí y allá alardeaban los arbustos rebosantes de dorados y sabrosos [...] que hoy son tan verdes que [sic: como] la esperanza. Existían innumerables picanterías con magníficos huertos y [..]rados, en las que se realizaban estupendas y copiosas picantadas.

Silenciosamente huye [el agua] por la ancha acequia cristalina, que caracolenado por las faldas de enhiestos cerros, se reparte para alimentar a la la semana la fértil tierra. Por las mañanas el sol cae con sus rayos, con una tenue lluvia de oro que cae entre la arbolería, provocando un paisaje de fascinación. Y por las noches el bosque, los empinados cerros y duros peñascos, los pájaros cantores y los humildes y fornidos labradores duermen sin turbación, esfumándose así el [encanto] escenográfico que culmina en los días de [enero].

Este ideal paraje, desde tiempo inmemorial, es el lugar más visitado de los aledaños arequipeños, especialmente los días de Navidad y Año Nuevo; la fiesta cumbre y que cobraba mayor prestancia era la de Reyes, ¡ clásica fecha de sacudida de los perales!

De todos los distritos iban caravanas de pobladores, especialmente de la ciudad. Como no habían [autos], las cabalgatas eran cosa acostumbrada. Por eso los mancebos montaban en competencia briosos corceles de paso o trote, manejándolos expertamente, los que obedecían ante un movimiento de cinto y la voz de mando, o clavando con las espuelas "[..]ras" los ijares de la bestia, viéndoseles [tan] bravos [que] parecían caminar en vilo. Las sillas, artísticamente repujadas y decoradas con finas incrustaciones de plata, como así las bridas, con aditamentos del mismo metal. Habremos de advertir y con orgullo, que los arneses de montar eran ejecutados por hábiles y expertos artistas arequipeños, obras que habiendo llegado a algunos lugares de Europa, llamaron justamente la atención.

La mayor parte de jinetes chacareros y [citadinos] usaban cómodas y vistosas monturas de "[...]", elegantes pellones "sampedranos", y vestían prestamente con jipijapas, pantalón blanco y botas de [cha]rol hasta la rodilla. Un pañuelo blanco en el cuello, y colgando de los hombros el magnífico y vistoso poncho de vicuña, artísticamente [elaborado]. También había que admirar a la mujer arequipeña, cabalgando intrépida en lindos animales, ensillados con montura de "gancho" y luciendo muy encantadoras con sus esbeltos talles, llamativas chaquetas y cauda, la que apenas dejaba vislumbrar la cabritilla abotonada a un costado o a cada lado, que cubría hasta la bien redondeada pierna. Completaba el ajuar amazónico un pequeño y coquetón sombrerito cubierto por discreto [velo] y guantes de previl; y llevando a modo de [fuete] un cotillo de cuero o una barilla de membrillo. Pero en tiempos pretéritos al de esta época, las encopetadas damas se vestían con los incómodos pero sugestivos "miriñaques".

Los que no poseían cabalgaduras las alquilaban en las caballerizas, que las hubieron muchas. De recordación es la de Torres, al final de la calle Pizarro. Ahí se encontraban el brioso y golpeador ["Pinmairo"] y el no menos "Sol de oro", que a más de veinte rompieron las costillas. El alquiler de estos animales costaba un sol cincuenta, y no obstante de que los jinetes decían "hay que sacarles el flete" ¡habían de sudar hasta por las patas! Los acomodados aficionados al hipismo montaban cabalgaduras de [...] como el Corser, Espolón, Alí, y muchos otros de "sangre fina". No faltaban los espectaculares [concursos] ocasionados por briosos y "pajareros [caballeros]", especialmente al regreso, cuando en el camino que iba paralelo a la línea del ferrocarril realizaban carreras, compitiendo con el último tren del día ocupado por cientos de pasajeros; constituyendo estas justas un espectáculo emocionante y a la vez gratuito.

Los pobretones se trasladaban en jamelgos encaronados y muchos en "pelo". Algunos iban de a tres y tenían que soportar las burlas de los demás, que les gritaban: "¿a dónde van los [...]?", más estos les respondían sin vacilar: " a [recoger] alfalfa para los cinco". Pero la mayoría de ellos hacían el viaje en "burro-pié".

Arequipeños revolucionarios, encopetados, trabajadores... todos sin distingos ideológicos [acudían a] las pocas casas particulares [que habían]; pero las picanterías se llenaban hasta rebalsar. De [mucha nombradía] fueron las de de la Beltrán, Vilches, Manrique y muchas otras más. Las mesas de madera a la manera rústica, con manteles de tocuyo, ostentaban [las fuentes de] frutillas, las habas, el mote, y las sabrosas [papas] harinosas. Los choclos "güagüitos", los rocotos colorados como la candela que picaban como el diablo, y que abrían el apetito, para seguir deleitándose con la letanía de riquísimos picantes; notablemente no faltaban los conejos chactados, la amable compañía de la "ocopa", las [ensa]das, para luego finalizar con el contundente estofado de gallina. Discretamente se bebían vinos de uva, excelentes aguardientes de uva, y la riquísima y engordadora "chicha de huiñapo", brindando alegremente entre risotadas y chistes, por los Reyes de Oriente.

Simultáneamente, las bandas de "caperos" venidas de los distritos [vecinos] y de la ciudad, inundaban el espacio con sus acordes de [música] nacional. Hubieron en muchas ocasiones más de una docena de estos alegres y algunas veces [...]pasados conjuntos.

Guapos mozos rasgueaban las cuerdas de sus guitarras entonando alegres coplas, pero el [cenit] de los arequipeños románticos fue siempre el sentido "yaraví", que con dulces y enternecedoras notas cantaban tristes "melgarianos" como este: "A mi [triste] sombra - llenará de mil horrores - tú..."

Los Tres Reyes en los Perales

Parte 2

Carlos Muñiz Alcalá

Diario el Deber, 5 de enero de 1952, pág. 3

"...I acabará con tus gustos. El melancólico espectro - de mis cenizas-", arrancando conmovedoras lágrimas a viejos y jóvenes. Para variar el ambiente, irrumpía el popular "pianito ambulante", que en número de más de cincuenta, se diseminaban por todo el poblado, atizando la jarana con sus regocijantes "marineras", las que eran bailadas por salerosas parejas, blandiendo los pañuelitos como palomas blancas y sacando chispas al suelo que pisaban cuando los cantores criollos entonaban: "Las peras de Tiabaya son más dulces que la caña - pero las arequipeñas reales - ¡ay mamita! - valen más de cien perales" ¡Estas notas preñadas de franca alegría, resonaban en todos los ámbitos del paradisíaco y viejo boscaje!

Los "calas calzón sin forro" se encaramaban en los arbustos y parodiando a Sansón, "sacudían los perales", cuyo fruto caía como mana del cielo, siendo recogidos en canastas, pañuelos, y llenándose los bolsillos a borbollones por la friolera de un par de reales. Otros tantos "mataperros" saltaban las paredes introduciéndose en las huertas para hurtar el fruto. Cuando eso sucedía eran sorprendidos por os dueños [quienes] les decían amablemente: "¿porqué escalan las paredes, no ven que la puerta de calle está abierta?".

En estos tiempos que vivimos a ración de hambre, al que lo encontraban haciendo tal cosa "le pondrían las peras a cuatro" o lo mandarían a la cárcel. También menudeaban trompadas, sin tecnicismos boxeriles, pues los mistianos fueron siempre "trejos", y por "quítame estas pajas" o una mala mirada a la prometida, se trenzaban "mano a mano", más si alguno caía al suelo, el otro le decía valientemente: "¡párese!"

Dentro de la multitud circulaban figuras características. Una de ellas que nunca faltaba en aquel paseo para llenar la alforjas con las riquísimas peras y montado en su caballo blanco y "manzurrón" fue el célebre Don Lucas, de ancestro distinguido, pero bonachón y ocurrente como ninguno, cuyos cuentos han traspuesto nuestras fronteras, llegando hasta Corea. Un día fue donde el carpintero llevando su bastón para que lo cortase, porque estaba muy grandecito (pues el se estaba achicando por la edad). El maestro cogió el serrucho y cuando se disponía a cortarlo por el extremo del regatón, Don Lucas le gritó con voz tonante: "¡animal!, no de ahí, de donde me está grande es de arriba!"

Como presagio de futuros tiempos motorizados, y que fue poniendo paulatinamente fin a esta época típica y romántica, allá por el año 1904, el Coronel Domingo J. Parra, dinámico Prefecto de Arequipa, organizó una excursión a los Perales, compuesta por todos los veraneantes que se hallaban de temporada en Tingo. Para esto se trasladaron a este lugar más de veinte carretas, las que eran empleadas en Arequipa para la carga. Consistían de una plataforma y paredes laterales. Sus dos ruedas, toscamente construidas de madera, como todo el resto, medían metro y medio de diámetro y estaban defendidas por llantas de fierro de tres cuartos de pulgada por cinco de ancho. Estas carreteras eran jaladas por tres sufridos jamelgos. Un carretonero guasón montaba el de la izquierda, castigando criminalmente con tremenda gusca a los indefensos animales, hasta el extremo que vivían eternamente condecorados con vergonzantes "mataduras" en el lomo. Estas víctimas de la injusticia humana a la postre morían esqueletizados en las orillas del río Chili, donde eran pasto de los gallinazos. los improvisados vehículos fueron adornados de flores y gallardetes, y dotados con techos de lona y asientos, los que fueron ocupados por crecido número de damas, caballeros y niños. Aquel día la belleza proverbial de la mujer arequipeña, de franca sonrisa y tocadas con trajes modestos y sombreros de "chito", hablaba de su afinidad con la mujer andaluza. Las chiquillas con sus hermosos cabellos rizados, las muchachonas con sugestivas trenzas, y las mamás de empinados "tupé". Los caballeros empigorotadamente trajeados y llevando el consabido bastón, la caravana partió por la bellísima alameda de frondosos sauces que en aquel tiempo unía Tingo con Tiabaya, acompañada por los acordes de la banda del Batallón Zepita. Y así llegaron aquella tarde hasta las proximidades de los perales, para trepar por el camino polvoriento y pedregoso, y cumplir con la costumbre de "sacudir los perales".

En medio de esta algarabía policromada y típica fiesta, predominaba el entusiasmo y sencillez innato de sus gentes, contribuyendo de esta manera al mejor prestigio y renombre de los arequipeños; por esta razón a la hora del Angelus, la gente comenzaba a desgranar de entre el choclo de los perales, para recogerse en sus moradas, pues en aquel tiempo los mistianos en general, dormían desde las ocho, hora que las campanas de algunos templos tocaban en señal de "¡silencio!"

Y así retornaban por el largo camino los paseantes, mientras el sol se ocultaba tras de las colinas y sus últimos rayos iluminaban tenuemente, como así el maravilloso crepúsculo que en veces engalana nuestro cielo. Entrada ya la tarde plomiza, y luego ennegreciéndose el plaf´+on del cielo, aparecían en él, como luciérnagas, unos puntos luminosos, los que luego se convertían en radiantes estrellas, las que, como la de Oriente que guió a los magos, así marcaba la ruta de quienes se depedían, quizá por vez postrera, de los frondosos y almibarados perales, en los que nuestros siempre recordados padres y abuelos habían transcurrido momentos de grata ensoñación y de futuras promesas.

Con ardor y entusiasmo
festejaban los mistiano
los Tres Reyes de Oriente,
sacudiendo os perales
y bebiendo muy formales
Chicha, vino y aguardiente.
Esos Reyes ya no habrán
en la hermosa Ciudad Blanca,
porque más fácil veremos
¡"sacudirse" hasta el volcán!

Arequipa, enero de 1952



Los otrora frondosos bosques tiabaínos, asediados por la expansión urbana (foto tomada de aquí, p. 43)



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Sobre el Año Nuevo y Bajada de Reyes en Arequipa

Tiabaya