Tradición dulcera al pie del Misti

01.

Criaturas celestiales de Arequipa: dulces de convento y de calle

Cosas (revista). Lima, 14 ago. 2018
Por: Isabel Olivares



La cocina arequipeña es famosa por sus fuertes sabores y contrastes. Pero poco se sabe de sus dulces, que son algunos de los tesoros mejor guardados en los antiguos recetarios, en los restaurantes de la ciudad y en los viejos conventos. Este artículo echa una mirada a la historia de los placeres más culposos de la ciudad blanca*.

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Como es sabido, el Perú prehispánico tenía una cultura culinaria refinada y saludable, muy diferente a la conocida por los europeos hasta entonces, pero en la que el concepto de golosina o postre, tal como lo entendemos ahora, no existía. Los indígenas estaban familiarizados con el dulce de las frutas y el jugo de la caña de maíz, pero no tenían nada parecido al azúcar.

Los apis, una bebida espesa y dulcete, era lo más cercano a un postre, de manera que en el mundo de los dulces, la voz cantante la llevó la nueva repostería hispano-árabe; mientras que el aporte nativo consistió en la incorporación de frutos novedosos (chirimoyas, lúcumas, papayas, maíz, maní, chuño, etc.) y en cierta sensibilidad que caracteriza todavía a los postres locales, menos empalagosos que los de la capital y los de otras regiones.

Los polvorones son los típicos dulces de convento que siguen vendiéndose en el interior de Santa Catalina


Placeres sagrados

La repostería y pastelería españolas prosperaron en los enclaves de población hispana y mestiza, como era el caso de Arequipa, y, en particular, en los conventos de monjas, que en general tuvieron un papel hegemónico en el desarrollo de la repostería americana.

Se fabricaba todo tipo de pastas, mazapanes y pasteles utilizando leche, huevos, harina de trigo y levadura; ingredientes novedosos que no existían en la tradición aborigen. Inicialmente, para endulzar estas comidas y bebidas, se utilizó la chancaca; el azúcar refinado en cristales apareció recién en el siglo diecinueve.

La Ibérica: industria famosa por sus manás, tofis y chocolates

Los conventos de Arequipa instalaron en sus cocinas fogones y hornos que funcionaban con leña de ccapo, un arbusto local, en donde las cocineras fabricaban innumerables especies de pasteles, bizcochos, confites, mermeladas, galletas, panes, alfajorcillos, polvorones, mantecados, cabellos de ángel, jarabes y licores –recomendados como remedios estomacales y digestivos–, así como tortas decoradas con mazapán o pastillaje y otros manjares que las familias mandaban preparar para sus fiestas. Los encargos y ventas se hacían a través de un torno, para evitar cualquier contacto con el exterior, práctica que subsiste hasta nuestros días. Las monjas también hacían dulces para agasajar a amigos y benefactores, o para corresponder a parientes y parroquianos que les traían productos de su chacra.

En las cocinas de Santa Catalina aún pueden verse los hornos, batanes, morteros y artesas donde las monjas amasaban su propio pan; peroles de cobre y diferentes enseres que usaron en su cocina cotidiana. En la gran cocina comunal, tiznada de hollín (espacio inicialmente destinado al templo del monasterio y reconstruido después de un terremoto para servir como panadería), puede verse también una serie de utensilios, fogones, balanzas, cucharas y otros instrumentos que hablan del esplendor de las artes culinarias en el monasterio.

En los claustros del convento de Santa Catalina se pueden ver cocinas que parecen sacadas de una postal; todas con sus infaltables hornos de barros, batanes y filtros de agua.


Entre estas piezas llaman la atención unos moldes en forma de pingüinos, alusivos al nombre que el ingenio popular les dio a las monjas por los colores y formas de sus hábitos. Esta insospechada muestra de humor entre los muros de la clausura nos hace ver que el rostro de quienes utilizaron estos moldes para hacer los panes debió está marcado por una sonrisa.

Los monasterios de Santa Teresa y Santa Rosa también compartieron glorias culinarias, aunque en menor escala. Paul Marcoy, viajero francés de mediados del siglo diecinueve, relata: “Cada una de estas congregaciones tiene una especialidad (…) Santa Rosa tiene su mazamorra de carmín, especie de papilla, con el gusto de nuestros huevos rojos, que se expone durante la noche en los techos del convento, donde la helada le da cualidades particulares. Santa Catalina sobresale en la preparación de pasteles y dulces de ave a la leche de almendras, manjar blanco de la región. El Carmen, en fin, tiene por su parte los buñuelos a la miel espolvoreados de pétalos de rosa y pajitas de oro, y sus imperiales, yemas batidas con azúcar en polvo y fijadas mediante un procedimiento que desconocemos”.

Más tarde, en 1870, a raíz de una visita que hizo el presidente José Balta al monasterio de Santa Catalina, uno de los acompañantes relata cómo las monjas los recibieron entre flores, arbustos y árboles, donde les ofrecieron una gran variedad de los mejores dulces y refrescos, que parecían inagotables en variedad y cantidad. Menciona dulces en forma de aves y cuadrúpedos de diversas especies y colores, peritos, bizcochos, hojaldre, confites mermelada, vino dulce y jarabes.

Según datos del archivo del convento de Santa Rosa, en el siglo diecinueve las monjas tenían permiso del obispo para hacer chocolates además de postres. Entre sus dulces característicos figuraban las bolitas de naranja, y el cabello de ángel a base de lacayote. Actualmente, las monjas han reiniciado la venta de galletas, jarabes y cremas, con recetas antiguas y modernas, como las galletas de plátano, maicena, coco, condesas, maicillos, así como también vino de misa, vinagre de manzana y miel de abeja. Cuando se les pregunta si no piensan incrementar este negocio con el rescate de antiguos recetarios, sor Rosa Luz, la priora del monasterio de Santa Rosa, responde que sí tienen la intención, pero que será “cuando Dios lo disponga”.

En Santa Teresa la venta se realizaba a través del entorno, pero con la apertura del convento para funcionar como museo, ahora lo hacen en una tienda- cafetería. Los dulces se hacen con frutos de la casa, ya que en la huerta de la clausura las monjas cosechan algunos de los productos que luego utilizarán para sus dulces, como las manzanas con dulce de lacayote. Además, ofrecen maicillos, el turrón de San José (huevo, miel de abeja y maní), las condesas (maicenas), galletas carril, delicias de Santa Teresa (galletas de coco y chocolate), cigarritos (hojaldre relleno con cabello de angel) y chicharrones (hojaldre, manjar blanco y castañas).

La víspera del 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, es noche de pasteles: después de la novena, se sacan al atrio de la iglesia los que han hecho las monjas para la ocasión y se inicia la venta de una amplia variedad de dulces, entre los que destacan las teresitas, especie de pan con relleno de castañas, canela y azúcar.


Dulces paganos

Buñuelos

Pero en Arequipa no solo se elaboraron dulces de convento, sino también de olla y de sartén. Los primeros eran confeccionados con finos ingredientes y requerían de procedimientos sofisticados y de una infraestructura más compleja que la ordinaria. Los segundos, como las mazamorras de papaya arequipeña, de tumbo o de airampo, o el sango de trigo, eran de fabricación más sencilla (a propósito: a diferencia de los picarones limeños, los buñuelos locales se mantuvieron fieles a la receta española).

Aparecerán después, con la decadencia conventual, algunas panaderías y pastelerías como La Lucha, con sus bizcochos de canela, y las tradicionales guaguas de noviembre. También floreció la fabricación industrial de chocolates, turrones y mazapanes, con el surgimiento de la hoy centenaria fábrica de chocolates La Ibérica (1909). Más tarde surgieron otras pastelerías, con diferentes tipos de alfajores, alfandoques y alfeñiques, y pajuelas (hojaldre con baño de azúcar y clara de huevo), al tiempo que iban variando usos y costumbres como, por ejemplo, el reemplazo de la otrora tan usada manteca de chancho por la vegetal.

Queso helado: leche, canela y coco [+ yemas, cuando no es para negocio]


El queso helado es el postre arequipeño por excelencia. La forma tradicional de prepararlo, cada vez menos vista, es con un baño María frío; lleva además coco rallado y canela molida.

El queso helado sigue teniendo hegemonía entre los postres locales. No lleva queso, por cierto: solo leche, azúcar, canela, coco y yemas. La receta española, con algunas variaciones, se afianzó entre los paladares arequipeños. La tradición cuenta que se popularizó en los altos del mercado de San Camilo. La mezcla se pone en un recipiente de metal, que a su vez es introducido en una paila de madera con hielo (baño María frío) y tras darle varias vueltas, se va congelando en la superficie.

Otro postre común era el de guayabas de añashuayco con miel de caña, y las compotas de fruta en almíbar, que hasta ahora se consumen. En las picanterías se servía pastel de choclo. Existían, además, refrescos de estación, como las famosas chichas de carnaval, entre las que destacaban las de quinua, piña y la de maíz, o chicha de jora. En carnaval también aparecen los confites blancos y rosados.

Buñuelos con miel de chancaca


La continuidad de las recetas caseras se da con la fabricación artesanal de dulces a pedido. Antiguamente, un dulce fino que se acostumbraba servir después de las comidas era el queso de Flandes, dulce de yemas y almendras casi desaparecido y más bien reemplazado por las canastitas y cigarritos de chocolate rellenos con crema. Como refrescos, el jugo de tumbo y de papaya arequipeña siguen siendo los tradicionales. Fuera de la ciudad, existen especialidades locales como los alfajores de La Curva, en Islay.

Sin duda, muchas recetas se han perdido o yacen sepultadas en antiguos manuscritos en las bibliotecas de los conventos y en casas de familias arequipeñas, a la espera de que algún curioso las desempolve y empiecen de nuevo a ser preparadas para la dicha de todos los dulceros.

*Artículo inicialmente publicado en la edición número 2 de Festín.


https://cosas.pe/escena-gourmet/133579/criaturas-celestiales-de-arequipa-dulces-de-convento-y-de-calle/



02.

La Lucha por las mil guaguas diarias

El Pueblo. Arequipa, 2 dic. 2019

Historia de la tradicional panadería que sigue gustando a las actuales generaciones con sus pasteles caseros y agradables al paladar

Por: Honeidy Leanderas

Fin de la guerra con Chile y un año después en Arequipa se crea la pastelería “La Lucha”, entre el recuento de daños como el monopolio y terrible usurpación de los negociantes. La mayoría del campo gastronómico, industria de alimentos, comercio y agricultura fueron obras de inmigrantes que realizaron un gran esfuerzo por competir, no solo con la producción limeña, sino también con la procedente del extranjero. Entre ellos, aquellos una modesta pero exitosa pastelería que, a pesar de ser un emprendimiento familiar pequeño, ha logrado realizar mil guaguas por día.

Un poco después de las once, el hambre ya se hacía sentir en el estómago. Era una constante: “¿Vamos por unos bizcochitos de canela?”. Eran tiempos difíciles y aun así las calles se impregnaban del olor a pastel.

Arequipa tuvo importantes pastelerías, entre los más antiguas estaba la de un célebre pastelero conocido como “Piqueso”; otra fue la de “La Monja”, “Las Potosinas”, y después “La Lucha”, esta última, las más recordada. Se iniciaron en el pasado XIX con Don Cipriano Vilca Gutiérrez y que ha llegado a estar presente en el siglo XXI como una herencia en la familia, manteniendo la tradición de los “amasijos” de antaño, convirtiéndose en una tradición arequipeña.

El lugar donde antiguamente estaba la pastelería “La Monja” de doña Luisa, conocida como Lucha, es hoy la casa de la pastelería “La Lucha”, segunda cuadra de Rivero. Doña Luisa recibió a Vilca, natural de Paucarcolla, como doméstico y futuro trabajador de los mejores dulces de la ciudad, sin ganar salario. “Lo comido por lo servido”, se decía y gracias a él crecía el negocio y su fama. Pronto sobrevino la transacción y José Cipriano “El Lucho” se quedó con la dulcería, incluyendo el local y comenzó a trabajar para él.

Los más célebres dulces de la pastelería arequipeña tradicional han sido producidos en el siglo XX cuando era llamada “Pastelería el Sol”, nombre que en un principio tenía. Están las famosas guaguas de bizcocho con careta de yeso, los alfajorillos, “las empanadas del paso”, las roscas de yema, las galletas de maní, los bizcochos de canela y de natilla, los panetones arequipeños y hasta los rocotos rellenos y el pastel de acelga.

José Cipriano Vilca, no quitaban la vista de los hornos que funcionaba con leña de ccapo, a los cuales les puso nombres: “Cipriano” considerado el más antiguo, donde se hornean los clásicos pasteles, el otro fue bautizado como “Dionisio”. Ambos hornos siguen la misma pauta de calor.

Vilca era conocido por las personas más cercanas a él como un hombre de buena talla, de ceño fruncido, que ocultaba un corazón de bizcocho, pero por sus amigos como “Cagalucho”. Tenía un niño al que quería como un verdadero nieto. Como todo niño, debía ser educado para que no se ensuciara en los pantalones. Decidió enseñarle a pedir sus necesidades. El bacín era de uso común, donde veía al niño le ponía el depósito y le decía “caga Lucho”, frase que sus amigos no ignoraron y así lo llamaron por muchos años: “el cagalucho”.

Desde las 4 y 30 de la madrugada despierta el negocio, como todas las otras madrugadas desde principios de 1884. José era exigente y autocrítico, tal y como también se define Ángel Miranda Arostigue, actual dueño de la pastelería, mientras está sentado en la única oficina de la pastelería, observando todo con detenimiento.

Control y equilibrio son dos conceptos que se complementan, y eso es precisamente lo que según Ángel define a “La Lucha Pastelería” y su vida desde que tomó la responsabilidad de dirigirla. “Tengo una personalidad extremista y nunca entrado en medias tintas, mi familia me conoce y ahora tú”, dice con las cejas levantadas y una mirada fija.

Toda la experiencia adquirida se resume hoy en un simple concepto: pastelería casera. Donde un bizcocho sencillo puede convertirse en el especial de la casa, que durante los meses de octubre y noviembre, el ritmo de trabajo puede ser agotador. Don Ángel lo experimentó en largas jornadas laborales. “En la cancha nadie es gerente de nada”, afirma sonriente.

Los longevos, Catalino, Paquita, Mauro y Alejo forman parte de “La Lucha”. Son los señores de las cuatro décadas. A Catalino (73) lo encontré haciendo un pan de yema y batiendo el manjar blanco. Paquita (65) llegó a los 15 años para atender a los comensales, como decoradora de las guaguas.

Mauro (70) desde siempre fue el maestro de las guaguas especiales; Alejo (56) llegó en 1985 a la que sería su segunda casa. Doña Hortensia Álvarez, encargada de ponerle los rostros a las tradicionales guaguas, empezó a vender las caretas en el año 1955 a la pastelería y hasta la fecha lo sigue haciendo. Estas caretas forman parte de la imaginería popular.

Carmen, bisnieta de Vilca y sobrina de Miranda, presume ser la cuarta generación que asume esta dedicación. El secreto para perdurar tanto tiempo está “no es vivir del oficio, sino vivir el oficio”. Mi abuela decía “Si tú no sabes hacer, cómo vas a saber mandar”. Creció jugando con la levadura, creando figuras y horneándolos, remplazando a las muñecas.

Muchas pastelerías trabajan con premezclas o compran el manjar y otros ingredientes ya listos. Pero aquí se valora que el producto sea hecho desde cero y sin conservantes. “Pasa que si te acostumbras a lo hecho en casa, valoras mucho el sabor”, asegura. Las tradiciones de la pastelería se daban por estaciones y por eventos, en las fechas clave se preparan con texturas, colores y sabores de innovación. Los carnavales eran el significado de los confites, preparados en brasero y con perol, el costo era elevado, ahora se hacen en fábricas, bajando su precio. Los cascarones de huevo eran los globos de agua en los carnavales. Les abrían un agujero en la parte superior para llenar el agua florida y airampo, se tapaba el huequito con tela de bolsa de harina en almidón. Infaltable la chicha blanca, en base a masa de bizcocho de canela, hinojo y frutas.

En Semana Santa la exclusividad era el bizcocho de motilla y bizcocho de Guatemala (en base a anís). Al finalizar la Procesión del Paso, con las imágenes de Santo Domingo y San Francisco, en agosto y octubre, los devotos iban a comprar las llamadas “empanadas del paso”, una especie de condesas rectangulares, bañadas en huevo y ajonjolí, para repartir a los asistentes de la ceremonia. Las primeras galletas que se les daba a los bebés eran antiguamente llamadas plantillas, hoy son reconocidas como bizcotelas. En noviembre se compraba una guagua decorada y se la enviaba a un familiar o amigo. Ellos de ley tenían que hacer un bautizo.

Pese al tiempo en el mercado, la competencia y la complicada coyuntura se hizo notar hace cuatro años, con subidas y bajadas. A pesar que hay un episodio aún por determinar, nunca se le pasó por la cabeza tomarlo como un gran problema ni bajar la guardia ante estas situaciones. El 8 de agosto de 2015 abrió sus puertas la sanguchería criolla con el mismo nombre de la pastelería, en la primera cuadra de Mercaderes. Desde ese día el negocio atrajo a cientos de comensales, algunos creyendo era una extensión de la tradicional pastelería “La Lucha”, que hace varias décadas funciona en 3 sedes. Pero no es así, una es la tradicional y la otra la criolla, una estuvo hace 135 años conquistando el paladar arequipeño y la otra llegó hace 4 años con sus sándwiches. La Lucha sigue, porque la marca de la pastelería fue registrada en Indecopi el 28 de abril de 2000, inscrita en la categoría 30, relacionada a la elaboración de productos de pan, pastelería así como sándwiches. La otra, inscrita en la clase 43, designada para prestación de servicios. La disputa parece que tiene para rato, por la burocracia. La demanda de pan en la ciudad de Arequipa siempre tiene un crecimiento, así como va creciendo la población, al ser considerado el primer alimento del día y ahora se puede encontrar en los mercados y supermercados o te lo dejan en la puerta de la casa, en una bolsita amarrada a la puerta de la casa; pero La Lucha, sigue en su lucha, por mantener la preferencia de los arequipeños.

https://elpueblo.com.pe/la-lucha-por-las-mil-guaguas-diarias


otros enlaces:

http://arequipatradicional2.blogspot.com/2016/11/la-lucha-de-don-cipriano.html

https://diariocorreo.pe/edicion/arequipa/la-lucha-una-panaderia-para-las-tradiciones-859232/



03.

Pastelería Escalante

Las generaciones arequipeñas nacidas desde mediados del siglo XX, aprendieron a cultivar un apego especial a los pasteles de la Escalante. Esta empresa familiar logró tres cosas fundamentales para ir cimentando tradición: identidad de sabor, carta clásica y constante, consolidada por la aceptación espontánea del público, y mantenimiento invariable de la calidad y el sabor. Son recetas reposteras convencionales, pero que han adquirido matices formales y sustanciales propios e inconfundibles, ajenos a la lógica comercial deshumanizada y mutante que impera hoy. No es posible comer un pastel como de la Escalante, fuera de Arequipa.

Imagen perteneciente a la página FB de Pastelería Escalante, url aquí


La siguiente información proviene del testimonio de José Escalante, al programa "Hecho en Arequipa", de Radio San Martín. Entrevista realizada en setiembre de 2017:

Los hermanos Escalante (Eduardo, Miguel, Guillermo, Jorge y José) provienen del distrito de San Pablo, ciudad de Cajamarca. Desde los años 60 se fueron proyectando a otras ciudades como Trujillo y Lima, adquiriendo experiencia y mayores conocimientos en el arte de la pastelería. En 1969 llegan a Arequipa. Iniciaron su negocio dedicado especialmente a hacer pasteles con un horno artesanal (a leña), repartiendo a los negocios cercanos y también haciendo pedidos a algunas minas.

En 1971 abrieron su primer local en el Parque Duhamel; empezaron especializándose en pasteles a base de frutas, tuvieron mucha aceptación y ganaron clientela. En 1974 pasaron al recordado local de General Morán (al lado del Banco de Crédito); ahí consolidaron su repertorio de pasteles (en base principalmente a hojaldres, crema pastelera, pasta de mantequilla y merengue, como: pastel de ciruela, pastel de piña, pastel de fresa, herrajes, pastel de manzana, alfajores con manjarblanco, pionono, entre otros), y sumaron sus clásicas empanadas de queso, pollo y carne y su pastel de acelga con pasta hojaldre, que también tuvieron éxito. Al crecer el negocio, compraron un horno francés que por su buen aspecto, fue parte también de la fachada de la pastelería.

En el local de General Moral estuvieron 18 años, bajo contrato de alquiler; ya en el año 1991 adquirieron su local propio en Santo Domingo 304, vigente hasta hoy. En abril del 2016 abrieron su primera sucursal en la Avenida Emmel (entre el hospital de Yanahuara y el estadio de Umacollo), pero la fábrica se mantiene en su integridad en el local de Santo Domingo.

Aparte de sus productos de vitrina, atienden pedidos de bocaditos (por cientos) que son exactamente la cuarta parte de un pastel normal (teléfono: 054 202661). Atienden de lunes a sábado de 8:30 am a 8:30 p.m.

Video de la entrevista: https://www.facebook.com/1393907997579398/videos/1729828480654013/?v=1729828480654013

Foto perteneciente a la página FB de la Pastelería Escalante, url aquí


Otros enlaces:

https://www.facebook.com/Pasteler%C3%ADa-Escalante-600092553499944/

https://www.facebook.com/pg/Pasteler%C3%ADa-Escalante-600092553499944/videos/



04.

La Ibérica: Una empresa familiar con más de un siglo de historia

Foto del FB de La Ibérica (url aquí) Foto del FB de La Ibérica (url aquí)


Esta historia se inicia a principios del siglo XX [sic. - fines el siglo XIX] en el sur del Perú, cuando el español, Don Vicente Vidaurrázaga, llega al puerto de Mollendo en uno de sus tantos viajes de negocios y viaja a Arequipa. Maravillado por sus hermosos paisajes, decidió que sería la Ciudad Blanca su residencia al retirarse de la marina.

El 25 de enero de 1886, nace el penúltimo de los hijos de Don Vicente Vidaurrázaga y Doña María de las Nieves Menchaca, a quien bautizan como Juan Pablo. En su temprana infancia fue enviado a España, para ser educado en Bilbao, mientras su familia se estableció en Arequipa. Volvió al Perú convocado por su padre, quien requería apoyo para llevar los negocios familiares.

Durante los años en que el joven Vidaurrázaga Menchaca estuvo inmerso en los negocios de su padre, tuvo la iniciativa de montar una fábrica de chocolates en Arequipa. Don Vicente, hombre de visión, le manifestó su total apoyo a su hijo quien viajó nuevamente a Europa, para aprender los secretos de la fabricación del chocolate, lo cual le tomó varios meses de esfuerzo y dedicación pues tuvo que aprender el arte de la confitería y la chocolatería desde sus bases.

En 1909, empleando un batán de piedra, Don Juan inició las primeras pruebas de fabricación de chocolate a la taza con los granos de cacao que él mismo seleccionaba, tostaba, pelaba y molía. Unos años más tarde, adquiere la casona de Jerusalén donde la fábrica funcionó por más de 80 años. Así nació la Fábrica de Chocolates “La Ibérica”, asociando la calidad del cacao chuncho de la selva cusqueña con las más finas recetas europeas.

A los pocos años amplía su variedad de productos elaborando chocolates de leche y fondant en pastillas y tabletas, y posteriormente finos bombones de chocolate con exquisitos rellenos. Luego desarrolló la línea de toffee (caramelos blandos de leche con diferentes sabores naturales) y de turrón (suave “nougat” de almendras del Perú tostadas y miel de abeja). Después instala una línea para fabricar mazapanes, deliciosas masitas hechas a base de almendras del Perú.

En 1949, fallece Don Juan Vidaurrázaga Menchaca y lega a su familia una empresa sólida y exitosa que continúa creciendo. Ante la falta de espacio para su expansión, en 1992 se traslada al Parque Industrial de Arequipa, lo que le permite atender la creciente demanda de sus clientes, conservando las recetas originales, la más alta calidad de sus productos y el énfasis en el servicio al cliente.

Hoy en día, la centenaria empresa cuenta con 36 puntos de venta: 16 en Lima, 10 en Arequipa, 04 en Cusco, 03 en Puno, 01 en Tacna y 02 en Huancayo. También cuenta con una amplia red comercial de tiendas minoristas que le permiten atender a sus clientes, así como a los visitantes nacionales y extranjeros brindándoles productos que pueden competir en calidad con productos internacionales.

http://www.adepia.com.pe/la-iberica-una-empresa-familiar-mas-siglo-historia/


Otros enlaces:

www.laiberica.com.pe

Video 1

Video 2


05.

Confitería Guzmán

Algo que suele ser tradicional en Arequipa en época de carnavales es comer los confites de Guzmán, antigua tienda ubicada frente al Parque Duhamel, y que tiene más de 125 años de existencia.

Don Carlos Guzmán Deza, trajo la idea de Italia donde existen los "confetis", de consistencia más dura, llamados rompe dientes, llega a nuestra tierra y produce este dulce suave al masticar y relleno de aníz, el público al probarlo puso su nombre, "Confite".

Se cuenta que los pequeños confites eran lanzados como proyectiles de carnaval por los niños o muchachos y que incluso en los corsos como el de las flores, o el entierro del Ño Carnavalón, se lanzaba al público como regalo o perdigón.

La letra del famoso carnaval de Arequipa dice, "Ya viene el risueño Ño Carnavalón, hechando confites, polvo y cascarón".

Cuatro generaciónes de la familia ha pasado a través de la historia de esta tienda, este martes de carnaval, amigo lector, anímese y compre confites, es parte de la tradición de nuestra tierra.

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*Diario Correo, agosto del 2007
*Dulces de Carnaval, página de Civa
*fotografías que se encuentran en la misma tienda


Compartido por José Alonso Nuñez Gambarini en FB, 25 feb. 2020