Fuego griego era el nombre que se le dio a dos tipos de armas incendiarias, una de la Edad Antigua y otra de la Edad Media.
La primera estaba basada en el reflejo de la luz solar, siendo empleada en el siglo II a. C. durante el asedio de la ciudad griega de Siracusa.
La segunda estaba basada en una sustancia incendiaria utilizada por el Imperio bizantino. Fue creada en el siglo VI, aunque su mayor uso y difusión se daría tras las primeras cruzadas (siglo XIII), como arma naval.
Uso del fuego griego
El término "fuego griego" fue utilizado inicialmente para describir un arma completamente diferente, también de uso marítimo. En el año 214 a. C., el ejército romano al mando de Marco Claudio Marcelo se presentó ante la ciudad griega de Siracusa, iniciando el asedio de la misma. La flota romana garantizaba a Marco Claudio Marcelo el dominio del mar, pero los ataques por tierra no tenían demasiado éxito. Arquímedes, el famoso inventor griego de la ciudad de Siracusa probó numerosos aparatos de defensa, tales como este "fuego griego", que destruyó parte de la flota romana, mientras rechazaban los ataques por tierra. Marco Claudio Marcelo tuvo que abandonar el asedio y establecer el bloqueo. En 213 a. C., los aliados cartagineses pudieron romper por mar, el bloqueo de la ciudad de Siracusa, y llevarles suministros a los sitiados griegos. En 212 a. C., Siracusa fue finalmente tomada por los romanos, y el propio Arquímedes murió asesinado por un soldado romano.
La mezcla fue inventada supuestamente por un refugiado cristiano sirio llamado Calínico, originario de Heliópolis. Algunos autores piensan que Calínico recibió el secreto del fuego griego de los alquimistas de Alejandría. Lanzaba un chorro de fluido ardiente y podía emplearse tanto en tierra como en el mar, aunque preferentemente en el mar.
Los bizantinos del siglo VI empleaban la sustancia incendiaria con frecuencia en batallas navales, ya que era sumamente eficaz al continuar ardiendo incluso después de haber caído al agua. Esto representaba una ventaja tecnológica, y fue responsable de varias importantes victorias militares bizantinas, especialmente la salvación de Bizancio en dos asedios musulmanes, con lo que aseguró la continuidad del Imperio, constituyendo así un freno a las intenciones expansionistas del Islam, y evitando la posible conquista de la Europa Occidental desde el Este. La impresión que el fuego griego produjo en los cruzados fue de tal magnitud que el nombre pasó a ser utilizado para todo tipo de arma incendiaria,1 incluidas las usadas por los árabes, chinos y mongoles. Sin embargo, eran fórmulas distintas de la bizantina, que era un secreto de Estado guardado en forma celosa, cuya composición se ha extraviado. Por lo tanto, sus ingredientes son motivo de gran debate. Se han propuesto algunos de los siguientes ingredientes: petróleo crudo, cal viva, azufre y salitre. Lo que distinguió a los bizantinos en el uso de mezclas incendiarias fue la utilización de sifones presurizados para lanzar el líquido al enemigo.
Si bien el término "fuego griego" posee un uso general desde las cruzadas, en las fuentes bizantinas originales recibe diversos nombres, tales como "fuego marino" (en griego: πῦρ θαλάσσιον), "fuego romano" (πῦρ ῤωμαϊκὸν), "fuego de guerra" (πολεμικὸν πῦρ), "fuego líquido" (ὑγρόν πῦρ) o "fuego procesado" (πῦρ σκευαστὸν). En Aragón tras las primeras cruzadas, fue guardado el fuego griego en recipientes de cerámica y usado como proyectiles de artillería, recibiendo el nombre de "magranas compuestas".
Uso de un cheirosiphōn ("mano-siphōn"), un lanzallamas portátil, utilizado desde lo alto de un puente volador contra un castillo. Iluminación desde el Poliorcetica de Herón de Bizancio.
El poder del arma venía no sólo del hecho de que ardía en contacto con el agua, sino de que incluso ardía debajo de ella. En las batallas navales era por ello un arma de gran eficacia, causando grandes destrozos materiales y personales, y extendiendo, además, el pánico entre el enemigo: al miedo a morir ardiendo se unía, además, el temor supersticioso que esta arma infundía a muchos soldados, ya que creían que una llama que se volvía aún más intensa en el agua tenía que ser producto de la brujería.
El motivo por el que se desconoce su composición es muy simple: la marina bizantina de la Alta Edad Media era, por mucho, la dueña del Mediterráneo oriental, y en la posesión del fuego griego estaba una de las claves de su superioridad, de manera que esta arma se consideraba secreta.
El principal método de despliegue del fuego griego, que lo distingue de sustancias similares, era su proyección a través de un tubo (siphōn), para uso a bordo de barcos o en asedios. Los proyectores portátiles (cheirosiphōnes, χειροσίφωνες) también fueron inventados, supuestamente por el emperador León VI. Los manuales militares bizantinos también mencionan que los frascos (chytrai o tzykalia) llenos de fuego griego y abrojos envueltos con haces y empapados en la sustancia fueron lanzados por catapultas, mientras pivotaban grúas (gerania) fueron empleadas para derramarlo sobre los barcos enemigos. Los cheirosiphōnes fueron prescritos especialmente para su uso en tierra y en asedios, tanto contra máquinas de asedio como contra defensores en las murallas, por varios autores militares del siglo X, y su uso está representado en el Poliorcetica de Herón de Bizancio.67 Los dromon bizantinos solían tener un siphōn instalados en su proa debajo del castillo de proa, pero en ocasiones también se podían colocar dispositivos adicionales en otro lugar del barco. Así, en 941, cuando los bizantinos se enfrentaban a la flota mucho más numerosa de la Rus, también se colocaron "sifones" en el medio del barco e incluso en la popa.
El uso de proyectores tubulares (σίφων, siphōn) está ampliamente atestiguado en las fuentes contemporáneas. Anna Komnene da este relato de proyectores de fuego griegos con forma de bestia montados en la proa de los barcos de guerra:
Como [el Emperador Alejo I] sabía que los pisanos eran hábiles en la guerra marítima y temían la batalla con ellos, en la proa de cada barco se tenía fijada una cabeza de león u otro animal terrestre, hecha en bronce o hierro con la boca abierta y dorada, de modo que su mero aspecto era aterrador. Y el fuego que había de ser dirigido contra el enemigo a través de tubos lo hizo pasar por la boca de las bestias, de modo que parecía como si los leones y los otros monstruos similares estuvieran vomitando el fuego.
Algunas fuentes proporcionan más información sobre la composición y función de todo el mecanismo. El manuscrito de Wolfenbüttel en particular proporciona la siguiente descripción:
...habiendo construido un horno justo en la proa de la nave, pusieron sobre ella una vasija de cobre llena de estas cosas, poniendo fuego debajo. Y uno de ellos, habiendo hecho un tubo de bronce semejante al que los rústicos llaman squitiatoria, "chorro," con los que juegan los muchachos, [lo] rocían al enemigo.
Otro relato, posiblemente de primera mano, del uso del fuego griego proviene del siglo XI. Yngvars saga víðförla, en el que el Vikingo Ingvar el Viajero se enfrenta a barcos equipados con armas de fuego griegas:
[Ellos] comenzaron a soplar con fuelles de herreros en un horno en el que había fuego y de él salió un gran estruendo. Allí estaba también un tubo de latón [o bronce] y de él salió mucho fuego contra un barco, y se quemó en poco tiempo de modo que todo se convirtió en cenizas blancas....
El relato, aunque embellecido, se corresponde con muchas de las características del fuego griego conocidas por otras fuentes, como un fuerte rugido que acompañaba su descarga. Estos dos textos son también las dos únicas fuentes que mencionan explícitamente que la sustancia se calentó sobre un horno antes de ser descargada; aunque la validez de esta información es cuestionable, las reconstrucciones modernas se han basado en ellos.
Sobre la base de estas descripciones y las fuentes bizantinas, John Haldon y Maurice Byrne diseñaron un aparato hipotético que constaba de tres componentes principales: una bomba de bronce, que se utilizaba para presurizar el aceite; un brasero, usado para calentar el aceite (πρόπυρον, propyron, "precalentador"); y la tobera, que estaba recubierta de bronce y montada sobre un pivote (στρεπτόν, strepton). El brasero, que quemaba una cerilla de lienzo o lino que producía un calor intenso y el característico humo denso, se utilizaba para calentar el aceite y los demás ingredientes en un tanque hermético encima de él, un proceso que también ayudó a disolver las resinas en una mezcla fluida. La sustancia fue presurizada por el calor y el uso de una bomba de fuerza. Después de haber alcanzado la presión adecuada, se abría una válvula que conectaba el tanque con la rótula y se descargaba la mezcla por su extremo, encendiéndose en su boca por alguna fuente de llama. El intenso calor de la llama hizo necesaria la presencia de pantallas térmicas de hierro (βουκόλια, boukolia), los cuales están certificados en los inventarios de la flota.
El proceso de operar el diseño de Haldon y Byrne estuvo plagado de peligros, ya que la creciente presión podría hacer explotar fácilmente el tanque de aceite calentado, una falla que no se registró como un problema con el arma de fuego histórica. En los experimentos realizados por Haldon en 2002 para el episodio "Fireship" de la serie de televisión Machines Times Forgot, incluso las técnicas de soldadura modernas no lograron asegurar un aislamiento adecuado del tanque de bronce bajo presión. Esto condujo a la reubicación de la bomba de presión entre el tanque y la boquilla. El dispositivo a gran escala construido sobre esta base estableció la efectividad del diseño del mecanismo, incluso con los materiales y técnicas simples disponibles para los bizantinos. El experimento usó petróleo crudo mezclado con resinas de madera y logró una temperatura de llama de más de 1000 °C y un rango efectivo de hasta 15 metros.
Detalle de un cheirosiphōn
El cheirosiphōn ("mano-siphōn") portátil, el análogo más antiguo de un lanzallamas moderno, está ampliamente atestiguado en los documentos militares del siglo X y recomendado para su uso tanto en mar como en tierra. Aparecen por primera vez en la táctica del emperador León VI el Sabio, que afirma haberlas inventado. Los autores posteriores continuaron refiriéndose a los cheirosiphōnes, especialmente para usar contra torres de asedio, aunque Nicéforo II también aconseja su uso en ejércitos de campaña, con el objetivo de interrumpir la formación enemiga. Aunque tanto Leo VI como Nicéforo afirman que la sustancia utilizada en el cheirosiphōnes era el mismo que en los dispositivos estáticos utilizados en los barcos, Haldon y Byrne consideran que los primeros eran manifiestamente diferentes de sus primos más grandes, y teorizan que el dispositivo era fundamentalmente diferente, "una jeringa simple [que] arrojaba tanto fuego líquido (presumiblemente sin encender) y jugos nocivos para repeler a las tropas enemigas". Las ilustraciones de Herón en Poliorcetica muestran el cheirosiphōn arrojando también la sustancia inflamada.
Granadas de cerámica que estaban llenas de fuego griego, rodeadas de abrojos, siglo X-XII, Museo Histórico Nacional, Atenas, Grecia
En su forma más antigua, el fuego griego se lanzaba sobre las fuerzas enemigas disparando una bola envuelta en tela en llamas, tal vez conteniendo un frasco, usando una forma de catapulta ligera, muy probablemente una variante marítima de la catapulta ligera romana o onagro. Estos eran capaces de lanzar cargas ligeras, alrededor 6 a 9 kg, a una distancia de 350–450 m.
Aunque la destructividad del fuego griego es indiscutible, no hizo que la armada bizantina fuera invencible. No era, en palabras del historiador naval John Pryor, un "asesino de barcos" comparable al ariete naval, que, para entonces, había caído en desuso. Si bien el fuego griego seguía siendo un arma potente, sus limitaciones eran significativas en comparación con las formas más tradicionales de artillería: en su versión desplegada en sifón, tenía un alcance limitado y solo podía usarse de manera segura en un mar en calma y con condiciones favorables de viento.
Las armadas musulmanas finalmente se adaptaron manteniéndose fuera de su alcance efectivo e ideando métodos de protección como fieltro o pieles empapadas en vinagre.
Sin embargo, seguía siendo un arma decisiva en muchas batallas. John Julius Norwich escribió: "Es imposible exagerar la importancia del fuego griego en la historia bizantina".
En la novela histórica "Sevilla antes de la Giralda", de la escritora Paloma Recaséns, el ejército castellano fabrica fuego griego para utilizarlo en su cruzada contra los almohades.
En la novela El último Catón de la escritora alicantina Matilde Asensi, los protagonistas, en una prueba que deben superar, hacen uso del fuego griego con los ingredientes necesarios para su fabricación.
En la serie de novelas Canción de hielo y fuego de George R. R. Martin, ambientadas en un mundo altamente medieval y ficticio, aparece un tipo de fuego basado en el fuego griego, aunque de un color verdoso, denominado fuego valyrio (en referencia a un imperio antiguo superior, el Feudo Franco de Valyria), que al igual que en la defensa de Constantinopla y del Estuario Cuerno de Oro en el siglo X, es usado por los Lannister en la defensa de Desembarco del Rey y del estuario del río Aguasnegras frente al ejército de Stannis Baratheon.
En la película Timeline, basada en la novela Rescate en el tiempo de Michael Crichton, los protagonistas preparan fuego griego.
En la saga de libros de Percy Jackson y los dioses del Olimpo como en la de Los héroes del Olimpo, escrita por Rick Riordan, los protagonistas utilizan el fuego griego como arma contra monstruos de la Mitología griega.
En la novela Superpoción de amor del escritor mexicano José Luis Vázquez, los protagonistas utilizan el fuego griego para iniciar un incendio en una granja con la finalidad de obtener uno de los ingredientes necesarios para la poción.30
También aparece en la novela "El León de San Marcos" (2005) de Thomas Quinn, cuyo entorno es la toma de Constantinopla en 1453. Asimismo, en la serie de novelas El ejército negro de Santiago García-Clairac ambientada tanto en un mundo medieval como moderno, aparece el fuego griego utilizado por los hechiceros seguidores de Demónicus.
Varios videojuegos de estrategia hacen uso de este elemento: en Assassin's Creed: Revelations el protagonista, Ezio Auditore, lo emplea para quemar un puerto de Constantinopla; en Age of Empires II: The Age of Kings e Ikariam varias flotas utilizan fuego griego; en Medieval II: Total War hay una unidad de lanzadores de fuego griego y un barco de fuego griego del imperio bizantino; en Total Conquest se puede adquirir un poción llamada fuego griego; en Age of Empires: Castle Siege se pueden usar las torres flamígeras que disparan fuego griego; en Age of Mythology: The Titans, los Atlantes pueden utilizar la unidad "Sifón de fuego" o "Brulotes" (Naval) utilizan el fuego griego. En el videojuego Rise of the Tomb Raider, la protagonista Lara Croft puede disparar flechas de fuego griego que es de un color azul-verdoso. En Vampire: The Masquerade - Redemption aparecen botellas de fuego griego pudiendo ser usadas como armas arrojadizas.
El mortífero fuego valyrio de la serie Juego de Tronos está inspirado en un arma incendiaria real que salvó Constantinopla de la expansión islámica. La lista de ingredientes de este invento bizantino, cuyas llamas devoraban las flotas enemigas con rapidez, no ha llegado hasta nuestros días, pero se sabe que apagarlo era toda una hazaña porque ardía en contacto con el agua. Químicos e historiadores tratan de reescribir su fórmula perdida.
Así ardía el arma más misteriosa del Imperio bizantino
El fuego griego salvó Constantinopla de dos asedios árabes.
Imagine que es usted un invasor árabe que se dirige a conquistar Constantinopla con nada menos que 1.200 barcos. La victoria es segura pero, de repente, la flota empieza a arder, y los intentos de apagar los barcos con agua no solo no sirven de nada, sino que avivan el fuego. Imagine la cara que pondría. Es la misma que debieron poner los árabes al enfrentarse al fuego griego por primera vez.
El fuego marino, fuego romano –como lo llamaron los árabes– o fuego griego –como lo bautizaron los cruzados– fue un arma incendiaria utilizada por el Imperio bizantino en numerosas batallas navales entre los siglos VII y XIII, capaz de arder sobre el agua o incluso en contacto con ella, y extremadamente difícil de apagar.
“El fuego griego fue una sorpresa táctica decisiva en los dos grandes asedios árabes de Constantinopla de 674-678 y 717-718”, explica a SINC José Soto, experto en historia medieval e investigador del Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas de Granada.
“Estos dos asedios, donde el fuego griego fue esencial, determinaron la historia universal. De haber triunfado los árabes, la Europa tribal del siglo VII no habría podido resistir y sería el Islam la civilización hegemónica en nuestros días”,
El fuego griego determinó la historia, de haber triunfado los árabes el Islam sería la civilización hegemónica
Los bizantinos guardaron celosamente el secreto de su composición, de la que solo quedan suposiciones. “No se puede poner en duda la existencia del fuego griego, pero hay que tener en cuenta que fue el secreto militar mejor guardado de la historia”, asegura Soto. “Los técnicos que lo fabricaban no tenían contacto alguno con el mundo exterior”.
Aun así se sabe que la mezcla, que era líquida, incluía nafta –una fracción del petróleo también conocida como bencina–, azufre y probablemente amoníaco. Sin embargo, también se han propuesto otras sustancias como la cal viva o el nitrato.
“La nafta, muy inflamable y que no se mezcla con el agua, y el azufre actuarían como combustible”, explica Justo Giner, doctor en Química de la Universidad de Oviedo.
“El nitrato aportaría el oxígeno necesario para que arda el combustible, como ocurre en los fuegos artificiales y la pólvora, que contiene un 75% de nitrato de potasio y un 15% de azufre”,
Con un combustible que arde –nafta y azufre– y una sustancia que aporte oxígeno –nitrato–, solo faltaría una chispa que encienda el fuego. “Al entrar en contacto con el agua, la cal viva eleva su temperatura por encima de 150 ºC, por lo que actuaría como mecha encendiendo el combustible”, explica Giner.
Algunos documentos hablan de “truenos” y “mucho humo” durante los ataques con fuego griego. Según Giner, “cuando una reacción forma una gran cantidad de gases, estos se expanden generando altas presiones, por lo que se producen explosiones”.
Giner también señala que el humo que produciría un fuego como este sería tóxico. “En general los gases derivados del uso del arma –especialmente debidos al azufre y al amoníaco– formarían un cóctel muy venenoso”.
Denominación de origen siria
La invención de esta arma se atribuye a un ingeniero militar llamado Callínico, procedente de la actual Siria, que llegó a Constantinopla en los días previos al primer gran asedio árabe.
Fuera de la guerra marítima, y pasada la sorpresa inicial, su importancia y efecto fue escaso
“En la antigüedad, griegos y romanos usaron líquidos inflamables parecidos, pero sin el poder del arma de Callínico”. “Más tarde árabes y cruzados intentaron copiarlo y solo consiguieron compuestos de peor calidad, y sin los devastadores efectos del fuego griego”.
Según algunos investigadores, entre los que se incluye Soto, puede que Callínico utilizara los estudios –hoy perdidos– de Esteban de Alejandría, uno de los mayores alquimistas, ópticos y astrónomos de la antigüedad, que se trasladó en 616 a Constantinopla.
Los ingenieros navales bizantinos emplearon todo su ingenio a la hora de utilizar el arma, y dotaron a los barcos de dispositivos hidráulicos que, accionados por una bomba de mano, regaban con fuego la cubierta y las velas de los barcos enemigos.
Por otra parte, los marineros disponían de recipientes de cerámica relleno de fuego griego que, a modo de granadas de mano, lanzaban sobre las naves enemigas. “Con semejantes armas no es de extrañar que los árabes, pese a reunir grandes flotas, fueran derrotados”, comenta Soto.
Guía para apagar un fuego griego
Hoy en día, para apagar un incendio provocado por líquidos inflamables como la nafta, se utilizarían espumas y polvo químico pero, si usted fuera un árabe que quiere intentar la conquista de Constantinopla por segunda vez ¿Qué precauciones debería tomar?
“El fuego ardía con más fuerza al intentar apagarlo con agua”. “Solo podía ser apagado con orina, esteras de esparto y, esto no es seguro, con vinagre”.
Apagarlo con agua no sería una buena idea, lo más eficaz sería sofocarlo por asfixia
“Apagarlo con agua no sería una buena idea”, aclara Giner. “Ese es el origen de muchos incendios y quemaduras, al intentar sofocar las llamas producidas por aceite con agua”, añade.
Para Giner, la forma más eficaz de sofocarlo sería por asfixia. “La combustión consume mucho oxígeno. Con una concentración inferior al 14% no es posible la combustión”. Este sería el papel de las esteras de esparto o de la arena, otro sistema sobre el que también se ha especulado.
En cuanto a la orina, “al contener gran cantidad de sales inorgánicas y urea, podría actuar como inhibidor de algún componente necesario para la combustión”, explica Giner. “Por otro lado el vinagre podría ‘desactivar’ la cal viva, que no alcanzaría los 150 ºC en contacto con el agua y por lo tanto no encendería el combustible”.
A pesar de ser concluyente en varias batallas navales, la cultura popular ha mitificado esta arma. “Fuera de la guerra marítima su importancia y efecto fue escaso”, asegura Soto. “Además, pasada la sorpresa inicial, los árabes –y en menor medida venecianos, písanos, normandos y demás rivales– aprendieron a contrarrestar los efectos del fuego griego”, concluye.
El arma se continuó utilizando hasta 1204, cuando probablemente se perdió para siempre durante los saqueos y destrucción que sufrió Constantinopla en la cuarta cruzada. El Imperio bizantino siguió usando un arma menos poderosa, posiblemente la imitación árabe de peor calidad.
Ocho siglos después, según asegura Soto, su fórmula podría conservarse en el interior de varios recipientes de cerámica con fuego griego, que se encontraron en un barco hundido frente a las costas de la Provenza francesa, aunque los resultados de este estudio todavía no han sido publicados. Hasta entonces, el misterio continuará.
La visión del fuego griego como un arma destructiva y a la vez casi mágica ha provocado que aparezca en libros, películas e incluso videojuegos. Su versión más popular quizá sea el fuego valyrio, que juega un papel importante en la serie de novelas Canción de hielo y fuego, así como en su adaptación televisiva Juego de Tronos.
En este mundo fantástico de inspiración medieval, el fuego –además de ser verde– es mucho más destructivo e inestable, casi imposible de apagar. Incluso hay un personaje famoso por bañar su espada en fuego valyrio antes de la batalla.
En El Último Catón, el bestseller de la alicantina Matilde Asensi, los protagonistas utilizan fuego griego, al igual que los personajes de Rescate en el tiempo –escrita por Michael Crichton– y su versión cinematográfica Timeline.
El fuego griego también ha hecho aparición en varios videojuegos. En Assassin’s Creed: Revelations el protagonista Ezio Auditore utiliza un cañón similar a los que utilizaron los bizantinos para incendiar un puerto de Constantinopla. Y en Age of Empires II existen unos barcos bizantinos que escupen fuego a las naves enemigas.