71 HNO AIME BERNARD Bernard Muringer 1871 + 8 III 1941
Bernardo nació en Sppe-le-Bas, en la provincial de Strasbuorg, quinto ante penúltimo hijo de una familia de agricultores de Alsacia, Bernardo Müringer tuvo la suerte de encontrase en la escuela comunal con un maestro de una fe ardiente, que a pesar de sus múltiples ocupaciones asistía todos los días a las Santa Misa.
Alumno estudioso, y muy piadoso, camarada abierto y leal, hábil deportista, Bernardo se ganó la estima de todos. Desde niño, el señor Cura lo escogió para el servicio del altar; el cumplió con esta función hasta el día de su primera comunión que fue a sus catorce años. Poco tiempo después, el Hermano Abel -José, su compatriota, lo acompañó, junto con otros tres compañeros, al Noviciado Menor de Paris. En este medio privilegiado sus virtudes precoces se desarrollaron como sus habilidades para el dibujo.
La formación religiosa y profesional terminada el Hermano Aime Bernard hizo sus primeros pasos como maestro en la escuela parisiense de Alzaciens- Lorrains que dirigía el venerado Hermano Alpert. Muchas veces se felicitó por haber comenzado su apostolado al lado de un Hermano santo, y que era un ejemplo a imitar siempre, por su profundo espíritu de piedad, de regularidad y entrega.
Encargado de la clase de los chicos, el joven maestro, entrega todo su corazón, pero algunos defectos exteriores no le permiten tener sobre su gran clase los éxitos esperados: era de pequeña estatura, conservaba su acento alsaciano al hablar y se expresaba con lentitud y dificultad.
Los Superiores emplearon ahora su facilidad para el dibujo, enviándolo al noviciado menor de la casa Madre y después a San Nicolás de Vuagirard, donde permaneció catorce años. Profesor de dibujo en la sección de los chicos, donde se hizo amar y apreciar por los alumnos. Su creatividad le sugería medios industriosos para obtener de todos resultados satisfactorios; al grado que sus lecciones eran deseadas por todos.
Trazaba con el gis, de una manera rápida y segura, el dibujo propuesto y les indicaba la manera de comprender el modelo y de reproducirlo. Una vez terminada la explicación, todas las pequeñas manos traban de imitar el modelo, bajo el control del maestro, que vigilaba atentamente la ejecución del trabajo, agregando un trazo o una palabra de motivación. Algunas veces tuvo que reconocer que había algunos alumnos inhábiles, a los cuales el guía con mayor dedicación y paciencia. Los más hábiles realizaban trabajos suplementarios, que daban excelentes resultados.
Por su discreción, la delicadeza en su forma de proceder, este Hermano, se ganaba los corazones de sus alumnos, que le profesaban una amistad sincera y sobrenatural, cuando creían estos alumnos la estima se transformaba en respeto hacia quien les había iniciado.
Si el ejemplo de su conducta y de su hermosa conciencia profesional equivalían a una discreta predicación, ya que raramente tenía la oportunidad de hablar directamente de las cosas de Dios o de dar una reflexión moral. Con todo él se reservaba la última clase del curso para colmar su deseo de apostolado con una reflexión intuitiva. Fue así como los alumnos tuvieron que reproducir un cisne, admirando este bello animal, ellos estaban atentos veían y oían las explicaciones técnicas del profesor. Cuando terminó les hizo refeccionar sobre el digno porte del animal, su blancura inmaculada, de esta ave palmípeda, para invitarlos a conservar un cuerpo digno y un alma sin mancha. Se los dijo en un tono convencido y afectuoso, que mucho tiempo después los alumnos recordaban ese último dibujo de la clase del Hermano.
Apasionado por algunos aspectos del arte, el Hermano Aimé Bernard se defendía con una extraordinaria vehemencia cuando alguien por molestar quería hacer menos la especialidad del dibujo. Los jueves días de paseo, el voluntariamente buscaba un sitio pintoresco y digno de su lápiz, hacía un croquis para realizar después; fue así como hizo una importante colección de acuarelas, paisajes y retratos.
La formación de los monaguillos de quienes estaba encargado, la hacía con gusto. Era un gusto ver como actuaban estos niños en la fiesta del Corpus Christi; él se reservaba el arreglo de tres altares para la procesión.
Muy abnegado, nuestro Hermano, iba cada semana a dar clase de dibujo en la escuela de San German en Laye y en el Noviciado Menor, donde también ayudaba en vigilancias.
En comunidad todos lo consideraban como un religioso regular, admiraban su impecable puntualidad, tanto para recibir a los alumnos, como para llegar a los ejercicios un poco antes de la hora. En la capilla su postura era digna, severa igualmente, en la meditación que hacía todo el tiempo de rodillas, en la oración vocal se distinguía el tono de su voz, su recogimiento habitual manifestaba su espíritu de fe ardiente. Los días en que había adoración al Santísimo multiplicaba las visitas. Seguido se le veía al pie del altar de la Santísima Virgen en una actitud de recogimiento, ensanchando su corazón de hijo amante ante la más tierna de las Madres. Al salir para el paseo, era el primero en comenzar el rezo del rosario, con un gran signo de la cruz y acompañado de “Dignare me laudare te...”
Respetuoso de la reputación del otro, no hablaba de sus alumnos ni de sus Hermanos sino para decir algo bueno de ellos. Con el fin de calmar cualquier choteo su sonrisa los calmaba, se le recuerda siempre sonriente y bondadoso.
Su bondad habitual no implicaba ninguna debilidad de carácter, como cada viernes podía ejercer la caridad en la advertencia de defectos en la que advertía mucho pero siempre con una gran caridad y palabras ambles que disponían a la corrección. Cuando un Hermano o un alumno estaba enfermo, el Hermano Aime Bernard se hacia el deber de irlo a visitar para alentarlo y recomendarle paciencia y aceptación de la voluntad de Dios, prometiéndole rezar por su curación.
Cuando en 1909, la escuela de San Nicolás fue víctima de decreto de clausura, nuestro Hermano optó por la expatriación, y se dirigió al escolasticado de Caluire para iniciarse en la lengua española. En enero de 1910, formó parte de un grupo de Hermanos destinados a México, donde la obediencia lo envió a la comunidad de Toluca.
Regresado a Francia a causa de la revolución mexicana de 1914, el Hermano Aime Bernard enseñó el dibujo en San Nicolás de Vuagirard, después en Buzenval. Secularizado el continuó con su vida religiosa integral, su recuero ha permanecido como una bendición en el alma de todos los que lo conocieron.
Hombre sencillo, recto, era considerado como un pararrayo de la comunidad. Ante la presencia de una enfermedad el corazón, fue enviado en enero de 1940, a la casa de retiro de Athis Mons para ahí seguir el tratamiento necesario para su enfermedad. Después de un periodo en que mejoró su salud, regresó a su anterior comunidad y estando trabajando en la decoración de un cuadro sufrió un ataque de hemiplejia. Cinco días después recibió los santos sacramentos y entregó su bella alma a Dios, uniéndose a las piadosas jaculatorias que se le sugerían. Su luminosa carrera terminó en la paz de los justos.