投稿日: 2012/04/20 13:33:02
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(...) A medida que avanza, la narración de Sebastián evoca sucesivamente los distintos «mundos» de imágenes en la mente mapuche. Ahora, mediante la función de las imágenes repetidas, estos distintos «mundos» de imágenes no solamente se relacionan entre ellos sino también van siendo reordenados alrededor de un «mundo» central al cual pertenecen originalmente estas imágenes repetidas en sí mismas: el «mundo» primordial del Padre Dios, el «mundo» que nunca aparece en su totalidad y que apenas se entrevé a través de los sueños y rituales. De ahí la grandeza, según se implica por el relato, de la experiencia de Sebastián: lo que vivió él en el kamarikun de 1987 cuando oraba a Dios con el corazón del toro en la mano, sería que el «ahora-aquí» de Sebastián, por causa de la imagen del corazón, se fundió a la vez con el «mundo» de su viejo sueño de hace más de veinte años y con el «mundo» eterno del cielo azul (en el que se realizaba el kamarikun celestial) comprendido dentro de este mismo sueño. En una palabra, los tres «mundos» del ritual, del sueño y del Padre Dios (o del mito), por instantáneamente que fuera, se fundirían en uno en la imaginación de Sebastián.
(...) Hemos visto ... cómo en este relato Sebastián repite la esencia de la cultura mapuche, y cómo en esa forma logra afirmar el modo de ser mapuche. Ahora bien, en lo que sigue se mostrará que lo arriba dicho es solamente una cara de la historia; y que su otra cara es la inesperada modernidad del pensamiento de Sebastián. Aquí conviene referirnos a Gilles Deleuze quien, citando a Hume, dice acerca de la repetición: «La repetición no cambia nada en el objeto que se repite, pero cambia algo en el espíritu que la contempla») A medida que la narración de Sebastián intenta realizar, por sí misma, una repetición cabal de la esencia mapuche, y a medida que lo logra hacer, se va produciendo un cambio, una diferencia en el interior del espíritu de Sebastián quien la contempla; y él se va alejando poco a poco, quizá sin darse cuenta, de la «tradición» mapuche.
(...) Así, suelto de las ideas pesadas que le impusiera su tradición, el pensamiento de Sebastián se mueve libremente. De ahí el siguiente hecho notable: su narración llega a poseer lo que podríamos llamar un emergente estilo «realista» ──estilo gracias al cual los pensamientos de Sebastián se exponen de una manera objetivada y su narración se hace accesible a todo el mundo. De hecho, existe una diferencia espectacular entre los relatos mapuches típicos y el de Sebastián. Por un lado, la estructura básica de la gran mayoría de los relatos mapuches tradicionales es una interminable (y admirable) serie de citaciones de las tradiciones orales; esto porque todas estas tradiciones orales son en sí mismas verdades absolutas del Padre Dios, establecidas desde el principio. Por otro lado, en el relato de Sebastián, no hay ninguna verdad establecida en el momento inicial; su verdad tiene que irse cons-truyendo a medida que avanza la narración. En efecto, Sebastián al principio pone en entredicho todas las premisas que le inculca la tradición y se pregunta: ¿por qué creo yo en Padre Dios?; y es después de sus experiencias del sueño y del ritual, después de tantos años, que finalmente él consigue su fe ──una fe mucho más sólida que la de antes: es un verdadero Bildungsroman. Y es justamente por eso que en esta narración podemos seguirle a Sebastián paso a paso en la búsqueda de la verdad de su sueño, conociendo incluso sus propios conflictos internos que en otros relatos jamás hubieran quedado manifiestos.
(...) Este es el cambio, o la diferencia, que se ha producido en el espíritu de Sebastián por su intento de hacer una repetición cabal de la esencia mapuche ──diferencia que le trae algo totalmente nuevo. Y no sería exagerado decir que con este cambio Sebastián se convierte de cierta manera en formador de una creencia nueva. En él hay algo semejante a lo que dice Mircea Eliade acerca de Abraham, quien quiso sacrificar a su hijo, no por ser obligado por las costumbres, sino porque él mismo eligió a cumplir con la demanda de Dios; de este modo, según Eliade, «Abraham funda una nueva experiencia religiosa, la fe».) Sebastián también intentó vivir su tradición no como una costumbre sino como una elección, y resultó engendrar una creecia nueva. Una experiencia religiosa nueva, desde otro punto de vista, es una amenaza a la tradición; y el caso de Sebastián no puede ser una excepción. Con su creencia hecha a mano, él es capaz de rechazar sin ningún temor algunas de las prácticas fundamentales de la tradición mapuche cuando éstas le parecen inconvenientes; de hecho, él no teme incumplir algunas reglas regidas por la tradición, siendo muy diferente de los mapuches más tradicionalistas. Para él lo único que es digno de temer será la voluntad del Padre Dios ──voluntad que se le revela a través de los sueños.
(...) Si los mapuches de hoy, o al menos muchos de ellos, eligen mantener de alguna manera su identidad como mapuches resistiendo asimilarse enteramente a la sociedad chilena, a pesar de las muchas desventa-jas que esto les puede significar, estas elecciones no son siempre tomadas con ponderaciones conscientes y racionales. En la vida de ellos (igual que en la nuestra) invaden, de vez en cuando, los acontecimientos ocasionados por las fuerzas exteriores al dominio de la consciencia: sueños, enfermedades, incidentes casuales, etc. Y es precisamente en algunos de estos acontecimientos donde repentinamente se les revela la «verdad» ──esta clase de verdad que he tratado a lo largo de este artículo. Y esta verdad, tal como sucedió en el caso del sueño de Sebastián, tiene una inmensa fuerza para someterlos a sí misma. Aquí quizá podríamos recordar a Sigmund Freud quien, en Más allá del principio de placer, hablaba de la «demanda de recuperar un estado anterior de las cosas», como una pulsión primordial que va más allá de todos los principios de la vida humana ──observación que nos invita a sospechar, por debajo de los dramas que viven hoy Sebastián y tantos otros, la actuación de una tal fuerza que impulsa a todo ser humano a repetir.
(...) Pero a esto habrá que añadirse unas palabras más, porque hay algo más complicado en estos dramas como fue el caso de Sebastián. Es porque este «estado anterior», para los mapuches de hoy, ya no se refiere exclusivamente a los asuntos «tradicionales», cuando ellos viven una gran parte de su vida, quiéranlo o no, de acuerdo con el sistema social chileno inclusive el uso extenso y cotidiano del idioma castellano. Por tanto, las memorias de estas palabras y actos, con toda probabilidad, estarán sedimentadas como una serie de «mundos» de imágenes hasta en las zonas más profundas de su inconsciente y de su cuerpo. Y la rememoración de ellos, destinada a recuperar el «estado anterior» que ya es contradictorio en sí mismo, no puede ser sino confusa y heterogénea; siendo así, ella no cesa de producir, en calidad de repetición, nuevas combinaciones de imágenes, unas veces sutilmente bellas, otras veces tristemente disonantes. Tal, sin duda, es la situación en que se produjo el helicóptero del sueño de Sebastián, una condensación extraña de lo mapuche y de lo huinca.