Terapia estoica del duelo.

Consolación de Ciceron.

Psicopatología del duelo y psicoterapia estoica de la consolación “de la consolatio”

“Sobre la vejez”.

Escritos consolatorios de Ciceron sobre el temor a la muerte y la senectud.

PSICOPATOLOGÍA DESCRIPTIVA Y FENOMENOLOGÍA

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Sobre la cercanía de la muerte

XIX. Queda una cuarta causa, que es la que más acon­goja y preocupa a nuestra edad: la cercanía de la muerte, que, es verdad, no puede hallarse lejos de la vejez. ¡Pobre anciano el que no vea que hay que despreciar la muerte después de tan larga vida! No hay que darle importancia ninguna, si el espíritu se extingue por completo, o hay incluso que desearla, si le conduce a uno a algún lugar en el que va a existir eternamente: no puede encontrarse una tercera alternativa. Entonces, ¿Qué puedo temer, si después de la muerte vaya dejar de ser desgraciado o incluso vaya ser feliz? Aunque, bien mirado, ¿Quién es tan tonto, por joven que sea, que tenga por seguro que va a seguir vivo la tarde siguiente? Digo más: la juventud tiene muchas más ocasiones de muerte que nuestra edad: los jóvenes caen enfermos más fácilmente, enferman más gravemente y se curan con más dificultad, así que pocos llegan a la vejez: si llegaran a viejos más, se viviría mejor y con más sabiduría, pues el buen juicio, la razón y el consejo están en los ancianos, y si no hubiera ninguno, tampo­co habría ciudades. Pero vuelvo a la amenaza de la muerte. ¿Qué causa contra la vejez es ésa, cuando estáis viendo que se comparte con la juventud?

Yo he sentido en mi propia carne que la muerte es común a toda edad en la pérdida de un hijo excelente (1); tú, Escipión, en tus hermanos, destinados, en opinión de todos, a los puestos más altos (2)

(1). Su hijo mayor, había muerto dos años antes, en 152 a.c.

(2). Tenían 14 y 12 años y murieron, respectivamente, cinco días antes y tres después de que su padre, Paulo Emilio, recibiera el Triun­fo. (ver tb: “Sobre el Triunfo”)

Pero de todas formas, un joven espera vivir mucho tiempo y no puede esperar lo mismo cuando es viejo. Pues es insensato que lo espere, porque ¿Qué puede haber más estúpido que tener lo inseguro por cierto y lo falso por verdadero?

Pero es que el viejo no tiene nada que esperar. Pero está en mejor situación que el joven, porque lo que éste espera él ya lo ha logrado: el joven quiere vivir mucho tiempo, el viejo ya lo ha vivido. Aunque, ¡dios bendito!,

¿Qué quiere decir, dada la naturaleza del hombre, «mucho tiempo»?; decidme el tiempo máximo; consi­deremos la edad del rey de los tartesios -según he visto escrito, fue un tal Argantonio de Gades, que reinó ochenta años y vivió ciento veinte-(3); a mí sigue sin parecerme muy duradero nada que tenga un final; cuando éste llega, el tiempo que ha pasado se ha esca­pado; sólo queda lo que se haya conseguido con el pro­pio valor y una recta actitud. Lo cierto es que se van cayendo las horas y los días y los meses y los años; el tiempo pasado nunca vuelve y no se puede saber qué seguirá. Cada uno debe contentarse con el tiempo que se le ha dado para vivir. Así es, un actor, para gustar, no necesita trabajar durante toda la obra, basta que se aprecie la actuación que ha tenido, sea cual sea; tampoco para los sabios hay necesidad de llegar hasta el «Aplaudid» (4), pues el breve tiempo de la vida es sufi­cientemente largo para vivir bien y honestamente; pero si llega a prolongarse mucho, no hay que lamentarse más de lo que se lamentan los agricultores porque, des­pués de pasar la suavidad de la primavera, vienen el verano y el otoño.

(3). Los tartesios eran los habitantes de la ciudad y reino casi míticos de Tartesos, en el suroeste de España. Aunque este reino se cita habi­tualmente por separado de la importante colonia fenicia de Gades, la actual Cádiz, Cicerón hace a esta ciudad capital de aquel reino, y a Argantonio su rey.

(4). «Aplaudid» es una forma de decir «fin» procedente del teatro, donde la obra terminaba siempre con la petición del aplauso del público por parte de los actores

Pues bien, la primavera simboliza la juventud y muestra que va a haber fruto, pero las res­tantes estaciones se han acomodado a la cosecha y reco­gida de los frutos. Pues el fruto de la vejez es, como he dicho varias veces, la abundancia y el recuerdo de las buenas acciones anteriores. Por otro lado, hay que con­siderar bueno todo aquello que se produce en conso­nancia con la naturaleza y, ¿Qué hay tan en consonancia con la naturaleza como que mueran los ancianos? A los jóvenes les sucede lo mismo, pero contra el dictado de la naturaleza. Así que, a mí me parece que los jóvenes mueren como cuando la fuerza de la llama es sofocada con una gran cantidad de agua, y los viejos, como cuan­do el fuego se extingue consumido espontáneamente, sin que se le oponga ninguna fuerza; del mismo modo que las frutas, cuando están verdes, cuesta trabajo arrancadas de los árboles, mientras que cuando están maduras y en su punto, caen solas, igual a los jóvenes les arrebata la vida una fuerza violenta y a los viejos, la madurez; ésta me resulta a mí tan agradable que, a medida que me acerco más a la muerte, casi me parece que estoy avistando tierra y que voy a llegar alguna vez a puerto después de una larga travesía.

Razones para despreciar la muerte

XX. La vejez no tiene fijado un límite, y en ella se vive correctamente en lo que se pueda cumplir con el deber y atenderlo, y menospreciar también la muerte; de ahí que la vejez sea más animosa cuanto más valiente haya sido la juventud. Esto es lo que respondió Salón al tira­no Pisístrato una vez que éste le preguntó en qué se apoyaba para oponérsele con tanta osadía: «En la vejez», se dice que le contestó.

Pero el fin óptimo de la vida es aquel en el que, con la cabeza en plenas facul­tades y los sentidos en funcionamiento, la propia natu­raleza disuelve lo que ella misma ha unido. Igual que un barco o un edificio lo desarma muy fácilmente el que lo construyó, al hombre, la que mejor lo desmonta es la naturaleza que lo compuso. Toda unión reciente se separa con dificultad; la que lleva tiempo, fácilmente.

Así, el breve tramo de vida que les queda a los ancia­nos, ni deben ansiarlo con avidez ni abandonarlo sin razón. Pitágoras y los pitagóricos prohíben abandonar la defensa y la guardia de la vida si no es por orden del general en jefe, esto es, de Dios. Hay un epitafio del sabio Salón donde dice que él no quiere que en su muerte falten el dolor y los lamentos de sus amigos. Lo que quiere, creo yo, es el cariño de los suyos, pero entonces, acaso sea mejor el de Enio (Ennius Varo)

“que nadie me honre con sus lágrimas ni con su llanto celebre mi funeral”.

No creo que haya que lamentar una muerte a la que sigue la inmortalidad.

De acuerdo, puede haber algún sentimiento por la muerte, pero debe durar poco tiempo, especialmente en el caso de un anciano, puesto que lo que se siente des­pués de la muerte o ha de desearse o no es nada. Pero debe meditarse desde la juventud la idea de no darle importancia a la muerte: sin esta reflexión no puede haber tranquilidad de espíritu. Es evidente que hay que morir y es incierto si hoy mismo. Por tanto, ¿Quién puede tener firmeza de ánimo si teme la amenaza de la muerte a todas horas?

No creo que haga falta una larga controversia sobre ella cuando evoco el recuerdo de Lucio Bruto, que fue asesinado mientras trataba de liberar a su patria; o el de los dos Decios, que incitaron a sus caballos a correr hacia una muerte voluntaria; o el de Marco Atilio, que fue conducido al suplicio por con­servar la palabra dada a un enemigo; o el de los dos Escipiones, que quisieron entorpecer el camino a los cartagineses hasta con sus cuerpos; o el de tu abuelo Lucio Paulo, que pagó con su vida la temeridad de su colega en la ignominia de Cannas; o el de Marco Mar­celo, que, una vez muerto, ni el más cruel de los enemi­gos permitió que quedara sin el honor de la sepultu­ra (5); menos controversia cabe todavía, como he escrito en Los Orígenes, cuando pienso, en nuestras legiones, que a menudo se dirigen con ánimo alto y alegre a un lugar del que creen que nunca van a volver. Por consi­guiente, ¿eso que desprecian los jóvenes y los que no tienen formación y también los campesinos, eso mis­mo lo van a temer los ancianos cultos?

(5). Se refiere a Aníbal, que según la tradición, después de matar a Marco Marcelo, envió las cenizas a su padre en una urna de plata.

Evidentemente -me parece a mí-, lo que provoca la saciedad de la vida es la falta de interés por cualquier estudio. Existen intereses determinados en la infancia: ¿acaso los echan de menos los jóvenes? Los hay al prin­cipio de la juventud: ¿los reclama la edad madura de la vida, que llamamos adultez? También los hay propios de esta edad. Por tanto, del mismo modo que los inte­reses de las etapas anteriores de la vida acaban, acaban también los de la vejez. Cuando esto sucede, el cansan­cio por la vida ofrece el momento oportuno para la muerte.

Conclusión de Ciceron sobre la senectud y los miedos a la muerte en la vejez.

Por todas estas razones, Escipión y Lelio –pues me dijisteis solíais admiraros de esto-, la vejez me resulta ligera, no sólo nada molesta, sino incluso agradable.

Y si me equivoco en esto, en creer que las almas de los hombres son inmortales, me gusta equivocarme, y no quiero que se me saque de este error en el que me delei­to mientras vivo; pero si una vez que muera no siento nada, como pretenden algunos filósofos poco impor­tantes, no temo en absoluto que los filósofos muertos se rían de mi error. (ver capítulo XXI sobre “el alma inmortal”) .

Pero, incluso si no vamos a ser inmortales, a pesar de ello, es deseable para el hombre extinguirse en el momento debido, pues la naturaleza, igual que tiene la medida de otras cosas, la tiene de la vida. La vejez es, por tanto, en la vida como el final en una obra de teatro: debemos evitar cansamos de ella, especialmente cuando se une la saciedad.

Esto ha sido lo que tenía que deciros sobre la vejez; ojalá lleguéis a ella, para que podáis confirmar con la experiencia lo que me acabáis de oír.

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-Texto para discusión en jornada docente MIR psiquiatría.

-Fenomenología de la aflicción anímica en relación al duelo por una pérdida afectiva.

-Psicoterapia de la "consolatio" estoica.



Bibliografía clásica de la practica de la “consolatio”.

Escritos consolatorios para el duelo. (Psicopatología clásica)

-La terapia del deseo. Teoría y práctica de la ética helenística. Autora: Martha C. Nussbaum Ed. Paidos 2003.

-Escritos consolatorios. Cartas a Lucilio. Autor: Séneca. Alianza Editorial 2008.

-Sobre la vejez. (Cato maior de senectute) y Sobre la amistad. Ciceron. Clásicos Roma. Alianza Ed.

-“Meditaciones”. Marco Aurelio. Clásicos de Grecia y Roma. Alianza Editorial.

- La consolación de la filosofía (De consolatione Philosophiae)

De Boecio: (480-524). Alianza editorial. 2008.

- Los filósofos presocráticos. Editorial Gredos, Madrid 1978.

-Epicuro. Exhortaciones, y “sobre el placer y la felicidad”. (Varias ediciones)

“La muerte es una quimera, pues cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo no."

-“La naturaleza de las cosa”. Lucrecio. Clásicos de Grecia y Roma. Alianza Ed.

-Sobre el dolor del mundo, el suicidio y la voluntad de vivir. Autor: Arthur Schopenhauer. Editorial Tecnos. 2006.

-En las cimas de la desesperación. E. M. Cioran. Tusquets editores.

-El mito de Sisifo. Albert Camus. En. Obras completas. Ed. Alianza Tres.

“el único problema filosófico verdaderamente importante, es decidir si vale la pena seguir viviendo, o afrontar la muerte”

Ver también los diálogos de Séneca. “de consolatio”

1.Consolatio ad Martiam, en donde intenta consolar a Marcia, esposa de Cremucio Cordo, un estoico republicano nada moderado que tuvo que suicidarse. Además, dos de los hijos de Marcia murieron tras el fallecimiento de su marido.

2.Consolatio ad Helviam matrem, escrita para consolar a su madre por su destierro en Córcega.

3.Consolatio ad Polybium, en ella, además de intentar consolar a Polibio ante las circunstancias, pide la condonación de su exilio.

Ver también los textos de Ciceron:

1. La consolatio y Tusculanae disputationes, tratado en cinco libros donde defiende la inmortalidad del alma y elimina los miedos a la muerte y al dolor. Consolatio de la muerte de su hija Tulia, donde defiende la inmortalidad del alma.

La consolación como género literario. La oratoria del duelo.

-Historia clásica de la psicopatología del suicidio:


psicopatologia docencia.

Dr Día SAhun. Psiquiatra. H.U. MIGUEL SERVET- ZARAGOZA