Aimée Darian Leader

Docencia en Psicopatología descriptiva y fenomenología.

Psicosis paranoide "pasionales" tipo erotomanías:

1 . Delirio erotomaníaco o La erotomanía de Clérambault.

2. Historia de la erotomanía y la melancolía erótica.

3, Delirio de ser amado. Délire d´être aimé. De la Erotomanía de Kraepelin

- Caso Aimée A. Tesis de Jacques Lacan.

- Caso clínico de erotomanía: Psicosis con delirio de control y alucinaciones verbales, cenestésicas y sexuales.

Analizamos le caso Aimée según el texto de Darian Leader: Qué es la locura?.

Darian Leader: psicoanalista, fundador del "Centre for Freudian Analysis and Research" en Londres y Académico en el Centro de Psicoanálisis de la Universidad de Middlesex. Experto en arte, escritor y ensayista: Entre sus obras traducidas destacan:

_ ¿Qué Es La Locura?

de Darian Leader y Raquel Vicedo Artero (Ensayo Sexto Piso 2013 )

_ La moda negra: Duelo, melancolía y depresión Darian Leader y Elisa Corona (Ensayo Sexto Piso 2011)

_ Estrictamente Bipolar (Ensayo Sexto Piso 2015)

de Darian Leader y María Tabuyo Ortega

_ El Robo De La Mona Lisa (Ensayo Sexto Piso 2014)

de Darian Leader y Elisa Corona Aguilar

_ Lacan para principiantes / Lacan for Beginners

Darian Leader y J. Groves

Basado el el texto de Lacan:

“De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad”. J. Lacan. Siglo “veintiuno” XXI editores. México.

Caso Aimé.

Qué es la locura? Darian Leader. (1)

El 18 de abril de 1981, una joven se acercó a la famosa actriz Huguette Duflos a la salida del Théâtre St-Georges de Paris, en el que actuaba en una obra llamada Todo va bien. «¿Es usted Mme. Duflos?», preguntó, y cuando la actriz respondió afirmativamente, la joven sacó un largo cuchillo de caza de su bolso y la atacó con él. El cuchillo seccionó los tendones de la mano de Duflos, y la atacante fue sometida rápidamente por los tramoyistas y los viandantes. Internada primero en un calabozo en St-Lazare durante dos meses y, después, en el hospital en Ste Anne, la paciente recuperó el control de una manera asombrosa.

Se preguntaba cómo podía haber hecho algo así. ¿Cómo se le había podido ocurrir atacar a Duflos? Su pasión homicida parecía haberse apagado y había sido reemplazada por una extraña tranquilidad. ¿Cómo era posible que una locura tan aterradora hubiera dado un giro tan espectacular hacia la paz y la calma?

El caso de Marguerite Anzieu —conocida como Aimée, a propósito de la protagonista de una de sus novelas— nos permite estudiar en detalle no sólo el desencadenamiento de la psicosis, sino también su aparente transformación en «cordura» . Esta cuestión estará presente a lo largo de los dos siguientes capítulos, los casos que analizaremos muestran una cierta estabilidad externa, incluso conformidad social, a pesar de la presencia de una psicosis subyacente.

¿Qué puede hacer posible esta especie de metamorfosis? ¿Debemos considerarla como una especie de hibernación sostenida o, por el contrario, como el resultado de una de las operaciones de estabilización y creación que hemos comentado?

Fue Anzieu la que llamó la atención de un joven psiquiatra, Jacques Lacan, en Ste-Anne. Lacan tenía treinta y un años en ese momento y estaba trabajando en su tesis de medicina sobre el tema de la «paranoia de autocastigo». En esos años, la

psiquiatría francesa estaba ocupada elaborando una clínica diferencial, definiendo las variedades de psicosis y sus distintos síntomas, las presentaciones clínicas y los diagnósticos. Lacan ya estaba fascinado por la teoría freudiana y la utilizaba como un nuevo modo de enfocar el debate del momento en torno a la clasificación psiquiátrica. Del mismo modo que el psicoanálisis había descrito a los neuróticos que cometen un crimen a raíz de un sentimiento de culpa preexistente para infligirse un castigo, Lacan pensó que la búsqueda del castigo podía definir una determinada forma de psicosis.

Cuando conoció a Anzieu, en junio de 1931, le pareció que había encontrado el caso clínico que estaba buscando. Ahí tenía a un sujeto psicótico, que claramente había tenido delirios, que aparentemente había intentado cometer un homicidio y que, sin embargo, no mucho después se había transformado en el vivo retrato del remordimiento y la humildad. Parecía que el castigo que había recibido había tenido un poderoso efecto en su locura, como si, de algún modo, lo que había buscado con sus acciones hubiera sido, precisamente, el reconocimiento de su culpa. Aunque era sólo uno de los cuarenta casos en los que se basaba su tesis, Lacan la vio casi todos los días durante un año y medio, dedicando gran parte de su tesis a un estudio detallado de la vida de Anzieu. El detalle clínico en el que se enfocó fue el momento de cambio, el punto en el que el delirio de Anzieu pareció evaporarse.

Esta cuestión también es crucial para nuestro propio debate sobre la locura, ya que pone de relieve los procesos que pueden transformar la imagen visible y llamativa de la psicosis en algo más encapsulado y contenido. Marguerite pasó varios años en un hospital tras su arresto, sin cometer actos violentos ni mostrar una conducta que hubiera podido considerarse como socialmente inaceptable. Recientemente, se han descubierto documentos que describen su encarcelación como «calmada», y a ella como una «buena trabajadora» que a menudo pedía que la liberasen. Fue trasladada de Ste-Anne a Ville-Evrard en 1938 y puesta en libertad en 1943. Ejerció como camarera de pisos y señora de la limpieza, y nunca más llamó la atención de la psiquiatría o la justicia. Murió en 1981.

Marguerite Pantaine nació en julio de 1893 en el seno de una familia de campesinos en la región francesa de Cantal. Fue la cuarta en nacer y, después de ella, vinieron otros tres hermanos. La primogénita había muerto a los cinco años, en diciembre de 1890, y un bebé nació muerto en agosto de 1891. Marguerite pasó la mayor parte de sus primeros años de vida bajo el cuidado de su hermana mayor, Élise, que tenía cinco años más que ella, hasta que Élise se marchó para trabajar con su tío. Al hablar de su infancia, Marguerite se describía como una «garçonnière», una especie de marimacho que jugaba, sobre todo, con sus hermanos y se daba el capricho de «soñar despierta en soledad». Tenía un vínculo especial con su madre —lo que ella llamaba «un vínculo exclusivo»— y muchos años después dijo: «Debería haberme quedado con ella». Hiciera lo que hiciera, su madre la seguía queriendo. «Éramos como dos amigas», dijo, al explicarle a Lacan cuánto se arrepentía de haberse separado de su madre.

Marguerite a menudo le daba guerra a su «tiránico» padre, siendo la única de la prole en cuestionar su autoridad. Se empeñaba en hacer las cosas a su modo en pequeños detalles, como el modo de cortarse el pelo o de hacerse el nudo de su cinturón, y tuvo un estatus especial entre los niños y algunos privilegios de su madre, como tener su propia ropa de cama especial, con la consiguiente envidia de sus hermanas, un hecho que seguían recordando con amargura treinta años después, cuando Lacan las entrevistó. Era la única en la que descansaban las esperanzas maternales, la única con posibilidades de tener éxito. En este punto ya se aprecia la idea de cargar un peso sobre sus hombros, uno cuyas coordenadas se aclararán más adelante.

Según el mito familiar, Marguerite nunca estaba lista a la hora, era lenta y llegaba siempre tarde a todo. Tuvo buenas notas y, a los trece años, fue la primera en asistir a una escuela laica que quedaba cerca de su casa, donde asumieron que haría carrera como maestra. Fue admitida en una escuela de preparación para maestros, pero, a los dieciséis años, no aprobó los exámenes, algo que sorprendió a todos y detuvo su progreso. Este fracaso se asoció con el «drama» de la muerte de una amiga muy querida, que más tarde fue el tema del manuscrito de un libro escrito por ella llamado Le Détracteur. Es en este momento de su historia cuando Lacan localiza las primeras señales de que se encuentra en dificultades. A partir de ese punto, habla de su necesidad de tener lo que Lacan denominó «guía moral», una guía que sus maestros no le habían dado. Su familia estaba preocupada por ella y parece que, al menos a partir de este momento, empieza a preocuparle la idea de estar destinada a algo más importante. Encontró trabajo en correos y se fue a vivir con su hermana Elise y su tío Guillaume, ya casados, en una pequeña ciudad de provincias. Fue durante esta breve estancia cuando Marguerite se enamoró por primera vez. Conoció a un poeta mujeriego —lo que ella llamó un «poétereau»— e inició una relación con él.

El era una especie de Don Juan local y, más tarde, ella descubrió la crueldad de que su primera relación sexual no había sido más que el objeto de una apuesta con sus amigos. Como le iba muy bien en su nuevo puesto y había aprobado con nota un examen administrativo, Marguerite fue trasladada a otra ciudad en la que pasaría tres años, durante los que mantuvo correspondencia con el poeta, que se había convertido en «el único objeto de sus pensamientos». Aislándose cada vez más, no le contó a nadie nada acerca de este profundo amor, que continuaba, parece, sin que se hubieran visto en todo ese tiempo. Después, se mudó a Melun, donde ocurrieron dos cosas muy importantes: su amor por el poeta se convirtió en odio —«Por lo que a mí respecta, puede morirse», dijo. «Pasé rápidamente del amor al odio»—y conoció a una mujer,

C de la N, por la que se sintió fuertemente atraída. C de la N provenía de una familia aristocrática venida a menos. Era dominante y altanera, hablaba a menudo de su noble familia y ejercía una influencia coercitiva en el personal de la oficina. Para Marguerite ella era diferente, especial, no como «todas esas chicas hechas en serie (toutes ces filles faites en série)». G se comportaba como si fuera social y moralmente superior a todos los que la rodeaban y, a su lado, Marguerite se sentía «masculina», despreciando su propio sexo. A pesar de la cercanía a su nueva amiga, y aunque estaba a su sombra, Marguerite no estaba totalmente dominada por ella. Se «guardaba para ella una parte de sí misma» cuando estaba con C, fuera cual fuera su proximidad, explicó: «Siempre mantuve un jardín secreto». Por tanto, existen dos hilos conductores diferentes en la vida de Marguerite: el de la marimacho —«garçonnière», con la idea de una identidad masculina, y el del jardín secreto y soñar despierta en solitario, la parte de ella misma que se guardaba para sí. Durante este período, Marguerite habla de su «curiosidad por el alma masculina».

A los veinticinco años, Marguerite se casó con René Anzieu, un hombre «totalmente contrario a cualquier cosa inútil, decorativa o creativa», y que mostraba lo que Lacan describió como «equilibrio moral y seguridad práctica». La influencia de C en el matrimonio fue clara, aunque se interrumpió cuando fue trasladada a otra ciudad. ¿Por qué eligió a René como marido?, preguntó Lacan. «Si no me hubiera casado con él, otra lo habría hecho», respondió Marguerite. Este período estuvo marcado por muchos problemas: cada vez pasaba más tiempo en silencio, en ocasiones, semanas, y la asediaban los celos. Tenía extraños accesos de risa, sufría de frigidez y se lavaba las manos compulsivamente. En este período también leyó mucho. Esta nefasta situación empeoró cuando, unos ocho meses más tarde, su hermana Élise, que acababa de perder a su marido, se mudó con ellos, una llegada que Lacan describe como «probablemente, el acontecimiento más determinante de su vida».

Élise opinaba sobre todo y pronto se convirtió en el miembro dominante de la casa. Estaba especialmente resentida a causa de su frustrada maternidad. Le habían hecho una histerectomía, pero sentía «una profunda necesidad de ser madre», según su hermana. Elise «siempre estaba en contra » de Marguerite, a la que humillaba y arrebataba su lugar, aun así, ella alababa las cualidades y virtudes de su hermana mayor. Fue, literalmente, suplantada, como su entorno posteriormente confirmó. La intrusión de su hermana en su casa le resultó particularmente interesante a Lacan, que se preguntaba ¿por qué lo aceptó?.

Incluso si las circunstancias podrían haber hecho que pareciera necesario, a Lacan le sorprendía lo difícil, incluso, imposible que le resultaba a Marguerite reprochar a Elise que invadiera su espacio. Simplemente, parecía aceptarlo, negándose a quejarse, y viviendo en lo que él llamó una «lucha silenciosa» con su hermana. El arma más potente de Elise, observó Lacan,-no era tanto su propia autoridad, sino la conciencia de su hermana, y fue la combinación de su lucha con la autoridad de Elise, su reconocimiento de las cualidades de su hermana y su propia humillación lo que otorgó ese particular carácter a la psicosis.

A los veintiocho años, Marguerite se quedó embarazada, y es en ese momento cuando observamos el primer desencadenamiento real de la psicosis, aunque podemos sospechar que las cosas empezaron a ponerse difíciles tras su matrimonio.

Ahora creía que la gente la calumniaba y hablaba a sus espaldas, que sus compañeros de trabajo conspiraban contra ella, que la gente por la calle cotilleaba y los periódicos hacían alusiones a ella.

Marguerite interpretó algunos fenómenos, como que su hijo estaba en peligro: «Quieren que mi hijo muera». «Si el niño no vive», dijo, «ellos serán los responsables». Tenía pesadillas con ataúdes y, en una ocasión, le rajó las ruedas de la bicicleta a un compañero, le tiró a su marido una jarra de agua y una plancha y le echó en cara que había estado con otra persona. Cuando evocaba su conducta durante este período, se refería a sus «melancolías».

Trágicamente, el bebé de Marguerite, una niña, nació muerto, estrangulado por el cordón umbilical. En este momento, cristaliza un nuevo delirio: veía su antigua amiga C de la N como responsable de la muerte de la niña, y la persiguió. Dio la casualidad de que C había llamado poco después del parto para interesarse por el estado de Marguerite, y ésta lo había interpretado como una señal. Le había parecido extraño en el momento, pero ahora lo entendía. Interrumpió inmediatamente su correspondencia con C, atribuyéndole la culpa exclusivamente a esta mujer por la que antes se había sentido tan fascinada. También dejó de practicar la religión.

Es justo en este momento cuando la propia madre de Marguerite empieza a tener delirios, convencida de que la muerte de un animal de granja se debe a los deseos malévolos de un vecino.

A los treinta años, Marguerite vuelve a quedarse embarazada, y está deprimida y ansiosa, malinterpreta todo, ve malas intenciones en su entorno. Cuando el bebé, Didier, nace, se dedica por completo a él, aunque sigue quejándose y siendo

hostil. Siente que todo supone una amenaza para su hijo y, en una ocasión, le monta una escena al conductor de un coche que pasa demasiado cerca del carrito. Después de cinco meses, Elise asume el control de la casa, deleitándose en su nuevo rol maternal. Posteriormente, ésta le dijo a Lacan que había encontrado consuelo a su esterilidad al convertirse en la madre del hijo de Marguerite. Pronto, René descubre que su mujer ha solicitado un pasaporte para emigrar a los Estados Unidos. Marguerite dimitió de su trabajo y empezó a planear un viaje a los Estados Unidos para buscar fortuna como novelista. Lo hacía, dijo, por su hijo. Las cosas empeoran progresivamente y, en este momento, a los treinta y dos años, la ingresan por primera vez. Durante esta primera hospitalización, que duró seis meses, pensaba que era una gran novelista y que su hijo iba a ser embajador. El hospital registró que «se había marchado sin estar curada», y sus delirios continuaron: la gente se burlaba de ella, la insultaba, la acusaba de «no tener valores», de ser una «depravada». Estaba convencida de que «ellos» querían quitarle a su hijo, aunque el motivo y los detalles no estaban claros. Estaba confusa respecto a quiénes eran sus enemigos y creía que estaba destinada a «algo más grande», aunque esto también era impreciso.

Fue durante este difícil período cuando acudió a determinado novelista para denunciar la «injusticia» de su hospitalización, que estaba diseñada, creía, para separarla de su hijo. La idea de un destino mayor o vocación continuaron inquietándola, y decidió que debía averiguar más sobre el lugar especial que se le había dado. Para ello, Marguerite se muda a París, donde, tras largas jornadas laborales, estudia, pasa mucho tiempo en bibliotecas, se examina del bachillerato, bebe mucho café y vuelve a casa con regularidad para ver a su hijo, que permanece con su marido y su hermana. En este momento, su delirio empieza realmente a tomar forma. Marguerite sabe que será una gran escritora y «condena los pecados de artistas, poetas y periodistas» que fueron responsables de la guerra, de asesinatos y de la corrupción de la moral. Escritores y artistas como Sarah Bernhardt y Colette están corrompiendo la sociedad, persiguiendo sus fines egoístas de gloria y placer. Denuncia «la despreocupación de las madres frívolas» y se da cuenta de que su misión es crear una «hermandad entre pueblos y razas», un «reino de mujeres y niños» y el «fin de la maldad», en el que «el amor del género humano» florecerá. Todos irán vestidos de blanco y no existirá la guerra. Lo conseguirá escribiendo, convirtiéndose en una «femme de lettres et de sciences » que sembrará pureza y devoción. Se creará un «reino de bondad».

El sistema ilusorio de Marguerite incluía, por tanto, el tema de la persecución —su hijo está amenazado— y el de la grandeza —ella es la agente de la reforma social—. Hay que recordar que Lacan veía a Marguerite todos los días, dialogaba con ella detenidamente, pero fue sólo al cabo de un año cuando ella le habló del contenido de su delirio, asegurándose de cambiar de posición las sillas de la habitación para evitar el contacto visual.

Esta reticencia debe hacernos aumentar la cautela con respecto a los diagnósticos psiquiátricos rápidos, a menudo, realizados en función de cuestionarios y no de diálogos largos y detallados. La mayoría de la gente que tiene delirios no comentará sin más cuál es su sistema de creencias, y puede llevar meses o incluso años de minucioso análisis descubrirlo. Huguette Duflos se encontraba bastante arriba en la lista de objetivos de Marguerite, que creía que ésta trabajaba para Pierre Benoît, un conocido autor que había sacado a la luz los detalles de la vida privada de Marguerite en sus libros. Benoît había pasado de ser alguien que potencialmente podía ayudarla, a una figura más amenazante, no sólo aludiendo a ella en sus escritos, sino enviando espías para plagiar su trabajo, copiando sus novelas no publicadas y sus cuadernos. Hasta creía que había todo un periódico, L'Oeuvre, que se dirigía específicamente contra ella. Cómo se estableció el vínculo entre Duflos y Benoît no está claro, aunque la actriz había representado a uno de los personajes del escritor en la adaptación a la pantalla de uno de sus libros que Marguerite había visto. La amenaza que Marguerite percibía estaba más dirigida a su hijo que a ella. Pensaba que si le ocurría algo, sería por su culpa, se convertiría en una «madre criminal», ya que no había detenido a los perseguidores a tiempo. Lacan señaló la curiosa lógica de su creencia: si bien todos los pensamientos persecutorios se centraban en la amenaza de hacer daño a su hijo, en realidad, cuando él estuvo enfermo o en peligro a ella no pareció preocuparle demasiado. En dos ocasiones se creyó que el niño tenía apendicitis, pero a ella no pareció afectarle. Esto puede indicar, de hecho, que la clave para Marguerite estaba en la idea de que se le hiciera daño a un niño, no en el hecho empírico de que su hijo Didier sufriera algún daño, y a menudo observamos este curioso rasgo en los delirios. Por citar otro caso, una mujer que creía que era una madre con el deber de salvar niños, oía una voz que le decía: «Piensa en los niños primero y tú estarás bien». Sin embargo, como ella comentó: «En realidad pensé muy poco en mis propios hijos».

El delirio se estructuraba en el nivel de las representaciones, de las ideas, más que en los personajes reales, empíricos, de su vida. Pero, ¿por qué Duflos? Lacan le hizo esta pregunta más de cien veces. Sabía que mientras fueron amigas, C de la N había mencionado que la actriz era vecina de su tía, lo que la situaba en la esfera de los seres de la alta sociedad que C, de algún modo, encarnaba. Pero, ¿por qué suponía Duflos una amenaza? Al final, pareció surgir una respuesta. Un día, cuando Marguerite estaba en el trabajo preguntándose de dónde venían las amenazas a su hijo, oyó que alguien mencionó el nombre de Duflos. Ahora lo entendía. Recordó cómo, en su trabajo anterior, en una ocasión los compañeros de la oficina habían elogiado a Duflos, y Marguerite había comentado que era una «puta». Debía tratarse de una venganza, ahora se daba cuenta. Y en el momento en el que Marguerite llegó a París, Duflos aparecía en todos los periódicos, debido a un juicio por un contrato teatral. Al verlo, había sentido ira por la importancia que se le daba a la vida de los «artistas».

Creía que Duflos se estaba burlando de ella, ridiculizándola en sus actuaciones, pero no creía que la actriz operase sola: alguien más poderoso debía de «apoyarla», y esta persona era nada menos que Pierre Benoît, el hombre al que había recurrido para que la salvara y reconociera su valía literaria. Aunque no pensaba que fueran amantes, se imaginaba que entre ellos existía un vínculo muy fuerte. Percibimos cómo su atracción va en dos direcciones: primero, hacia Benoît y, después, hacia el príncipe de Gales, a quien enviaba un soneto todas las semanas. Era su amor platónico y él ocupaba el lugar de la autoridad benevolente. Es interesante que el motivo de la persona que la apoyaba recibiera mucha menos atención en el delirio que el del perseguidor, quizá, debido al hecho de que a menudo es menos probable que el sujeto psicótico hable de sus defensores, por miedo a poner en riesgo sus efectos benignos y positivos.

La habitación de Marguerite estaba repleta de imágenes del príncipe y él había recibido un aluvión constante de cartas y poesías. Le instaba a actuar como su paladín, advirtiendo al mundo de los peligros de la corrupción. Este tipo de veneración platónica había sido descrita con precisión por el psiquiatra Maurice Dide (2) y conllevaba fidelidad prolongada y devoción, aunque no solicitaba encuentros ni relaciones sexuales. Recordaba la adoración que había sentido durante tres años por el poeta mujeriego, que se había convertido en el «único objeto de sus pensamientos», a pesar de que no había hecho ningún esfuerzo por volver a verlo. Marguerite no firmó nunca sus cartas al príncipe hasta justo antes de atacar a Duflos, y Lacan estudió con cuidado la cronología de su construcción ilusoria.

Aunque el delirio de la amenaza de Didier se había desarrollado a lo largo de cinco años, no fue hasta un par de años antes del ataque cuando había sentido que necesitaba «hacer algo». Para cumplir con su destino no bastaba con escribir novelas, tenían que publicarse, lo que obligaría a sus enemigos a retirarse.

Escribió dos novelas, Le Détracteur, con una heroína llamada Aimée, y Sauf votre respect, pero el mundo editorial no se portó bien con Marguerite. Una serie de incidentes durante este período indican lo crucial que era este proyecto literario para ella. La denunciaron ante la policía por acosar a un periodista, unos seis meses antes del episodio Duflos, con la intención de que publicara un artículo sobre Colette, y había atacado a un empleado de la casa editorial Gallimard después de que rechazara uno de sus manuscritos. También puso una serie de denuncias a Pierre Benoit ante la policía. A lo largo de este tiempo, su preocupación por la seguridad de su hijo fue en aumento, y soñaba que lo ahogaban, asesinaban o secuestraban. Finalmente, envió sus novelas al príncipe de Gales, su máximo salvador. Su terror por lo que ella percibía como un ataque inminente a la vida de su hijo fue aumentando. Si le ocurriera cualquier cosa, repetía, sería por su culpa: «Seré una madre criminal». Las nubes que anunciaban tormenta, dijo, se avecinaban. Pósters por todo París advertían a Benoit de que si continuaba amenazándola, sería castigado. En marzo, compró un cuchillo largo de caza y se decidió a enfrentarse a su enemiga cara a cara: «¿Qué pensaría Duflos», se preguntó, «si no estuviera lista para defender a mi hijo?».

Fue en abril de 1981 cuando atacó a Duflos, en un momento en el que se suponía que tenía que estar visitando a su hijo. El vórtice persecutorio parecía estar en su punto álgido y, sin embargo, poco después de su ingreso, el delirio se desinfló. «¿Cómo pude pensar eso?», se preguntó con asombro. Los motivos de erotomanía y megalomanía ahora le parecían absurdos. ¿Cómo podía haber pensado que Duflos quería hacerle daño? De nuevo, en el preciso momento en el que ingresan a la hija es cuando se desencadena la psicosis de la madre: está convencida de que sus vecinos son malignos y de que son responsables de todo el drama que está viviendo Marguerite.

* * *

Así que, ¿cómo interpretó el caso Lacan en 1938?

Además de interesarse por la idea de una nueva categoría diagnóstica, Lacan se interesaba por la cristalización del delirio. ¿En qué momento exactamente se había añadido o sistematizado cada elemento? ¿Qué unió o cuestionó sus pensamientos? ¿Cómo reescribió su pasado para que concordase con sus delirios? ¿Qué fenómenos de la memoria entraban en juego? ¿Por qué, por ejemplo, eran tan escasos sus recuerdos en los que los perseguidores clave se habían introducido en sus delirios? Lacan le siguió la pista a estos detalles meticulosamente.

Para él, la clave etiológica residía en la relación de Marguerite con su madre y su hermana. La hermana había ocupado el lugar de una madre para ella, pero de un modo invasivo, insoportable. Fue ella la que cuidó de la joven Marguerite y la que, después, se mudó con ella, asumiendo el control de la casa y de su hijo. Marguerite no admitía conscientemente esta terrible proximidad, y de ahí la tendencia centrífuga de su delirio: siempre eran personas de fuera de la familia las que suponían una amenaza. Incapaz de expresar su reproche a Elise, éste regresó como el motivo persecutorio del delirio.

El mecanismo que gobernó su locura fue la proyección: las ideas que no podía tolerar venían de fuera. Su ataque a Elise se convirtió en los ataques de sus perseguidores a ella misma. Esta hermana poderosa ofrecía la imagen de la mujer que ella no podía ser y que ocupó literalmente su lugar. Después de que Elise se mudase con ella y René, Marguerite dijo que ella era la que debía marcharse, permitiendo a René «rehacer su vida con otra persona», con Elise. La odiaba, pero, como sostenía Lacan, aspiraba a ser ella, y esta furia quedaba patente por el modo frío en el que elogiaba a Elise. Era incapaz de asumir subjetivamente la ira que sentía hacia la hermana que la había suplantado. Elise era su «más íntima enemiga», dice Lacan.

Más o menos un año después de que se publicara el caso, Lacan añadió en sus escritos: «Su ambivalencia afectiva hacia su hermana organizaba todo el comportamiento auto punitivo del caso Aimée. Si bien durante su delirio Aimée transfirió las acusaciones de su odio amoroso a varias figuras sucesivamente, lo hizo en un intento de liberarse de esta primera fijación, pero este intento estaba condenado al fracaso: cada uno de sus perseguidores no era sino una nueva imagen, siempre cautiva, de su narcisismo, de esta hermana que nuestra paciente había convertido en su ideal».

Su delirio era, por tanto, una forma de huir de sus propias tendencias agresivas y criminales, un intento de liberarse de las cadenas de su «odio amoroso».

Según Lacan, lo que importaba era la distancia entre ella y sus perseguidores. Los elegía muy bien: habitaban un mundo inaccesible y separado del de ella, y esta distancia le permitía una cierta «no realización» de sus impulsos. Así, su primer perseguidor real, C de la N, fue elegido precisamente por su diferencia de «las otras chicas»: era especial, distinguida, única. Incapaz de articular un reproche hacia su hermana, Marguerite eligió a C de la N. En lugar de culpar a su hermana por la pérdida de su bebé, culpó a G. En cierto modo, Elise era consciente de esto y, de hecho, le dijo a Lacan que temía por su propia seguridad. Aunque Marguerite nunca la había amenazado o identificado con su perseguidor, Elise intuía que el ataque de su hermana se dirigía a ella. Estos perseguidores, sin embargo, en última instancia no eran sino proyecciones de la propia imagen de Marguerite. Más allá de la furia que sentía por Elise —y, más allá de ella, por la madre—, subyacía un amor homosexual hacia ellas. Era culpable de la misma corrupción de la que las acusaba. La imagen de la mujer idealizada a la que atacó era, por tanto, la suya. Duflos representaba el ideal de prestigio social y poder al que ella, Marguerite, aspiraba. Imputaba corrupción a estas mujeres, pero quería la misma fama para ella, anhelando vivir una «grande vie» y tener influencia en el mundo. De hecho, a los poetas a los que ella consideraba responsables de los males del mundo los llamó «¿les amateurs de la gloire», siendo el término «amateur» casi un anagrama de su nombre, «Marguerite».

Al atacar a Duflos, sostenía Lacan, se atacaba a sí misma, exteriorizando su propia imagen ideal en otra mujer. Entonces, ¿por qué se vino abajo el delirio veinte días después del ataque? ¿Fue por el acto de atacar a Duflos o, como afirma Lacan, por su posterior confinamiento? Justo después de cometer el acto seguía consumida por el odio y el reproche. Pero, un día, todo se «calmó»: la erotomanía, los celos, el tema de la persecución y su idealismo altruista. Ya no eran necesarios, puesto que había conseguido que su castigo fuera real: ahora se encontraba entre delincuentes y criminales, separada de su familia. Se dio cuenta, finalmente, de que se había atacado a sí misma, al declararse culpable ante la ley. Muchos años después, en 1975, Lacan reconsideró este punto de vista, y puntualizó que la idea de que su deseo real era que la castigasen fue «llevar la lógica [del caso] demasiado lejos».

Incluso si cuestionamos el concepto de una paranoia de autocastigo, sigue existiendo un problema crucial con la interpretación de Lacan de 1983. Si a Marguerite le preocupaba tanto la intrusión de su hermana y que le robasen a su hijo, ¿por qué no centraba el delirio exactamente en eso, en pensar que los perseguidores querían separarla de Didier? ¿Por qué no había un énfasis en los esfuerzos de los perseguidores por eliminarlo y deshacerse de ella? Aunque en una ocasión pensó que la policía secreta de Stalin quería llevarse a su hijo, sus delirios se dirigían más hacia la idea de que le hicieran daño que de que se lo llevasen. Una posible respuesta a esta pregunta aparece en una nota al pie de página en el caso, en la que Lacan evoca un posible instinto criminal de Marguerite respecto a su hijo. Esto, sugiere, podría explicar la tendencia «centrífuga» de su delirio y el hecho de que se marchara lejos de su hijo. También explicaría el rasgo del caso que tanto le había intrigado: su «cura» repentina. Su confinamiento, al fin y al cabo, le habría ayudado a provocar «la pérdida definitiva del hijo», por lo tanto, se estaba castigando a sí misma por el crimen del que había acusado a su perseguidor. Por otra parte, cuando Lacan comenzó a entrevistarla tras su confinamiento, percibió su miedo por un posible divorcio, lo que significaría separarse de Didier. Que estos pensamientos quedaran relegados a una nota a pie de página y el hecho de que no los desarrollara en absoluto en el texto principal, quizá, atestigua su problemático estatus. Pero, ¿por qué, si no se puede explicar lo que parece ser una gran «contradicción» en el material: la amenaza de que su hijo sufriera algún daño?

En su excelente lectura del caso y compilación de datos históricos, Jean Allouch (3) ha propuesto otra interpretación, que recoge muchos de los temas en los que Lacan hizo hincapié. Su punto de partida es la coincidencia de los desencadenamientos de la madre y la hija. Cada vez que la hija es ingresada con signos visibles de psicosis, se precipita la locura de la madre: primero, tras la pérdida del primer hijo de Marguerite y, después, tras el ataque a Duflos. Lacan le resta importancia y posiciona a la madre de un modo extraño: asume que la fijación de Marguerite con Elise debe de ser un desplazamiento de la madre a la hermana, pero casi no lo desarrolla. Da la impresión de que se trataba más de un requerimiento de la teoría freudiana que de una deducción clínica. Pero, como poco, el cruce de los temas de su delirio indica que el lugar de la madre merece ser analizado con más detenimiento.

En el relato de Lacan hay varios detalles que indican la importancia de la madre en el caso. Cuando hablaba del motivo principal de su delirio —el daño a su hijo—, Marguerite nunca lloraba; sólo se le llenaban los ojos de lágrimas cuando hablaba de su madre. Lloró ante la idea de separarse de su madre —no de su hijo—y repetía sin cesar: «Debería haberme quedado cerca de ella». Lacan observó que lo más importante para ella era la idea del «dolor» de su madre, y entre los escritos que Lacan incluyó en su tesis, hay una novela que acaba con la descripción de los sentimientos de una madre a raíz de la muerte de su hijo. Esto lo escribió en los meses que precedieron al ataque a Duflos y fue uno de los textos que envió al príncipe de Gales. Otro texto, escrito aún más cerca de la fecha del acto, trata de un progenitor que llora la muerte de su hijo. También decía que lo mejor que había escrito estaba inspirado en la muerte de una amiga en la adolescencia, cuando estaba examinándose en la escuela de preparación para maestros. Recordemos que la hermana mayor de Marguerite murió a los cinco años, un poco más de un año y medio antes de que ella naciera. Se había acercado demasiado al fuego del hogar y se había quemado viva, delante de su madre (según la versión de Lacan) o en su ausencia (según la versión de Didier Anzieu (4).

Se llamaba Marguerite, un detalle extrañamente ausente en el relato del caso de Lacan. Al releer el texto de Allouch, observamos que la presencia de la hija muerta y de la madre culpable está por todas partes. La primera vez que se desencadenó la locura, los pensamientos paranoides de Marguerite giraban en torno a la idea de que otras personas serían responsables si su hijo muriera. En esa época, le tiró a su marido una jarra con agua y una plancha caliente. Cuando se la reprendió por su ataque posterior al empleado de la editorial, le dijo a su familia que había sido porque había empezado un «fuego accidentalmente». En una de sus historias, describe cómo «advertí [a los animales] cuando empezó el fuego en el bosque». Durante la construcción del delirio, un niño está en peligro y una madre es culpable, y el objetivo del delirio es, de hecho, salvar al niño. Esa es su lógica, incluso en su objetivo supremo de un mundo en el que las madres y los niños viven juntos feliz y pacíficamente. Allouch descubrió que en el acta original del juicio, Marguerite le había dicho al juez que tenía una hija y no un hijo, y utilizó el nombre de su madre, Jeanne, y no el suyo. Cuando Lacan le preguntó por qué su hijo estaba en peligro, sólo respondió una vez, impulsivamente: «Para castigarme». Pero, ¿porqué?, preguntó Lacan. Porque era una «madre criminal». Tenía que enfrentarse a Duflos o, de lo contrario, habría sido una «madre cobarde». «¿Qué pensaría ella de mí si no hubiera estado dispuesta a defender a mi hijo?», preguntó Marguerite. El hecho de que la salud real de su hijo no fuera tan importante para ella como la idea de que se hiciera daño a un niño evoca esto. Era como si la tragedia de la madre regresara en el delirio de la hija. Cuando se desencadenó la psicosis por primera vez, de hecho, la madre le echó la culpa a un vecino de la muerte de un animal de su granja. Así, el motivo de la muerte y la responsabilidad convergen, como si la locura de Marguerite llevase implícito un mensaje para su madre exigiendo que asumiese esa responsabilidad por la muerte de su homónima. Para Allouch, el niño está asociado a la presencia de la sexualidad: es la señal misma de una relación sexual y, de este modo, Marguerite infunde sexualidad en otras mujeres. Sus delirios, al fin y al cabo, son sobre mujeres «depravadas» y «disolutas». Y la primera vez que se desencadena la psicosis no es cuando Elise llega, sino durante su embarazo, cuando cree que la gente la llama «depravada». Así que, al atacar a Duflos, no estaba sólo atacando a su hermana, sino, también, a su madre. Un día, después de que Lacan le preguntara por enésima vez por qué había golpeado a Duflos, contestó: «Para hacer que confesara» —como para acentuar la dimensión de una confesión que parece que nunca se produjo en el caso de su madre: «Je l'ai frappé pour la faire avouer». La corrupción y la disolución que Marguerite vio en sus perseguidoras femeninas pueden interpretarse de muchas formas. Tener sexo tras la muerte de un niño quizá sea un crimen que merece un castigo. Pero la ausencia de la madre en el momento en el que el vestido de Marguerite se prendió fuego, quizá, también se interpretó como una falta imperdonable, un tema central de ausencia maternal en torno al cual giran todos los significantes de «frivolidad», «disolución» y «maldad». Entonces habría habido un intento, mediante el delirio, de designar la parte no simbolizable de la madre que pudo dejar morir a una niña por su «despreocupación». La frivolidad de la madre dejó morir a la niña y, por eso, Marguerite emprendió la misión de erradicar la frivolidad de las madres. El motivo clave, entonces, tiene que ver con la responsabilidad de una madre en la muerte de un niño. Recordemos ahora que cuando estaba creciendo, Marguerite no podía hacer nada malo: por mal que se portase, su madre la seguía queriendo. Que Lacan eligiera el nombre Aimée (Amada) para Marguerite, quizá, refleja la importancia de esta carga. Cómo, después de todo, puede estar vivo un niño si, haga lo que haga, es como si nunca hubiera hecho nada malo: lo deshumaniza, como si fuera otra persona u otra cosa. En el caso de Marguerite, indica asumir el peso de la imagen de la niña muerta, una tarea enfatizada por la elección del mismo nombre. Ocupar este lugar le resultaba intolerable, como señala Allouch, y de ahí vienen tanto la sensación de persecución —¿qué hay más persecutorio que amar a otra persona a través de ti?— como la misión en la vida: reemplazar a la hermana muerta. La idea de ser un reemplazo para la hija que se había quemado viva fue, quizá, el parámetro del espacio en el que creció Marguerite, y tener un hijo forzó la detonación de los motivos del delirio. Cuando Elise se mudó con ellos, a Lacan le sorprendió la facilidad con la que Marguerite le cedió tanto al niño como la casa, pero esta actitud tiene sentido cuando nos damos cuenta de que, en este proceso, le estaba dando a su hermana el niño que ésta no tenía, a la vez que abdicaba del lugar imposible de la madre. Reemplazó el niño que Elise no había tenido, transfiriéndole su responsabilidad, para que ésta pudiera decirle a Marguerite que Didier era su consuelo: en otras palabras, el sustituto de su hijo. ¿No sería esto, entonces, lo que contribuyó a que se desatara la psicosis en el primer embarazo, su reconocimiento inconsciente de que estaba creando un bebé para otra persona?

La locura de Marguerite, para Allouch, representa la imposibilidad de que se le atribuya el lugar de la hermana muerta, que habría conllevado la negación de la responsabilidad de la madre en la muerte. No hay que olvidar que, en esta familia, cada niño nació casi inmediatamente después del anterior, sin tiempo para llorar a los niños muertos. La primera Marguerite murió en diciembre de 1890 y, después, un niño nació muerto en agosto de 1891, antes de que naciera Marguerite, en julio de 189?. Lacan fechó por error la muerte de la primogénita cuando la madre de Marguerite estaba embarazada de ella, y el error habla por sí mismo, indicando la importancia que tuvo para ella la tragedia de su homónima.

La locura buscaba, en parte, una revelación, una confesión por parte de la madre o, quizá, acusar a la madre por no llorar a la hija muerta. El luto, de hecho, parece presente en el caso sólo como un punto asintótico tanto para la madre como para la hija. Este movimiento hacia la revelación está presente en todo el caso. Marguerite tiene que denunciar la conspiración contra su hijo y la corrupción de mujeres como Duflos. El público y las autoridades necesitan saber lo que está ocurriendo y, por eso, recurre a políticos, editores, policías y autoridades civiles. Para Allouch, la protesta se encuentra en el horizonte de estas reivindicaciones: ¿cómo puede una madre criminal osar tener un hijo? La psicosis, por tanto, revela lo que la madre se negó a admitir, y parece que, en cierto modo, la madre recibió el mensaje de la hija: de ahí los momentos en los que se desataron sus delirios. ¿Puede uno considerar la «curación» tras su confinamiento, como indica Allouch, no tanto como el resultado del confinamiento, sino como la consecuencia del desencadenamiento de la psicosis en la madre, como si le estuviera demostrando a su hija que la había escuchado? Sabemos que, en el hospital, Marguerite tenía intención de escribir una biografía de Juana de Arco, y una serie de cartas de Ofelia a Hamlet. «Jeanne» era, por supuesto, el nombre de su madre, y Hamlet es una obra en la que una madre es culpable y su hijo se enfrenta a la responsabilidad de vengar la muerte que ella quiere ignorar. Desgraciadamente, no hay más detalles de estos proyectos literarios, pero lo que sí sabemos es que Lacan la animó a escribir. Pensaba que su conocimiento de las sensaciones de la infancia, su entusiasmo por la naturaleza, su platonismo romántico y su idealismo social eran un motor para sus actividades creativas y que eran producto de su psicosis. Tenía una «jouissance quasi sensible que lui donnent les mots de sa langue», y Marguerite, de hecho, se llamaba a sí misma «une amoureuse des mots». Lo único que necesitaba para triunfar con sus obras era «ayuda social», aunque Lacan también notó que a medida que su estado mejoraba en Ste-Anne, su escritura empeoraba.

El estudio de Lacan es un documento clínico extraordinariamente rico, y se nos invita a leerlo tanto con las herramientas de la biografía psicoanalítica tradicional como con la teoría estructural de la psicosis. Tomemos, por ejemplo, la cuestión de los embarazos de Marguerite. Podemos aplicar una perspectiva estructural y asumir que los embarazos habrían sacado a la luz la cuestión de la paternidad. Incapaz de simbolizarla, la psicosis se habría desatado. O podríamos asumir que cada embarazo sacó a la luz la cuestión de los embarazos de su madre y lo que significaron, haciéndola revivir la acusación contra su madre por el daño infligido a un niño. De hecho, no tenemos que elegir entre estas perspectivas —ni otras—, ya que son en cierto modo compatibles. El problema básico de la simbolización para Marguerite, que se volvió inmediato a causa de los embarazos, habría abierto el agujero en el que se encontraba su delirio.

En este punto, podemos comentar un curioso detalle que une ambas perspectivas. Una de las pocas anécdotas que conocemos sobre Marguerite de niña trata de que la persigue un toro («taureau»). Los miembros de su familia, a menudo, evocaban este infortunio que ocurrió cuando, al tomar un atajo a través de un campo para alcanzarlos, la espantosa bestia comenzó a perseguirla. Allouch llama la atención sobre la repetición de «taureau» en su bautismo del poeta sin escrúpulos como «poétereau», y asocia este hecho con la figura del padre. En sus sueños, como comentó posteriormente a Lacan, aparecían a menudo no sólo un toro, sino también una víbora («vipère»), una palabra que contiene la palabra «père» («padre »). Si unimos estos motivos, hay una cadena que conecta el fonema «eau» con el padre.

Ahora bien, lo que encontramos en sus escritos es una yuxtaposición casi sistemática de la imagen del niño muerto o en peligro con el agua. Cada vez que menciona el motivo del niño, le sigue alguna descripción de agua («eau»), en la misma frase o en la siguiente. El significante «agua», y sus derivados, como «torrente», pueden, por tanto, interpretarse como una llamada al padre y como una evocación de lo que podría extinguir el fuego. En cada nivel, trata el deseo desenfrenado de la madre. Podemos, incluso, conjeturar que su proyecto de escapar a Estados Unidos llevaba implícito un desarrollo de la misma lógica: significaría, al fin y al cabo, poner agua entre ella y su familia.

Muchos años después, su hijo Didier (4) se hizo psicoanalista y se volvió bastante conocido por su introducción al concepto de un límite corporal inconsciente que llamó «mi piel» («moi peau»). Aunque esto se ha asociado a la idea de la actitud sobreprotectora de su madre, ¿acaso no se incluye en «moi peau» el «eau» que, quizá, era tan importante para ella? El esfuerzo por regular el deseo de la madre es importante en la misma «fijación» con el trauma de la muerte de su homónima. Aunque en cierto modo podemos comprenderlo en términos estrictamente biográficos —el peso que le dieron, la elección del mismo nombre, etc.—, existe la posibilidad de que la importancia de la muerte de la primera Marguerite fuera en sí misma un modo de interpretar el deseo de la madre. En ausencia de una significación fálica, quizá la imagen de la niña muerta tomó su lugar, para que, enfrentada a la cuestión de comprender la conducta y el estado de ánimo de la madre, Marguerite recurriera a un horrible acontecimiento del pasado para encontrar una explicación. Esto habría establecido la escena traumática como una significación central y definitoria, revivida en los momentos en los que sus propios embarazos demandaron incluir cierto tipo de significado. El caso también muestra la importancia en la psicosis del lugar del receptor. Muchos de los esfuerzos de Marguerite constituían intentos de crear líneas de comunicación: con Pierre Benoît, con los editores, con el príncipe de Gales y, después, con Lacan.

El hecho de que el joven psiquiatra la visitara casi cada día durante un año y medio tras su confinamiento debió de haber significado mucho para ella, al igual que debió de suponer un gran golpe que no encontrara sus escritos a la hora de devolvérselos. Mantener un receptor era vital para Marguerite y, si observamos sus actos de violencia, todos ocurren en momentos en los que algo interrumpe la línea de comunicación, cuando el Otro deja de recibir sus producciones. Más tarde, quizá, Dios se convirtió en su receptor más estable.

En 1975, al final de su vida, comentó: «rezar me salva de todo» la prière me sauve de tout»).

Decía misas por las almas de los muertos, y un día confió su secreto a Didier: se había convertido en la «elegida de Dios» («l'élue de Dieu»). Además de evocar el nombre de soltera de su madre —Donnadieu-, ¿no da esto también una nueva perspectiva sobre la erotomanía, la categoría diagnóstica que en su momento generó tanto debate en la psiquiatría de Europa continental y que se ha utilizado para categorizar a Marguerite? Aunque el motivo dominante en la erotomanía es el del amor —la creencia de que uno es el objeto del amor de otra persona—, ¿no es el tema de la comunicación igual de importante? En la erotomanía, el sujeto, después de todo, no sólo cree en el amor, sino en el hecho de que este amor se comunica, se expresa. En ese sentido, se establece una línea de comunicación en el centro de la experiencia del amor. Y esta idea de que nos hablan, nos permite integrar la erotomanía en las psicosis clásicas, sin tener que otorgarle un estatus especial.

Quizá, los períodos de estabilidad relativa de Marguerite fueron el resultado de mantener abierta esta línea de comunicación, desde las cartas al poeta mujeriego a los artículos que enviaba a las revistas o los sonetos al príncipe de Gales. La acción de escribir debe de haber sido en sí misma crucial, y podemos sospechar que, en cierto modo, para ella estaba asociada a la idea de ocupar un lugar de excepción. En los años previos al ataque de Duflos, creía que sería la mujer de letras que cambiaría todo. Podemos imaginar, de hecho, que después de abandonar Ste-Anne continuó escribiendo cartas para algún interlocutor, bien de la familia o de fuera.

De niña, asimismo, Marguerite había sido la privilegiada, la especial, y, si el desencadenamiento de la psicosis muestra que el hecho de que le asignaran el lugar de la hermana muerta le resultaba imposible, la posición al final de su vida como la «elegida» sigue atestiguando un lugar excepcional. Ahora era única, no para su madre, sino para Dios, y podemos preguntarnos si este espacio singular era al que se refería cuando hablaba con Lacan de su «jardín secreto», una parte de ella que había decidido no compartir con nadie y que, sin embargo, seguía siendo esencial para ella.

(1) Darian Leader, psicoanalista, fundador del Centre for Freudian Analysis and Research en Londres y Académico en el Centro de Psicoanálisis de la Universidad de Middlesex. Experto en arte y psicoanálisis, y escritor: La moda negra. Duelo, melancolía y depresión (2011), ¿Qué es la locura?(2013) y El robo de la Mona Lisa (2014) (en editorial Sexto Piso)

(2 ) Maurice Dide (1873 (Paris)- 1944 (Buchenwald). Alienista, neurólogo. Define la nosología de los "idealistas apasionados" una de las formas de los delirios pasionales, de delirios de reivindicación y característico de ciertas personalidades paranoicas.

Libre pensador y republicano, hostil al gobierno de Vichy (de julio 1940), colabora con la "resistencia", funda la publicación "vive la liberté", entra en el movimiento « Combat » En Junio 1943 es descubierto, arrestado y deportado a Buchenwald, donde muere a la edad de 72 años. (Como un "idealista apasionado", defendiendo la libertad)

Sus Trabajos científicos: Se inicia como continuador de la obra de Valentin Magnan, (organicidad y herencia de la enfermedad mental), se hace positivista y gran psicopatólogo. en 1910, "psychose hallucinatoire chronique" c'est à dire des cas d'hallucinations sans délire7.

Con Paul Guiraud, il crée en 1922 le terme d'athymhormie, perte de l'ardeur vitale (élan vital) et de l'affectivité, en remplacement du terme de « démence précoce » de Kraepelin voire du terme de« schizophrénie » créé par Bleuler.

Entre su bibliografía:

- Les idéalistes passionnés, Paris, F. Alcan ,1913.

- Ceux qui combattent et qui meurent, Paris, Payot, 1916.

- Les émotions et la guerre : réactions des individus et des collectivités dans le conflit moderne, Paris, F. Alcan, 1918.

- Introduction a l'étude de la psychogénèse : essai de bio-psychologie évolutive, Paris, Masson, 1926.

- L'hystérie et l'évolution humaine, Paris, E. Flammarion, Bibliothèque de philosophie scientifique

(3) Jean Allouch (Montpelier 1939) psychologie et à la philosophie, il suit dès 1962 les séminaires de Jacques Lacan (qui fut aussi son analyste). Après la dissolution de l’École freudienne de Paris dont il faisait partie, il contribue aux premiers pas de la revue Littoral et participe à la fondation, en 1985, de l'École lacanienne de psychanalyse. Jean Allouch anime actuellement la collection « Les grands classiques de l’érotologie moderne » aux éditions Epel. Son séminaire se tient à l’hôpital Sainte-Anne à Paris

Epel - Collection Les grands classiques de l'érotologie moderne


(4) Didier Anzieu (Melun, 8 de julio 1923 - París, 25 de noviembre 1999)

En 1945, Anzieu inició sus estudios en la École Normale Supérieure, asistió a la cátedra de Jacques Lacan. Tras filosofía ingresó a psicología con Daniel Lagache, de quien fue asistente a partir de 1951. Anzieu realizó investigaciones en psicología clínica, logrando pronto reconocimiento como especialista en psicodrama y métodos proyectivos.

Mad, Bad And Sad: A History of Women and the Mind Doctors from 1800 to the ...

Lisa Appignanesi