La pereza se considera fruto de la derrota como seres humanos sujetos al pecado, puesto que también es uno de los siete pecados capitales que en el peor de los casos conduce a la “acídia” también conocida entre los decadentistas como “spleen”, la melancolía que se respira en “Les fleurs du mal” de Baudelaire.
Asimismo, la pereza también conduce a un estado de vigilia que no desemboca en el sueño pero sí puede llevarnos a la “ensoñación”, que tiene una connotación más negativa porque nos evade de la realidad inclinándonos a la fantasía de lo imposible o prohibido. Pero por otra parte, la expresión italiana de “Il dolce far niente” le saca hierro a la severidad del juicio, reivindicando una pereza “merecida” y provechosa. Aquella pereza que nos abre la puerta a la vida contemplativa y a la oportunidad de acercarnos a nuestro yo más profundo, al que a menudo no escuchamos porque vamos demasiado atareados y nos da miedo el silencio.