El concepto de Hortus conclusus en referencia al “jardín cerrado” procede de la traducción latina de la Bíblia, la denominada “Vulgata”, y concretamente del “Cantar de los Cantares” y la tradición acabará asociándolo a la Virgen María. La idea de un “jardin clos” nos resulta sugerente en pleno confinamiento, cuando sabemos que sus muros (para los afortunados que no viven en “colmenas” urbanas) son el límite que no puede sobrepasarse; un “paraíso” y un lugar seguro que ni podemos ni queremos (?) abandonar.
El jardín es el “locus amoenus” que nos evade del exterior y que a menudo adopta la forma de patio “interior”, como los que pinta Rusiñol, o incluso de claustro monástico. En el jardín juega el perro, mientras lo contemplamos como autómatas; en el jardín juegan y se aburren los niños. Se puede tomar el sol o la sombra y holgazanear en el porche, ausentes del mundo y de la vida que está fuera.