Más allá del carácter de “asamblea” que le es propio, celebrando culto en el templo y en comunidad, el cristianismo también recoge el carácter doméstico que había sido inherente al paganismo romano, que rendía culto oficial a divinidades lejanas pero gestiona la espiritualidad doméstica con la ayuda de los espíritus benefactores del hogar. Las imágenes sagradas pronto se convertirán en un elemento constitutivo de la nueva religión, y una vez llegada la época moderna, el protestantismo va a deplorar su uso en los templos, pero las va a tolerar en el ámbito de la privacidad doméstica, mientras la Iglesia católica las utilizará profusamente con afán pedagógico y persuasivo.
Era signo de distinción poseer un oratorio en casa, pero también los humildes rezaban en casa y en familia, sin necesidad de altares ni ornamentos. Religión doméstica y lugar clandestino de plegaria en épocas poco propicias a la expresión pública del sentimiento religioso. La omnipresencia de Dios va a comportar, al fin y al cabo, que cualquier espacio pueda ser apto para la oración del creyente, que solamente ha de abrir la puerta a su “castillo interior”...