Saberse confinado conlleva una idea de “límite” que se encarna en los muros del espacio que habitamos . Pero en ese espacio a puerta cerrada se abren ventanas que nos invitan a la evasión y a mirar más allá, porque como nos recuerda Pessoa: “soy del tamaño de lo que veo y no del tamaño de mi altura”. Las ventanas nos traen el primer sol de la mañana y la promesa de los buenos días; nos trasladan al bullicio urbano y si no podemos ser “flâneurs”, pues devenimos “voyeurs”, porque toda ventana tiene algo de “indiscreta”, tanto si la mirada se produce desde dentro como desde fuera, desde donde entrevemos una de las mujeres de Hopper inclinándose con un viso o camisola de lencería rosada.
Una ventana para respirar y para ver el mundo, con delirio o melancolía pero desde la certidumbre de saberse, a pesar de todo, en lugar seguro para dejar, como si nada, que el mundo también nos vea…