La gula es uno de los pecados capitales pero reunirse en torno a una mesa es uno de los elementos de cohesión más potentes en cualquier comunidad humana. La comida, más que una necesidad del cuerpo, conlleva sociabilidad, que es una necesidad del alma. Trátese de la comida frugal de espíritus poco sofisticados, o de la mesa abundante y casi “excesiva” de las que pinta Clara Peeters en la Holanda del siglo XVII, comer se convierte en un acto tan fisiológico como social e incluso moral (que sería en este caso el pecado, resistirse o caer en la tentación de los dulces conventuales de Josefa de Óbidos?) .
La mesa por excelencia es la de las grandes ocasiones familiares, donde se refuerzan vínculos o se crean conflictos. Y porque la relación con la comida es como la vida, también hay mesas a punto para invitados que no llegan y cenas que se enfrían por el desencanto de quien sabe que aquella noche no será como la había imaginado.