Porfirio Barba Jacob
Un hombre
Los que no habéis llevado en el corazón el túmulo de un Dios
Ni en las manos la sangre de un homicidio;
Los que no comprendéis el horror de la conciencia ante el Universo;
Los que no sentís el gusano de una cobardía
Que os roe sin cesar las raíces del ser;
Los que no merecéis ni un honor supremo
Ni una suprema ignominia:
Los que gozáis las cosas sin ímpetus ni vuelcos,
Sin radiaciones íntimas, igual y cotidianamente fáciles;
Los que no devanáis la ilusión del Espacio y el Tiempo,
Y pensáis que la vida es esto que miramos,
Y una ley, un amor, un ósculo y un niño;
Los que tomáis el trigo del surco rencoroso
Y lo coméis con manos limpias y modos apacibles;
Los que decís: “Está amaneciendo”
Y no lloráis el milagro del lirio del alba:
Los que no habéis logrado siquiera ser mendigos,
Hacer el pan y el lecho con vuestras propias manos
En los tugurios del abandono y la miseria,
Y en la mendicidad mirar los días
En una tortura sin pensamientos:
Los que no habéis gemido de horror y de pavor,
Como entre duras barras, en los abrazos férreos
De una pasión inicua,
Mientras se quema el alma en fulgor iracundo,
Muda, lúgubre,
Vaso de oprobio y lámpara de sacrificio universal,
Vosotros no podéis comprender el sentido doloroso
De esta palabra: ¡UN HOMBRE!
La Habana, Cuba, 1915.