Playas de Centroamérica, dormidas
blandamente al fragor de las espadas;
con sangre de martirio prevenidas;
sonoras de palmeras despeinadas
y claras de luciérnagas ardidas...
La quilla rompa el dombo de la ola
y sosiegue su afán por la ribera,
donde un alba de ópalo se inmola
pulsada de marimbas y auras vagas...
Los niños juegan al azar, soñando,
y el Azar en sus manos los arrulla.
Canta la muchachuela en el profundo
campo, en su paz melódica de aldea;
y un monte allá, señero, frutecido,
baja a ceñirla, y viene, y la rodea,
como en un lecho un brazo enardecido...
Más amor que estos montes –¿en qué montes?–
más músicas las aguas –¿de qué ríos?–
Playas de Centroamérica, doradas
noche y día en gemas efulgentes;
sangre y miel en las frutas sazonadas;
razas extintas, tiempos irreales;
y allá por las alturas, en rompientes,
cielos vagos y vuelos de quetzales...
Aquí la humana prole nace y muere;
aquí la humana prole gime y sueña.
Esto es real, ¡oh Ensueño Fugitivo!
Mirad la sombra en el cristal que fluye
sobre fondos de sombras verdinegras,
ved el árbol, la torre, el surco abierto...
¡Un día el sol en sus espacios dora!
Tal vez el labrador bajó a la trilla,
y tal vez, con las brumas de la aurora,
el mar mece al amor en su barquilla...
¡Un día! ¡Un día! ¿Qué es ahora?
1920
Porfirio Barba Jacob