No hay nada grande, nada, sino la Muerte… En vano
Querrá un ardiente Numen, tras líricos empeños,
Aprisionar la turba de los silfos risueños
O descubrir las líneas de un rostro sobrehumano.
Las cosas son la espuma del tiempo en nuestra mano;
La gloria es eco de una proeza urdida en sueños;
Joyeles y palacios de exóticos diseños
Son fábrica de niebla, ruido del océano…
Con todo, Cintia mía, en la noche nevada
Junta a mi carne lívida tu carne sonrosada…
Y un hijo rasgue otrora las brumas del camino.
¡Si es crimen dar renuevos a la materia oscura,
Yo purgaré en mí mismo la erótica locura
De dos lobeznos tristes que amamantó el Destino!
La Habana, Cuba, 1915.