Porfirio Barba Jacob
La estrella de la tarde

Un monte azul, un pájaro viajero,

un roble, una llanura,

un niño, una canción... Y, sin embargo,

nada sabemos hoy, hermano mío.


Bórranse los senderos en la sombra;

el corazón del monte está cerrado;

el perro del pastor trágicamente

aúlla entre las hierbas del vallado.


Apoya tu fatiga en mi fatiga,

que yo mi pena apoyaré en tu pena,

y llora, como yo, por el influjo

de la tarde traslúcida y serena.


Nunca sabremos nada...


¿Quién puso en nuestro espíritu anhelante,

vago rumor de mares en zozobra,

emoción desatada,

quimeras vanas, ilusión sin obra?


Hermano mío, en la inquietud constante,

nunca sabremos nada...


¿En qué grutas de islas misteriosas

arrullaron los Númenes tu sueño?

¿Quién me da los carbones irreales

de mi ardiente pasión, y la resina

que efunde en mis poemas su fragancia?

¿Qué voz suave, que ansiedad divina

tiene en nuestra ansiedad su resonancia?


Todo inquirir fracasa en el vacío,

cual fracasan los bólidos nocturnos

en el fondo del mar; toda pregunta

vuelve a nosotros trémula y fallida,

como del choque en el cantil fragoso

la flecha por el arco despedida.


Hermano mío, en el impulso errante,

nunca sabremos nada... 


Y sin embargo...


¿Qué mística influencia

vierte en nuestros dolores un bálsamo radiante?

¿Quién prende a nuestros hombros

manto real de púrpuras gloriosas,

¿y quién a nuestras llagas

viene y las unge y las convierte en rosas?


Tú, que sobre las hierbas reposabas

de cara al cielo, dices de repente:

-"La estrella de la tarde está encendida".

Ávidos buscan su fulgor mis ojos

a través de la bruma, y ascendemos

por el hilo de luz... 


Un grillo canta

en los repuestos musgos del cercado,

y un incendio de estrellas se levanta,

en tu pecho, tranquilo ante la tarde,

y en mi pecho en la tarde sosegado...

Monterrey, México, julio 1909.

Porfirio Barba Jacob