Olga Orozco
Detrás de aquella puerta

En algún lugar del gran muro inconcluso está la puerta,

aquella que no abriste

y que arroja su sombra de guardiana implacable en el

    revés de todo tu destino

Es tan sólo una puerta clausurada en nombre del azar,

pero tiene el color de la inclemencia

y semeja una lápida donde se inscribe a cada paso

    lo imposible.

Acaso ahora cruja con una melodía incomparable contra

    el oído de tu ayer,

acaso resplandezca como un ídolo de oro bruñido por

    las cenizas del adiós,

acaso cada noche esté a punto de abrirse en la pared final

    del mismo sueño

y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado

    Ulises.

Es tan sólo un engaño,

una fabulación del viento entre los intersticios de una

    historia baldía,

refracciones falaces que surgen del olvido cuando

    lo roza la nostalgia.

Esa puerta no se abre hacia ningún retorno;

no guarda ningún molde intacto bajo el pálido rayo

    de la ausencia.

No regreses entonces como quien al final de un viaje

    erróneo

—cada etapa un espejo equivocado que te sustrajo el

    mundo—

descubriera el lugar donde perdió la llave y trocó por un

    nombre confuso la consigna.

¿Acaso cada paso que diste no cambió, como en un ajedrez,

la relación secreta de las piezas que trazaron el mapa

    de toda la partida?

No te acerques entonces con tu ofrenda de tierras

    arrasadas,

con tu cofre de brasas convertidas en piedras de expiación;

no transformes tus otros precarios paraísos en páramos

    y exilios,

porque también, también serán un día el muro y la

    añoranza.

Esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta.

Si consigues pasar,

encontrarás detrás, una tras otra, las puertas que elegiste.


1984