Olga Orozco
Himno de alabanza

¿Y por qué no he de cantar también yo un himno de    

    alabanza,

aunque casi todos los que amé sean ahora igual que

    la hojarasca

que se arremolina alrededor del viento

y no puedan jactarse ni siquiera de poder arrojar

    su propia sombra?

Por todo lo perdido, ¿acaso contrariaste mi voluntad

    de dicha

o volví del revés los pasos que me habías señalado?

Si celebré con llanto mis bodas con la noche,

    ¿fue por seguir mi vocación de abismo

o porque me cubriste con sábanas de tinieblas cada día?

Para nadie la culpa ni para mí el castigo.

Fue solamente porque cayó una estrella

o porque se precipitaron bajo la luna errónea las mareas.


Es la misma señal, el mismo asombro conque sigo

    cayendo en la espesura,

aquí, desde tu mano.

¿Y no he de cantar por eso un himno de alabanza?

Te agradezco estos ojos que se agrandan para ver

    tu escritura secreta en cada piedra;

esta boca con el sabor de “siempre”, “tal vez” y

    “nunca más”;

las manos y la piel donde arrojan su aliento los

    emisarios de territorios invisibles;

el perfume de la estación que pasa, su ráfaga hechicera

    ceñida a mi garganta,

y el reclamo insistente del sonido que atruena con el

    cuerno para las cacerías.

¡Ah sentidos, mis guardianes insomnes,

refugios instantáneos en un mundo improbable

    y sin fondo,

como yo!

Desde lo más profundo de mi estupor

    y mi deslumbramiento yo te celebro,

cuerpo, suntuoso comensal en esta mesa de dones

    fugitivos,

a ti, protagonista de paso en esta historia del amor

    que no muere,

intermediario heroico en todas las batallas de la tierra

    y el cielo,

tú, mi costado de inevitable realidad,

delator de intemperies y fronteras, siempre bajo un puñal,

entre el relámpago de la tentación y el tajo de la herida.

Y a pesar de tu corazón irascible, yo te bendigo, mar,

    bestia obstinada:

en tu acechanza y en tu letanía pasa el relato del diluvio

    y mi risa infantil,

junto con ese cielo conque sueñas en cada una de tus olas,

en cada balanceo, como yo en el vaivén de mi

    respiración.

Guárdame en tu memoria como a un guijarro más,

como a un hueso perdido y a estos nombres escritos

    en la arena,

para velar contigo hasta el último día en el insomnio

    de la inmensidad.

Gracias te doy, hormiga, modelo de mis viajes

    en las exploraciones imposibles,

y a la torcaza, por la incesante queja que acompañó

    mis lágrimas y duelos;

agradezco a la hierba la tierna protección para mis

    pies furtivos,

y a ti, brizna en el viento, por todo el imprevisible

    porvenir;

bendita seas, sombra generosa, sumisa a tanto error

    y a tantas sombras,

y también tú, mi silla, guardiana infatigable frente

    a la espera y a la lejanía.

Yo te celebro, ráfaga, lluvia, enredadera,

murmullo enamorado del silencio que habita

    entre las piedras.

¿O no puedo cantar, amor, la noche de tu ausencia

    y el filo de tu espada?

¿Quién no lleva en la punta de su arpón una ballena

    blanca?

1998