Anne Sexton

Querer morir

Ya que preguntás, la mayoría de los días no me acuerdo.

Camino con mis vestidos, sin marcas de ese viaje.

Después el deseo casi innombrable regresa.


Ni siquiera entonces tengo algo contra la vida.

Conozco bien las briznas de hierba de las que hablás,

los muebles que pusiste bajo el sol.


Pero los suicidas tienen un lenguaje especial.

Como los carpinteros, quieren saber con qué herramientas.

Nunca se preguntan por qué hacerlo.


Dos veces me dije ingenuamente,

he poseído al enemigo, he devorado al enemigo,

me apropié de su oficio, de su magia.


De esta manera, pesada y pensativa,

más caliente que el agua o el aceite

conseguí dormir hasta babearme.


No pensé en mi cuerpo cuando me pincharon.

Hasta la córnea y los restos de orina se fueron.

Los suicidas ya han traicionado a su cuerpo.


Nacidos muertos, no siempre mueren,

pero deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce

que hasta los chicos mirarían con una sonrisa.


¡Empujar toda esa vida bajo tu lengua!,

eso, en sí mismo, se convierte en una pasión.

La muerte es un hueso triste; estropeado, dirías,


y sin embargo me espera, año tras año,

para deshacer tan delicadamente una vieja herida,

para liberar mi aliento de su cruel prisión.


Como equilibristas, los suicidas a veces se encuentran,

furiosos con el fruto, una luna inflada,

dejando el pan que confundieron con un beso,


dejando el libro abierto en cualquier página,

algo sin decir, el teléfono descolgado

y el amor, sea lo que fuere, una infección.

3 de Febrero de 1964