Anne Sexton - Imitaciones del ahogamiento

El miedo

a ahogarme,

el miedo a estar así de sola,

me mantuvo ocupada haciendo un trato

como si pudiera comprar

mi huida de todo esto

y funcionó durante dos años

y todo julio.

Este agosto empecé a soñar que me ahogaba. Mi agonía

seguía y seguía en un agua clara, blanca como estaño,

como la ginebra que me bebo cada día por las tardes.

Bajando por última vez, el último aliento sostenido en la afonía,

lucho con anguilas como cuerdas – es éter, es extraño,

y luego al fin se acaba. Ahora llegan los carroñeros, cobardes,

los rudos rastreadores que regresan a limpiar el fondo del mar.

Y la muerte, esa vieja carnicera, no volverá a molestar.


Yo

nunca había

tenido antes este sueño

salvo en dos ocasiones, cuando mis padres

se aferraban a balsas y se sentaban juntos a esperar la muerte,

congelados

como fotografías obscenas.


¿Quién escucha a los sueños? Sólo símbolos de algo,

como el dinero para el psiquiatra o el postizo de tu madre bien colocado,

el brazo que casi perdí en la calandria del aseo –valientes,

seguimos al miedo hasta su entraña, pulsamos viejas cuerdas.

Pero el ahogamiento de verdad es para otros. Demasiado

grande para acomodarlo en tu boca, te mete aguijones ardientes

en tu lengua y vómito en tu nariz mientras tus pulmones se desgarran.

Arrojada como un perro mojado por ese malabarista, mueres despierta.


El miedo,

un motor,

me bombea y da vueltas y vueltas

hasta que me desmayo lentamente

y la gente se ríe.

Me desmayo, una vieja ciclista

cuyas probabilidades se miden

en gráficos de actuario.


Este fin de semana los diarios venían de negro luto con los nuevos fallecidos

en las carreteras y en Boston el estrangulador encontró una nueva víctima

y estábamos en Truro bebiendo cerveza y firmando cheques.

Los otros montaban las olas, dirigiendo balsas como trineos.

Nadé – aunque la marea entraba como diez mil orgasmos.

Nadé – aunque las olas eran más altas que caballos de jeques.

Me encerraron en aquel armario, hasta que, mordiendo la puerta,

Me arrastraron fuera, goteando orina sobre al orilla arenosa y desierta.


¡Respira!

Y sabrás…

una hormiga en un cazo con chocolate,

hierve

y te rodea.

No hay noticias en el miedo

pero al final es el miedo

el que te ahoga.