Anne Sexton
Para el año de los locos

Una plegaria


Oh, María, madre frágil,

escúchame, escúchame ahora

aunque desconozca tus palabras.

El rosario negro con su Cristo de plata

está sin bendecir en mi mano

pues soy la descreída.

Cada cuenta en mis dedos, redonda y dura

es un pequeño ángel negro.

Oh, María, concédeme esta gracia,

esta transgresión,

aunque sea fea,

inmersa en mi pasado

y mi locura.

Aunque hay sillas

me tiendo en el piso.

Sólo mis manos viven

tocando las cuentas.

Palabra a palabra tropiezo.

Principiante, siento tu boca tocar la mía.


Cuento las cuentas como olas

martilleando sobre mí.

Su número me marea,

enferma, enferma en el calor del verano

la ventana, arriba

es la única que escucha mi torpe ser.

Gran cautivadora, consoladora.

Me da aliento,

murmura,

exhala su inflamado pulmón como un enorme pez


Más y más cerca

está la hora de mi muerte

mientras compongo la cara, retrocedo,

pierdo madurez y mi pelo se alacia.

Todo esto es muerte.

Hay un callejón angosto llamado muerte,

en donde me muevo

como en el agua.

Mi cuerpo es inútil.

Yace, ovillado como perro en la alfombra.

Se ha rendido.

No hay palabras aquí sino las aprendidas a medias,

el Ave María y el llena de gracia.

He penetrado ahora al año sin palabras.

Noto su extraño arribo y su voltaje exacto.

Existe sin palabras.

Sin palabras puede tocarse el pan

o recibirse el pan

o no hacer ruido.


Oh, María, tierna doctora

ven con polvos y con yerbas

pues estoy en el centro.

Es muy pequeño y el aire es gris

como el de un baño de vapor.

Me dan vino como al niño le dan leche.

Lo ponen en un cáliz delicado

con el hueco redondo y el borde delgado.

El vino tiene color de brea, añejo y secreto.

Por sí mismo sube a mi boca el cáliz

y lo veo y lo entiendo

sólo porque sucedió.

Tengo miedo de toser

pero no hablo,

miedo a la lluvia, miedo al jinete

que a mi boca cabalga.

El cáliz se inclina por sí mismo

y me enciendo.

Veo dos ríos angostos quemándome el mentón.

Me veo como quien mira a otro.

Me han cortado en dos.


Oh, María, levanta los párpados.

Estoy en el imperio del silencio,

en el reino del dormido y del loco.

Hay sangre aquí

y la he bebido.

Oh, madre del vientre

¿vine sólo por la sangre?

Oh, pequeña madre,

estoy en mi propia mente.

Cautiva en la casa errada.

Agosto de 1963