Alfonsina Storni
Sierra

Una mano invisible

acaricia calladamente

la pulpa triste

de los mundos rodantes.


Alguien, a quien no comprendo,

me macera el corazón

de dulzura.


En la nieve de agosto

se abre el sol

—rompedora temprana—

la flor del duraznero.


Tendida en el filo ocre

de la sierra,

una helada

mujer de granito

aúlla al viento

el dolor de su seno desierto:


Mariposas

de luna

liban

de noche

sus pechos

helados.


Y en mis párpados,

una lágrima más antigua

que mi cuerpo,

crece.