Encontrara aqui escritos que le permiten mirar la política y los candidatos desde un ángulo diferente:
Elecciones 2018 : Voto por el acuerdo de La Habana y Eleccion presidencial Duque vs Petro
Dos palabritas que parecen bailar siempre juntas. La tradición era que los bailes más agitados se daban sólo en las democracias primitivas. Las repúblicas bananeras, categoría a la que entra y sale Colombia según la producción del eficiente fruto y la eficiencia de torcidos personajes.
Pero ahora la gran potencia del norte ha entrado en la hermandad de los bananitos, gracias a Trump. Por primera vez en su sólida historia democrática un Presidente se negó a reconocer los resultados electorales. Su intratable narcisismo lo llevó a concluir que su fracaso tenía que ser consecuencia de fraude electoral. Intentó primero con medios legales y un batallón de folclóricos abogados. Luego usó la presión personal contactando a oficiales electorales, con la pretensión de inducirlos a alterar los resultados. Finalmente mandó una turba de enfurecidos fanáticos a invadir violentamente el capitolio e impedir la certificación oficial. Poco le importó que los asaltantes quisieran linchar a su amigo y vicepresidente. Por esos hechos, ampliamente conocidos y documentados con sus propias palabras, es acusado por la justicia. “Cacería de brujas” grita enardecido. “Persecución política” repiten sus fanáticos seguidores.
Por este trópico no nos quedamos atrás. Se ha venido destapando una tramoya de corrupción y crimen en el proceso electoral que hace ver todos los escándalos anteriores como un juego de niños. Visitas a famosos presos durante la campaña cuyos aportes son retribuidos con generosas ofertas del Estado. Truculentos relatos de los millones recibidos de reconocidos capos, revelados no por sus enemigos sino por su familia directa y sus mas cercanos colaboradores. “Conspiración de la derecha” claman sus hinchas.
Es posible diferenciar el crimen de la persecución política? Es cierto que se han dado casos de fabricaciones judiciales para neutralizar una estrella en ascenso pero casi todos han ocurrido en dictaduras y la evidencia suele ser producida por la policía secreta.
La cárcel ha logrado darle a muchos un aura de luchadores por la justicia. El antecedente que bloquearía cualquier aspiración laboral, ha contribuido a que muchos logren el más alto cargo. Muchos con resultados desastrosos como Lenin, Hitler, Mao, Castro, Chavez y ahora Petro quien no cesa de hacer méritos para entrar en esa cofradía. Otros como Gandhi, Mandela, Walesa o Mujica demostraron que la justicia sí puede ser arma política.
El movimiento contrario también ocurre como lo demuestra la mudanza del palacio presidencial a la cárcel que ha puesto de moda Perú y se ha estilado en casi toda latinoamérica. Incluso con ires y venires como en el caso de Lula.
Lo que está por verse es si es posible elegir a la Presidencia a un preso, fechoría heroica que veremos si Trump le agrega al menú que ofrece la fatídica combinación de palabritas.
Desde que se volvió necesaria la política para orientar la evolución de las comunidades parece inevitable su mezcla con el crimen. Quienes están al mando manipulan la justicia que los podría juzgar y logran desatar las pasiones ideológicas que generan controversia e incertidumbre a pesar de la abrumadora evidencia de los hechos.
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El libro de Brian Klaas, quien ha estudiado un fenómeno que es mundial, da elementos claves para entender sus orígenes y modus operandi. Plantea múltiples acciones efectivas, ninguna de las cuales consiste en confiar en el mesianismo presidencial. Lleva a entender que la corrupción es culebra de muchas cabezas y reducirla implica trabajar en varios frentes.
Sus datos y análisis demuestran que el poder corrompe. Entre más concentración y duración de poder, más posibilidad de generar corrupción. Es una de las razones por las que las democracias exitosas, cambian el liderazgo y explica el porqué de la creciente cosecha de tiranos criollos, buscando eternizar su cleptocracia en el poder. Por eso resulta muy pertinente estudiar las contradicciones del momento actual. Siendo que la corrupción es el eje central de las preocupaciones, ahora resulta que vamos a aumentar el aparato estatal, recurso infalible para inflarla.
Demuestra también Klaas que cuando un sistema es corrupto, atrae a los más propensos a engañar y hacer trampas. Opera un filtro negativo,como acaba de probarse con las joyas que van a acceder al poder. En la medida en que la gente honesta no se mete en política, porque es una porqueria, son los deshonestos, los que más se estimulan a tratar de darle un mordisco al pastel oficial.
Pero tal vez lo más desconcertante es cómo subyuga el liderazgo de los corruptos. Porque aquí, y en casi todas partes, son elegidos, al menos la primera vez. Por votar por quienes encantan con un discurso y no hacer un trabajo serio de análisis, estudiando con responsabilidad las propuestas y evaluando sus realizaciones anteriores. Un mal liderazgo en ciudades, departamentos o países puede ser el factor más determinante del futuro, y sin embargo se toman decisiones de voto con una superficialidad pasmosa. Se vota por promesas porque son cantadas con entusiasmo lírico o no se vota, entregando toda la capacidad decisoria a una cuarta parte del electorado.
Otro componente importante es el diseño del sistema. Cuando lleva mucho tiempo, como en casi todas las democracias, han tenido los más torcidos la capacidad de ir armando una estructura en la que solo ellos prosperan. El honesto que gana una elección, se enreda en una maraña de normas, costumbres y trampas que no logra entender, y termina asfixiado por el complejo mundillo de expertos que se saben todos los trucos para robar y no dejar huella legalmente válida. El incauto elegido ve con desesperación cómo se restringe en forma creciente su campo de acción. Sus buenas intenciones se enredan en una pegajosa telaraña que lo inmoviliza, y sus proyectos quedan sepultados por un alud de procesos legales.
La perversión está tan instalada y aceptada, que se ha recibido nombre de ingenio: maquinaria. Quien nada con agilidad en el pantano, entiende que el rol central de un elegido, es usar los recursos de todos, para adueñarse de puestos que tienen que “rentar” los votos que lo vuelvan a elegir. Esta “técnica” usada con perversa habilidad, como se demostró en la Alcaldía de Bogotá, resulta un eficaz multiplicador, y gracias al hechizo de la prédica, no se reconoce como corrupción. Lleva al empoderamiento de los corruptos.
Si hay una palabra que resuena en las campañas políticas a ambos lados de los Andes es CAMBIO. Aunque todos la usan, se ha convertido en la bandera principal de quienes hablan de cambio de sistema. Cambio, cambio!!! gritan desesperados, sin elaborar mucho qué significa ni donde lleva el cambio. Muy pocos de los entusiasmados caen en cuenta que uno puede cambiar, pero para empeorar. Los votantes de Chile y Perú ya están arrepentidos. Han logrado cambiar, sin duda y están mucho peor.
Se logra que la palabrita cale en las mentes insuflando mentiras de un presente desastroso. Todos tienen que creer que estamos tan mal, que el cambio no puede ser sino para mejor, cuando son muchos los ejemplos de electores desinformados que han optado por el cambio que los lleva a perder lo poco bueno que tenían.
La extensa información objetiva que nos demuestra que Colombia está saliendo del tercer mundo, se puede revisar en bit.ly/mentirascolombia . Conocer la realidad es esencial para cualquier decisión importante.
Hemos comprobado que las encuestas si muestran las tendencias en las preferencias y preocupaciones. Una de las recientes muestra que los 4 jinetes que trasnochan a los Colombianos son la corrupción, la economía, el empleo y la inseguridad.
¿Cambiará la corrupción? Si, no hay duda. En la medida en que el gobierno comience a repartir subsidios y ayudas para asegurarse el respaldo popular, aparecerán los grandes negociados en los será muy difícil encontrar la tajada. Un puente se hace con coima o sin ella, pero allí queda. Una repartición de mercados o subsidios se diluye en miles. En el país de los honestos, el FBI ha encontrado, que sólo en subsidios de COVID, se embolataron 400 billones (US). Un poco más del presupuesto de Colombia.
¿Cambiará la economía? Por supuesto. Con el plan de subir impuestos a las empresas, aumentar el gasto público y emitir moneda, entraremos rapidito en hiperinflación, acabando con ingresos y ahorros de los que algo tienen, con salida neta de capital y talento que lleva al decrecimiento y aumento de la pobreza.
¿Cambiará el desempleo? Sin capital y sin gente y con el desestimulo a la creación de empresas, y la subida súbita del salario mínimo y cambio en las condiciones laborales, entraremos en niveles de desempleo nunca vistos, que solo serán compensados por la emigración masiva. La pregunta es: a dónde se irán los colombianos?, si toda latinoamerica esta en las mismas, la carrera de caravanas al norte la tenemos perdida y Europa esta que nos da un portazo. ¿Querían un cambio en el empleo? Ese va a ser el gran cambio.
¿Cambiará la inseguridad? Seguro que sí. Está demostrado que la tolerancia con el crimen organizado lleva a la diseminación de la violencia a toda la sociedad y a la corrupción de principios y valores haciéndola inviable. La historia reciente de Colombia es una de las mejores pruebas, aunque hay muchas regadas por todo el mundo. Sabemos lo que será la política con las bandas criminales. El gran Capo, que tiene vasta experiencia en temas de ataques, secuestros, matanzas y cárcel, sabrá entender las motivaciones y métodos de los criminales y sabrá negociar. Sin duda cambiará la inseguridad, para hacerla mucho peor.
Muchos no pueden creer que haya tantos engañados. Se desconciertan con la “polarización” de los fanáticos seguidores del dogma de la salvación. Sea porque llevan una vida triste o porque los han convencido que el país está en una condición miserable, todos los afectados de la peste pesimista, desean con especial intensidad que venga el Salvador que todo lo arreglará. Que la educación es importante. Nos la dará de la mejor calidad y gratuita para todos. Que la Salud es un derecho. Nos dará acceso a los mejores hospitales y médicos, gratuito y para todos, sin exclusión alguna. Necesitamos comida: el campo florecerá y nos llenará de productos gracias a la nueva distribución de la tierra con los créditos y educación que el magnánimo gobierno le dará a todo el que quiera trabajar. Que hay pocos ricos y muchos pobres. Con la “democratización” de la riqueza, problema solucionado. Que hay que impulsar la economía. No es sino que el Mesías impulse la capacidad de trabajo y el talento de nuestra gente. Que el mundo se está acabando por la energía fósil. La reemplazamos gradualmente por hélices que brotarán en nuestras montañas y paneles que cubrirán nuestras praderas.
No hay campo para la discusión o el análisis racional. Basta con creer, con ponerle fe al asunto. Basta el profundo deseo, firmemente incrustado en la psiquis de muchos, y la presencia del redentor quien dispensara abundancia y cumplira los anhelos. Por fin, hay luz al final del oscuro túnel de esta saqueada República. Por fin se acabarán con los pillos, los que siempre se han quedado con la mejor parte del pastel. Por fin habrá pan y miel para todos.
No se está engañando a nadie. Simplemente les están dispensando lo que quieren oír. Quieren creer con fervorosa convicción que toda esa belleza es posible. El Ungido habla con firmeza y promete que todo va a cambiar y nos convertiremos, con un golpe de urnas, en un país rico, justo y próspero.
¿Por qué asombra la vigencia y vitalidad de la demagogia promesera? Si la educación ha estado caracterizada por una forma de pensar similar, proporcionada por la Religión. Si se tiene Fe y se cree en la salvación, no se requiere evidencia racional, no hay ninguna consideración de lo que es posible o realizable. Con Fe todo se puede.
No debe extrañar que una sociedad que involucra en la vida diaria la intervención mágica-divina, quiera creer que llegó el redentor que va a solucionar todos los problemas. Todo ese emocionado 40% que vota con devoción, ha depositado su fe en la llegada de la salvación con el pronto alivio de todo infernal sufrimiento. La discusión racional con hechos y datos, que demuestran cómo la planeada receta ha sido un fracaso en todas partes, no tiene ninguna relevancia. Los dogmas han sido decretados y hay que creer en ellos.
Cuando la intervención divina falla y no aparece la solución a las terrenales cuitas, los creyentes aceptan que Dios actúa en forma misteriosa. Hay que esperar que los modernos cruzados del socialismo acepten que Rodolfo les pinche su globo de ilusiones y sean capaces de trabajar en paz cuando aterricen en esta verde y potencialmente próspera esquina del mundo que llamamos Colombia.
Es lastimosa la incomprensión de la democracia que un buen número de Colombianos exhiben con pasión.
En el frente nacional, dos candidatos significaban que la democracia era una pantomima, manipulada por unos pocos, dueños del poder. Ahora hay decenas y eso demuestra que somos un circo, sin seriedad o madurez política. La bruma lagrimosa de los lamentos no deja ver la libertad.
El ejecutivo presentó una ley, el congreso la aprueba y las cortes la tumban. Cómo es posible, que pueda haber un gobierno tan inepto y unos congresistas tan ignorantes de la constitución, claman furibundos,. Se imaginan el estado como una corte de ángeles que bailan al unísono. Las nubes celestiales no permiten ver que son las controversias, las contradicciones, la disímiles interpretaciones de la ley y las normas, precisamente lo que caracteriza a la democracia. Por eso el invento previó que habría desacuerdo en muchos temas y se creó la separación de poderes y un complejo entramado de chequeos y balances, precisamente para tratar de resolver la diversidad de opiniones. Pero aquí estamos tan contaminados por la cultura de la violencia que siempre se asume que la polarización, será conductora irremediable al camino de la guerra, y la destrucción. De hecho, cuando aparecen las demostraciones de barbarie y brutalidad, no faltan los sabios académicos y pensadores que nos explican que se trata de una “situación compleja”, que hay que saber entender, y justificar.
Un contralor destituye a un Alcalde por participar en política y se viene un chaparrón de acusaciones que llegan hasta el golpe de estado. Se calla que el sancionado tiene derecho a defenderse, a argumentar, a conseguir apoyos y revertir la sanción, como ya ha ocurrido. Así genere controversia, si la Justicia opera, eso es suficiente para que los guardianes del imaginado eden, pronostiquen una guerra civil.
Si un fiscal encarcela a un político por corrupción, eso implica para los apóstoles del apocalipsis, que todos son corruptos, y que el país está irremediablemente podrido. No son capaces de ver a través del denso humo de la maledicencia, que las denuncias y condenas demuestran que la democracia funciona y hay poderes independientes.
Aun los más asustados con el socialismo del siglo 21 repiten el guión que tan hábilmente les han servido : vivimos una horrenda dictadura responsable de millones de pobres, no hay elecciones libres y son criminales todos los que están en el poder.
Cada pueblo tiene los líderes que se merece. Si seguimos por el camino de despotricar de nuestra imperfecta democracia, podríamos ser premiados con un amado líder que vuelva realidad la cacareada farsa. Cuando los Colombianos pierdan la libertad y añoren el pasado, no les va a quedar más opción que lamentarse, pero será con mucha discreción.
¡Pobre democracia! Después de ver un desfile de candidatos serios, preparados y capaces, es posible que tengamos que escoger entre un dicharachero personaje monotemático y un narciso violento, quien arropado en marxismo disfrazado de renovación, ya está demostrando con sus denuncias temerarias, como la mentira será su principal arma de gobierno. Prepara su arsenal y no aceptará la derrota.
Las encuestas electorales se volvieron como el pan. Se hacen en todas partes y las hay de todos los estilos y sabores. Son más o menos confiables en las democracias reales, donde empresas expertas diseñan el muestreo con todo rigor.
Es fácil asumir que el candidato que lleva 5 años en campaña, criticando, denunciando con virginal dedo acusador todo lo malo y adhiriendo o estimulando cuanta protesta brota, sin importar el motivo, tenía que ser el favorito. Además los medios han hecho el mismo oficio que hicieron con Trump y tantos otros que han resultado elegidos, por ser los que más suenan. “Que hablen bien o mal, pero que hablen”, es la fórmula de éxito y la trampa en la que caen todos. Al atacarlo, publicando nombre y foto lo terminan haciendo muy popular, y la recordación pesa a la hora de marcar el papelito. Pero ser favorito en las encuestas lo convierte en ganador? Si fuese así, no habría que hacer elecciones. Tener el 40%, significa que el 60% está en el otro lado.
Y claro, el hecho de ser favorito en una personalidad poco adornada por la humildad, ha hecho que la prepotencia, lo lleve a él y sus seguidores, a asumir que ya ganó, y que las elecciones son una mera formalidad. Y Ay! de que no salgan de acuerdo a sus designios. Ya dijo que la guerra de Siria se vería como un juego de niños en comparación con lo que pasaría aquí. Alentados, sus acuciosos servidores de la primera línea ya han hecho circular comunicados en los que anuncian que se harán sentir si el triunfo no es con el 70% en la primera vuelta. Los vemos en las calles y puentes haciendo plantones con una frase muy diciente: “defenderemos en la calle los resultados de las urnas”. Son capaces de exhibir un gran cartel, que demuestra su incoherencia. ¿Creen en los resultados de las urnas? Entonces quiere decir que respetan la democracia. Si ganan, no tienen que salir a defender nada en la calle. Y si pierden? Allí si van a salir, pero no será a defender los resultados de las urnas. Son los mismos que en una estación del MIO, quemada y destruida, pintaron con primor “cuidemos lo nuestro”.
La flagrante contradicción y el chantaje montado y auspiciado por el gran líder, debería ser motivo suficiente para que un Consejo Electoral, dictamine que un candidato que compite en esos términos, debe ser retirado. El primer requisito para que una persona participe en una justa democrática, es que se comprometa públicamente, en forma tajante y repetida, a aceptar los resultados de las urnas. Ninguna democracia puede tolerar ese juego tan descaradamente sucio. Ni siquiera la muy vapuleada del gran país del norte.
Si de validar y creer en las encuestas se trata, vale la pena la más reciente en la que se miden los problemas que más preocupan a los colombianos. En una gran mayoría, la principal es la economía, lo que está reflejando que muchos, por más que miren a la izquierda, tienen su temor oculto del desastre en que se puede convertir la economía.
Pero lo más diciente es que el 60% tiene la gran preocupación de ver a Colombia convertida en Venezuela, lo que va confirmando cual es el porcentaje que no va a votar por el favorito de las encuestas.
Si hay una queja compartida por los ciudadanos en este planeta, es la corrupción. Toda conversación política, caerá siempre en señalarla como el principal problema del país. Entre más pobres, más perciben que su país es el peor. Candidato que haga creer que tiene la fórmula para acabarla, tiene garantizada la elección.
Por su misma naturaleza tramposa, la corrupción es difícil de medir. Lo que se mide es la percepción de corrupción con encuestas. Y resulta obvio que entre más una sociedad recicle el asunto, mayor será la percepción. Y si se percibe como alta, cualquier acto de corrupción se destaca más, empeorando la percepción.
Para darse una idea de lo que esto significa, basta con comparar dos índices: Arabia Saudita con un índice de 53 y en una honrosa posición 52; Colombia con 30 en un deshonroso puesto 92. En el reino de la familia Saud, todo se mueve a través de las omnipresentes manos de los príncipes ultramillonarios, que participan con una buena tajada en todo lo que ocurre. Así es, esa es la ley. Esa es la forma aceptada de funcionamiento del país. A nadie, que quiera conservar su integridad corporal, se le ocurre mencionar la palabreja.
Canadá nos genera admiración a todos y allí también tuve la oportunidad de convivir con sus tentáculos, hábilmente disfrazados. Combinado con un acuerdo social tácito de no tocar públicamente los asuntos que dañen la imagen del país, el resultado es un índice de 77 y un puesto 11.
En Latinoamérica, quejarse del país le gana al fútbol en popularidad. Nos pasamos tanto tiempo rajando del sistema y ansiando un cambio que no alcanzamos a percibir que el problema es cultural. Padecemos una desconcertante tolerancia con la ilegalidad. Paradójicamente cuando la vemos en otros, la magnificamos y la volvemos el eje de nuestras preocupaciones. Nos erigimos en hipercríticos jueces de todo lo malo que pasa “en este país”, en el que todo lo negativo siempre es externo a nosotros y sabemos lavar con el agua bendita de la inocencia todos nuestros pequeños actos de corrupción.
¿Por qué la corrupción es universal? En la medida en que las organizaciones sociales crecen, hay concentración de poder. Esto, unido a la aceptación generalizada del pago de porcentaje en el tamaño de los negocios, lleva a la conclusión muy natural: quien maneja grandes sumas de dinero, tiene derecho a una participación porcentual. Por eso son precisamente los regímenes socialistas, que concentran el poder económico en el estado, los que terminan siendo los más corruptos.
Y qué hacen los políticos con lo que se roban? Un porcentaje desconocido, lo irrigan de nuevo en la comunidad, vía compra de votos, creación de cargos innecesarios y prebendas a la comunidad que les garantiza la reelección para perpetuarse en el poder y seguir el ciclo de la corrupción.
¿Cuál es la salida que se nos plantea? Elegir un personaje que nos promete concentrar más poder económico en el estado y solucionarle los problemas a los desposeídos vía empleos estatales y subsidios, para que lo sigan reeligiendo. La esencia es la misma, pero estará prohibida la palabrita.
Descubriremos la fórmula para acabar la corrupción: le cambiaremos el nombre.