Algunas reflexiones de como y porque es mejor vivir en democracia. Con todos sus defectos. Y como la violencia no será nunca el camino para mejorar.
CUADERNOS DE DEMOCRACIA
El propósito de estos “cuadernos” es servir de guía para reconocer nuestro entorno, analizar la realidad y tomar decisiones en el ámbito personal y social que contribuyan a mejorar el bienestar general y por tanto el individual.
Aunque es difícil sostener que hay algun metodo de analisis libre de sesgo político, en el analisis que se propone se hecho el mejor esfuerzo para mantenerlo neutral. Cada cual escoge el planteamiento que mas se acomoda a su forma de pensar. El valor es demostrar que la clasificación tan diseminada de derecha izquierda, es de un simplismo abrumador y no sirve sino para generar confrontación y odio.
Si Ud. tiene el tiempo y la disposición para leer sin prejuicios y hace el ejercicio que proponemos, le aseguramos que terminará con una mejor comprensión de su entorno, sabrá evaluar mejor su realidad y podrá tomar decisiones, como el voto, basado en hechos, datos, verdades, estudiadas a conciencia. Y no hay duda que esa es una contribución muy importante que Ud. le hace a la sociedad. Que sus decisiones no sean producto de un discurso que lo emocionó, o de teorías imaginadas, diseñadas específicamente para confundirlo y ponerlo a actuar para la conveniencia de unos pocos.
Si desea seguir adelante con la exploracion de su mente, de click aqui
Una de las fábulas que trata de diseminar el Petrismo y sus fieles devotos consiste en pintar la oposición como implacable. “Nunca en la historia, había tenido que enfrentar un Presidente, una oposición tan radical y despiadada¨, se atreven a decir.
Cuando la realidad, es que por primera vez en muchas décadas, el gobierno enfrenta un oposición civilizada, que argumenta con palabras, que usa los canales regulares de la opinión pública, que protagoniza debates en el Congreso, que acude a las instituciones para contrarrestar a un gobierno caracterizado por la corrupción, el nepotismo, el derroche, el atropello al sector productivo, el chamboneo y el insulto a los gremios que sostienen el país.
Por primera vez en dos a tres generaciones, la oposición es pacífica, no acude a las armas ni amenaza con violencia para oponerse a un gobierno alineado con los delincuentes, que ha logrado el récord de la mayor extensión de coca sembrada, que conoce las cárceles, no por el deber de hacerlas seguras y humanitarias, sino por los pactos que logra con los peores hampones condenados, cuya amistad exhibe con orgullo en tarimas.
Por primera vez en la historia reciente del país, la oposición ha convocado las marchas más imponentes de la historia, sin que haya ocurrido un solo incidente, un solo daño, un solo incendio o ataque a la policía.
Son muchos los años en los que el rechazo al gobierno estaba asociado con bombas, destrucción, quemas, asesinatos, ataques a poblaciones, masacres, bloqueos de carreteras. De hecho fue la oposición violenta organizada por Petro, promoviendo por debajo de cuerda todas las formas de violencia, la que llevó al terror de la población y el desconcierto generalizado que terminó en su elección. Estrategia cuidadosamente planeada y ejecutada que ha funcionado en Chile, Perú, Bolivia, Venezuela y se ha intentado en Ecuador y el resto de latinoamérica.
El relato que tratan de diseminar no puede ser más cínico. Los promotores y gestores de una oposición violenta, agresiva, destructiva, causante de un gran número de muertes y daños materiales, ahora se lamentan de una oposición muy ruda.
Hay que creer en la Fuerza de la Verdad. Seguir develando las mentiras, seguir destapando los negociados, seguir interviniendo para que la plata de nuestros impuestos no termine financiando la evolución hacia la satrapía.
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Si revisamos los últimos cien años de política en América Latina, el diagnóstico es claro: las dictaduras han encontrado terreno fértil. Todos los países han sufrido alguna. En número de años bajo regímenes autoritarios, hay un amplio rango: desde apenas 4 en Colombia, hasta 60 en Nicaragua (o 71 en México, si se considera el largo monopolio del PRI). En promedio, la región ha pasado 32 de los últimos 100 años bajo dictadura. Una tercera parte de su historia reciente atrapada en el autoritarismo.
¿El campeón de la democracia? Colombia. Y en aparente paradoja también campeona en violencia. Tal vez porque la democracia, en su generosa amplitud, permitió pensar que la diversidad incluía también a quienes empuñaban las armas para llegar al poder. El resultado ha sido una cultura marcada por la transgresión: altas tasas de criminalidad, desconfianza en las instituciones y un concepto libertario que a veces se confunde con hacer “lo que se me dé la gana”.
Esa libertad mal entendida y abusada ha producido un curioso efecto: un rechazo subconsciente y persistente a cualquier intento de centralismo autoritario. Como si el país, por vivir al borde del caos, se estuviese vacunando —aunque con efectos secundarios— contra la obediencia ciega. Aquí muchos viven con miedo, sí, pero también dicen con resignado orgullo: “igual a esto no hay nada”. Un reconocimiento tácito al valor de la libertad.
Sea esa la explicación o no, la verdad estadística es que Colombia ha resistido mejor que otros países los encantos de las dictaduras. Y por eso resulta poco probable que acepte mansamente la que ahora se cocina, entre discursos populistas y reformas impuestas a golpe de megáfono.
Ya son varios los periodos de la historia en que el país ha sufrido incrementos en la capacidad violenta de grupos criminales. Se ha resuelto llamar guerra a este proceder como si fuese un recurso válido para dirimir las diferencias. El resultado ha sido siempre el empeoramiento de la condición que supuestamente se pretende mejorar con la generación de más pobreza, sufrimiento, desolación y muerte.
Por eso resulta tan equivocada la pretensión de solucionar “en la calle” las diferencias que existen con relación a nuevas leyes. Prender la mecha en un país que se enciende fácil es peligroso para todos, incluyendo el dueño del fósforo.
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La institución de la Presidencia es una herencia directa de la monarquía. Quienes escribieron las primeras constituciones aún sentían el aliento de los reyes en la nuca. Por eso inventaron una figura similar: lo pusieron a vivir en un palacio y le dieron categoría de reina —“Primera Dama”— a la esposa.
La concentración de poder y privilegios en estos nuevos reyezuelos explica, en parte, el pobre desempeño de muchas democracias modernas. Existen contrapesos que, aunque imperfectos, funcionan. Trump no ha llevado a EE. UU. al abismo porque lo han contenido tribunales, medios y sociedad civil. Petro no ha logrado desbaratar a Colombia porque también lo han parado las Cortes, el Congreso, la prensa y los ciudadanos organizados han frenado muchas de sus regresivas iniciativas.
Pero la realidad es aún más contundente: pese al enorme poder simbólico del Presidente, su capacidad para modificar la vida de los ciudadanos es limitada. El país sigue andando por inercia, indiferente a las barbaridades que diga o haga quien ocupa el palacio, mientras abusa de los micrófonos para imponer su narrativa, justificar errores y mantener la ilusión de que todo lo bueno le pertenece. La vida continúa. Las empresas y la agroindustria siguen produciendo, los arquitectos diseñan, los ingenieros construyen, los médicos atienden, los plomeros destapan, los tenderos venden, los asaderos de pollo alimentan. La gigantesca maquinaria económica no se detiene, y por eso las cifras resisten, incluso con una conducción errática. Ni siquiera sus partidarios le paran bolas y se resisten a responder a sus llamados que buscan convertirlos en carne de cañón.
Los áulicos del poder, claro, usan los pocos datos positivos para defender lo indefendible. La inflación no se ha disparado gracias a la firmeza del Banco de la República. El desempleo ha bajado por el rebusque, única opción ante una formalidad asfixiante que va a empeorar. La devaluación no es alta por la narcoeconomía. La productividad se sostiene por el dinamismo empresarial, no por gestión estatal. Lo poco bueno que ha ocurrido en estos años ha sido a pesar del gobierno, no gracias a él. Tal vez ha llegado el momento de que la figura del Presidente —como las monarquías que la inspiraron— empiece, por fin, su camino hacia la extinción. “No al Rey” es la respuesta a los cultos que eligen a los Mesías.
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Siempre que alguien se lamenta de la inequidad, concluye que hay que cambiar el sistema. Una palabra poderosa, usada con una ligereza desconcertante. Tras años de ensayo y error, de confrontación de ideas y sacrificios, vivimos bajo un sistema que, aunque imperfecto, hemos construido colectivamente: democracia liberal y economía de mercado. El mismo modelo hacia el cual ha evolucionado buena parte del mundo civilizado, alcanzando niveles inéditos de prosperidad y libertad.
Claro que existen defectos: inequidad, pobreza extrema, corrupción, violencia. Pero estas no son consecuencia del sistema en sí, sino del mal uso de la libertad que este ofrece y de la incomprensión de sus principios. Confundir fallas de funcionamiento con defectos estructurales ha llevado a muchos a abrazar la verborrea revolucionaria, esa que insiste en revolcarlo todo, arrasar con las instituciones imperfectas, destruir el aparato productivo y estatizar los servicios. El Estado —ese ente mágico que, por arte de burocracia, nos dará salud, educación, comida, vivienda y felicidad.
Y cuando el “iluminado” de turno promete la utopía, entonces sí nos asustamos. Ahí es cuando recordamos que la democracia, con todo y sus defectos, vale oro. Y que la economía de mercado, con todas sus inequidades, sigue siendo el mejor generador de riqueza que ha conocido la humanidad. Porque cambiar el sistema no es limpiar la casa: es incendiarla.
Cambiar el sistema implica recorrer un camino ya muy transitado, uno que ha demostrado no llevar a la ansiada equidad, sino a la miseria repartida y a la concentración de poder y privilegios en unos pocos. Un camino que pocos desean recorrer, salvo quienes sueñan con instalarse en la cúpula y vivir del esfuerzo ajeno, recurriendo a la represión disfrazada de justicia social.
Si de verdad queremos reducir la pobreza y la desigualdad, dejemos de pedir sandeces. No hay que cambiar el sistema. Hay que cambiar la ignorancia, la pereza mental, el desprecio por el mérito. Con educación en ética y controles reales se reduce la corrupción. Con educación en no-violencia se invalidan discursos armados. Con educación en Ciencia, se reducen las fantasías y los mitos que nos llevan a creer en las soluciones milagrosas. Y todo se puede hacer con el sistema de libertad económica, diversidad de opiniones e instituciones que nos rige.
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Se percibe mucha preocupación ante la posibilidad de que un régimen cada vez más radical perdure otros 4 años con alto riesgo de eternizarse y conducir el país a la tan conocida y probada miseria. La preocupación es válida. Las encuestas y las elecciones mostraron que del histórico 10%, la izquierda unida pasó a tener un 30% de devotos, producto de una paciente y dedicada labor de infiltración del sistema educativo y las redes sociales. Con 50% de abstención el 30% hace fácilmente mayoría.
Habiendo 4200 religiones vigentes en el mundo, concebir una nueva que use estrategias probadas por siglos, no parece tarea difícil. Se establece una verdad, revelada en unos pocos libros. Se define un paraíso al que todos llegaremos siempre y cuando seamos fieles a la verdad. Se crea un demonio responsable de todo lo malo y se idolatra a un Mesías que nos va a conducir por el camino de salvación. No hay argumento, no hay evidencia, no hay dato alguno que puedan contradecir el dogma. Basta con tener fe en el nuevo culto. Los esfuerzos por desarmar esa fe son tan inútiles como los que se puedan hacer con la fe religiosa. La convicción está grabada en las circunvoluciones más profundas, lo que lleva a los feligreses a estrellarse con la realidad con la misma resolución de los fieles que se estrellaron contra las torres gemelas. Actuar sobre este grupo implica reconquistar el sistema educativo, empezando por las Universidades donde se forman los profesores que transmiten el culto a los más jóvenes.
El trabajo para todos los herejes, consiste en educar y motivar a la gran masa de apáticos. Hacerles ver que su asco por la política se sustenta precisamente en la apatía que permite a unos pocos usar al estado como un botín. Que en la medida en que predomine el credo, seguiremos perdiendo libertad y diseminando la pobreza.
¿Qué podemos hacer?– preguntan angustiados quienes ven al país deslizándose lentamente por el barranco del fasciscmo del siglo XXI. Toda persona que tenga una convicción firme de la importancia de la participación en política, así sea solo votando, tiene la posibilidad de convencer al menos un apático para que vote racionalmente sin dejarse llevar por ilusiones, discursos promeseros o emociones de última hora. Si cada ser pensante motiva a otro a votar, se salva el país y la democracia.
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Sin importar la ubicación en el espectro ideológico, casi sin excepción, todo el que opina sobre Colombia sostiene la necesidad de un cambio para acabar con la corrupción y la inequidad, que tienen la connotación de una maldición de los cielos.
Si el analista se inclina hacia la izquierda, el cambio implica estatizar, subir impuestos, controlar precios, intervenir la justicia, las elecciones, la prensa y aplicar una larga lista de regulaciones y barreras que “aseguren la justicia social”. Lo llaman cambiar el sistema.
Si se inclina hacia la derecha, defiende la propiedad privada, la libertad de empresa, el respeto a los precios establecidos por el mercado, la separación de poderes y la libertad de opinión. Aún así, coincide en lograr un sistema que de igualdad de oportunidades, educación y salud gratuitas, garantizadas por el Estado y la obligación de quienes logran cierta prosperidad de contar con un brazo social. Se apoyará en la moral cristiana y encontrará muchas coincidencias con la teología de la liberación.
Si analizamos la inequidad, es cierto que en el índice de Gini salimos mal, pero hay que considerar que su cálculo ignora la informalidad (consecuencia del exceso de regulaciones, controles y tributos) y se basa en encuestas de percepción. Su confiabilidad genera dudas: según este índice, EE. UU. está peor que Haití y Bolivia, mientras que Venezuela aparece mejor que Costa Rica. Quienes se lamentan por nuestro Gini deberían preguntarse cuántas balsas van de Florida a Haití. Además, en distribución de riqueza estamos mejor que EE. UU., Brasil y Rusia, y en desarrollo humano estamos a la par de México, Brasil y China.
Si queremos disminuir la inequidad y la corrupción el remedio no consiste en más Estado. Somos pobres por la violencia y la corrupción del estatismo. Para prosperar, basta con leer nuestro escudo: Libertad y Orden.
El cambio necesario consiste en aplicar una fórmula probada: reducir el poder de las bandas criminales, fortaleciendo la justicia. Al recobrar la confianza y la libertad que da la paz, la economía florece. Regresan los talentos colombianos y se atraen otros. Para entenderlo, no hay que estudiar economía; basta con comparar cómo evolucionaron los índices entre 2002 y 2010 y cómo han cambiado desde 2023. Se está probando que el cambio puede ser para empeorar.
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Habrá sorprendidos con la amorosa foto de Maduro, Diaz Canel y Ortega abrazados en su objetivo de expandir el Fascismo del Siglo XXI que estimula pesadillas sobre nuestro futuro.
Los une la convicción de pertenecer a un grupo superior que ya no es la raza sino una ¨clase¨que les da superioridad moral. Como no todos los fieles encuadran, hay que inventar símbolos que los diferencien del resto. Un gorrito rojo, y un arma les da la identidad que les permite considerar “escuálidos”, “gusanos”, “fachos” a los demás.
Las milicias bolivarianas de allá o las campesinas de acá siguen el modelo de las SS Hitlerianas. “Proteger la revolución” consiste en darle garrote a quien levante cabeza.
El mundo se asombra con el simplismo intelectual de Maduro y la ignorancia que con tanto orgullo exhibe, pero es que el fascismo no requiere complejidades. Todo el pensamiento cabe en un librito rojo (lease Mao o Kim) y juzgar cualquier cosa, desde una obra de arte hasta un proyecto de ley es candorosamente sencillo: sirve si le conviene a la revolución, tal como la entiende el sabio líder. Si no, a la hoguera. Las sofisticadas estrategias para vender la mentira oficial siguen las enseñanzas de Goebbels, padre de la tramoya propagandística. Su guión se sigue con fidelidad: si los medios no se pliegan, se cierran, hay parlamento mientras sea sumiso y sus miembros aprendan a aplaudir como es debido, la justicia y el sistema electoral son solo para dar apariencia de independencia de poderes, pero quien controvierta, ¨se seca¨, para citar a Maduro.
El militarismo es el eje central del dominio. Se les entrega el control de la economía oficial y subterránea, se los llena de privilegios y quien dude conoce el paredón.
A diferencia del nazismo, el control estatal en manos de perezosos, ignorantes y corruptos solo sirve para generar miseria.
Puestos en el oficio de analizar y comparar sistemas políticos, es difícil encontrar, en la vasta gama de variantes ideológicas, dos que se parezcan tanto como el fascismo y el socialismo del siglo XXI.
Por eso resulta tan irónico el término "facho", usado como insulto, cuando un camarada criollo quiere referirse a alguien que no comulga con su "progresista" dogma.
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La historia de los dictadores más destacados de los últimos cien años ha sido variada.
Muchos comenzaron con golpes militares o después de cruentas guerras, como Franco, Mao, Pol Pot, Suharto, Idi Amin, Gadafi, Bokassa, Mugabe, Batista, Castro, Trujillo, Pinochet y Videla.
Algunos lograron el poder después de turbios procesos en los que fueron “designados”, como Stalin, Hitler, Mussolini, Kim Il Sung, Ceaușescu, Hussein y Maduro.
Otros lo heredaron, como Baby Doc, Somoza, Assad o la dinastía Kim.
Y unos pocos fueron elegidos, pero les quedó gustando el poder, como Papa Doc, Ortega o Chávez.
Todos han competido en atrocidades, muertes y sufrimiento con sus connacionales, siempre sustentados en una caprichosa y pasajera ideología convertida en culto.
Hay que tener la objetividad muy comprometida para no reconocer que el socialismo del siglo XXI ha sido un desastre para Venezuela. Todos los indicadores de bienestar son negativos, y el éxodo de un tercio de la población condena, sin discusión, al atroz régimen.
El final de estos dictadores también ha sido diverso.
Tranquilos y con mausoleo terminaron Franco, Mao, Stalin, Kim Il Sung, Papa Doc, Castro y Chávez.
Asesinados, linchados o suicidados fueron Hitler, Mussolini, Ceaușescu, Trujillo, Somoza, Gadafi y Hussein.
Sacados a escobazos fueron Batista, Videla, Pol Pot, Suharto, Baby Doc, Idi Amin, Bokassa, Mugabe y Assad.
Así, la probabilidad de que Maduro salga por las buenas es muy baja. Solo uno de 27 (Pinochet) ha hecho una entrega pacífica del poder. No es alentador saber que el 50 % de la población mundial vive bajo monarquías o dictaduras. Todo indica que, al paso que va, si no lo sacan por la fuerza, le estará disputando el mausoleo a Chávez en unos años —ojalá pocos— para que lo visiten los pocos venezolanos que queden.
Casi todos los dictadores se han inventado una pantomima democrática que pretende legitimidad. Pero nunca se había podido develar la trampa con tan poderosa evidencia. El insulso pronunciamiento de “no voy, pero estoy” demuestra, una vez más, la comunidad de propósitos. Si no terminamos en la ominosa lista, será por la resiliencia y la dignidad de los compatriotas que todavía prefieren trabajar en lugar de parasitar, y no van a permitir que se acabe con el país por seguir la vacua ilusión del Estado salvador.
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Clasificar las medidas liberales estilo Milei como insensibles ante el sufrimiento humano, se basa en varias falacias:
1- Asumir que se propone suspender las ayudas a los débiles cuando lo que se cuestiona es la eficiencia del Estado. Los sistemas de libre mercado y seguros han demostrado ser confiables para proveer seguridad social.
2- Asumir que hay magia en llamar derecho a las necesidades. Quienes vayan a recibir su pensión en 30 años y se den cuenta que no hay nada ahorrado y que el Estado no da más, podrán juntarse con Argentinos, Venezolanos y Cubanos y contrastar los bellos decretos con la miseria que reciben.
3- Asumir que sin estado no hay nada, y con él, se resuelve todo. La realidad es un continuo en el que se mejora o empeora, en forma lenta y gradual, según todas las posibles combinaciones de sistemas privados movidos por el mercado con sistemas oficiales costosos e ineficientes.
4- Asumir que la planeación central es la solución, cuando invariablemente ha sido un desastre. Unos genios se reúnen y deciden cuántos enfermos hay, cuánto se gasta para curarlos, cual es la educación que se requiere y cómo se entrega, cuánto y cómo se debe ahorrar para el futuro. Pero los cálculos siempre se equivocan y después del jolgorio de unos primeros años en los que se gastan recursos ahorrados, se acaba la fiesta y vienen las penurias.
5- Asumir que por ser implacable, hay terrenos prohibidos para el mercado. No existe mejor control que el pueblo decidiendo libremente lo que hace con sus recursos. La comida, la ropa y el transporte son esenciales y el mercado ha llevado a la baja más espectacular de sus precios de la historia. En cambio, donde interviene el Estado, todo escasea. La doctrina de que solo el Estado es capaz de controlar la ambición y ayudar a los necesitados está en el polo opuesto a la defensa del libre y espontáneo intercambio que abre oportunidades. La una le asigna al estado la protección de los pobres y los reproduce, la otra dice que hay que acabarlos volviéndose ricos.
La búsqueda de la mejor forma de generar prosperidad para todos no es con “inaceptables”. Es analizando resultados reales. No los que imaginamos o deseamos, sino lo que es posible y funciona. Argentina y Venezuela demostraron el incremento de la pobreza con estatismo. Si Milei voltea la torta, habrá ganado ese partido.
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Aunque es improbable que un historiador universal como Yuval Noah Harari haya estudiado o conocido a Colombia, su capítulo sobre populismo en el libro Nexus describe con asombrosa precisión los eventos de los últimos años en el país. El populista cree auténticamente que él es el único que representa a “su pueblo”. Si pierde elecciones, es porque le hacen trampa o tienen al pueblo engañado. Si las gana violando la ley, es una oligarquía que inventa y aplica reglas para usurpar el poder de su pueblo que no está conformado por un grupo de personas sino que es un cuerpo místico, interpretado solo por el infalible jefe. “Ein Volk, ein Reich, ein Fürher”, resume a la perfección el dogma. Quienes no creen o no apoyan, solo merecen ser linchados en las calles porque son traidores que se niegan a entender que solo el líder sabe lo que necesita “su pueblo”, una categoría a la que se entra por el solo hecho de creer en Él. Contar votos se convierte en una necedad ya que es obvio que los explotados son muchos más y solo Él vela por sus intereses.
El culto ha logrado establecer que todas las instituciones de la democracia son una farsa de unos cuantos corruptos quienes conspiran para repartirse el poder. Por eso hay que atacar a la prensa, los gremios económicos, las cortes, las universidades, las fuerzas armadas y el congreso. Ellas promueven un dañino diálogo y crítica que frena el impulso del plan de salvación. Para el populista todas son parte del mismo “pantano que hay que drenar”, para usar términos de Trump, o exterminar para usar los de Stalin o Hitler. En su cínica visión de la sociedad coinciden los extremos en entender toda actividad como una lucha por el poder. Los periodistas, los magistrados e inclusive los científicos no trabajan en la búsqueda del bien común y solo defienden sus intereses para enriquecerse con la explotación del pueblo.
Desprestigiar las instituciones independientes destacando sus ocasionales y evidentes errores, es esencial para la implantación del poder dictatorial populista. Mientras tontos y arrepentidos siguen en la búsqueda del “gran acuerdo”, olvidando que ya se hizo en el 91 y se llama Constitución, el diálogo democrático se va desarmando, en una progresiva centralización del poder que se logra presentar como “conquista popular”, estableciendo el derecho a defenderla con violencia.
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Es probable que la división de las sociedades en dos mitades casi iguales sea consecuencia del flujo de información por las redes. Al no haber una dirección que guíe, las opiniones se van distribuyendo a lado y lado de una línea imaginaria que las divide. En USA, en Colombia y en muchas elecciones honestas la división es tan exacta que se vuelve problemática, por la dificultad de definir el ganador. Por eso, independiente de la frustración del 50%, los resultados rápidos y contundentes evitan confusión y confrontación. Un conteo muy apretado y demorado, tenía el potencial de degenerar en violencia alentada por quien sin duda iba a gritar “fraude!” e iba a convocar a sus fanáticos a pelear infernalmente. “Fight like hell” fue el llamado en Enero del 2021.
Inquieta la pregunta de lo que pasará con Colombia y lo más probable es que no mayor cosa. Primero habría que explicarle dónde queda y porque no es “Columbia”. Y en cuanto a diferencias ideológicas con Petro, también habría que explicar qué es ideología. Porque Trump no profesa ninguna, excepto el culto a sí mismo y su inmarcesible genialidad. Es un pragmático que solo ve a la humanidad en términos de transacciones, y es su habilidad para sacar adelante negocios lo que vale. Por algo escribió un libro que la promueve como arte.
Así que no hay que temer hostilidad. Él se entendió muy bien con AMLO, Putin, Kim y otros sátrapas, que lo supieron lamber. Con Petro, que ya sacó la lengua, encontrará mucha afinidad. Ambos son narcisos irredentos, desprecian la democracia y sus instituciones, incluyendo el poder judicial y electoral, cuando no les favorece. Ambos son virtuosos de la mentira que usan para sembrar odio y crear divisiones generando desconcierto y relatividad moral y ambos usan turbas violentas para imponerse. Pero sigue siendo incierta su estrategia con una región que considera su patio trasero y a la que le da muy poca importancia.
Con relación al mundo, se debe reconocer que a pesar de su insufrible personalidad, no inició guerras durante su mandato y posiblemente termine la de Ucrania con una oferta que Zelenski no podrá rechazar. O entrega las provincias orientales o se queda sin apoyo. Apretará muy duro a Irán reduciendo los niveles de agresión en el medio oriente.
Contentos o no, Trumpeados quedamos y solo queda apegarse a lo positivo.
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Tenemos el Presidente que nos merecemos porque no fuimos capaces de aprender las lecciones que nos venían dando los vecinos de latinoamérica.
Con una estrategia muy bien diseñada y seguida al pie de la letra consistente en diseminar el relato de “país siniestro, injusto y corrupto” combinada disrupción violenta de las ciudades, se logró generar la necesidad de un “cambio radical del sistema” liderado por un salvador. Prescindiendo de los medios tradicionales y usando un ejército de influencers, se logró colonizar las mentes de la juventud, fácil de ensoñar con la paz y prosperidad garantizada por el Estado. Pero una cosa es agitar y criticar y otra es gobernar con el recurso de la ineptitud, siguiendo fórmulas desuetas y probadamente equivocadas, el régimen se desgasta, el engaño se devela y la popularidad cae. Como son dueños de la moral revelada, encuentran justificación para mantenerse en el poder. Las elecciones se convierten en un estorbo burgués que hay que acomodar con impudicia.
Ya los camaradas, claman por importar el software electoral venezolano, “el mejor del mundo”. Si se tienen suficientes cuadros en la registraduría, no importa qué reporten las mesas, pues es el iluminado quien decide por cuánto gana y de allí se reconstruyen los resultados hacia atrás. Solo que si es bien bruto, publica porcentajes con 3 decimales exactos (un imposible matemático) y pide “un tiempito” para rearmar las actas. La lección es que la vigilancia implica fotografiar cada una de las actas y establecer un sistema de recuento independiente. Bendita sea la tecnología que permite pisarle la cola a los tramposos. Es indispensable organizarse para usarla.
Se dispone además de trampas tradicionales, que definen una elección reñida. El clientelismo asegura inscritos en una determinada mesa que luego debe producir unos resultados. Aporta unos 5 millones. Quien no cumple su cuota pierde el puesto que le dio su cacique o la vida en los 300 municipios controlados por la guerrilla, donde la orden de votar por el “compañero negociador” es perentoria.
Y están las cajas que llegan de lugares remotos, donde no hay vigilancia. La “participación total y unánime” puede aportar otro millón.
Si no se aprende la lección, padeceremos elección.
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Hace unas semanas y ante la controversia de la financiación de vías en Antioquía, se armó una “vaca” muy exitosa recogiendo recursos que los paisas usaron para demostrar su independencia del gobierno central.
Simultáneamente aparecieron llamados a un boicot tributario. Se argumentó que Petro dispone de una cantidad enorme de recursos y los está usando para comprar votos subvencionando la pobreza que aplicadamente disemina, financiar grupos criminales que le den supremacía militar en el campo. así como primeras líneas y mingas que acorralen las ciudades. Así, podría imponer reformas radicales, y cambiar la constitución para eternizarse en el poder. La reacción propuesta consistía en apretar al Estado dejando de pagar impuestos.
La propuesta no tuvo eco porque muchos consideraron que se establecía un precedente de desobediencia civil muy peligroso y otros estimaron muy difícil de implementar y riesgoso para los pioneros más atrevidos.
Pero sin que oposición alguna se lo hubiese propuesto, apareció en el país del realismo mágico el fantasma de la vaca que ha llevado a la caída en el recaudo de la DIAN más dramática de la historia.
En realidad no ha sido magia, sino la consecuencia de un torpe y errático manejo de la economía por parte del gobierno. Un presidente que no logra entender que con incoherentes y contradictorios tweets, salidos del impulso del momento y cocinados en una mente monotemática, se está logrando arrasar con la poca confianza que queda. No hay inversión, no hay nuevas empresas, se han cerrado miles (200.000 solo en 2024) y los talentos siguen emigrando. El desbarajuste de la economía aún no compromete la calidad de vida de la mayoría porque 20 años de prosperidad y confianza tienen mucha inercia. Es fácil navegar la barca impulsada por gobiernos anteriores y la frenada ocurre lentamente. La dramática caída en los ingresos de la DIAN está probando el absurdo de la ideología que resuelve todo con la intervención del Estado. Aun mentes educadas en economía, usan con frecuencia el universal remedio. ¿Y qué es el Estado? De donde saca los recursos para tanta maravilla? Simplemente no existe si no hay empresas y personas “moliendo” para entregar la harina que lo mantiene.
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Cada vez son más frecuentes los llamados a un “Acuerdo sobre lo Fundamental”, advirtiendo que, de no lograrlo, el país está condenado al odio y a la guerra.
No se dan cuenta sus promotores que precisamente en esa concepción está la tragedia de Colombia. Creer que desacuerdo significa enfrentamiento violento.
Es obvio que en toda sociedad plural habrá desacuerdos, inclusive en lo fundamental. Para muchos, el respeto a la propiedad, la libertad de prensa, las elecciones libres y limpias, la adherencia a la constitución, y una estrategia seria y coherente de seguridad son fundamentales.
Cual es el acuerdo que se puede lograr con alguien que ofrece atropellar la propiedad y la libertad, y expresa su admiración por los regímenes despóticos? Dónde está el punto medio con quien grita en plazas que las normas y las instituciones que no le sirven deben desaparecer? Cual es el acercamiento con quien recibió dinero del crimen organizado y ahora les paga con territorios, amnistías, y cargos? Como será que se puede acordar con alguien que incendió el país para lograr su elección, ofreció repetir si no ganaba y ahora amenaza con guerra si le aplican las leyes diseñadas para controlar abusos? Y además la planea descabezando el liderazgo del ejército, humillando a sus miembros y desmantelando su dotación.
Desde luego que el diálogo civilizado ha sido siempre el camino. No importa cuán distantes estén las posiciones, si se acepta la diversidad y se respetan los mecanismos inventados por la democracia, se puede encontrar la forma de resolver las diferencias. Pero los canales del diálogo se cierran cuando un culto político se cree poseedor de la moral revelada y único dueño de la sensibilidad para ayudar a los desposeídos y lograr una sociedad justa,
La realidad es que todos buscamos mejorar las condiciones de vida, generar empleos dignos, abrir oportunidades educativas y evitar los abusos del poder económico y político. La diferencia no está en los sueños sino en el método que se propone para lograrlos. Por un lado están las políticas que han demostrado ser ruinosas y por el otro las que han probado ser efectivas en generación de prosperidad.
Seguir clamando por unidad de criterios es pintar en las nubes. La única opción para defender la paz y la vida es aferrarse a la democracia y sus instituciones.
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Es difícil saber si tendremos nuestra propia versión de lenguaraz tirano recorriendo calles y dictaminando expropiaciones según su antojo. No es imposible si se tiene en cuenta que ha lanzado las tropelías que prometió evitar. Pero parece improbable porque si el atropello es muy obvio, el país ha mostrado que tiene capacidad de reacción.
Además, no es necesario ya que está probada una estrategia más lenta pero igualmente efectiva, que en términos similares, resumió Reagan así: Si tienen éxito, acóselos con impuestos. Si a pesar de eso siguen bien, cérquelos con regulaciones. Cuando logre que se quiebren, los estatiza y los subsidia. Es la lenta pavimentación del camino socialista hacia la pobreza. Quien genera riqueza, está cometiendo una injusticia porque se posiciona por encima de los demás. Por eso hay que perseguirlo y agobiarlo hasta que se vaya o caiga de rodillas a suplicar las dádivas estatales, agradeciendo luego con su apoyo el privilegio de existir.
Los hechos y las filtraciones lo confirman. Los rudimentos de economía, esenciales para la generación de riqueza, no se encuentran en las mentes de los dirigentes.
Dónde están los que consideraron precipitada e infantil la comparación con Venezuela o Cuba? En solo dos años de viaje ya estamos montados en el mismo bus del progreso, junto con Haití.
Se puede creer que con consejos para que sigan las elementales leyes de la economía, que no entienden, se va a lograr el cambio de rumbo?
¡No hay ninguna posibilidad!. El rumbo no se traza con hechos y datos. Está trazado con la fe en una farsa de asistencia al pueblo que solo sirve para concentrar poder en unos pocos. No es sino ver el billonario montaje de la repartición de cajas de comida, las famosas CLAP de Venezuela, denunciado en documental de Armando Info. El pueblo pobre recibiendo miserables raciones de leche falsa y su gestor con flotilla de jets para pasearse por sus mansiones en las grandes ciudades del mundo. Para no mencionar los que se han destapado y se siguen destapando aquí.
Mientras los ilusos aspiran a “corregir el rumbo”, la dinámica es seguir ahorcando con impuestos a quienes producen y empalizar con regulaciones y controles a los que sobrevivan. De esa manera el poder se va trasladando del pueblo que controla sus recursos hoy, a un ente central en manos de unos pocos que todo lo controla.
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Aunque pueda parecer simplista, el panorama político de los dos últimos siglos se ha visto moldeado por tres corrientes, cada una con sus variantes.
Está el Fascismo. Arraigado en un cuento de superioridad nacional o racial, abraza la confrontación violenta como su modus operandi. Su objetivo es imponerse sobre aquellos que considera inferiores, sea por sometimiento o aniquilación. Cuando no se ve posible, crean muros y barreras para poder vivir los privilegios de la superioridad en aislamiento.Los modernos fascistas adoptan disfraces democráticos, pero su esencia sigue siendo la sumisión ciega al gran líder. Los “otros” son todos de extrema izquierda.
Está el Marxismo que plantea una lucha perpetua entre clases, con los oprimidos destinados a dominar a los opresores mediante la violencia. Aunque su mantra es la equidad, sus resultados suelen consolidar élites poderosas y privilegiadas, rodeadas de una masa empobrecida. Son expertos en camuflarse bajo la apariencia de demócratas pacíficos, hasta que toman el poder y adoptan su verdadera faz. Por fuera de ellos, todo es extrema derecha.
Está el Liberalismo: abraza una visión optimista de la humanidad, creyendo en la cooperación sobre el conflicto. Reconoce valores e intereses compartidos entre las personas, abogando por el diálogo como herramienta para resolver injusticias. A diferencia de las doctrinas anteriores, el Liberalismo no se aferra a dogmas ni cultos mesiánicos, ajusta estrategias y cambia líderes. No disemina historias imaginarias que lleven a generar odio hacia los semejantes. Su búsqueda de la libertad, acepta críticas y cambios pacíficos, premiando la iniciativa individual y el aporte a la sociedad como generadores de bienestar. Invariablemente ha resultado en expansion de la democracia, de los derechos individuales y en bienestar creciente para las comunidades que lo saben entender y aplicar.
Sin embargo, entre estas corrientes también se encuentra el Confusionismo, que, lejos de las enseñanzas de Confucio, nubla el pensamiento racional con retórica vacía, dificultando la comprensión de la realidad y la toma de decisiones positivas a largo plazo para la comunidad. Es en buena parte el responsable de los triunfos electorales que se transforman gradual o rapidamente en autocracias. Heil Petro y su capacidad destructora de instituciones.
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En la medida en que se van dando cuenta del inocultable desastre que está resultando el salvador cambio, los arrepentidos votantes buscan explicaciones a su limitada visión.
Una de las que más está haciendo carrera es la hipótesis del enfermito. Debemos tener compasión y comprensión porque sus disparates, sus ausencias, sus incumplimientos se explican por un problema de adicción. Y que si nos revela cuál de los múltiples polvos o líquidos que tanto alaba como inocuos es el que le confunde la mente, y se pone en tratamiento, el país va a coger por buen camino.
La historia resultará muy útil para aliviar la culpa de quienes fueron tan livianos a la hora de votar. Pero la tesis es falsa, porque así sea verdad que el abuso de psicoactivos han contribuido a empeorar las cosas, la explicación es superficial y no va al meollo del asunto.
La realidad es que el trastorno narcisista de la personalidad se podría diagnosticar fácilmente oyendo un par de discursos o entrevistas. Lo advirtieron muchísimos expertos en el asunto y bastaba hacer una sencilla búsqueda en google para confirmar que no sólo reúne todos los criterios que lo confirman, sino que formas muy avanzadas son prácticamente intratables. Pero además que era muy seguro que la condición se iba a empeorar si lograba el gran triunfo de la Presidencia.
La gravedad del asunto se podía anticipar con la simple lectura del programa de gobierno que no es sino un trasnochado socialismo del siglo XXI, o sea Marxismo mal reciclado, disfrazado de renovación política y económica.
Quienes ahora se desconciertan con el desproporcionado aumento de la burocracia, con los cabecillas del crimen en pomposos cargos con jugosos sueldos, con el aumento de todas las formas de delito, con la poca seriedad y los incumplimientos, con la incontrolable paseadera, con la progresiva asfixia a la clase media, solo tienen que revisar la historia reciente para saber que todo se podía predecir.
Los arrepentidos tienen que ser conscientes de su deber con el país, con todos los Colombianos. Si expresan abiertamente lo que están sintiendo y explican su desconcierto, y las razones por las que cayeron en el engaño, van a hacer una enorme contribución a que los montajes y embustes del futuro sean detectados y expuestos y el destino del país no vuelva a caer en mentes tan irresponsables y chapuceras.
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En la mayoría de los regímenes presidenciales se cometió el error de acumular demasiado poder en la figura del presidente. Es cierto que muchos previeron la necesidad de contrapesos y por eso existe el sistema judicial con sus cortes, el legislativo con el Congreso, y la prensa que con libertad, puede investigar, denunciar o criticar.
Pero la concentración de poder en UNO, ha resultado en que el personaje adquiere estatus de Rey. Se le hacen mansiones palaciegas tanto para su trabajo como para sus vacaciones. Se inventan una costosísima parafernalia para moverlos que implica caravanas blindadas, helicópteros, aviones. Se los rodea de una enorme guardia que los cuida y les transmite que tienen que ser lo más preciado del mundo. Coloridos y pintorescos uniformes para los soldados que les hacen venias, les abren puertas, les tocan música en vivo y el directo por el solo hecho de caminar. No pueden hablar ni reunirse con nadie si no es en vistosos escenarios que muchas veces mandan a construir para exaltar su grandiosidad. Todos en sillones-trono alrededor de mesas imposibles, semienterrados en flores y super pantallas. Sus vasallos, chambelanes y mayordomos inventan cada vez más fastuosidad para ensalzarlos.
Y es cuando se visitan entre ellos que más sacan a relucir la ostentación y el lujo en una competencia internacional por demostrar quien tiene el aparato de opulencia mejor aceitado, o quien desperdicia más recursos en alabanza mutua. De allí la fascinación de nuestro Narciso viajero.
Para aspirar a una Presidencia se llena generalmente el requisito de iniciar con un Ego bastante desproporcionado. Pero cuando se llega y lo rodea el oropel, es inevitable que la vanidad se inflame. Así se evoluciona a personajes que sostienen que su posición les da inmunidad absoluta, que no importa qué crímenes hayan cometido, están protegidos por esa condición cuasi celestial. Otros que, al ver operar los contrabalanceos de la democracia, salen como energúmenos a denunciar conspiraciones, y hacen llamados a sus fanáticos, siempre tan dispuestos a la violencia, para que procedan con los linchamientos. Y otros que lanzan guerras a vecinos, después de “concienzudos y profundos” análisis históricos con los que justifican, imbuidos de infinita bondad, la horrenda matanza.
Cuando se consuma la barbarie, despliegan un cinismo tan elaborado que si no produjese asombro y náuseas, podría ser considerado virtuoso.
Habrá que tener compasión con los presidentes que se transforman Monarcas, cuando son ascendidos a un trono que les depara tantas alabanzas de sus amanuenses y los rodea de tan brillante pompa? Pasarán a la historia como tantos otros fatuos personajes obsesionados con su gloria que son recordados por el sufrimiento y número de muertes que generaron.
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Se sigue discutiendo si Petro es un auténtico demócrata que va a entregar el poder en el 2026. Muchos se desvelan con la duda. ¿Es que no lo oyen? ¿Qué parte de sus discursos no entienden? El no tiene porque rendirle cuentas a instituciones inventadas por la oligarquía. El solo le responde a SU pueblo, convertido en milicia popular, ya que los tercos militares insisten en apegarse a una constitución hecha para proteger privilegios.
La pregunta, un poco sonsa, de si dentro de ese cuerpecito se esconde un auténtico socialdemócrata, que va a respetar las reglas de transición pacífica del poder y va a ocuparse de realizar unas elecciones limpias, parece hecha por arcángeles sordos.
Petro, como Trump, dijeron siempre, que si perdían la elección era porque les habían hecho trampa, y quedaba autorizado para volver a incendiar el país. Trump, por su lado, cumplió lanzando su turba al Capitolio.
No se entiende que son personajes egocéntricos que han perdido por completo la capacidad para ver la realidad o aceptar cualquier regla que los limite. Estaban trastocados aun antes de llegar al poder y sustentan toda su ideología en una visión falseada, con la que venden odio, rabia y miedo. Al ganar, logran patente de genios y su importancia no resiste comparación con ningún evento de la Historia. Hasta AD (antes de Donald) o AG (antes de Gustavo), todo era un horror, las bandas criminales se paseaban impunes, los corruptos se embolsillaban todos los presupuestos, los hospitales y escuelas estaban en la miseria, el hambre era rampante. Pero DG, el país cambió: los campesinos cantan en el campo mientras recogen los frutos de la tierra que dispensa el Señor, los criminales tiran sus armas y alaban el paso del Salvador, los maestros enseñan, los niños aprenden, los enfermos se curan.
Son muchos los libros que describen la distorsión mental que sufren los Narcisos cuando llegan al poder. Si los balances de la democracia actúan, incita a la guerra civil, y envía también turbas a las cortes, siguiendo los pasos de su amigo, el ventrudo vecino que afirma a gritos que ganarán por las buenas o por las malas. La pregunta no es si Petro tiene intención de respetar la democracia. La pregunta es si el pueblo y las instituciones son lo suficientemente sólidas para impedir la instalación de otro Sátrapa en Latinoamérica.
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Un senador decía que Petro no se ha dado cuenta que él es el gerente del país. Después de 18 meses le sigue echando la culpa al gobierno (si, al suyo), a los políticos, a los ricos, a los neoliberales y a la “casta que lleva 200 años de explotación”. Nunca he sido capaz de ver o admitir todo lo que había mejorado el país y lo mucho bueno que todavía tiene.
Para él todo ha sido y paradójicamente sigue siendo, un horror, porque él solo llegó al gobierno. El poder lo tienen los ricos que no lo dejan gobernar.
Hay que reconocer que raras veces tiene razón. El poder en este país, y en cualquier otro, lo tiene la inmensa mayoría que trabaja y genera riqueza. Son todos los que mueven la economía y generan prosperidad. No lo tiene el 3% que son los que viven del estado, en alta proporción lo parasitan y en buena parte se dedican a obstruir la generación de riqueza.
Afortunadamente, buena parte de latinoamérica lo ha entendido. Y no importa que tan torpe sea un gobierno ni cuantas triquiñuelas se inventen para esquilmar a los que trabajan, quienes de verdad tienen el poder económico son los millones que salen todos los días a ver como le aportan a la sociedad un servicio o un producto a un precio competitivo.
En realidad, lo que ocurre es que Petro ni siquiera considera que haya que gerenciar el país. Más aún, no entiende ni sabe que es gerenciar. Si algo caracteriza a la mente socialista, es el desprecio por el empresario, el directivo, el gerente. Todos son vistos como abusadores y explotadores del verdadero valor que es el trabajador raso. No logran entender que entre todos se conforma un equipo que en la medida en que es gerenciado con el clásico “planear, organizar, dirigir y controlar”, se logra aportar un beneficio a la sociedad. No captan que el dinero, que los asquea cuando no está en sus bolsillos, no es sino una unidad que sirve para medir la capacidad de servir a la comunidad. Su desprecio por el complicado y difícil trabajo de gerenciar los lleva a entregarle “al pueblo” el manejo de las empresas. Los desastres que han resultado de esta concepción han sido numerosos aquí y en todas partes, siendo la ruina de PDVSA o la ruina de un país, el más reciente y cercano. No han podido entender que el “milagro chino”, resultó de la estrategia del partido comunista de enviar cientos de miles a educarse en administración de empresas en universidades americanas.
Esa miope y obtusa visión es la que lo lleva a proponer que los ingenios sean manejados por los indígenas, los puertos por pescadores y el aeropuerto Palmaseca, ejemplo de buen funcionamiento, vuelva a manos de la burocracia estatal.
Si, el poder lo tiene la inmensa mayoría de Colombianos que trabajan y han logrado un patrimonio y modo de vida. No se lo pueden dejar quitar por un Narciso monotemático y desinformado que se empeña en imponer recetas de miseria.
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En la concepcion binaria del pensamiento que imaginan los autodeclarados defensores de los pobres, quien no comulga con sus ideas, es ultraderecha, facho o nazi. La obsesión de ubicar todos los modelos de organización social en el estrecho rango de derecha e izquierda mantiene a la humanidad en una perniciosa confusión. Porque la realidad es que el facismo o nazismo (nacionalsocialismo) y el comunismo (socialismo del siglo XXI) tienen muchos más parecidos que diferencias.
En ambos hay un proyecto colectivo, nación o clase, que se impone a los intereses individuales. En ambos el Estado es el concentrador de todos los poderes que dirigen la sociedad por la senda “correcta”. Montan remedos de elecciones con las que se perpetúan en el poder con el “apoyo masivo del pueblo”. Imponen con violencia el proyecto estatista y eliminan el disenso con cárcel, exilio o muerte para sus oponentes. Acaban la prensa libre y se inventan un centro único de estadística e información central que procesa la verdad. La literatura, música, pintura, teatro y demás manifestaciones artísticas se orientan al refuerzo del dogma establecido. La propiedad privada y las empresas se toleran sólo si contribuyen al enriquecimiento de la rosca. Las necesidades del “pueblo” son dilucidadas por un iluminado, llamado Stalin, Mao, Hitler, Mussolini, Kim, Fidel, Chavez, Petro etc. Siempre habrá escrito un librito en la cárcel, o al salir de ella que se convierte en guía espiritual de los vasallos quienes deben recitar con devoción, los preceptos de odio, envidia y resentimiento
El liberalismo por el contrario, se basa en el respeto del proyecto individual, el premio al esfuerzo, la competencia y la cooperación para servir cada vez mejor a la sociedad, en un ambiente de tolerancia y crítica permanente, evaluación de resultados y ajustes con elecciones honestas.
Así que calificar al libertario Milei de facho, es una simplona contradicción. Podrá criticarse el anarcocapitalismo que busca reducir el estado al mínimo generando abusos de los poderosos y que le deja la solución de todo a la iniciativa privada. Pero llamar a un libertario “facho” es desconocer que es el liberalismo y todos sus logros y pretender olvidar las tragedias del comunismo.
Podrán deformar la historia y maquillar la ideología, pero eventualmente la verdad los muerde.
23336
Como se podía esperar de una mente que no concibe equivocarse ni acepta la crítica, cuando un estadio completo comenzó a gritar ¡FUERA PETRO!, la interpretación dictada por la cobardía fue la de agresión a una indefensa niña de 14 años. A la niña nadie la agredió. Más bien lo que muestran los videos es que la niña le soltó al estadio palabras de grueso calibre. Muchos se han solidarizado con la “infamia” solicitando apartar a las familias de las confrontaciones políticas.
Muy diciente de una personalidad trastornada, no adueñarse del rechazo y pasarle la pelota de la “agresión” a su hija. La otra creativa perla fue la descripción de “cánticos” de la oposición. Es decir, la oposición se puso de acuerdo para llenar el estadio, se estableció filtro para que no pudiesen entrar sus admiradores y el fútbol se volvió deporte de ricos.
Una interpretación realista sugiere que si todo un pacífico estadio coreó al unísono, solicitando su retiro, es porque un gran número de Colombianos, basados en año y medio de desgobierno pueden predecir para el tiempo que falta, la regresión de todos los indicadores de bienestar y la progresión de todos los de sufrimiento.
Lo que le dijo el estadio es: Váyase por las buenas. No lo creemos capaz de corregir el rumbo. Sus gestos conciliatorios terminan siendo distractores. Sus propuestas y planes siguen con mucha precisión el camino de Venezuela. Ya la economía ha tenido un receso que no se veía hace décadas. La violencia, criminalidad y secuestros están disparados y las fuerzas del orden están tan golpeadas que nadie perfila una esperanza. La generación de empresas y empleos dignos está deteriorada y se pretende reemplazar con subsidios indiscriminados creando el ciclo de parasitismo y dependencia, que tanto daño le hace a la cultura de esfuerzo y trabajo.
Le están expresando el desconcierto con la caída del 46% de las utilidades de Ecopetrol, principal fuente de financiación del estado, y el rechazo a la integración con PDVSA, artífice de la caída en su producción del 80% con la ruina de casi todas sus refinerías.
Que han entendido la farsa moral de la preocupación por los pobres, que llevó a la pauperización de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Argentina, donde por fin, han entendido las causas de su miseria y han decidido sacudirse el yugo de la privilegiada casta estatista.
Que en nombre de la solidaridad, ha montado un gobierno corrupto que despilfarra, abusa y ha sido incapaz de gestionar los recursos del estado mientras aprieta a la clase media con impuestos e inflación.
Que no toleran más su paseadera por los Congresos del mundo, con el único logro de creer en el creciente brillo de su desproporcionado Ego.
Que su estrategia de sacar a los criminales de las cárceles para llenarlas con los críticos a su nefasta gestión, merece sonora rechifla.
No, nadie agredió a una inocente niña de 14 años. Lo que pidieron todos al unísono, lo que están pidiendo cada vez más Colombianos es el juicio político a un Presidente demostradamente inepto. Que se aplique la Constitución que prevé el derecho de los electores a reconocer el engaño y corregir la equivocación evitando una catástrofe antes de que sea irremediable.
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Se está especulando sobre el efecto que pudo tener halloween en la implosión del embrujo que tenía atrapados a tantos compatriotas
Expertos en hechizos terrenales aseguran que el diseminado consumo de una pócima consistente en aumento del hambre y la pobreza, el freno a la actividad económica y la generación de empresas, la emigración de capitales y talentos, el disparo en las cifras de homicidios, secuestros, territorios dominados por bandas criminales, bombas y bloqueos, es lo que ha logrado que las mentes se comiencen a despejar.
Zombies y fantasmas aseguran, que en medio de la oscuridad, muchos lograron ver lo que se viene en mediocridad de Salud y Educación estatizadas, en inflación por la pérdida de independencia del Banco de la República, y peor oscuridad por una arrevesada política energética combinada con el politiquero deterioro de las empresas de servicios públicos.
Pero también han aparecido hechiceros y payasos macabros develando disfraces y han destapado el daño a la productividad generado por los subsidios indiscriminados, a la verdad por los señalamientos y amenazas a periodistas, a la decencia por la compra de senadores, alcaldes y gobernadores, a la confianza y tranquilidad por el maltrato y desprecio a la policía y fuerzas militares, y a la transparencia por el ataque sistemático a los entes encargados del control y vigilancia con la pretensión de desacreditarlos ante la opinión pública.
Se pelean brujos, quirománticos y astrólogos, cada cual queriéndose arrogar el mérito de haber pinchado la burbuja del encantamiento.
En la medida en que se dispersan las nubes negras que le impedían a tantos observar la realidad y pensar racionalmente, se preguntan cómo fue que consumieron el brebaje a tan altas dosis. Cómo pudieron pudieron votar por un viejito monotemático y malhablado, que condenó la segunda elección. Cómo pudieron creerse la historia de un país despeñándose por el abismo mientras casi todos podían constatar progreso personal y de su entorno en los últimos 20 años. Como pudieron comerse el cuento de un personaje que sin experiencia alguna en hacer, con una cantaleta ideológica desueta y vasta experiencia en destruir, iba a ser capaz de asumir la complejísima y difícil labor de dirigir un país.
Ha quedado probado que asi como son posibles los encantamientos masivos, la confusión ficticia no suele durar mucho.
Los 11 millones del “masivo apoyo de mi pueblo” ha quedado reducido a escaso 1 millón. La realidad de lo que siempre ha sido un reducido grupo educado en el odio y el resentimiento que no ve si no esclavismo en el empleo, feudalismo en las empresas y lucha de clases en toda diferencia social.
Si tuviese la virtud de una mente equilibrada, podría Petro aceptar la paliza que le dieron las brujas y renunciar, reconociendo que no tiene las grandes masas de sus alocadas ilusiones y que la gran mayoría del pueblo todavía cree en trabajar y producir y no en pegarse a la ubre del estado. Pero conociendo al Narciso, lo más probable es que proclame el triunfo, distorsione las cifras, se radicalice, se apoye en los sátrapas del mundo y termine forzando a la sólida democracia Colombiana a sacarlo a escobazos.
23308
Son varios los errores que cometen los ciudadanos en las democracias, contribuyendo a su desprestigio.
El primero es la generalización. Como un buen número de políticos han logrado desprestigiarse poniendo los recursos públicos a su servicio, se ha vuelto muy popular la aseveración que los mete a todos en un mismo saco. “Todos son una porquería” es la salida simplista de quien no hace un esfuerzo por conocer las opciones, analizar las ideas y seguir las ejecuciones. Siempre hemos tenido un buen número de políticos honrados, que entienden su misión y dedican su vida al servicio de los demás. Pero a los pocos decentes les tienden trampas legales y son vilipendiados con falsedades, logrando la convicción generalizada de la inexistencia de excepciones.
En ninguna elección anterior me había involucrado en un trabajo tan juicioso de estudiar hojas de vida, programas y realizaciones de los candidatos. He asistido a debates y presentaciones y los he conocido personalmente y he tenido el privilegio de hacerles preguntas difíciles. Estoy seguro que quien haga el mismo ejercicio, y logre desprenderse de prejuicios ideológicos, concluye que Alejandro Eder, Diana Rojas y Wilson Ruiz no pertenecen a la categoría de políticos abominables. Son personas honestas, transparentes, conocedoras de la ciudad con planes concretos y realistas para mejorar. Creo que nunca habían tenido los caleños la opción de un equipo tan preparado.
Otra variante, producto de la ignorancia, es la que asume que “el mundo fue y será una porquería..”, como dice el popular tango. Todo es un desastre, somos cada vez más violentos y desordenados, la policía no sirve, la pobreza es cada vez peor, los narcos nos dominan.. la lista de infortunios es larga. Afecta a quienes ven noticieros, reenvían todas las desgracias reales y falsas que les llegan por lo que han perdido la esperanza en las instituciones y la democracia. No creen en nada y se abstienen de opinar, participar y mucho menos votar. Quien se ha dejado contaminar por el fatalismo facilita la elección de los corruptos con votos amarrados.
Una tercera argumentación resulta muy paradójica. ¡Racismo! Gritan ante las críticas por derroche de funcionarios que no son “blanquitos (pero van para) riquitos”. Sin embargo, son capaces de condenar un candidato solo por su apellido. Ese segregacionismo no les incomoda. No importan sus ideas, su historia, su experiencia. Es la misma ideología que luego respalda dinastías y nepotismo socialista, sin sentir bochorno alguno. El solo hecho de escoger el servicio a su ciudad perdiendo la tranquilidad y arriesgando su vida, cuando podría vivir “sabroso” y tranquilo en otros lados, es prueba de compromiso, dedicación y honestidad.
El cuarto y más perturbador es la facilidad para dejarse engañar con promesas incumplibles. Quienes, sin pensar, votaron por Ospina, no pueden olvidar el sitio y semi destrucción de Cali. Les queda acompañar en el llanto a Palestinos e Israelíes por haber escogido el liderazgo equivocado. Recuperar 20 años de retroceso no va a ser tarea fácil pero no se debe dudar que Alejando Eder ha logrado integrar el equipo que le da las mejores posibilidades a Cali.
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Del Papa para abajo, personalidades del mundo espiritual hacen llamados a la reconciliación. El mundo no puede con más polarización. Hay quienes ven el regreso de guerras civiles y especulan sobre la impensable hecatombe nuclear. Los odios se centran en la confrontación de ideas. Libertad económica y propiedad privada contra control estatal y función social de la propiedad. Mercado contra control de precios. Apertura económica contra proteccionismo, tolerancia racial contra racismo, nacionalismo contra xenofobia, aceptación de diversidad contra homofobia, colectivismo contra individualismo, religión contra el ateísmo, ciencia contra mitología. En fin, capitalismo contra socialismo. La lista es larga y cada cual se incorpora a la tribu que más lo representa o le conviene.
Hay dos errores muy comunes en la clasificación de dos bandos.
El primero es creer que son bandos uniformes. Se puede creer en la libertad económica y ser fundamentalista religioso, o ser socialista homofóbico partidario del comercio internacional. Eso explica la frustración de tantos con sus elegidos que terminan discrepando en muchos temas y la necesidad de crear sectas político religiosas para lograr una masa confiable de fanáticos.
El segundo error es más grave y consiste en creer en el “sistema” como la definición de las reglas de interacción que arregla todo. En ese marco teórico no hay duda que el socialismo es el mejor. Todo está resuelto con justicia y equidad y por eso resulta tan atractivo para los incautos y los que usan el engañoso discurso.
Pero en la vida real todo sistema está operado por humanos. Los hay santos, éticos, correctos y se dan silvestres los pillos, los ambiciosos, los tramposos, los manipuladores y los criminales. El problema del “sistema” es como estimular los unos y controlar los otros. Y la muy sencilla razón por la que la libertad económica, social, religiosa, de comercio, de movimiento resulta siendo mejor que el dirigismo, el control social, el nacionalismo, las barreras, está en la concentración de poder. Si el gran líder socialista resultase un buenazo, ético, correcto, justo, que se logra rodear de unos 1500 del mismo calibre, e inspiran con su ejemplo a todos, se lograría el paraíso socialista. Pero eso no ha ocurrido nunca en ninguna parte porque quienes llegan al poder suelen ser ambiciosos desmesurados y los pocos que los rodean se corrompen e imponen un sistema de privilegios rígido que no tolera la crítica ni acepta ajustes. En la democracia liberal se dan los mismos vicios y sin ética, el mercado se vuelve salvaje, monopólico, abusivo. La diferencia es que hay controles, hay competencia, hay constante conflicto entre los distintos poderes. Los tres del estado, la prensa, el empresariado, los sindicatos, las organizaciones gremiales y sociales están constantemente chocando, controlando, impidiendo que uno o más grupos abusen de los demás. Por eso es tan fácil criticarlos, y destacar sus errores generando la frustración general e insatisfacción con deseo de “cambio”. Pero también por eso terminan desarrollando sociedades más justas y prósperas a pesar de los lamentos de los beneficiados.
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La fórmula está inventada y ha funcionado a la perfección en todos los países en los que la dictadura se ha sabido disfrazar de democracia. Se basa en una convicción ideológica profundamente arraigada en la mente de sus ejecutores. Ellos poseen la validación moral por el hecho de expresar constantemente que su misión es ayudar a los desposeídos, lo que los ubica en “el lado correcto de la historia”. No importa que establezcan una nueva oligarquía en la que los privilegiados son ellos y las masas vivan de las migajas que dejan caer de su opulenta mesa. No importa que en la medida que implementan sus maravillosas reformas, haya cada vez más “gusanos” y “escuálidos” que arriesgan sus vidas para abandonar el “paraíso de equidad”. No importa que los homicidios aumenten, la delincuencia prospere y cientos de empresas quiebren. Siempre se podrá encontrar un maligno responsable que daña las buenas intenciones del “progresismo”. Los recursos verbales son tan infinitos como la estupidez de quienes consumen la fábula, mientras su calidad de vida se deteriora. La democracia con alternancia del poder es una entelequia inventada por la burguesía. Por eso hay que acabar con las normas e instituciones creadas durante 200 años de un “capitalismo depredador”.
Sabiendo que su real apoyo no pasa del 10%, ese asunto de la voluntad de las mayorías se convierte en un estorbo superable. La reforma del sistema electoral, se complementa con la toma de la registraduría por los cuadros más comprometidos del partido.
La digitalización de todas nuestras actividades ha representado un gran avance en comodidad y eficiencia. Celebré la aparición de la cédula digital y fui uno de los primeros en tenerla. Estaba orgulloso de vivir en un país avanzado que ya no me exigía cargar un cartoncito para comprobar mi existencia. De pronto, un día dejó de funcionar y me pasé 6 meses enviando correos, haciendo llamadas, explorando el website donde se explica lo sencillo que es el proceso. Mi desaparición del mundo digital me demostró muy bien la distancia que hay entre las buenas ideas y la forma como las ponen en uso los funcionarios. 9 veces me enviaron la clave con el extenso instructivo que cumplía minuciosamente. Un funcionario me recomendó ir personalmente a la registraduría, pero me empeñé en dilucidar hasta dónde podía llegar la inoperancia y la despersonalización. Finalmente recuperé la existencia de la misma misteriosa forma como la había perdido.
Un minúsculo incidente que hace pensar en la Venezuela que ha logrado Madurar “el sistema de votación más moderno del mundo”, una de las herramientas cruciales para envolver esa horrenda y abusiva dictadura con ropaje democrático. Para no mencionar Cuba donde las elecciones se ganan con el 97%.
Bienvenida la digitalización de todas nuestras interacciones. Pero es bien sabido que donde hay un software, aparece una trampa. En el mundo de las finanzas, son billones lo que se logran robar los modernos pillos con toda clase de ardides. A pesar de sofisticados essfuerzos no ha sido posible impedir que Corea del Norte logre robar 1.7 billones de dólares al año en cryptomonedas, recursos que usa para sus progresistas misiles nucleares.
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Muchos se preguntan con desesperación, qué hacer? Vamos a tener que contemplar, tristes y pasivos, como se van desarmando las instituciones, cómo se dilapidan los recursos que todos le damos al estado, cómo funcionarios ineptos o ignorantes chambonean en sus respectivos campos? Tendremos que aceptar que el país se deteriore y siga el camino de Cuba, Nicaragua y Venezuela, solo porque un 15% de los aptos para votar se dejaron confundir por un discurso promesero y engañoso uniéndose a ese 10% que siempre ha creído en el paraíso estatal socialista?
Es cierto que en los regímenes presidenciales, el ejecutivo tiene mucho poder y le queda fácil usarlo para imponer su ruinosa agenda. Pero también hay que entender que no tiene todo el poder ni tiene poder para todo. Ahí están Perú e Israel. Está el Congreso con partidos que reaccionan y pueden controlar más en la medida en que los votantes presionen a los elegidos, Están las cortes, infiltradas por agentes con línea política, pero aún así, hay muchos que tienen una estructura jurídica sólida y entienden su papel en la protección de la democracia. Está la prensa que puede ser comprada, amenazada, y también ha sido pacientemente sembrada de cuadros políticos que poco honran la neutralidad de la profesión. Pero sigue habiendo muchos medios serios que conocen su compromiso con la verdad. Y estamos los millones de ciudadanos. Al menos 25% que no comparten la visión del régimen. Un 15% que ya están arrepentidos o lo van a estar y un 50% de apáticos, susceptibles de ser motivados.
Así como un 10% logró hacerse al poder usando hábilmente la mentira, el engaño y la desazón que genera la violencia, el 25% se puede proponer recuperarlo tratando de influir en el 65%. Por eso es indispensable entender que en la democracia el poder lo tiene la gente. La que votó por unos personajes que deben estar a su servicio. Y si eso no ocurre, hay que reaccionar con vehemencia, sin violencia. Si todos los asustados, deprimidos, desesperanzados, los que están mirando más allá de las fronteras, caen en cuenta que su plan B está aquí, creyendo en su tierra, en la gran mayoría de compatriotas que trabajan honradamente, defendiendo su empresa de los intentos confiscatorios, destapando el nepotismo, amiguismo, los abusos, apoyando a los funcionarios que entienden el valor de la libertad y pueden frenar el deterioro y reconociendo que tienen el poder de participar opinando, educando y defendiendo su trabajo, creyendo en el valor del esfuerzo personal, se le abrirá un camino a la Libertad.
Satyagraha (satiagraja) o el poder de la verdad, llevó a Gandhi a enfrentar al poderoso imperio Britanico sin invocar ni un solo disparo. Se fueron, convencidos que eso era lo mejor para ellos. Siendo muy activos en la diseminación de la verdad se logrará un mejor destino para el país y los incapaces se convencerán que los resultados de su pobre gestión les podría generar muchas dificultades en el futuro.
Los Venezolanos que vinieron buscando libertad, no pueden creer que están oyendo el mismo discurso que los llevó a la ruina, aunque reconocen una sociedad más comprometida con el destino de su país y mejor estructurada para evitar el desastre.
(23105)
Quien vive en una región que lleva años obsesionada con el cambio, tiene que asombrarse cuando ve un país progresando, gracias a la estabilidad.
Lo que ocurrió con la muerte y majestuoso funeral de Isabel II desconcierta a quienes hemos sido alérgicos a los ritos y le huimos a la pomba de las tradiciones.
Por más ridículos que nos parezcan los sombreros de las damas y los fastuosos disfraces de militares y ujieres de tan variopintos coloridos, hay que reconocer que supieron montar un imponente y solemne espectáculo, que sin duda inspiró confianza y estabilidad.
Se entiende por qué Londres ostenta la propiedad raíz más apreciada del mundo, por qué se convirtió en uno de los centros financieros más importantes y por qué quienes han emigrado a Europa, lo que quieren es cruzar el canal de la mancha.
Muchos analistas le han dado vueltas a explicaciones que ayuden a entender porque un país más bien pequeño, brumoso, con un sistema político tan desquiciado como el pelo de Boris, con una economía en crisis, sigue siendo tan atractivo para tantos ricos y pobres del mundo.
Cómo han hecho los ingleses para mantener la estabilidad por mil años a pesar de guerras, conflictos sociales internos, la pérdida de un imperio, en medio de revoluciones que sacudieron y cambiaron a casi todos sus vecinos cercanos. Cómo sobrevivieron la revolución americana, la independencia de india, la pérdida de casi todas sus colonias, el asustador antimonárquico ejemplo de la revolución francesa y rusa y el fin de tantos reinados en Europa.
El Reino Unido está entre los 12 países más prósperos que tienen en común constituciones con 100 años de estabilidad. Para referencia la de Colombia, de 30 años, lleva 45 reformas. En realidad no la deberíamos llamar constitución, cuya etimología significa converger para la estabilidad. Para no mencionar la del Perú, que se da el lujo de estilar 6 presidentes en 4 años.
Es forzoso aceptar que es la obsesión autocrítica que compartimos todos los latinos la que nos genera un deseo de cambiar, que resulta ser infinito. Con pocas excepciones, quienes examinan nuestra situación coinciden en que somos un desastre, sin importar para donde miremos. En un discurso de Petro, por ejemplo, no se salva nada. La economía, las empresas, la industria, el campo, la salud…todo está apestado. Nada sirve, nada se ha hecho bien. Y esa visión es ampliamente compartida. De allí tiene que surgir la lógica conclusión del cambio. Que hay corrupción, hay que cambiar, que la justicia no funciona, que hay inequidad, hay que cambiar. Si nos dieran un pesito por cada vez que se gritó “cambio” en la reciente campaña, seríamos millonarios, en dólares. Cuando el desesperado afán por el cambio coge tanto impulso, llegamos a Perú. No nos gusta el Presidente. Hay que cambiarlo, para que llegue otro que tampoco nos va a gustar y que también vamos a pedir cambiar. Lo asombroso es que, a pesar de todo, el país sigue funcionando, probando que los Presidentes no parecen ser tan importantes como pretenden.
Es tal la obsesión por el cambio que nos invade que muchos terminan cambiando su país, e invariablemente se van a algún sitio donde puedan sentir algo de estabilidad.
La inflación es el recurso más efectivo que tiene un gobierno para esquilmar a la población.
No hablamos de la inflación inevitable del 2 o 3% que ocurre en todas partes y a la que le dedican libros enteros los más serios economistas. Ni la global que azota al mundo a raíz de las restricciones al movimiento de mercancías y las exportaciones de China por la pandemia, la baja en oferta de granos y fertilizantes por la guerra de Putin y los auxilios entregados por gobiernos a veces manirrotos. Hasta la economía más fuerte, exageró las dádivas y allí está Biden luchando con una inflación sin precedentes.
El atraco a la población lo ejecutan los gobiernos irresponsables, con líderes que atropellan el elaborado equilibrio entre oferta y demanda, logrado tras siglos de ajustes. Inclusive los hay tan delirantes que pueden jurar que se están inventado una nueva economía que involucra la transformación de la naturaleza humana.
La hiperinflación que producen estos promeseros se convierte sin excepción en el más extendido y descarado robo de los recursos de sus compatriotas. Puede considerarse el acto de corrupción más sublime.
Cuando los políticos se apropian de un porcentaje de los contratos, la gente reacciona enardecida. En un acto de infinita contradicción, muchos indignados salen a destruir los pocos bienes públicos que benefician a todos, y que se hicieron gracias a la rara ocurrencia de un contrato honesto. El propósito del político ladrón es, desde luego, mejorar su nivel de vida y el de sus allegados, pero una porción sustancial de lo que se roba lo usa para hacerse elegir de nuevo y perpetuar el ciclo. A través de nombramientos y subsidios condicionados, establece una red de chantajeados que votan para no perder el puesto o la próxima repartición. En la escala de las ciudades, son los alcaldes que empeñan los ingresos futuros de sus ciudades para lograr una base que les garantice el siguiente escalón electoral. Bogotá y Cali son dicientes ejemplos de esa bien concebida maquinaria, que tanto aceite consume.
Ya a nivel de país, toma la forma de un desmesurado aumento del gasto público que no se alcanza a compensar con impuestos acaba-empresas. Se recurre a consumir capital y a echarle mano a ahorros y pensiones del público. Repartiendo plata se crea la ilusión de bienestar, pues se estimula el consumo. Pero al no generar riqueza, se recurre a imprimir papelitos que se van llenando de ceros. Sigue control de precios y la tasa de cambio, inventando varias en un sistema de roscas y privilegios que hacen ver las corrupciones previas como un juego de centavos. Es la fórmula que han repetido “ad nauseam”, las hiperinflaciones de la región: Argentina (197%), Bolivia (183%), Nicaragua (261%) y Venezuela (800%), logrando diseminar la miseria a unos niveles inconcebibles. Por más maligna que pudiese ser la democracia Venezolana, quienes pedían el cambio, no imaginaron nunca un 80% de pobreza, 7 millones de emigrantes en la miseria, y una tasa de homicidios cercana a ganarle a Jamaica el primer puesto mundial.
Desde que Adam Smith publicó hace 246 años las razones por la que los países se hacen ricos, un segmento de la humanidad se ha empeñado en ignorarlo. A pesar de muchos otros como Hayek, Mises, Becker, quienes han ido agregando al vasto repertorio de conocimientos que explican cómo los 30 países más prósperos del mundo lo han logrado, muchos siguen creyendo en quienes lucen con orgullo una enciclopédica ignorancia en economía.
El mercado, que en esencia, no es otra cosa que el pueblo, la gente, decidiendo libremente cómo quiere vivir, es demonizado. Las bolsas de valores se muestran como un casino de codiciosos cuando en esencia representan recursos persiguiendo ideas inteligentes, Las empresas con buenos proyectos y directivos confiables, reciben el capital que les permite crecer y servir a la humanidad. Con esa dinámica, aplicada a todas los intercambios que hace una sociedad, el capitalismo ha probado su ventaja sobre el socialismo, donde no se premia el talento ni las ideas, sino la capacidad para enchufarse con un poder estatal que solo consume y destruye riqueza. Cuando la dirección de una empresa no muestra resultados, la plata se esfuma, pierde valor y desaparece. Las estatales, ni resultados muestran. Aun así, hay quienes se enredan en anticuadas telarañas ideológicas.
Cuando un presidente demuestra tener el monopolio de la ignorancia económica, la adorna con envanecida arrogancia, y tanto él, como su equipo de ministros esparcen una vasta gama de disparates, se cae la confianza en el potencial del país y la riqueza se comienza a esfumar. En solo dos meses, Ecopetrol ha perdido 50 billones de valor y nuestro pesito el 25%. Si se aplica al PIB, solo en estos dos rubros, hemos perdido 300 billones. ¡Eso sí es cambio! Más de 15 reformas tributarias de riqueza embolatadas, con el solo ejercicio de una locuacidad desatinada. La obcecación es tan grave que ante la evidencia del descalabro, se acude al conocido y abusado ardid de Fidel: la culpa la tienen los gringos.
No estamos siguiendo los pasos de Venezuela, como pronosticaron muchos. Chávez se demoró 5 años en comenzar a desbaratar la economía, empobrecer el país, acabar con la industria y comercio, devaluar la moneda, disparar la violencia e hinchar la inflación. Aquí vamos mucho más rápido. Sin embargo, “el cambio no se está pudiendo implementar a la velocidad que se requiere porque la constitución y las leyes no dejan”. Se incita al pueblo a salir “por millones a la calle”, eufemismo para precipitar la guerra en las ciudades. Con un ESMAD de “cariñositos”, groseramente apaleados, ya tuvimos un abrebocas de lo que significa la “paz total”. Se busca implantar la Oclocracia, la voluntad de los patanes y belicosos. Si no salen los “millones” convocados, el Alcalde de Cali ya demostró cómo se puede sitiar una ciudad con unos pocos violentos, inmovilizando la policía.
El lenguaje es muy obvio, pero sigue habiendo muchos sordos, que sólo oyen la voz de sus deseos.
Por mucho menos se cayó la primera ministra inglesa. Colombia no aguanta 4 años de barbaridades y al continente no le cabe otra crisis humanitaria con millones de migrantes buscando libertad. Ya no hay donde ir.
Que la democracia es un sistema muy imperfecto de gobierno y lleno de defectos, lo sabemos todos. Pero también somos muy conscientes que es el “menos pior”.
Los regímenes parlamentarios desesperan con sus interminables debates y sus gobiernos inestables, que terminan estancando el progreso del país. Suelen resolver poco y avanzan a paso de tortuga.
Los regímenes presidenciales tejen también su colcha de defectos. Uno de los que más se luce, es la concentración de poder en los presidentes. Hay que entender que quienes redactaron las primeras constituciones venían de vivir en reinados por lo que debió ser difícil no inventar otro reyecito, al que todos deben lealtad y deben seguir con devoción.
Nos enseñan que las democracias tienen una serie de chequeos y contrabalanceos que impiden el abuso del poder. La esencia está en la división de los 3 poderes, que son 4 si incluimos la prensa.
Pero un presidente puede tomar decisiones que invalidan el invariablemente largo y lento trabajo del poder judicial. Y puede incluso acallar prensa opositora o crítica con una gran variedad de recursos que se suelen usar los más aventajados en el arte de la satrapía.
Vemos como un presidente de Estados Unidos, perdona criminales de todos los calibres, aun si han sido condenados por asuntos que lo comprometen. Vemos como un “presidente” de Nicaragua o Venezuela, encarcela periodistas, cierra periódicos, nombra magistrados, define el poder electoral, entre otras gracias. Vemos aquí como un Presidente tiene la facultad de pasarse por la faja años de investigación, aporte de pruebas, juicios con fiscales y jueces que han arriesgado su vida, y han llegado a expedir órdenes de captura a temibles criminales. Vemos como se usa la abultada chequera del estado en un aberrante y fullero proceso de “alineación” de congresistas.
Nos burlamos de los Europeos con sus anacrónicos reinados, que en realidad son usados como símbolos de unión, y para aliviar a los mandatarios que trabajan, de las dispendiosas formalidades protocolarias. La pompa y fanfarria refuerzan las tradiciones y producen fascinación a súbditos y turistas. Además, como ha quedado demostrado con la respetada y longeva Reina, le dan estabilidad, continuidad y orgullo al país.
Con todo, han sido mucho mejores para impedir la concentración del poder en una sola persona. La verdad es que por estos trópicos, resultamos ser más anacrónicos con presidentes llenos de poderes omnímodos a quienes solo les falta la corona. (Excepto a Castillo).
Tanta crítica y descontento con el vapuleado “sistema” y no logramos ni acercarnos a criticar el abuso de poder, el lujo, los excesos, los palacios y festejos, las caravanas y aviones o los asesores, hasta para la movilidad de las caderas. Si algún avance quisiéramos hacerle a nuestras democracias, debería ser restarle poder a esa figura tan heredada de las monarquías. ¿Algún utópico día lograremos la madurez de Suiza, donde es difícil saber cómo se llama el Presidente? Cambia cada año, y los ministros andan en metro como cualquier hijo de vecino. O terminaremos con un Reyecito entronizado, con disfraz de presidente, siguiendo el ejemplo de tan admirados vecinos.
“Pasito a pasito, suave suavecito”, debería ser la canción del régimen. Un lento crecimiento del Estado Benefactor sin acabar con la vasta tornillería empresarial que mueve la maquinaria económica. Hay que aspirar a que se aprenda la lección que acaba de dar Chile.
Cuando la mitad del país apoya una propuesta de campaña, eso no implica que todos estén de acuerdo con todo. Ese es precisamente uno de los enredos de la democracia, que tanto la desacreditan. El candidato logra armar y vender todo un paquete lleno golosinas que el votante apoya emocionado, sin caer en cuenta que puede haber varias que no le gustan. Así, muchos terminan frustrados y desilusionados al ver que el elegido no hace todo lo que estaba en su encantada imaginación y se terminan juntando con los que votaron para el otro lado. Rapidito se embolata el apoyo mayoritario.
La fantasía de una sociedad más equilibrada, llena de oportunidades para todos, avanzando en paz hacia un desarrollo sostenible en armonía con la naturaleza, se comienza a desdibujar.
Aparecen muchos temerosos que miran el futuro con incertidumbre. El miedo no es inventado ni es una ficción paranoica de unos cuantos, que temen perder sus privilegios. Es una auténtica y bien fundada preocupación por el destino del país basada en la correlación que hay entre las medidas anunciadas con los desastres que han ocurrido en todos los que las han aplicado.
Está muy probado que la excesiva tributación, la regulación de la economía por el Estado, la relativización de la propiedad privada, la generalización de subsidios y beneficios, llevan al aumento de la pobreza y a una inflación incontrolable y desbordada.
Todos entendemos lo que le está pasando al planeta y queremos atención urgente al medio ambiente. Pero si Colombia reduce la explotación de petróleo y carbón, el estado recibe un golpe a sus arcas que lo llevará a disminuir recursos y nos devolverá años en capacidad de asistencia social.
Todos hemos sufrido por la inseguridad. Pero si la solución es debilitar las fuerzas del orden y pactar con el hampa organizada, nuestra cruenta historia de violencia parecerá un juego de niños.
Todos padecemos un sistema de Salud defectuoso, pero en términos generales ha representado un gran avance con relación al pasado, o a varios vecinos. Una reforma agresiva que le entregue todo el poder al estado y elimine las fuerzas del mercado de servicios médicos, tiene el potencial de crear un gigantesco monstruo burocrático, ineficiente y corrupto.
La lista de barbaridades y chambonadas es tan larga como la de Ministerios y entidades estatales que Petro reconoció desconocía.
Así como la oposición a Duque pudo armar una fábula apocalíptica, que tantos medios hambrientos de pauta oficial, amplificaron sin pudor, hay que estar muy atentos a registrar la realidad y hacerla conocer.
Si no se hace así, podemos pasar de una gran clase media viviendo razonablemente bien (sabroso?) pero con un espantoso relato de país, a una realidad miserable envuelta en floridas estadísticas oficiales.
Todas las angustias se deben canalizar a ejercer esa cuidadosa monitoria y así evitar pasito a pasito, suave suavecito, la progresiva pauperización.
Lo que se concibe como liberalismo en el mundo, poco tiene que ver con el revuelto ideológico en que se ha convertido el partido liberal Colombiano y mucho menos con la distorsionada visión de lo que los marxistas del siglo 21 han dado en llamar neoliberalismo.
En su esencia la filosofía liberal consiste en un profundo respeto por los proyectos de vida de los otros condenando cualquier forma de violencia para resolver las diferencias. Difiere sustancialmente con la visión de la sociedad a través de la lucha de clases. Lucha que como lo implica la palabra, siempre será violenta. Esta propuesta ya era obsoleta a finales del siglo 19, con el mismo Marx dudando en sus últimos años de la coherencia y aplicabilidad de sus teorías. Fue gracias a Engels, quien publicó 3 “sequels” que la decadente teoría fructificó y ha alimentado hasta hoy a gran variedad de dinosaurios ideológicos, empecinados en ignorar toda la evidencia que proporcionó el siglo 20. La concepción teórica del manifiesto comunista, no resistió el análisis de los filósofos, sociólogos, y economistas serios desde sus primeros años.Y su aplicación práctica ha sido responsable de los horrores más deleznables que ha padecido la humanidad en los últimos 100 años. Comparable solo con sus hermanas socialistas, el Nazismo y Fascismo.
El liberalismo es la antítesis de las ideologías que establecen un conocimiento terminado. Está en la esencia del error de los socialistas, el creer que tienen el diagnóstico de las sociedades y por tanto pueden aplicar una fórmula, que tienen escrita desde hace más de 150 años.
Contrariando lo que todos sabemos, así sea por intuición, ningún conocimiento está terminado, nadie tiene la última palabra. Esto explica porqué la libertad ha probado ser superior a la tiranía. La dictadura del proletariado ejercida por sus modernos seguidores, quienes se cuidan de usar el término, pero aplican todas sus premisas al pie de la letra, limita la libertad, porque se basa en un plan genial concebido por una camarilla que conoce la solución para todo. Con eso, no solo acaban con el crecimiento económico, porque no entienden que es precisamente con la libertad de lo que llamamos mercado, que el dinero cambia de manos muchas veces y es allí que está la esencia del crecimiento y el progreso.
Además se aplasta la felicidad, que se deriva de la libertad para soñar y proveerse con el esfuerzo propio, un futuro mejor. La iniciativa y las ideas son reemplazadas por una cínica abyección al régimen, única forma de obtener privilegios. Al sustituir la creatividad generadora de riqueza por la lambonería que permite ascender en el escalafón de los parásitos, las sociedades dejan de generar riqueza. El empobrecimiento general cierra el círculo con una camarilla corrupta que se aferra al poder con violencia, como único recurso de mantener sus privilegios.
Visitar los países de Europa oriental proporciona una lección abrumadora. Con qué orgullo hablan de la revolución y de los héroes que los libraron del oprobioso régimen sovietico. La misma palabrita con la que nuestros fogosos y bien armados “revolucionarios” nos pretenden dispensar un “progresismo” que sabemos, será en reversa.