Igea siglo XVIII

IGEA EN 1790

En 1787 el geógrafo Tomás López realiza un primer mapa de La Rioja. Para ello solicita información y hace una descripción de los pueblos riojanos.

En Igea el encargado de la descripción fue Narciso Orejas (Ovejas?) y Lajusticia que responde al interrogatorio de Tomás López y dice lo siguiente de Igea:

La localidad era de señorío, siendo señor en ese momento Miguel María Rodríguez de Cisneros, que era alcaide perpetuo de la fortaleza y castillo de Logroño, alcalde mayor de la villa de Igea y su juez ordinario, nombrado por el Rey.

Tenía 400 vecinos, cuya principal actividad era la agraria.

El sacerdote era Francisco Javier Ovejas, párroco de las Iglesias de San Pedro en Cornago, Santa María en Igea y San Antonio Abad en Valdeperillo.

La benevolencia del clima, templado, hacía que las enfermedades fueran escasas, con excepción del carbunco que es una enfermedad infecciosa y contagiosa, producida por una bacteria, que padecen los animales, en especial el ganado bovino y ovino, y que puede ser transmitida al hombre, en el que produce el ántrax. Decían entonces que el tratamiento era el siguiente: “…una cataplasma compuesta por bolo Armenio oriental, sal natural, hiema de huebo, con la qual haze fluir inmediatamente el humor maligno…”, cuando el enfermo mejoraba se le podía aplicar otra cataplasma de “…malvabisco con manteca de cerdo…”.

En el pasado Igea estuvo rodeada de encinas, robles y otros árboles, pero éstos se habían quedado limitados a la zona que llaman la dehesa de Gil de Puerco y el término de Valloroso, a los cuales se sumaba un espacio hacia poniente, en el que la tierra era “…tan a proposito para la cria de dichos arboles, que si se cortara en pocos años se poblaria de ellos…”.

Imagen decorativa. No es Igea.

En las inmediaciones había fuentes con agua de diferentes características: en el término de La Balsa había una fuente cuya agua sabía a hierro, certificando los análisis realizados que éste era su principal componente; en el término de Fuensarracín (media legua hacia poniente), “…cuias aguas sobre delicadas dejan en su nacimiento arenas plateadas…”; y la de conocida como del Galgo, cuyas “…aguas petrificaban toda materia…”.

Así mismo, en las inmediaciones había importantes canteras de jaspe negro (error) y pardo, piritas de gran tamaño y marquesitas blancas y amarillas. La importancia de las minas hizo que Carrillo, arzobispo de Toledo, consiguiera el permiso para su explotación, construyendo una casa en la que pudieran vivir los canteros, la cual estaba muy deteriorada.

No se tenía ninguna referencia sobre el momento en el que se había fundado Igea, aunque habían contado con un buen número de personajes ilustres, lo cual podía observarse con un paseo por sus calles, conservándose en las casas un buen número de escudos de armas, destacando el del señor marqués de Casa Torre, vizconde de Arrate, siendo el propietario del título Juan José Ovejas y Frías.

En cuanto a los edificios religiosos más importantes se indican la Iglesia parroquial de la Asunción, la cual estaba unida a la de San Pedro de Cornago, el cercano Convento de franciscanos, aunque estaba más próximo de Cornago, y la Ermita de Nuestra Señora del Villar, por la que sentían gran devoción, dados los “…repetidos favores que sus habitantes experimentaban…”. Asegura que, según la tradición, el eremitorio se había levantado en el lugar en el que la Virgen se había aparecido a un pastor.

En la arquitectura civil se cita la existencia de una torreón o atalaya fuerte que servía para comunicar con el castillo de Cornago, en caso que se produjera una incursión de las tropas navarras.

En la propia localidad había un puente sobre el río Linares, de piedra de sillería “…a la mayor perfeccion y seguridad…”, formado por tres arcos, siendo el central de 45 varas de alto y 30 de largo.

En cuanto a las casas de Igea, sobresalía por encima de todas la del marqués de Casa Torre con su “…bellísima estructura de jaspe negro (error) sus quatro fachadas y en los intermedios de ladrillo, asentado con yeso, de un grueso extraordinario sus paredes…”, con balcones que recibieron importantes trabajos de rejería y una galería muy espaciosa. En el interior una media naranja cubre el espacio central y tenía “…bodegas, lagares y aceiteros y molino de aceite en su centro…”.

El peso del hierro que se utilizó en los balcones fue de 8.000 arrobas y el coste total de la obra superó los 2.000.000 de reales, pese a la “…conveniencia en que estaban los materiales…” en el año 1728 y los siguientes en que se construyó, además de la proximidad de la cantera.

Fuente:

La vida en La Rioja a finales del siglo XVIII a través de la encuesta del geógrafo Tomás López, por M.ª Teresa Alvarez Clavijo y otros.

Editado por MUSEO DE LA RIOJA. LOGROÑO, 2004.