Artículo publicado en el Programa de Fiestas de 1987
En el año 1266, el rey D. Jaime I el Conquistador, reunió sus tropas en Valencia y se dispuso a sofocar la rebelión del reino Moro de Murcia.
El camino de Valencia a Orihuela, estaba sembrado de dificultades, pues varios castillos de la ruta, estaban levantados en armas. El Rey con gran sagacidad fue pactando con unos y otros evitando en lo posible la lucha armada, ya que esta campaña se le estaba saliendo de presupuestos, según se desprende de la conversación mantenida con su Alférez, cuando éste le preguntó si enviaba el mensaje de la toma de Favanella, por correo normal o certificado.
-Rey: Normal. No nos queda ni un maravedí. Esta guerra es mi ruina. Nos estamos chupando el presupuesto en pólvora y vino.
-Alférez: Señor, con pólvoras y vino anda la tropa el camino.
Antes de la media tarde, las tropas reales que estaban acampadas en la huerta de Al'Bayada, liberaron la atalaya de Santa Ana, en cuyas mazmorras permanecían hacinados varios presos cristianos de alcurnia y abolengo. Seguidamente y por la cuesta del Atajo, se dirigieron al castillo de Al'Bayada con el propósito de atacar. Como el camino era muy empinado, la caballería perdió la mitad de las herraduras y hasta no hace mucho, en la puerta de un cortijo a comedio de dicho camino, había una de estas herraduras colgadas.
La ofensiva se inició por el lado N.O. limitado por un gran barranco que discurre desde la sierra. Algo tuvo que pasarle al Rey, que hasta caída la tarde, no consiguió llegar a las puertas de la lonja del castillo.
El Rey, harto sagaz, dispuso las tropas en el siguiente orden: presos liberados de Santa Ana en vanguardia, legión de Almogávares reclutada de El Tollé, Humbrías y Mahoya, al frente y Reales Tropas y la nobleza, cubriendo la retirada y escoltando a los miembros de la Casa Real (Reina, Damas, Donceles y Doncellas).
Los Caballeros del Cid, que fueron requeridos para el refuerzo de esta contienda, se volvieron a mitad del camino, sin que hasta ahora se sepan las causas de su retirada.
Adelantóse a las puertas del castillo, una comitiva formada por el propio Rey en traje de campaña, su Alférez Embajador y varios Condes y Allegados a la realeza, con propósito de entablar negociación. El Valí, secuaz y alto cuan palmera, se obstinó en no rendir la plaza, confiando en que ya empezaba a anochecer y que les protegerían las penumbras del crepúsculo. El Rey vaciló por unos momentos entre si atacar ahora o esperar al amanecer, pero estando sumido en estas divagaciones, alguien en primera línea dio el toque de cuerno y los Almogávares sedientos de venganza, ebrios de pundonor, iniciaron el asalto. El Rey no vaciló un solo momento y fugaz cuan relámpago en una noche de truenos, se lanzó a la cabeza escapada en mano de aquellos suicidas. La defensiva mora tuvo que ser muy dura (a juzgar por lo recogido en vídeo por los cronistas reales al mando de Salvadoriño Calviño) para que el Rey a la mismísima puerta del Castillo, ordenase la retirada.
Aquellas gentes no entendían nada de tácticas militares, sólo eran guerreros, y su embriaguez, les llevó a iniciar momentos después otra ofensiva. El Rey comprendió que estos nómadas, lo que querían era recuperar sus fueros aun a costa de su propia osadía y raudo cuan rapaz, encabezó el ataque.
Cuando todo parecía confuso, grandes señales se vieron en el Cielo y entre el tronar de los arcabuces y el pomponeo del bombo matancero, una gran luz apareció tras la atalaya del castillo y con estruendo y luminosidad fuera de lo común, apareció la Gran Cruz de Fuego. Las tropas cristianas acrecentaron su moral y se pudo observar en la repetición de la jugada, como siguiendo a su Rey escaleras arriba, iban, Felipe de Quivas (más duro que el mármol), Ginés de Tristán, señor de Mafraque, Carlos, Viz-Conde de Yecla, Benito del Tollé, todavía con el cuerno en la mano, y un sinfín más de aguerridos Caballeros con el traje de presidio, pues como el Rey dice en su propia crónica, no les pudo dar traje de guerreros por el estar el sastre en huelga, ya que se le debían más de 1.000 maravedíes.
Los Condes y demás realeza, en vez de cortar la retirada al moro, equivocadamente siguieron a su señor y entre tanto barullo y confusión, el Valí y sus secuaces, huyeron amparados en las sombras de la noche, sin que hasta tres meses después, se supiera su paradero, por un mensajero Real que venido desde Castilla, cruzó con riesgo de su propia vida, por el valle de Ricote. Mientras se efectuaba el asalto, la diezmada Banda de Trompeteros Reales, al mando de un coronel, tocaban el Ataque ininterrumpidamente.
Días después, cuya cuantía no especifica la crónica, el Rey se reunió en concejo y cena de trabajo con los Nobles del pueblo, al que le restituyó su antiguo nombre de Favaniella, repartió las tierras y Señorío y ordenó a la población, terminando con un gran banquete en la casa de la Encomienda.
Según apuntes recogidos en la propia casa de la Encomienda, grabados en sus paredes, se repartieron en dicho ágape más de 1.500 bocadillos de la tahona que hay en la calle de la Reina, repletos de ricos manjares, ochenta fudres de vino de las propias bodegas que el Rey tiene en Balonga y cantidad indeterminada de cascarujas y otras hierbas traídas desde Orihuela. Asegúrase haber cazado para dicho banquete, perdices como pavos y liebres como chotos, amén de los conejos que allí acudieron.
En la crónica no fechada del Conde de Abanilla y del Alcalde Cutillas, se hace referencia a que vinieron altas personalidades del Reino Autónomo de Murcia y limítrofes a dicho guateque y que el Rey se gastó más de lo previsto y hubo de hipotecar las rentas del Señorío por dos años. Algunos Nobles del pueblo, adelantaron dinero al Monarca para hacer frente a los gastos originados.
El Conquistador, no hace mención en su crónica, del Gran Desfile de Parada que precedió a dicho ágape, pero a juzgar por otros historiadores, no tuvo la lucidez merecida, ya que dado el corto espacio de tiempo entre la conquista y dicho desfile, no transcurrió el necesario para que las tropas perdieran su embriaguez, puesto que el vino en estos días corrió a raudales.
Epi Gaona, asegura haberse dado la fatalidad de que un peón de a pié, sin mala intencionalidad ostigó la caballería de arrastre del Sr. de Lajara, lo que ocasionó atropello a un villano que presenciaba tan magno acontecimiento. Como el Rey no previno la seguridad correspondiente, el asunto fue motivo harto de discusión en el seno de la Corte.
Enríquez de Rocamora, hace referencia, a que algunos moros no huyeron con sus correligionarios y se quedaron a vivir en el pueblo, siendo bien acogidos por los cristianos que estuvieron presos en las mazmorras de la Atalaya de Santa Ana, quizá en agradecimiento a algún que otro favor, sirviéndoles después como jornaleros sin soldada de por vida, cosa que el Monarca y su Alférez no aceptaron con agrado, pero que dadas las circunstancias se vieron obligados a tolerar.
Al tercer día, el Conquistador partió de Cruzada a los Santos Lugares, vía Cartagena, no sin antes elevar a dos de sus apuestos donceles, al rango de Capitanes, encomendándoles la custodia de la Santa Reliquia, para lo cual se organizó una comitiva con todas las personas del pueblo, que en ofrenda floral y solemne Tedeum en el que el propio Rey, cantó al Lignum Crucis con versos que recogiera del Mester de Juglaría.
Los historiadores, citan como dato anecdótico de esta efeméride, que el Rey, dada la amistad que le unía con un labriego de Macisvenda llamado Isidro, le hiciera el encargo de las flores para la Corte Real. Este labriego santón, exorto en sus oraciones, olvidó tal encargo y ante dicho evento, su Majestad, ordenó a criados y Doncellas, portasen canastas con flores de las ricas y variadas especies autóctonas.
El resto de tropas que no fueron a la cruzada por fracasarle al Monarca los transportes previstos, antes de partir a sus lugares de origen, hicieron una Romería al cercano lugar de la acampada -Mahoya- con la Santa Reliquia, encabezada por los Capitanes y sus Pajes. En el trayecto iba toda clase de chusma, soldadesca y nobleza, con carros, enseres y viandas que yantaban constantemente, calmando su sed con los caldos de las vides del lugar.
Llegóse al desmadre de esta Romería a tal extremo, que la Santa Hermandad tuvo que recurrir a los hombres buenos del pueblo, a fin de que se pusiese remedio a tal desmán, concediéndosele indulgencias plenarias por tan apreciado servicio. En una hoja suelta del manuscrito Mafraque, aparece relación de dichas personas, entre las cuales se cita a un tal Tenza, Díaz, Triguero, Macario, Jacobo y al propio Hermano Mayor Germán de González y Rivera, moro convertido que lo era. Cifra dicho manuscrito en la cantidad de doce centenas de soldadesca participante, que con trabucos y arcabuces, hacían salvas sin cesar durante el trayecto.
En las crónicas posteriores, se recoge como milagro atribuido al Madero Santo, que entre tanto desorden no sucediera ninguna desgracia mayor, ni percance a destacar entre aquella soldadesca.
Una crónica apócrifa del Infante D. Juan Manuel, Adelantado Mayor del Reino, recoge la efeméride de algunos nativos que aseguraron ver a San Bonifacio, infiltrado entre los moros de Al'Jarea de Al'Margen y días después, se supone que ya convertido, acudió disfrazado de Caballero, a la ofrenda floral, lo que fue causa de regocijo en la Corte.
Y si no sucedió así
muy bien pudo suceder,
sin que haya nadie en saber
si el Rey volvió por aquí,
a su Reina a recoger.
Pero os puedo asegurar
que del vino que sobró allí,
no hubo para vender.
Y la pura coincidencia
que en parte pudiere haber,
no tiene nada que ver
con la Historia y con la Ciencia,
aunque todo admite enmienda
y si se somete a reflexión,
se llega a la conclusión
de que es cosa de conciencia.
E. Marco