La campaña de Ocaña

El grueso del ejército de Extremadura se une al de la Mancha, estando todos al mando de Eguía

Puestos los ingleses en los lindes de Portugal, y persuadida la Junta mCentral de que ya no podia contar con su activa coadyuvacion, determinón ejecutar por sí sola un plan de campaña, cuyo mal éxito probó no ser el más acertado. Al paso que en Castilla debia continuar divirtiendo á los franceses el Duque del Parque, y que en Extremadura quedaban sólo 12.000 hombres, dispúsose que lo restante de aquel ejército pasase, con su jefe Eguía, á unirse al de la Mancha. Creyó la Junta fundadamente que se dejaba Extremadura bastante cubierta con la fuerza indicada, no siendo dable que los franceses se internasen, teniendo por su flanco y no léjos de Badajoz al ejército británico. Se trasladó, pues, D. Francisco Eguía á la Mancha ántes de finalizar Setiembre, y estableciendo su cuartel general en Daimiel, tomó el mando en jefe de las fuerzas reunidas: ascendia su número, en 3 de Octubre, á 51.869 hombres, de ellos 5.766 jinetes, con 55 piezas de artillería.

El ejército español se retira una vez más de la Mancha: Areizaga sustituye a Eguía

De las tropas francesas que habian pisado desde la batalla de Talavera las riberas del Tajo, ya vimos cómo el cuerpo de Ney volvió á Castilla la Vieja y fué el que lidió en Tamámes. Permaneció el segundo en Plasencia, apostándose despues en Oropesa y Puente del Arzobispo; quedó en Talavera el quinto, y el primero y cuarto, regidos por Victor y Sebastiani, fueron destinados á arrojar de la Mancha á D. Francisco Eguía. El 12 de Octubre ambos cuerpos se dirigieron, el primero por Villarubia á Daimiel, el cuarto por Villaharta á Manzanares.

Habia de su lado avanzado Eguía, quien, reconvenido poco ántes por su inaccion, enfáticamente respondió que «sólo anhelaba por sucesos grandes, que libertasen á la nacion de sus opresores.» Mas el general español, no obstante su dicho, á la proximidad de los cuerpos franceses tornó de priesa á su guarida de Sierra-Morena. Desazonó tal retroceso en Sevilla, donde no se soñaba sino en la entrada en Madrid, y tambien porque se pensó que la conducta de Eguía estaba en contradiccion con sus graves, ó sean más bien ostentosas palabras. No dejó de haber quien sostuviese al General y alabase su prudencia, atribuyendo su modo de maniobrar al secreto pensamiento de revolver sobre el enemigo y atacarle separadamente, y no cuando estuviese muy reconcentrado; plan sin duda el más conveniente. Pero en Eguía, hombre indeciso é incapaz de aprovecharsede una coyuntura oportuna, era irresolucion de ánimo lo que en otro hubiera quizá sido efecto de sabiduría.

Retirado á Sierra-Morena, escribió á la Central, pidiéndole víveres y auxilios de toda especie, como si la carencia de muchos objetos le hubiese privado de pelear en las llanuras. Colmada entónces la medida del

sufrimiento contra un general á quien se le habia prodigado todo linaje de medios, se le separó del mando, que recayó en D. Juan Cárlos de Areizaga, llamado ántes de Cataluña para mandar en la Mancha una division. Acreditado el nuevo general desde la batalla de Alcañiz, tenía en Sevilla muchos amigos, y de aquellos que ansiaban por volver á Madrid.

Aparente actividad, y el provocar á su llegada al ejército el alejamiento de un enjambre de oficiales y generales, que, ociosos, sólo servian de embarazo y recargo, confirmó á muchos en la opinion de haber sido acertado su nombramiento. Mas Areizaga, hombre de valor como soldado, carecia de la serenidad propia del verdadero general, y escaso de nociones en la moderna estrategia, libraba su confianza más en el coraje personal de los individuos que en grandes y bien combinadas maniobras, fundamento ahora de las batallas campales.

Los nuevos planes de avanzar hacia Madrid

Acabó el general Areizaga de granjear en favor suyo la gracia popular, proponiendo bajar á la Mancha y caer sobre Madrid, porque tal era el deseo de casi todos los forasteros que moraban en Sevilla, y cuyo influjo era poderoso en el seno del mismo gobierno. Unos suspiraban por sus casas, otros por el poder perdido, que esperaban recobrar en Madrid. Nada pudo apartar al Gobierno del raudal de tan extraviada opinion. Lord Wellington, que en los primeros dias de Noviembre pasó á Sevilla con motivo de visitar á su hermano, el Marqués de Wellesley, en vano, unido con éste, manifestó los riesgos de semejante empresa.

Estaban los más tan persuadidos del éxito, ó por mejor decir, tan ciegos, que la Junta escogió á los Sres. Jovellanos y Riquelme para acordar las providencias que deberian tomarse á la entrada en la capital. Diéronse tambien sus instrucciones al central D. Juan de Dios Rabé, que acompañaba al ejército; eligiéronse várias autoridades, y entre ellas la de corregidor de Madrid, cuya merced recayó en D. Justo Ibarnavarro, amigo íntimo de Areizaga y uno de los que más le impelian á guerrear. Lágrimas, sin embargo, costaron, y bien amargas, tan imprudentes y desacordados consejos.

El ejército se pone en marcha (3 de noviembre de 1809)

Empezó D. Juan Cárlos de Areizaga á moverse el 3 de Noviembre. Su ejército estaba bien pertrechado, y tiempos hacia que los campos españoles no habian visto otro ni tan lucido ni tan numeroso.Distribuíase la infantería en siete divisiones, estando al frente de la caballería el muy entendido general D. Manuel Freire. Caminaba el ejército repartido en dos grandes trozos, uno por Manzanares y otro por Valdepeñas. Precedia á todos Freire con 2.000 caballos; seguíale la vanguardia, que regía D. José Zayas, y á la que apoyaba, con su primera division,

D. Luis Lacy.

Acción de Cuesta del Madero (8 de noviembre de 1809)

Los generales franceses París y Milhaud eran los más avanzados, y al aproximarse los españoles, se retiraron, el primero del lado de Toledo, el segundo por el camino real á La Guardia. Media legua más allá de este pueblo, en donde el camino corre por una cañada profunda, situáronse el 8 de Noviembre los caballos franceses, en la cuesta llamada del Madero, y aguardaron á los nuestros en el

paso más estrecho. Freire diestramente destacó dos regimientos, al mando de D. Vicente Osorio, que cayesen sobre los enemigos, alojados en Dos-Barrios, al mismo tiempo que él, con lo restante de la columna, atacaba por el frente. Treparon nuestros soldados por la cuesta con intrepidez, repelieron á los franceses, y los persiguieron hasta Dos-Barrios. Unidos aquí Osorio y Freire continuaron el alcance hasta Ocaña, en donde los contuvo el fuego de cañon del enemigo.

Los españoles entran en Ocaña (10 de noviembre de 1809)

Miéntras tanto Areizaga sentó su cuartel general en Tembleque, y aproximó adonde estaba Freire la vanguardia de Zayas, compuesta de 6.000 hombres, casi todos granaderos, y la primera division de Lacy: providencia necesaria por haberse agregado á la caballería de Milhaud la division polaca del cuarto cuerpo francés. Volvió Freire á avanzar el 10 á Ocaña, delante de cuya villa estaban formados 2.000 caballos enemigos, y detras, á la misma salida, la division nombrada, con sus cañones. Empezaron á jugar éstos, y á su fuego contestó la artillería volante española, arrojando los jinetes á los del enemigo contra la villa, que, abrigados de su infantería, reprimieron á su vez á nuestros soldados. No áun dadas las cuatro de la tarde llegaron Zayas y Lacy. Emboscado el último en un olivar cercano, dispúsose á la arremetida; pero Zayas, juzgando estar su tropa muy cansada, difirió auxiliar el ataque hasta el dia siguiente. Aprovechándose los enemigos de esta desgraciada suspension, evacuaron á Ocaña, y por la noche se replegaron á Aranjuez.

La división de Lacy cruza el Tajo

El 11 de Noviembre, en fin, todo el ejército español se hallaba junto en Ocaña. Resueltos los nuestros á avanzar á Madrid, hubiera convenido proseguir la marcha ántes de que los franceses hubiesen agolpado hácia aquella parte fuerzas considerables. Mas Areizaga, al principio tan arrogante, comenzó entónces á vacilar, y se inclinó á lo peor, que fué á hacer movimientos de flanco, lentos para aquella ocasion, y desgraciados en su resultado. Envió, pues, la division de Lacy á que cruzase el Tajo del lado de Colmenar de Oreja, yendo la mayor parte á pasar dicho rio por Villamanrique, en cuyo sitio se echaron al efecto puentes. El tiempo era de lluvia, y durante tres dias sopló un huracan furioso. Corrió una semana entre detenciones y marchas, perdiendo los soldados, en los malos caminos y aguas encharcadas, casi todo el calzado.

Areizaga, con los obstáculos cada vez más indeciso, acantonó su ejército entre Santa Cruz de la Zarza y el Tajo. Miéntras tanto los franceses fueron arrimando muchas tropas á Aranjuez. El mariscal Soult habia ya ántes sucedido al mariscal Jourdan en el mando de mayor general de los ejércitos franceses, y las operaciones adquirieron fuerza y actividad. Sabedor de que los españoles se dirigian

á pasar el Tajo por Villamanrique, envió allí, el dia 14, al mariscal Victor, quien hallándose entónces sólo con su primer cuerpo, hubiera podido ser arrollado. Detúvose Areizaga, y dió tiempo á que los franceses fuesen el 16 reforzados en aquel punto; lo cual visto por el general español, hizo que algunas tropas suyas, puestas ya del otro lado del Tajo, repasasen el rio y que se alzasen los puentes. Caminó en la noche del 17 hácia Ocaña, á cuya villa no llegó sino en la tarde del 18, y algunas tropas se rezagaron hasta la mañana del 19.

Combate de caballería de Ontigola (18 de noviembre de 1809)

La víspera de este dia hubo un reencuentro de caballería cerca de Ontígola: los franceses rechazaron á los nuestros, mas perdieron al general Paris, muerto á manos del valiente cabo español Vicente Manzano, que recibió de la Central un escudo de premio. Por nuestra parte tambien allí fué herido gravemente, y quedó en el campo por muerto, el hermano del Duque de Rivas, don Angel de Saavedra, no ménos ilustre entónces por las armas que lo ha sido despues por las letras.

Los franceses unen sus fuerzas

Areizaga, que, moviéndose primero por el flanco, dió lugar al avance y reunion de una parte de las tropas francesas retrocediendo ahora á Ocaña y andando como lanzadera, permitió que se reconcentrasen ó diesen la mano todas ellas. Difícil era idear movimientos más desatentados. Juntáronse, pues, del lado de Ontígola y en Aranjuez los cuerpos cuarto y quinto, del mando de Sebastiani y Mortier, la reserva, bajo el general Dessolles, y la guardia de José, ascendiendo, por lo ménos, el número de gente á 28.000 infantes y 6.000 caballos. De manera que Areizaga, que ántes tropezaba con ménos de 20.000, ahora, á causa de sus detenciones, marchas y contramarchas, tenía que habérselas con 34.000 por el frente, sin contar con los 14.000 del cuerpo de Victor, colocados hácia su flanco derecho, pues juntos todos pasaban de 48.000 práctica y disciplina.

La batalla de Ocaña (19 de noviembre de 1809)

Don Juan Cárlos de Areizaga escogió para presentar batalla la villa de Ocaña, considerable y asentada en terreno llano y elevado, á la entrada de la mesa que lleva su nombre. Las divisiones españolas se situaron en derredor de la poblacion. Apostase él á la izquierda del lado de la ágria hondonada donde corre el camino real que va á Aranjuez. En el ala opuesta se situó la vanguardia de Zayas con direccion á Ontígola, y más á su derecha la primera division de Lacy, permaneciendo á espaldas casi toda la caballería. Hubo tambien tropas dentro de Ocaña. El general en jefe no dió órden ni colocacion fija á la mayor parte de sus divisiones. Encaramóse en un campanario de la villa, desde donde contentándose con atalayar y descubrir el campo continuó aturdido, sin tomar disposicion alguna acertada.

El cuarto cuerpo, del mando de Sebastiani, sostenido por Mortier, empeñó la pelea con nuestra derecha.Zayas, apoyado en la division de don Pedro Agustin Jiron, y el general Lacy batallaron vivamente, haciendo maravillas nuestra artillería. El último, sobre todo, avanzó contra el general Leval, herido, y empuñandoen una mano, para alentar á los suyos, la bandera del regimiento de Búrgos, todo lo atropelló, y cogió una batería que estaba al frente. Costó sangre tan intrépida acometida, y entre todos fué allí gravemente herido el Marqués de Villacampo, oficial distinguido y ayudante de Lacy. Al haber sido apoyado entónces este general, los franceses, rotos de aquel lado, no alcanzáran fácilmente el triunfo; pero Lacy, solo, sin que le siguiera caballería, ni tampoco le auxiliára el general Zayas, á quien puso, segun parece, en grande embarazo Areizaga, dándole primero órden de atacar, y luégo contraórden, tuvo en breve que cejar, y todo se volvió confusion.

El general Girard entró en la villa, cuya plaza ardió; Dessolles y José avanzaron contra la izquierda española, que se retiró precipitadamente, y ya por los llanos de la Mancha no se divisaban sino pelotones de gente marchando á la ventura ó huyendo azorados del enemigo. Areizaga bajó de su campanario, no tomó providencia para reunir las reliquias de su ejército, ni señaló punto de retirada.

Continuó su camino á Daimiel, de donde serenamente dió un parte al Gobierno el 20, en el que estuvo léjos de pintar la catástrofe sucedida. Ésta fué de las más lamentables. Contáronse por lo ménos 13.000 prisioneros, de 4 á 5.000 muertos ó heridos, fueron abandonados más de cuarenta cañones, y carros, y víveres, y municiones; una desolacion. Los franceses apénas perdieron 2.000 hombres. Sólo quedaron de los nuestros en pié algunos batallones,la division segunda, del mando de Vigodet, y parte de la caballería, á las órdenes de Freire. En dos meses no pudieron volver á reunirse á las raíces de Sierra-Morena 25.000 hombres.

Conservó por algun tiempo el mando D. Juan Cárlos de Areizaga, sin que entónces se le formase causa, como se tenía de costumbre con muchos de los generales desgraciados: ¡tan protegido estaba! Y en verdad, ¿á qué formarle causa? Habíanse éstas convertido en procesos de mera fórmula, de que salian los acusados puros y exentos de toda culpa.

Terror y abatimiento sembró por el reino la rota de Ocaña, temiendo fuese tan aciaga para la independencia como la de Guadalete. Holgáronse sobremanera José y los suyos, entrando aquél en Madrid con pompa y á manera de triunfador romano, seguido de los míseros prisioneros. De sus parciales no faltó quien se gloriase de que hubiesen los franceses, con la mitad de gente, aniquilado á los españoles. Hemos visto no ser así; mas áun cuando lo fuese, no por eso recaería mengua sobre el carácter nacional; culpa sería, en todo caso, del desmaño é ignorancia del principal caudillo.

La herida de Ocaña llegó hasta lo vivo. Con haberlo puesto todo á la temeridad de la fortuna, abriéronse las puertas de las Andalucías. José quizá hubiera tentado pronto la invasion, si la permanencia de los ingleses en las cercanías de Badajoz, juntamente con la del ejército, mandado ahora por Alburquerque, en Extremadura, y la del Parque en Castilla la Vieja, no le hubiesen obligado á obrar con cordura ántes de penetrar en las gargantas de Sierra-Morena, ominosas á sus soldados. Prudente, pues, era destruir por lo ménos parte de aquellas fuerzas, y aguardar, ajustada ya la paz con Austria, nuevos refuerzos del Norte.

Ficha de la batalla:

Mandos superiores:

    • Españoles: Areizaga

    • Franceses: Soult, José, Sebastiani, Mortier

Efectivos:

    • Españoles:57922 hombres

    • Franceses: 33500 hombres

Bajas:

    • Españoles: 4000-5000 muertos y heridos; 13000 prisioneros

    • Franceses: 2000 muertos y heridos; general Paris muerto en el combata de Ontigola

Movimientos del duque de Alburquerque

El Duque de Alburquerque, desamparado con lo ocurrido en Ocaña, se aceleró á evitar un suceso desgraciado. La fuerza que tenía, de 12.000 hombres, dividida en tres divisiones, vanguardia y reserva, habia avanzado el 17 de Noviembre al puente del Arzobispo para causar diversion por aquel lado. Desde allí, y con el mismo fin, siguiendo la márgen izquierda del Tajo, destacó la vanguardia, á las órdenes de D. José Lardizábal, con direccion al puente de tablas de Talavera. Este movimiento obligó á retirarse á los franceses alojados en el Arzobispo, enfrente de los nuestros; mas á poco, sobreviniendo el destrozo de Ocaña, retrocedió el de Alburquerque, y no paró hasta Trujillo.